Numa Pompilio

Muerto Rómulo no se eligió inmediatamente otro rey, puesto que en un pueblo nuevo como el romano ningún ciudadano sobresalía sobre los demás. Comenzó entonces una lucha entre las tribus, entre los sabinos y los primeros romanos.

Temían, además, los senadores que una ciudad desprovista de mando supremo y un ejército sin jefe, rodeados de numerosas ciudades enemigas, pudiesen sufrir algún ataque exterior. En tal situación, se acordó que los cien senadores se distribuyesen en diez decurias, y que cada uno de los miembros de éstas desempeñase el poder supremo. Mandaban los diez, pero sólo uno ostentaba las insignias de su cargo por espacio de cinco días. A esta suspensión de la realeza se la llamó interregno, y al que tenía el poder momentáneamente, interrex. El pueblo, viendo agravada su esclavitud, y que en vez de un amo tenían cien, comenzó a murmurar en contra de los senadores. Éstos comprendieron prontamente la situación, y se dispusieron a la elección de un verdadero rey, digno sucesor de Rómulo.

Había en aquel tiempo un hombre insigne por su justicia y piedad, llamado Numa Pompilio. Habitaba en Cures, ciudad de los sabinos, y era sumamente versado en el conocimiento del derecho divino y humano. Todos los senadores acordaron en concederle el reinado. Habiéndole llamado a Roma y siguiendo el ejemplo de Rómulo, que sólo tomó el poder luego de consultar los agüeros, mandó Numa que se explorase la voluntad de los dioses. Conducido luego a la ciudadela por un augur, tomó asiento en una piedra, con el rostro vuelto al mediodía. El augur se situó a su izquierda, con la cabeza cubierta, llevando en la mano el báculo recurvado y sin nudos, al que llaman"lituus". Luego, trasladando el "lituus" a su mano izquierda, y colocando la diestra sobre la cabeza de Numa, rogó de esta manera: "¡Oh, padre Júpiter! Si es lícito que este Numa Pompilio, cuya cabeza toco, sea rey de Roma, te pido que con claros indicios nos reveles tu voluntad" Pronunció a continuación los auspicios que solicitaba, y así que se manifestaron, Numa, declarado rey, descendió de la colina.

Dueño ya del reino, quiso que la ciudad, fundada por la violencia de las armas, lo fuese de nuevo por la justicia, las leyes y las buenas costumbres. Juzgó conveniente mitigar la brutalidad de aquellos hombres con desacostumbrarles de las armas. Construyó a este fin el templo de Jano, símbolo de la paz y de la guerra, pues abierto llamaba a la ciudad a su defensa, y cerrado significaba que todos los pueblos del contorno se hallaban pacíficos y tranquilos. En toda la historia de Roma, dos veces se le clausuró después del reinado de Numa: la primera, bajo el consulado de Tito Manlio Torcuato y Cayo Atilio Bulbo (253 a.C.), a la terminación de la primera guerra púnica; y la segunda, cuando el emperador César Augusto logró la paz en tierra y por mar, a raíz de la batalla de Accio. Habiéndolo cerrado Numa después de pactar tratados y alianzas con las naciones limítrofes, quiso evitar la ociosidad infundiendo al pueblo el temor hacia los dioses.

Numa Pompilio y Anco Marcio

Anv. de un denario del 88 a.C.

El templo de Jano con las puertas cerradas

Rev. de un as de Nerón

Augures

Rev. de un denario del 133 a.C.

Numa Pompìlio es convencido de aceptar la corona de Roma

Antes que nada, dividió el año en doce meses, según el curso de la Luna. Consagró luego sus cuidados a la creación de sacerdotes, como los tres flámines instituidos para el culto a Júpiter, Marte y Quirino. Eligió vírgenes consagradas a Vesta, diosa del hogar doméstico, conservadora de la paz y la armonía en el seno de las familias; y al cuidado del fuego eterno del Estado romano, sacerdocio oriundo de Alba.

Dispongamos un tiempo para referirnos a las Vestales y su sacerdocio. Numa fue el primero en construir un templo a Vesta entre los romanos y nombró vírgenes para que fueran sus sacerdotisas. Algunos atribuyen erróneamente la construcción del templo a Rómulo, y la mayor prueba es que el edificio se encontraba fuera de la llamada Roma Quadrata que Rómulo amuralló. Además, recordando lo sucedido con su madre, que mientras estaba al servicio de la diosa perdió su virginidad, no sería capaz de castigar según sus leyes a la sacerdotisa que encontrase que había sido seducida, al recordar las desgracias familiares. Por tales motivos no levantó un santuario público de Vesta, sino que estableció en cada una de las curias en que estaba dividido el pueblo, un fuego sobre el que sacrificaban los miembros de las curias. Numa, tras tomar el poder, no alteró los hogares particulares de las curias, pero estableció uno común a todos entre el Capitolio y el Palatino, y legisló que el cuidado de los ritos se hiciera por medio de vírgenes. En un principio las elegidas eran sólo cuatro, designadas por el mismo rey, pero luego el número fue elevado a seis. Vivían en el templo de la diosa, cuidando el fuego sagrado. Era necesario que ellas permanecieran sin casar durante treinta años, siendo sacerdotisas y realizando los restantes ritos según la ley. En los primeros diez años debían aprender, durante otros diez llevar a cabo las ceremonias religiosas, y los restantes diez enseñar a las otras. Muchos y espléndidos honores se les ofrecen por parte de la ciudad, por lo que no añoran ni hijos ni matrimonio. Tenían la facultad de hacer testamentos en vida del padre y la gestión de los demás asuntos sin necesidad de representante. En las salidas eran acompañadas por los lictores. Y si, por azar, se encuentran con un condenado que lo llevan a la muerte, no es ajusticiado. El que se metía debajo de su litera cuando se las transportaba, era reo de muerte. Estaban fijadas grandes penas para las que cometían faltas: a las que incurrieran en pecados pequeños las azotaban con varas, pero a las que se hubieran dejado seducir las enviaban a la muerte más vergonzosa y lamentable. Las conducían aún vivas en procesión sobre unas andas como en los funerales, mientras sus parientes y amigos en cortejo lanzaban lamentos por ellas, las llevaban hasta la puerta Colina y dentro de una muralla, en un lugar cerrado preparado bajo tierra, las colocaban con adornos funerarios y las enterraban vivas.

Estatuas de las Vestales

Templo de Vesta, en el Foro Romano

Siguiendo con las instituciones religiosas, Numa nombró de entre los senadores un pontífice máximo y creó doce salios para el culto de Marte Gradivo. Entre los muchos escudos que portaban los salios y que unos servidores suyos llevaban colgados de unas varas, dicen que hay uno caído del cielo y afirman que fue encontrado en el palacio de Numa, y que ningún mortal llevó ni conoció antes en Italia un escudo de forma semejante. Y Numa quiso que fuese honrado al ser portado por los jóvenes más distinguidos, pero por temor a conjuras de enemigos y a su desaparición por robo, dicen que construyó muchos escudos semejantes al de origen celeste, de tal modo que el verdadero escudo enviado por los dioses resultó irreconocible.

Apartada fue así la multitud de la violencia de las armas, y convertidas las mentes al conocimiento y práctica de las ceremonias religiosas. Y Numa concluyó su reinado en absoluta paz, poco después de haber cumplido los ochenta años y luego de cuarenta y tres reinado. Su vida fue apagándose poco a poco a causa de la vejez y de una dulce enfermedad. Casado estuvo con Tacia, y tuvo por hija a Pompilia. Otros historiadores agregan además cuatro hijos más, de los cuales surgieron otras tantas familias, de gran importancia en Roma. Estos son: Pompón, del cual proceden los Pomponios; Pino, ascendiente de los Pinarios; Calpo, de los Calpurnios; y Mamerco, de los Mamercinos.

Los ancilia

Rev. de un as de Antonino Pío