Lucio Tarquinio el soberbio

Comenzó inmediatamente a reinar Lucio Tarquinio, a quien dieron el sobrenombre de Soberbio, porque, yerno del asesinado, prohibió que se diese sepultura al cuerpo de su suegro, diciendo una y otra vez que Rómulo también había quedado insepulto. Hizo asesinar a los principales senadores que habían favorecido el partido de Servio y rodeó su persona de gente armada; y es que para asegurarse el derecho a reinar, no contaba más que con la fuerza, ya que ni el mandato del pueblo ni la voluntad de los senadores habían intervenido en su exaltación al poder. Él solo decretópenas de muerte, condenas de destierro y confiscación de bienes, no sólo de los sospechosos o de los que odiaba, sino de aquellos que únicamente podían proporcionarle una rica presa. Procuraba principalmente conciliarse la amistad de los latinos y, entre otros hechos, dio en matrimonio su hija a Octavio Mamilio, natural de Túsculo, personaje principal entre este pueblo.

Ya era grande la autoridad de Tarquinio entre los próceres latinos, cuando les ordenó congregarse en un día determinado a fin de tratar de sus comunes intereses. Acudieron en gran número al amanecer; el propio Tarquinio se mantuvo ausente durante el día. Turno Herdiondo, oriundo de Aricia, había lanzado feroces ataques contra el monarca ausente. Mientras aquel hombre turbulento hablaba poseído de ardor, se presentó Tarquinio. Se volvieron todos hacia el recién llegado que, habiéndole aconsejado los que se hallaban próximos que justificase su retraso, dijo que había pasado todo el día resolviendo una querella entre un padre y su hijo. Turno no quedó contento con esta explicación, infirió graves palabras al monarca y se retiró de la asamblea. Tarquinio lo tomó a mal y decidió acabar con el sedicioso. Mediante falsas pruebas e injurias acusó al pobre inocente de tramar la muerte de los principales de la reunión, para lo cual hizo revisar el lugar donde moraba y se encontraron gran cantidad de armas, discretamente colocadas el día anterior por el mismo Tarquinio. Tan terrible indignación estalló ante el espectáculo de las espadas expuestas a los ojos de todos, que sin formación de causa dieron muerte a Turno sumergiéndolo en unas aguas, con un zarzo lleno de piedras al cuello.

Llamados los latinos a nueva asamblea, Tarquinio felicitó a los participantes por haber inflingido la pena merecida al traidor y renovó el tratado con los pueblos representados. Más tarde inició contra los volscos una guerra que debía prolongarse mas de doscientos añosdespués de su muerte, y les arrebató por la fuerza la ciudad de Suesa Pomecia. Fue tan grande el botín, que decidió entonces edificar en honor de Júpiter un vasto templo, en el lugar que su padre Tarquinio Prisco había delimitado para tal propósito.

Lo tuvo, luego, ocupado la guerra contra Gabios, ciudad cercana. Habiéndola atacado por la fuerza y viéndose rechazado de sus murallas, sin posibilidad de sitiarla, se valió del engaño y la traición, artes indignas del carácter romano. Mientras simulaba abandonar la guerra, su hijo Sexto, el menor de los tres que tenía, se pasó de acuerdo con él a Gabios, quejándose de la intolerable crueldad de Tarquinio. Fue recibido por la ciudad y comenzó a tomar posiciones cada vez más importantes, hasta que terminaron por elegirlo jefe del ejército que sería conducido contra la propia Roma. En ese momento, Sexto envió a su padre unos mensajeros para preguntarle que debía hacer entonces. No dio el rey ninguna respuesta de palabra al mensajero, porque no lo consideró suficientemente seguro; sino que trasladándose a los jardines del palacio, seguido del emisario, comenzó a pasear en silencio, mientras cortaba con una varilla las amapolas que sobresalían. Cansado de preguntar y de esperar una respuesta, volvió el mensajero a Gabios, donde se encontró con Sexto y le refirió todo cuanto había visto. El joven inmediatamente entendió la voluntad del padre e hizo perecer a los principales de la ciudad, mediante acusaciones públicas y asesinatos secretos. Entonces vino la ciudad, ayuna de dirección y auxilio, a caer en poder, sin resistencia alguna, del monarca romano.

La Cloaca Máxima, obra de Tarquinio, en una vista de su interior

Respuesta simbólica de Tarquinio el Soberbio a su hijo

Conquistada Gabios, Tarquinio hizo la paz con el pueblo ecuo y renovó el pacto con los tuscos. Consagró luego su atención a los trabajos interiores de la ciudad, el primero de los cuales fue la construcción en el monte Capitolino de un templo consagrado a Júpiter. Es fama que al iniciarse los trabajos se manifestó la voluntad de los dioses para indicar la grandeza del poderío romano, porque al abrir los cimientos del templo, se descubrió una cabeza humana con su rostro completo, aparición que señalaba aquel lugar como imperio y cabeza del mundo.

Consagrado por entero a la terminación del templo, recurrió a los caudales públicos así como a los brazos de la plebe, la cual, aunque este trabajo venía añadírsele al de la milicia, no juzgó pesada carga construir tempos para los dioses. La empleó más tarde en la realización de otras obras menores como la construcción de mercados en el Circo y la de la Cloaca Máxima, receptáculo subterráneo de todas las inmundicias de la ciudad, obra de gran magnificencia. Adiestrada la plebe en estos trabajos y pensando Tarquinio que una población numerosa constituye, cuando no se la utiliza en algo, una carga para la ciudad, envió como colonos a varios de los habitantes a las ciudades de Signia y Circeya.

La Cloaca Máxima, en su desembocadura en el Tíber

En medio de estos trabajos hizo su aparición terrible prodigio: una serpiente, reptando desde una columna de madera, sembró el espanto y la fuga en el palacio, y llenó de angustiosas preocupaciones el espíritu del monarca. Era costumbre consultar con ocasión de los prodigios públicos a los adivinos etruscos, pero como aquel parecía tener un carácter privado, decidió Tarquinio acudir al famoso oráculo de Delfos. Envió a Grecia a sus dos hijos, Tito y Arrunte, a los cuales se unió, como compañero Lucio Junio Bruto, hijo de Tarquinia, hermana del rey, y joven de carácter muy distinto del que por disimulación ostentaba. Sabedor de que los principales de la ciudad habían sido asesinados por orden de Tarquinio, decidió no dar motivo con su conducta a los recelos del monarca ni despertar con sus bienes la codicia del mismo, sino buscar en la insignificancia y el desprecio una seguridad que el derecho sólo podía ofrecerle en muy escasa medida. Así pues, fingió ser necio de propósito, y habiendo entregado su propia persona y sus bienes en manos del rey, admitió que se le diese el sobrenombre de Bruto, ocultando su valor bajo el manto de esta denominación.

Bruto es objeto de la burla de los hijos de Tarquinio

Conducido entonces a Delfos, más como objeto de burla que como compañero, llevó a Apolo, como simbólica significación de su carácter, un báculo de oro encerrado en otro de madera de cornejo, ahuecada para este objeto. Cuando llegaron a su destino y hubieron ejecutado los paternos mandatos, asaltó a los jóvenes el deseo de preguntar cuál de los dos había de ocupar el trono romano. Se cuenta que entonces, desde el fondo del santuario, dijo una voz: "Tendrá el supremo imperio de Roma, el que primero de vosotros, oh jóvenes, de un beso a su madre." Los Tarquinios, a fin de que Sexto, que había permanecido en Roma, quedase ignorante de la respuesta, excluido de la sucesión al reino, convinieron en guardar acerca de lo ocurrido el mayor secreto, y echaron suertes entre sí para decidir cuál de los dos habría de besar a su madre. Pero Bruto, juzgando que las palabras del oráculo debían de tener otra significación, se dejó caer como por accidente y besó la tierra, madre común de todos los mortales. Por fin regresaron a la ciudad, donde se hacían grandes preparativos para la lucha contra los rútulos.

El motivo de la guerra no fue sólo necesidad de llenar las arcas públicas, sino mantener al irritable pueblo ocupado de alguna manera. Tarquinio trató en un principio de apoderarse de la ciudad de Ardea, pero, fracasado el intento, comenzó a estrecharla por medio del asedio. En el campamento, los hijos del rey procuraban matar el tedio de la larga campaña con banquetes y comilonas que organizaban entre sí. Cierto día, mientras estaban bebiendo en la tienda de Sexto Tarquinio, donde también cenaba Tarquinio Colatino, hijo de Egerio, hermano de Tarquinio Prisco; recayó la conversación en las respectivas mujeres de los asistentes. Y como cada uno de éstos elogiase a la suya con entusiasmo, Colatino, en el calor de la discusión, sostuvo estar de más las palabras, y que en pocas horas podría saberse cuán superior a todas era su esposa Lucrecia. Propuso montar a caballo, e ir a contemplar los méritos de sus mujeres. Enardecidos por el vino, volaron a Roma poniendo al galope sus cabalgaduras. Habiendo llegado a la ciudad cuando empezaba a extenderse la noche, se dirigieron a Colacia donde hallaron a Lucrecia, no como las nueras del rey pasando el tiempo en suntuosos banquetes, sino consagrada a hilar la lana en el atrio de la casa. Quedó pues en poder de Lucrecia la palma de aquel femenil certamen. Fue entonces cuando asaltó a Sexto Tarquinio el perverso deseo de abusar por la fuerza de Lucrecia, excitado por su hermosura y virtud. Dando, empero, por terminada aquella nocturna diversión, regresaron al campamento.

Pocos días después regresó Sexto, a escondidas de Colatino, a Colacia. Fue allí recibido como huésped por Lucrecia y sus siervos. Ardiendo de pasión, cundo considero que todo a su alrededor estaba tranquilo y dormido, desenvainó la espada, se acercó junto a la dormida matrona, y oprimiéndole el pecho, le dijo: "calla, Lucrecia, soy Sexto Tarquinio; empuñada traigo la espada; morirás con solo que digas una palabra."Comenzó entonces Tarquinio a confesarle su amor, a rogarle, a mezclar súplicas con amenazas. Más cuando la vioinconmovible y no dispuesta a ceder ante el miedo a la muerte, quiso intimidarla con la deshonra, diciéndole que después de matarla colocaría a su lado el cuerpo desnudo de un esclavo degollado, para que se dijese que había sido muerta mientras cometía repugnante adulterio. Por temor a esta amenaza venció al fin aquella desatentada lujuria el obstinado pudor de la matrona. Huyó al punto Tarquinio, orgulloso de haber arrebatado su honra a aquella mujer, mientras Lucrecia, llena de desesperación, mandaba a llamar a su padre y a su esposo diciéndoles que fueran acompañados cada uno de un amigo fiel. Espurio Lucrecio, padre de la desgraciada mujer, llegó con Publio Valerio y Colatino con Lucio Junio Bruto, que casualmente regresaba con él a Roma. La hallaron sentada en su alcoba llena de tristeza. Rompió a llorar y al preguntarle su esposo si todo iba bien, "en modo alguno", contestó, "porque, ¿qué felicidad puede haber para quien ha perdido el pudor? Huellas de hombre extraño, Colatino, hay en tu lecho; mi cuerpo ha sido mancillado, pero no mi alma inocente; la muerte me será testigo. Extended vuestras diestras y juradme que el adúltero no quedará impune. Es Sexto Tarquinio, enemigo que disfrazado de huésped, se llevó de aquí un placer que ha de serle tan funesto como lo es para mí, si vosotros sabéis mostraros verdaderamente hombres." Todos, después de jurar por turno, intentaron consolar a la triste de espíritu con hacerle ver que, obligada por la fuerza, toda la culpa recaía en el autor del delito; que el alma delinque, pero no el cuerpo, y que donde ha faltado la intención no existe tampoco la falta. "A vosotros - exclamó ella - toca decidir lo que hacéis con él; yo, aunque me absuelvan del delito, no quiero librarme del castigo; ninguna impúdica podrá disculparse con el ejemplo de Lucrecia." Dijo, hundió en el corazón el puñal que traía oculto bajo el vestido, y doblándose sobre la herida, cayó moribunda en medio de los lamentos de su padre y de su marido.

Mientras ambos se entregaban a su dolor, Bruto, arrancando de la herida el chorreante puñal y teniéndolo levantado, gritó: "Por esta sangre, la más casta de todas antes de que la mancillase la ofensa regia, juro, poniéndoos por testigos, oh dioses, que yo a Lucio Tarquinio el Soberbio, con su criminal mujer y toda la estirpe de sus hijos, con el hierro, con el fuego, y por todos los medios violentos que pueda, he de arrojar de la ciudad, sin consentir que ni ellos ni otro alguno vuelva a reinar en Roma."

La violación de Lucrecia

Lucio Junio Bruto

Denario de Marco Junio Bruto (54 a.C.). En el rev., G. Servilio Ahala.

La muerte de Lucrecia

Entregó luego el arma sucesivamente a Colatino, a Lucrecio y a Valerio, quienes veían estupefactos y como cosa de milagro aparecer una nueva inteligencia en el pecho de Bruto. Juraron como se les pedía, y cuando el dolor cedió su lugar a la ira, lo siguieron como jefe que los llamaba a acabar con la monarquía. El cuerpo de Lucrecia, trasladado de la casa al foro, provocó generalindignación. Todos se dolían de la criminal violencia regia, y quedaban impresionados por la actitud de Bruto, que censurando las lágrimas e inútiles lamentaciones, proponía tomar las armascontra el que osase oponérseles como enemigos, único partido digno de unos hombres romanos por añadidura. Los mancebos más decididos y animosos se presentaron voluntariamente con sus armas. Dejando luego en Colacia una parte de las fuerzas, y después de colocar centinelas en las puertas a fin de que nadie anunciase al rey la sublevación, se dirigieron armados a Roma llevando a Bruto como jefe. Cuando llegaron a la ciudad, por dondequiera pasaba la armada juventud, iba sembrando el pavor y el tumulto, pero al ver al frente de ella a los principales ciudadanos del Estado, pensaron que sus móviles no podían ser de poca monta. El atroz crimen de Sexto Tarquinio provocó en Roma indignación no menor que en Colacia. De todos los lugares de la ciudad acudía al foro la gente en tropel. Allí pronunció Bruto un discurso, en modo alguno correspondiente al carácter y espíritu que hasta aquel momento había simulado, acerca de la insensata lujuria de Sexto, del infame estupro cometido a la persona de Lucrecia, de la lamentable muerte de ésta y de la orfandad de Lucrecio. Recordó la soberbia del propio rey, las miserias y trabajos de la plebe, y la indigna muerte de Servio Tulio. Estos y otros crímenes más atroces impulsaron al pueblo enardecido por lo que el orador había recordado a suprimir el poder real y a ordenar que Lucio Tarquinio saliese desterrado de la ciudad con su mujer e hijos. El propio Bruto, después de seleccionar y proveer de armas a los jóvenes, marchó al campamento de Ardea para sublevar el ejército contra el rey. En medio del tumulto, Tulia escapó del palacio cubierta de maldiciones por doquiera.

Llegadas estas noticias al campamento, como el rey asustado por la novedad del suceso se dirigiese a Roma para sofocar la rebelión, Bruto tomó por otro camino, al tener noticia de su viaje, para no encontrarse con él; casi al mismo tiempo arribaron por distintos caminos Tarquinio a Roma y Bruto a Ardea. Halló aquel cerrada las puertas y supo que se le había condenado al destierro, mientras los soldados del campamento recibían alegremente al libertador de su patria y arrojaban de sus filas a los hijos del rey. Dos de ellos siguieron a su padre a su destierro de Cere, ciudad etrusca. Sexto Tarquinio, que se había retirado a Gabios como a su reino propio, pereció a manos de quienes con su muerte vengaban los viejos agravios.

Reinó Lucio Tarquinio el Soberbio veinticinco años, y duró la monarquía, desde la fundación de la ciudad hasta su liberación, doscientos cuarenta y cuatro. La elección de la forma de gobierno que seguiría a la monarquía parecía a todos difícil y ardua. Bruto propuso cambiar, en primer lugar, el nombre de rey por uno más humano y moderado; en segundo lugar, planteó dividir el poder real en dos personas, siendo así menos soberbios y orgullosos. En cuanto a los muy numeroso atributos que se dan a los reyes, sugirió eliminar algunos, como el cetro, la corona, los vestidos de púrpura; y usarlo sólo los días de fiesta y procesiones triunfales. Sin embargó creyó conveniente continuar con el uso de los tronos de marfil en el que se sientan para juzgar, conocidos como sillas curules, la blanca vestimenta bordeada de púrpura y los doce lictores que los proceden. Finalmente, aconsejó con gran sabiduría, no permitirles gobernar vitaliciamente, sino limitar a un año la duración de su cargo. El hecho de que una misma persona alternativamente gobierne y sea gobernada, y sea desposeída del mando antes de que su mente se corrompa, refrena a las naturalezas audaces y no permite que el temperamento se embriague de poder. Eligieron para el nuevo cargo el nombre de cónsul, que significa "consejero" o "delegado", porque los romanos llamaban consilia a los consejos. Aceptadas por todos estas sapientísimas reformas, fueron nombrados dos cónsules por los comicios centuriados, según las normas instituidas por Servio Tulio. Los elegidos fueron Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquinio Colatino.

Silla curul

En el rev. de un denario (46 a.C.). En el anv., Apolo