primeros hechos

Conspiración para reinstaurar la monarquía.

Guerra contra los etruscos. Muerte de Bruto.

Leyes Valerias. Dedicación del Capitolio.

Porsena.

Guerra Sabina y Latina. Institución de la dictadura. Batalla del lago Regilo.

La intolerable tiranía del último de los reyes contribuyó a que la conquistada libertad fuese acogida con mayor entusiasmo. En efecto, los antecesores de Tarquinio habían gobernado con gran prudencia y contribuyeron a que aquel primer conglomerado de pastores y advenedizos sintieran un gran amor al patrio suelo. Indudablemente la discordia habría dado al traste con el Estado romano si éstos monarcas no hubieran regido. En cambio, luego de la tiranía, la tranquila influencia de unpoder moderado como el de los cónsules, lo puso en condiciones de soportar con plena madurez de los dulces frutos de la libertad. El origen de ésta se debió más a la creación de la autoridad anual que al hecho de que se disminuyese en nada el regio poder. Los primeros cónsules retuvieron, en efecto, todos los derechos e insignias reales: sólo se evitó que ambos llevasen a un mismo tiempo las "fasces", y se eliminaron el cetro, la corona y las vestimentas purpúreas.

Bruto, antes que nada, hizo jurar al pueblo que no doblegándose en lo sucesivo a ruegos ni obsequios reales, jamás consentiría que nadie reinase en Roma. Aumentó el número de senadores hasta trescientos y creó el rey de los sacrificios, para celebrar ciertas ceremonias propias de los monarcas. Luego, obligó a su colega Tarquinio Colatino, sospechoso por su parentesco con los Tarquinios, a abdicar el consulado y salir de la ciudad. Fue elegido como cónsul sustituto Publio Valerio, con ayuda del cual se había expulsado a los reyes.

Conspiración para reinstaurar la monarquía

Había en la juventud romana algunos sujetos, nacidos de ilustres familias, cuyos caprichos durante la monarquía no habían tenido freno. Se quejaban éstos entre sí de la pérdida de sus privilegios. En tal estado de descontento se hallaban los ánimos, cuando llegaron emisarios de parte de la familia real a reclamar los bienes de los desterrados. Mientras que el Senado deliberaba y buscaba una solución, los enviados se reunieron secretamente con los traidores jóvenes, entre los cuales se encontraban Tito y Tiberio, hijos del mismo Bruto. Buscaron distintas formas paraintroducir a Roma nuevamente la monarquía. La víspera de que partiesen los embajadores para reunirse con los Tarquinios, cenaban los conjurados, hablando de su proyecto, y entretanto uno de los esclavos sorprendió la conversación y vio como los emisarios guardaban una carta de los jóvenes dirigida a el tirano. Inmediatamente contó de lo sucedido a los cónsules. Estos salieron de su cada para aprehender a los emisarios y a los conjurados, y sin ruido ninguno dominaron la situación, cuidándose en primer término de que la carta, prueba del delito, no se perdiese. Los traidores fueron al punto metidos en la cárcel, y los embajadores fueron sueltos y despedidos de la ciudad, prevaleciendo el derecho de gentes.

El asunto de la devolución de los bienes reales, que con anterioridad había sido favorablemente resuelto, volvió a someterse a la consideración del Senado. Éste prohibió la restitución de las propiedades y las entregó al pillaje de la plebe. El campo de los Tarquinios, que se extendía entre la ciudad y el Tíber, fue consagrado a Marte y recibió el nombre de esta divinidad. Dado que se encontraba cubierto de trigo, apto para ser segado, y como conforme a la religión no era lícito consumir el fruto de aquel campo, fue arrojada al Tíber toda la cosecha, que cubierta de fango se estancó en los vados, y uniéndose a ellos las otras miles de cosas que el río arrastra en su curso, dieron origen a una isla.

Fin de la monarquía: Bruto entre los lictores

Rev. de un denario de M. Junio Bruto

La isla Tiberina

Saqueados los bienes de los reyes y condenados los traidores, fueron sometidos al suplicio. Fue ésta tanto más notable cuanto que los cónsules impusieron a un padre la obligación de someter al castigo a sus propios hijos, y que la suerte eligió por ejecutor de la pena al que incluso como espectador debió alejar de aquel sitio. Nobilísimos jóvenes estaban atados al poste; pero los ojos de todos se apartaban de los demás, como de gentes anónimas, para posarse en los hijos del cónsul; dominaba a los presentes un sentimiento de conmiseración, más que por la pena misma, por la clase de delito merecedora de tal castigo; pensaban que aquellos jóvenes habían concebido aquel año el proyecto de entregar a un tirano, otrora rey y ahora desterrado enemigo, la patria liberada, el propio padre, autor de la liberación, el consulado, el Senado, el pueblo y todos los dioses y ciudadanos romanos. Avanzaron los cónsules hasta el tribunal, y para que ejecutasen el suplicio enviaron a los lictores. Golpean éstos con las varas a los desnudos cuerpos y luego les cortan la cabeza con el hacha. Durante aquel tiempo, los ojos no se apartaban de Bruto y de los movimientos de su fisonomía: su mirada era firme y dura, pues, mientras todos los demás asistentes al suplicio lloraban, él fue el único al que no se vio ni lamentar la suerte de sus hijos, ni compadecerse a sí mismo por la soledad que se iba a adueñar de su casa, ni dar ninguna otra muestra de debilidad, sino que permaneció sin soltar ni una lágrima ni un gemido e, imperturbable, soportó la desgracia con valor. Tal fue la fuerza de su voluntad, tal su firmeza en el mantenimiento de las sentencias y tal su dominio sobre los sentimientos que perturban la razón.

Los cónsules Publio Valerio y Marco Junio Bruto en el tribunal, condenando a muerte por traición a los hijos de este último

A continuación del castigo de los culpables, para dejar sentado un precedente memorable que, en la doble perspectiva del premio y el castigo, mantuviera el delito a raya, se recompensó al delator con dinero del tesoro público, con la libertad y con la ciudadanía.

Los lictores llevan a su hogar los cuerpos muertos de los hijos de Bruto, que se encuentra sentado a la izquierda

Guerra contra los etruscos. Muerte de Bruto.

Cuando Tarquinio se enteró de lo sucedido en Roma, comenzó los preparativos para la guerra, único camino posible luego de que la astucia no había dado resultados. Recorrió suplicante las poblaciones de Etruria en busca de auxilio, recordando el parentesco y la sangre común. Las ciudades de Veyos y Tarquinia siguieron a Tarquinio, para reclamar el trono y castigar por las armas a los romanos. Una vez llegado a territorio romano, los cónsules le salen al encuentro al enemigo. Bruto se adelantó con la caballería para explorar. De igual modo, los jinetes contrarios iban a la cabeza, a las órdenes de Arrunte Tarquinio, hijo del rey. Cuando éste se dio cuneta desde lejos por los lictores de la presencia del cónsul, y reconoció luego a Bruto, al verle de cerca la cara, arrebatado por la ira gritó: "¡Ese es el hombre que nos ha desterrado arrojándonos de la patria! ¡Ved cómo avanza orgullosamente, decorado con las insignias de nuestro poder! ¡Ayudadme, dioses vengadores de los reyes!" Dijo, y aguijoneando su caballo, se arrojó enfurecido sobre el cónsul. Se dio cuenta Bruto del ataque y se lanzó a él con ardor; y tal fue el ciego odio con que se acometieron, que olvidándose ambos de proteger su propio cuerpo, con tal de herir el de su enemigo, penetraron las lanzas por los escudos y cayeron moribundos los contendientes al suelo. Enseguida comenzó la batalla, y chocaron las infanterías de ambos bandos. La victoria quedó indecisa, pero los de Veyos habían sido deshechos, y el terror se apoderó de Tarquinio, que escapó durante la noche con el resto de su ejército. Valerio, el otro cónsul, al descubrir que lo contrarios habían escapado, regresó triunfante a Roma y celebró las exequias de su colega con todo el aparato que entonces era posible. Se cuenta que durante las mismas pronunció por primera vez una oración fúnebre en honor al difunto, costumbre propia de los romanos. Las matronas decidieron guardar luto durante un año, como si se tratase de un padre, a tan acérrimo paladín del pudor ultrajado.

Leyes Valerias. Dedicación del Capitolio.

Con respecto al cónsul superviviente, la actitud popular pasó del favor a la aversión e, incluso, a sospechas y a acusaciones tremendas. Corría el rumor de que aspiraba al trono, porque no había hecho elegir un colega en sustitución de Rómulo y porque estaba edificando en lo alto de la colina Velia: sobre aquélla posición elevada y guarnecida se estaba haciendo una ciudadela inexpugnable. El cónsul, indignado y atormentado por estas acusaciones, convocó a la plebe y mandó inclinar ante ella las fasces. Luego comenzó un discurso en el que nombraba todos los beneficios que había otorgado a la República y terminó por asegurarles que no construiría su casa en la cima del Velia si esto comprometía la libertad. Propuso, luego, unas leyes que no sólo iban a librar al cónsul de la sospecha de pretender al trono, sino que lo iban a mostrar desde una perspectiva totalmente opuesta, hasta el punto que desde allí fue conocido como Publícola, amante del pueblo. Se recibieron con especial complacencia la ley de la apelación al pueblo contra la sentencia de los magistrados. Covocó luego a comicios que designaron como cónsul a Espurio Lucrecio Tricipitino, padre de Lucrecia, que murió a los pocos días de designado. En su lugar fue elegido Marco Horacio Pulvilo.

Como aún no se había hecho la dedicación del templo de Júpiter en el Capitolio, echaron suertes entre sí Valerio y Horacio para decidir quién de los dos había de presidir la ceremonia. Recayó la designación en sobre el segundo y Publícola marchó a la guerra contra los de Veyos. Los amigos de Valerio llevaron con desagrado mayor de lo que era razonable el que se confiase a Horacio la consagración de un templo tan famoso. Y habiendo intentado impedirlo por todos los medios, y después de fracasar en el empeño, se acercaron a Horacio con la triste nueva, cuando ya tocaba el poste con la mano y recitaba las plegarias de ritual a los dioses, de que su hijo había muerto, y que hallándose su familia contaminada por la desgracia no podía dedicar el templo. Horacio, sin apartarse ante la noticia de su propósito más que lo suficiente para pedir que enterrasen el cadáver, continuó sujetando el poste, terminó su plegaria y consumó la dedicación.

Estos fueron los hechos que tuvieron lugar en la paz y en la guerra durante el primer año que siguió a la expulsión de los reyes.

Porsena.

Luego fueron nombrados cónsules Publio Valerio, por segunda vez, y Tito Lucrecio. Entretanto los Tarquinios habían buscado refugio en la corte de Larte Porsena, rey de Clusio. Allí, uniendo súplicas y proyectos lo incitaban a declarar la guerra a Roma y vengar la expulsión de un rey de su misma sangre y nombre. Pensando Porsena ser honroso para los etruscos que hubiese en Roma un rey de su estirpe, marchó contra la ciudad con poderoso ejército. El terror se apoderó de la ciudad, en especial del Senado. Al acercarse el enemigo, las gentes huyeron de los campos a la ciudad, la cual quedó rodeada de guarniciones. Unas de sus partes se veían protegidas por las murallas y otras por la interpuesta corriente del Tíber. Un puente asentado sobre poste de maderas, el puente Sublicio, estuvo a punto de ofrecer acceso al enemigo, de no haber sido por la intervención de un solo hombre, Horacio Cocles, en quien aquel día la buena suerte de la ciudad encontró un baluarte. Se hallaba por casualidad de vigilancia en el puente, cuando habiendo visto que el monte Janículo, atacada súbitamente, caía en poder del enemigo, que éste avanzaba desde dicho lugar precipitadamente, y que sus compañeros, atemorizados, arrojaban las armas y deshacían la formación, encarándose con cada uno de ellos los instaba a detenerse y que cortaran el puente como pudiesen, mientras el aguantaría el ataque. Avanzó luego hacia la cabeza del puente e inicio una lucha cuerpo a cuerpo con los enemigos que se acercaban. A su lado habían quedado Espurio Larcio y Tito Herminio, ilustres ambos por su alcurnia y sus hazañas. Con éstos hizo frente Cocles a la primera tempestad del peligro y sostuvo un poco lo más tumultuoso del ataque; pero llamándole al punto los que cortaban el puente, obligó a sus compañeros a retirarse a lugar seguro. Luego, dirigiendo amenazador feroces miradas a los jefes etruscos increpándolos a todos como "esclavos de reyes soberbios, que olvidados de reconquistar su propia libertad, venían a atacar la ajena." Vacilando ellos algún tiempo, comenzaron a arrojar por todas partes contra aquel único enemigo sus flechas. Se clavaron éstas en el escudo que le protegía, sin que Cocles, obstinado en su empeño, dejase de recorrer a grandes pasos el puente. Ya estaban a punto de atacarle y arrojarlo al río cuando el estrépito del puente al derrumbarse. Entonces Cocles se arrojó armado como estaba, al río, y mientras le caían encima innumerables dardos, lo cruzó a nado hasta reunirse con sus compañeros. Agradecida Roma a tan insigne valor, erigió a Cocles una estatua en el comicio y le concedió tanto terreno cuanto pudiese arar en círculo durante un día.

Templo de Júpiter Capitolino

Rev. de un denario del 78 a.C.; en el anv., cabeza de Júpiter.

Horacio Cocles rechazando del puente al enemigo

Rechazado Porsena en aquel primer intento y cambiando su designio de tomar por asalto la ciudad por el de sitiarla, colocó una guarnición en el Janículo, mientras él acampaba en la llanura y a orillas del Tíber y colocaba embarcaciones para impedir que se introdujese trigo en la ciudad y poder pasar a través del río tropas que se entregasen al pillaje. Para terminar con esto, el cónsul Valerio hizo sacar el ganado que se encontraba en resguardo de la ciudad por la puerta Esquilina esperando que el enemigo, conducido por el hambre, cruzaran el río en mayor número que el acostumbrado. Valerio dispuso que Tito Herminio se situase ocultamente con algunas tropas ligeras en la puerta Colina, y que una vez el enemigo hubiese pasado, se interpusiera entre él y el río, a fin de cortarle la retirada. Y habiendo salido el otro cónsul Tito Lucrecio por la puerta Nevia, con algunos manípulos de soldados, el propio Valerio descendió del monte Celio con cohortes escogidas. Estos fueron los primeros en chocar con los enemigos. Herminio, al sentir el tumulto, salió corriendo de la emboscada y destrozó la retaguardia etrusca que resistía a Lucrecio; por la derecha y por la izquierda, desde la puerta Colina por un lado, y desde la Nevia por otro, contestaron a su griterío; los merodeadores, tomados en medio, perecieron. Este combate puso fin a las incursiones del ejército etrusco.

Continuaban entretanto el asedio y la extrema escasez y carestía de trigo. Tenía Porsena fundadas esperanzas de que el bloqueo acabaría por entregarle la ciudad, cuando el noble Cayo Mucio, pareciéndole indigno que mientras el pueblo romano, sumido en la esclavitud bajo los reyes nunca había sufrido un asedio como aquel, se presentó al Senado y dijo: "Quiero, padres, atravesar el Tíber y entrar en el campamento enemigo, no como ladrón ni vengador de sus rapiñas; mayor intento abrigo en mi pecho, si los dioses me ayudan. Haciéndome pasar por desertor, entraré en el fuerte etrusco y os prometo que mataré al rey de los contrarios. Muerto Porsena, la guerra acabará y de mi será lo que quieran los dioses inmortales." Obtenida la aprobación de los senadores y llevando y llevando oculto un puñal debajo del vestido, se puso en camino.

Cuando llegó a destino, se disimuló entre la gran muchedumbre que rodeaba el regio tribual. Un secretario junto al monarca y vestido casi como éste, llevaba el peso del trabajo y al él se dirigían por lo común los soldados. Como Mucio no podía preguntar quién era el rey, por temor a ser descubierto, confió a la suerte la ejecución de su proyecto, y dio muerte al secretario en vez de matar al monarca. Inmediatamente fue aprehendido por los guardias reales, quienes lo llevaron ante la presencia del mismo rey."Ciudadano romano soy - dijo -. Mi nombre es Cayo Mucio. Enemigo, he querido matar a un enemigo, y no tengo menos valor para dar la muerte que para recibirla; ejecutar grandes cosas y sufrir las consecuencias es propio de romanos. No soy el único que abriga contra ti iguales intenciones; detrás de mi hay todo una legión que reclaman este mismo honor. De consiguiente, prepárate, si te conviene, a luchar en cada hora por tu propia persona, porque encontrarás un puñal y un enemigo en el vestíbulo mismo de tu tienda. Esta es la guerra que te hemos declarado los jóvenes romanos. Tendrás que habértelas solo con cada uno de nosotros."Como el rey, colérico y aterrorizado, ordenaba que rodeasen al joven con llamas si no le manifestaba la trama conque veladamente pretendía amedrentarle: "Mira, exclamó Mucio, y date cuenta de cuán despreciable cosa es el cuerpo, para quienes aspiran a una gran gloria"; y metiendo la diestra en el brasero encendido para el sacrificio, dejó, como si su espíritu se hubiese tornado insensible al dolor, que el fuego la consumiese. Saltó el rey de su asiento medio atónito por el prodigio y dejó partir al joven sano y salvo. Entonces Mucio, queriendo corresponder a la merced recibida le dijo que trescientos principales de la juventud romana se habían juramentado para acabar con él por el mismo camino.

Despedido Mucio, a quien por la pérdida de la mano derecha se dio después el nombre de Escévola (Zurdo), le siguieron a Roma embajadores enviados por Porsena. De tal modo le habían impresionado el peligro que acababa de correr y la perspectiva de tener que hacer frente a tantos riesgos. Se pactaron las condiciones de paz, que incluían la entrega de rehenes por parte de Roma. Los senadores, para recompensar el valor de Cayo Mucio, le concedieron más allá del Tíber unos terrenos que más tarde recibieron el nombre de "prados mucianos".

Esta honra concedida al valor, movió también a las mujeres a ejecutar hazañas dignas de pública recompensa. Como le campamento etrusco se hallaba a poca distancia de las orillas del Tíber, la joven Clelia, que figuraba entre los rehenes, burlando a los centinelas y encabezando el grupo de sus compañeras, atravesó a nado el río en medio de las flechas enemigas y las condujo sin excepción a la ciudad. Cuando el rey lo supo, se dejó llevar por la cólera y exigió la inmediata devolución de los rehenes, pero luego reflexionó y reconoció la valentía y la hazaña de la doncella, por lo que terminó por restituirla intacta e inviolada. Restablecida la paz, los romanos, queriendo recompensar el valor excepcional de aquella mujer con honra también excepcional, le consagraron una estatua ecuestre en lo alto de la Vía Sacra.

Renunciando, pues, a la guerra contra Roma, se retiró Porsena del territorio de los quirites y regresó a su patria. Fueron nombrados cónsules Espurio Larcio y Tito Herminio, y después Publio Lucrecio y Publio Valerio Publícola. Durante este año vinieron a Roma por última vez emisarios de Porsena en solicitud del restablecimiento de los Tarquinios. Y habiéndoseles respondido que el Senado mandaría emisarios con la respuesta, fueron enviados los senadores más distinguidos para no soliviantar los ánimos. Ellos le comunicaron que el pueblo romano no era ya una monarquía, sino un Estado libre, y estaba decidido abrir sus puertas al enemigo antes que a los reyes. Vencido de admiración, Porsena aceptó la respuesta y restituyó los rehenes que aún quedaban en su poder. Tarquinio, perdida toda esperanza, se desterró a Túsculo. La paz de los romanos con Porsena fue leal y duradera.

Guerra Sabina y Latina. Institución de la dictadura. Batalla del lago Regilo.

Durante el año del consulado de Marco Valerio y Publio Postumio se lucho con buen éxito contra los sabinos. Ambos cónsules obtuvieron el triunfo. Fueron designados luego Publio Valerio, por cuarta vez, y por segunda, Tito Lucrecio. Por ese tiempo, Atto Clauso, sabino defensor de la paz con los romanos, huyó a Roma con toda su familia y clientes desde Regilo. Llegado a la ciudad recibió el nombre de Apio Claudio. Los cónsules invadieron territorio sabino y lo devastaron. Al año siguiente, bajo el consulado de Agripa Menenio y Publio Postumio, murió Publio Valerio Publícola, grande en las artes de la guerra y de la paz. Mientras tanto la colonia de Suesa Pomecia se rebelaba contra Roma y hacía allí se concentraba todo el furor guerrero.

Los cónsules nombrados para el siguiente, Opiter Verginio y Espurio Casio, atacaron Pomecia. Durante la lucha salió gravemente herido uno de los cónsules, sin embargo el asedio de la ciudad llegó a buen término y se celebró el triunfo.

El siguiente año tuvo por cónsules a Póstumo Cominio y Tito Larcio. En el transcurso del mismo, durante los juegos públicos, comenzó un altercado entre la plebe porque unos sabinos habían robado a unas cortesanas. Poco faltó para que se originara una rebelión. Ante esta situación de los asuntos públicos, el Senado decidió suprimir el poder consular y crear otra magistratura con plenos poderes sobre la guerra, la paz y todos los restantes asuntos, soberana y no sujeta a rendición de cuentas. La duración de la nueva magistratura era de seis meses; para lo cual deberían renunciar Larcio y Cominio, así como todos los que ostentaran alguna función pública, y a aquel que el Senado eligiera y el pueblo confirmara, se le entregaría el poder de todos. Luego de una exhaustiva y cuidadosa búsqueda fue nombrado dictador Tito Larcio, que a la vez eligió jefe de la caballería a Espurio Casio.

Creado por primera vez en Roma el dictador, cuando el pueblo vio que al nuevo funcionario se le daban como insignias las hachas, se llenó de temor y se dispuso a cumplir más estrictamente sus órdenes. Ya no se podía, como en el caso de los cónsules, cuyo poder era igual, recurrir de las decisiones de uno de ellos a su colega, ni apelar al pueblo; no quedaba otro camino que la obediencia. Este hecho produjo entre los sabinos una gran inquietud, por lo cual enviaron legados para solicitar la paz y disculparse de la falta cometida por unos jóvenes. Cumplido el propósito de su elección, Tito Larcio renunció a su cargo de dictador.

Los cónsules Servio Sulpicio y Manio Tulio fueron elegidos al año siguiente, y luego Tito Ebusio y Cayo Vetusio, bajo cuyo gobierno tuvieron lugar el sitio deFidenas, la conquista de Crustumeria y la defección de Prenesta, que se pasó al partido romano, abandonando a los latinos. La guerra con éstos no tardó en estallar. Nombrado dictador, para hacer frente a una guerra de tal magnitud, Aulo Postumio eligió como jefe de caballería a Tito Ebucio. Al frente de grandes tropas hallaron a el enemigo a orillas del lago Regilo, en el territorio de Túsculo. Al oír los romanos que los Tarquinios figuraban en las filas latinas, fue tal su indignación, que atacaron sin pérdida de tiempo. El resultado fue la batalla más importante y encarnizada de cuantas hasta entonces se habían librado. Los jefes no se limitaron a dirigirla con su consejo, sino que se mezclaron en el combate luchando cuerpo a cuerpo. Tarquinio el Soberbio, a pesar de sus años, lanzó impetuosamente su caballo contra el dictador; pero herido en un costado, fue rodeado al punto por su gente y conducido a lugar seguro. Ya echaban pie atrás los romanos por una de las alas, cuandoMarco Valerio, hermano de Publícola, vio como el joven Tarquinio se pavoneaba orgullosos al frente de sus tropas. Entonces, arrebatado por el recuerdo de la gloria de su casa, metió espuelas al caballo y se arrojó lanza en mano sobre Tarquinio. Esquivó éste el ataque y busco refugio entre sus propias filas. Valerio, al chocar contra el frente de los desterrados, recibió en el costado un golpe que le atravesó de parte a parte, y sin que el caballo se detuviera, cayó moribundo a tierra el guerrero romano. Y como el dictador viese esto y como sus tropas retrocedían ordenó a su guardia personal que consideraran como enemigo a cualquiera que huyera. Y así, colocados entre dos peligros, los romanos renunciaron a la fuga y restablecieron el frente. La cohorte del dictador inició entonces el combate, y como sus cuerpo y su valor estaban intactos, fácil les fue destrozar a los exhaustos desterrados. El dictador entonces se dirigió velozmente a donde estaba su caballería, y les ordenó desmontar y reanudar el combate, ayudando a la agotada infantería. Cuando ésta vio que los próceres de la juventud compartían con ella el peligro, recobró el valor. Por fin, empujados los latinos, se quebrantado frente comenzó a retroceder. Trajeron a los jinetes sus caballos para que pudiesen perseguir al enemigo; venía luego la infantería. Se dice que en esta batalla dos jinetes de barba incipiente y muy superiores en belleza y estatura, se aparecieron a Postumio y se pusieron al mando de la caballería. Cuentan, que terminada la batalla fueron vistos en el mismo Foro de Roma y que limpiaron sus heridas en un manantial que brota cerca del templo de Vesta. Nunca mas se los volvió a ver, y se convencieron de que las figuras eran las de los Dióscuros: Cástor y Pólux. De esta increíble y asombrosa aparición de las divinidades hay en Roma muchas señales: no sólo el templo de los Dióscuros, que erigió la ciudad en el Foro, allí donde se vieron sus figuras, sino también fastuosos sacrificios que el pueblo celebra cada año el día 15 de julio, día en que ganaron esta batalla. De este modo se combatió a orillas del lago Regilo, quedando los latinos aplastados y saqueado su campamento. El dictador y el jefe de la caballería regresaron triunfantes a Roma.

Cayo Mucio Escévola colocando su mano derecha sobre el fuego de los sacrificios.

Los Dióscuros a caballo

Denario (c. 154 a.C.)

A: la diosa Roma con casco, X (símbolo del denario). R: los Dióscuros a caballo, C·SCR (Gaius Scribonius), ROMA

Estatuas de los Dióscuros junto a sus caballos, en la Plaza del Capitolio

Las tres columnas del Templo de Cástor y Pólux, en el Foro Romano (en primer plano, a la derecha, los restos del templo circular de Vesta)

Durante el trienio subsiguiente no hubo verdadera paz ni verdadera. Fueron cónsules Quinto Clelio y Tito Larcio y después Aulo Sempronio y Marco Minucio. En tiempos de estos últimos tuvo lugar la dedicación del templo de Saturno y la institución de las fiestas Saturnales. Siguió luego el consulado de Aulo Postumio y Tito Verginio, y más tarde el de Apio Claudio y Publio Servilio. Durante este año se conoció la muerte de Tarquinio, fallecido en Cumas, en la corte del tirano Aristodemo. Esta nueva infundió aliento a los patricios y a la plebe. La alegría de los primeros no tuvo límites; la segunda, en cambio, que hasta entonces había sido tratada con grandes miramientos, comenzó a ser objeto de malos tratos por parte de los poderosos. El 15 de mayo fue dedicado el templo de Mercurio. Se comenzó luego una guerra contra los volscos en su propio territorio. Tomados por sorpresa, suplicaron la paz. Pero, una vez que el peligro se alejó, volvieron a prepararse para la guerra y asociaron a los hérnicos a su proyecto y enviaron emisarios por todas partes a fin de sublevar el Lacio. Pero la reciente derrota a orillas del lago Regilo había infundido en los latinos tan grande odio que ni siquiera se abstuvieron de poner sus manos en los embajadores, los cuales, hechos prisioneros, fueron llevados a Roma. El Senado se quedó tan satisfecho de la conducta de los latinos que les devolvió todos los prisioneros. Nunca anteriormente el nombre latino había estado más unido al imperio romano.

Los restos del Templo de Saturno, en el Foro Romano