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Hozabejas, en las Caderechas (y 4)

 Completando la ruta

De regreso hacia el valle  -tras haber admirado el singular espectáculo del paso del desfiladero que nos hubiera conducido a Escóbados de Abajo-  retomamos el camino hacia Rucandio pasando bajo los verticales paredones del  Portillo del Infierno  por donde discurre un viejo camino carretero  -transitado en otro tiempo por  los famosos arrieros de Las Caderechas-  ideal para efectuar atractivos recorridos senderistas.

Rucandio sigue manteniendo su estructura como núcleo medieval con sus casas agrupadas en cerradas manzanas. Casi todas las construcciones suelen ser altas, con dos o tres plantas, en las que se reservaban grandes espacios para almacenar la abundante fruta producida en la cosecha.  

 Vista panorámica de Rucandio

           Los siguientes pueblos del recorrido  -Madrid de Caderechas, Huéspeda y Herrera-  se encuentran en la parte más alta de la comarca y, para llegar hasta ellos, es necesario ascender suavemente por la carretera que nos conduce a través de un extenso y frondoso pinar.

Aunque aparecen algunos ejemplares de pino albar, la especie dominante en todo el Valle es el "pino pinaster" que en su día fue introducido en la zona por su rica producción de resina, producto del que hablaremos más adelante debido a la importancia que su explotación tuvo -años atrás- en el desarrollo económico de la mayoría de las localidades del Valle.   

  Huéspeda y Madrid de Caderechas, casi en el horizonte. 

Favorecidos por un denso sotobosque de helechos, brezos y boj, en estos bosques encuentra refugio una variada cohorte animal. Los jabalíes y, sobre todo los corzos, son las piezas preferidas de los lobos que algunas veces se acercan a cazar desde sus guaridas en las parameras de La Lora. Así mismo  son muy abundantes las ardillas y no es rara la presencia de zorros y gatos monteses.  

                   ardilla                       

     Tampoco es difícil sorprender ruidosas bandadas de piquituertos en busca de piñas, que se cruzan en sus alborotados vuelos con carboneros, cucos, picapinos y pitos reales. Entre las rapaces del bosque están presentes  águilas culebreras, halcones abejeros, gavilanes y azores.

En el suave ascenso hacia Madrid de Caderechas llama la atención, por su fuerte contraste con la vegetación, unas blanquísimas manchas del terreno que anuncian la presencia de una apreciada arcilla: el caolín, al que ya nos hemos referido, de pasada, al aludir a la explotación que existió en Hozabejas tiempo atrás.   

 Formaciones de caolín 

            Hay que saber, sobre el particular, que las rocas y materiales de la zona pertenecen al Cretácico Inferior y al Jurásico, y están constituidas esencialmente por las mencionadas arcillas, arenas, areniscas, calizas arenosas, margas y conglomerados cuarcíticos. Estos últimos fueron depositados en la 'cubeta de Caderechas' hace 160 millones de años por el delta de un caudaloso río

               Conviene referirnos en este punto a la etimología del nombre del Valle que, según los estudiosos del lenguaje  -destacando al muy ilustre D. Ramón Menéndez Pidal-  está en la palabra latina cataracta: "Caída desde cierta altura del agua de un río u otra corriente por brusco desnivel del cauce". (25) 

Otro interesante detalle sobre la geología caderechana es la abundancia de fósiles de grandes y vistosos ammonites y belemnites.

Enseguida se llega a una pequeña aldea que tiene el honor de compartir el nombre con la capital de España: Madrid de Caderechas.  El recorrido atraviesa la localidad sin sufrir ningún atasco y alcanza Huéspeda, un tranquilo pueblo situado a 859 metros de altura desde el que se dominan unas extraordinarias panorámicas de todo el valle de Las Caderechas.  

Panorámica desde Madrid de Caderechas. La Mesa de Oña, al fondo. 

                      Otra vez por Madrid, hay que continuar por el carreteril asfaltado hasta llegar a Herrera, desde donde también se disfruta de unas excelentes vistas. Tomando dos cruces hacia la derecha, la carretera vuelve a internarse por un denso pinar que la acompañará hasta alcanzar Quintanaopio.  Como casi todas las localidades de las Caderechas, este pueblo tiene una sonora denominación con un origen etimológico que hace referencia a un nombre propio de persona: Oppio.  

  Vista panorámica desde 'El Mazo' de Quintanaopio, mirando hacia Oña

            Desde Quintanaopio hay que remontar unos kilómetros las aguas del arroyo Ojeda para alcanzar el pueblo del mismo nombre.

De nuevo en Quintanaopio, y antes de continuar hacia Cantabrana, puede ser una buena idea internarse en el estrecho y feraz valle por el que discurren las cristalinas aguas del arroyo Vadillo.

Si cerramos aquí el 'anillo' y nos dirigimos hacia Río Quintanilla  (ver mapa del Valle),  podremos descubrir algunos de los parajes más bellos de Las Caderechas, destacando entre todos el que preside la minúscula ermita de San Roque, en las inmediaciones de una antigua  -y hoy abandonada- central hidroeléctrica que abasteció de energía a la zona hasta la década de los 70.

          El tramo final de la ruta discurre en paralelo al  río Caderechano  que tiene sus fuentes en Rucandio y que, antes de desembocar en el río Homino, recorre cerca de 45 km.  

           Enseguida se llega a Cantabrana, un pueblo que conserva un rico patrimonio centrado en un buen número de casas populares con entramados, varias casonas señoriales de amplios aleros y una iglesia parroquial del siglo XVII. Cantabrana es famosa por la raíz etimológica de su topónimo, que algunos eruditos hacen derivar del término cántabro. Esto último hace pensar a varios historiadores que cerca de Cantabrana se encontraba el límite entre tres importantes pueblos prerromanos: cántabros, autrigones y turmogos.  

 Vista parcial de Cantabrana 

Antes de abandonar definitivamente este bello y encantado territorio burgalés  hay que atravesar Bentretea, la antigua Veintretea que ya era citada en un viejo documento del monasterio de Oña y en la que se alzan varias casas señoriales de época barroca.  

Vista parcial de Bentretea, en invierno.

              El último pueblo del Valle de Las Caderechas no podía ser otro que Terminón. Su nombre deriva de Términus, dios romano de las fronteras, ya que el lugar fue 'frontera de sus legiones' y zona de paso de alguna de sus importantes calzadas. (26-a)   

Vista parcial de Terminón