La condición humana es la obra más filosófica de Hannah Arendt. Se divide en tres partes, Labor, Trabajo y Acción, que corresponden a las tres actividades fundamentales bajo las que vive el hombre. Y mientras que la labor se refiere a todas las actividades humanas motivadas por las necesidades de la vida, y el trabajo aquellas en que el ser humano produce objetos duraderos, es en la acción donde reside aquello que eleva al ser humano sobre el resto de la naturaleza. La acción es el momento en que el hombre desarrolla plenamente la capacidad de ser libre, esto es, de trascender lo dado y empezar algo nuevo. En el concepto de acción quedan subrayados tres rasgos: la pluralidad humana (intersubjetividad), la naturaleza simbólica de las relaciones humanas (lenguaje) y el hecho de la natalidad en tanto que opuesto a la mortalidad (voluntad libre).
El primer capítulo se ocupa, precisamente, de definir la vita activa.
La primera sección explica que es la condición humana, algo que Hannah Arendt distingue de la naturaleza humana, pues esta es una esencia acabada que sería objeto de la teología, nos dice, más que de la filosofía; pero la condición humana, esto es, las condiciones ("vida, natalidad, mundanidad, pluralidad y la Tierra") bajo las que se da la existencia humana, condicionan sin determinar, por lo que nuestra existencia es siempre imprevisible, única, novedosa. Libre, en definitiva.
En la segunda sección Arendt distingue entre las nociones clásicas, medievales y modernas de la expresión vita activa. Aristóteles excluye al esclavo (labor) y al mercader/artesano (trabajo) de la vida activa, que queda reservada al artista que crea belleza (poiesis) y al ciudadano libre (phrónesis, sabiduría prática), que no obstante también, en cuanto filósofo en sentido amplio, puede aspirar al uso meramente teórico del pensamiento (theoría), libre de toda necesidad, propio de la vida contemplativa. Para Aristóteles, pues, vida activa es tan solo lo que Arendt llama "acción", mientras que para Agustín engloba ya también, aunque de forma limitada, la "labor" y el "trabajo". En ambos casos la vida activa (libertad de acción) se distingue de la vida contemplativa y del mero sobrevivir, de la existencia absolutamente libre de lo práctico (libertad de pensamiento) y de la completamente determinada por lo práctico (determinismo). Pero que en el pensamiento medieval, desaparecida la forma de vida de la polis, labor y trabajo se añadieran al concepto de vida activa no implica que "alcanzaran la misma dignidad que una vida dedicada a la política", sino que en general esta última se degradó, quedando como ideal absoluto de vida humana la contemplativa (vía de acceso a Dios), única vida realmente ajena a la necesidad, y condenada la vita negotiosa (de "nec-otium", sin ocio) o actuosa, la dedicada a los asuntos público-políticos, completándose así el ideal metafísico socrático-platónico. La Edad Moderna, de la mano de Marx y Nietzsche, invertirá esos valores pero, según Arendt, no hara la necesaria puesta en valor de la vida activa negando la distinción clásica y su oposición a la contemplativa, que seguiría quedando como única auténticamente libre, mientras que para Arendt el interés que sostiene la labor, el trabajo y la acción "no es el mismo y no es superior ni inferior al interés fundamental de la vida contemplativa".
Por fin, en la tercera sección Arendt traza un paralelismo entre la distinción vita activa-vita contemplatica e inmortalidad-eternidad. El valor de la vida activa consiste precisamente en "seguir una línea rectilínea en un universo donde todo lo que se mueve lo hace en orden cíclico", en que cada biografía es única y se emancipa, mediante la acción, de la repetición imperecedera de la naturaleza, y en ese sentido alcanza la inmortalidad por su huella imborrable, su marca exclusiva, en la Tierra. Por otro lado, la vita contemplativa no es aspiración a la inmortalidad, sino a la eternidad, la cual solo se da "al margen de los asuntos humanos y de la pluralidad", un ideal que se consolida con la caída del Imperio Romano y la hegemonía del cristianismo, una victoria sobre el proyecto político de ansia de inmortalidad más ambicioso de la Antigüedad, sustituido por el camino individual cristiano de acceso a la eternidad, que la secularización de la sociedad en la Edad Moderna no revirtió.