Por: César Coloma Porcari
Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo
Casi todas las fachadas de las casas, edificios públicos, templos y conventos del Perú, construidos en adobe o tapial, eran blancas, encaladas, y en el caso de la ciudad de Lima, en los siglos XVI, XVII y XVIII, las fachadas de adobe eran pintadas imitando la piedra (cal con pigmentos grises), dándoles así un aspecto sólido e imponente.
PAREDES ENCALADAS
La tradición de encalar o blanquear con cal los muros es muy antigua en el Viejo Mundo, y de España pasó a Latinoamérica, en donde sentó sus reales y engalanó casi todas sus ciudades y pueblos.
El encalado protege las frágiles paredes de adobe o tapial, debido a que forma una capa exterior resistente a la humedad y a las lluvias. Asimismo, especialmente en el siglo XIX, se consideraba que encalar las paredes era una medida higiénica.
La totalidad de las ciudades y pueblos de la Sierra peruana estaban pintados de blanco (encalados), con excepción de los elementos de piedra labrada, que se lucían desnudos, y de la carpintería, que era pintada en verde, azul o celeste.
EL CUZCO
El Dr. José de la Riva Agüero y Osma, el año 1912, describe la ciudad del Cuzco así: “El caserío blanco, cubierto con tejas del más vibrante rojo, adornado con innumerables arcadas y portales, y dominado por las macizas torres de sus templos y los ramilletes de sus árboles, que emergen de las huertas, resalta con refulgencia indecible”.
Y agrega que “Paseando sus calles y plazas, la impresión de conjunto es de severidad ceñuda hasta lo terrible, de solemnidad trágica, a pesar de la generosa luz del cielo y la albura cegadora de las paredes encaladas” (“Paisajes peruanos” en: “Obras completas de José de la Riva Agüero”, vol. IX, Lima, PUCP, Talleres Gráficos P. L. Villanueva S. A., 1969, pp. 15, 16).
HUAMANGA
Este notable autor describe esta ciudad en 1912, refiriéndose al “caserío encalado; las torres y cúpulas pequeñas de sus numerosas iglesias”. Agrega Riva Agüero que “Entre los blanqueados muros, bajo los caducos balcones, y sobre el pavimento sonoro y desigual, discurren cabras, ovejas y llamas”, y que “Es fascinadora la asociación de colores fundamentales: el azul [de puertas y ventanas] sobre la blancura de las casas, y muchos toques rojos y verdes. La lástima es que, por baratura o necia moda, van reemplazando las tejas coloradas, tan hermosas y alegres, con la prosaica, gris y vilísima calamina” (Op. cit., pp. 133, 134, 146).
OTROS LUGARES DE LA SIERRA
El sabio Antonio Raimondi, al referirse a Carhuaz, cuenta que “Solo las casas de la parte central de la población tienen sus paredes blanqueadas; las demás son enteramente rústicas”. Registra además que “El pueblo de Llamellín es grande y la mayor parte de sus casas tienen paredes blanqueadas, pero sus miserables techos de paja las afean muchísimo” (“El departamento de Ancachs y sus riquezas naturales”, Lima, Imprenta de “El Nacional”, 1873, pp. 49, 221).
PIURA
La ciudad de San Miguel de Piura también lució todos los muros de sus casas, templos y conventos (de adobe y quincha), en color blanco. Raimondi, al referirse a esta ciudad, señala que tiene “las calles no muy anchas, y todas las paredes de las casas, blanqueadas, que reflejan los ardientes rayos de un sol tropical […]. Pero sí es verdad que todas estas paredes blancas elevan la temperatura de la atmósfera de las calles, porque reflejan todos los rayos luminosos y caloríficos, mantienen, comparativamente, el interior de las casas bastante fresco” (“El Perú”, t. I, Lima, Imprenta del Estado, 1874, p. 353).
LIMA
El caso de la ciudad de Lima es distinto, como ya lo señalamos, debido a que en los siglos XVI, XVII y XVIII, las fachadas de adobe tenían pintura decorativa imitando la piedra. De esta manera se integraba visualmente los elementos de piedra labrada verdadera (portadas) con los pobres muros de barro. Varios óleos de esa época presentan imágenes de casas pintadas de esa manera, como los lienzos de la cofradía limeña de la Soledad (siglo XVII).
Inclusive al viajero inglés William Bennet Stevenson, a principios del siglo XIX, describe esta imitación piedra en los muros de las fachadas limeñas, “algunos de los cuales son bien ejecutados y coloreados como piedras. Un extranjero a primera vista supone que están construidos de los materiales que se intenta imitar” (César Coloma Porcari: “La pintura mural en Lima”, “El Comercio”, Suplemento Dominical, Lima domingo 16 de octubre de 1983, p. 18).
Pero, al parecer, a fines del Virreinato los gustos comenzaron a cambiar y se puso en boga encalar las paredes y también emplear distintos colores para pintarlas (con cal mezclada con pigmentos). Flora Tristán, que estuvo en Lima en 1834, afirma que “Las casas están construidas con ladrillo, adobe y madera, y pintadas de diversos colores claros: azul, gris, rosa, amarillo” (“Peregrinaciones de una Paria”, Lima, Editorial Cultura Antártica, Imprenta Torres Aguirre S. A., 1946, p. 387).
Se debe tener presente que en Lima, desde los inicios del siglo XIX se fomentaba el “blanqueo” o encalado de las fachadas de las casas: “Art. 205. Los propietarios harán blanquear y pintar con uniformidad las fachadas de sus casas, cada tres años, so pena de una multa de diez a veinte pesos, y de pagar los gastos que para este efecto hiciere la policía” (“Reglamento de Policía para la capital de la República y su provincia”, Lima, Imprenta de José Masías, 1839).
PINTURA MURAL
Ésta era muy importante en Lima y otras ciudades del Perú. Un marino sueco, en 1852, la describe así: “Los zaguanes, los patios y algunos vestíbulos, tienen sus paredes literalmente cubiertas de frescos, que representan temas de carácter religioso o histórico. Naturalmente no son obras de arte, pero no siempre carecen de mérito, demostrando que existe interés e inspiración para el arte, al mismo tiempo que matiza un poco la uniforme blancura de los muros” (C. Skogman: “El Perú en 1852”, en: Alberto Tauro del Pino: “Viajeros en el Perú republicano”, Lima, U. N. M. S. M., 1967, p. 124).
BALCONES SIEMPRE VERDES
Todos los balcones estuvieron pintados de verde. Inclusive existe una norma legal que ordena se pinten de ese color (Circular del 16 de septiembre de 1847 a los Prefectos): “Art. 4°. Que en lo relativo a balcones y ventanas no se haga alteración en el color, porque el verde es el más a propósito y cómodo, aunque de menos duración” (Juan Oviedo: “Colección de Leyes, Decretos y Órdenes publicadas en el Perú desde el año de 1821 hasta 31 de diciembre de 1859”, vol. III, Lima, Felipe Bailly, Editor, 1861, p. 275).
DESCUBRIENDO ANTIGUOS COLORES
Para comprobar científicamente qué colores tenían originalmente los muros antiguos de adobe y la carpintería, se debe realizar un trabajo mecánico sobre ellos, llamado cala estratigráfica. Es indispensable, además, una investigación documental (contratos, inventarios, memorias etc.) referentes al inmueble estudiado.
La cala estratigráfica consiste en descubrir la sucesión de capas de pintura o revoques aplicados sobre un muro o carpintería a través del tiempo. Se selecciona un pequeño espacio en el sitio que se quiere investigar, y con la ayuda de bisturís se va descubriendo una a una las capas de pintura o revoques que lo cubren, desde los más recientes hasta la capa más antigua, que es la que está aplicada directamente sobre el material de construcción. En esa “ventana” se podrá apreciar la sucesión de colores y enlucidos aplicados sobre el objeto a lo largo del tiempo.
Hay que tener mucho cuidado cuando se realiza calas estratigráficas para descubrir capas antiguas de pintura sobre muros, debido a que las construcciones siempre han sido afectadas por los sismos y las lluvias, y al ser reparadas, se les aplicó nuevos revoques. Por eso es indispensable una investigación documental.
Lo mismo ocurre en las calas estratigráficas realizadas en muros de sillar en Arequipa, cuyas fachadas pétreas jamás fueron pintadas. Es muy probable que aparezcan muchos colores superpuestos, y uno más antiguo, sobre la misma piedra sillar. Entonces los ignorantes dirán que serán la prueba de que la fachada estaba pintada en el siglo XVII, cuando en realidad la pintura había sido aplicada, en el pétreo muro, por primera vez, recién el año 1920.
AREQUIPA
El caso de la ciudad de Arequipa es único en el Continente latinoamericano, por ser una urbe construida íntegramente con piedra volcánica de color blanco. Por eso se le llamaba la Ciudad Blanca. Todos los viajeros que, desde la costa, llegaban a la cumbre desde donde se divisaba la ciudad, antes de bajar hacia ella, se deslumbraban por lo que veían: una ciudad totalmente blanca asentada sobre el verdor paradisiaco de su campiña, en las faldas de tres gigantescas montañas nevadas.
El comerciante inglés Samuel Haigh, en los primeros años de la República, visitó la Ciudad Blanca y registró lo siguiente: “De Vítor a Uchumayo hay ocho leguas, y cuatro más a Arequipa. La divisamos primero junto a una gran cruz de piedra levantada a guisa de mojón y vimos una ciudad extensa de paredes blancas como nieve, brillando a los rayos de la luna llena. El efecto era bello” (“Bosquejos del Perú (1825-1827)”, en: Alberto Tauro del Pino: Op. cit., p. 19).
Inclusive Flora Tristán, en 1833, se queda extasiada cuando contempla la Ciudad Blanca desde un recodo del camino en el que se veía ésta: “La ciudad ocupa en el valle un vasto recinto. Desde las alturas de Tiabaya parece extenderse sobre uno aún mayor […]. Y esa masa de casas blancas, esa multitud de cúpulas resplandecientes al sol en medio de la variedad de los tonos verdes del valle y del gris de las montañas, causan sobre el espectador un efecto que no se creería dado producir a las cosas de este mundo” (Flora Tristán: Op. cit., p. 197).
REVOQUES QUE NO SE PINTAN
En la década de 1920, cuando se levantan muchas construcciones de ladrillo y cemento, se opta por darles a las fachadas un acabado imitación piedra. Para lograrlo se añadía cuarzo molido al revoque (cemento, arena y agua), lográndose un bello aspecto pétreo. Un ejemplo de ello es la fachada del Club Nacional (Plaza San Martín). Este fino acabado no se pinta.
RECUPEREMOS NUESTRO PATRIMONIO
La piedra no se pinta jamás, pero el adobe y la quincha sí. Y ojalá que las ciudades andinas y las de la costa norte del Perú recuperen su encalado original, desechando los colorines inventados hace unos años por algún mal aprendiz de decorador, que tanto afectan el patrimonio urbano sin que nadie haga nada al respecto.
(Publicado en “Voces”, Revista Peruana de Cultura, año 20, N° 71, Lima, 2019, pp. 52-55).