La casa de Bernarda Alba

Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba, Madrid, Cátedra.

La casa de Bernarda Alba es una obra de Federico García Lorca estructurada en tres breves actos sin escenas específicas, es la entrada y salida de los personajes lo que va creando algo similar a las escenas. El argumento dramático (si se puede hablar de argumento) es la catástrofe que provoca la actitud autoritaria con que Bernarda Alba somete a sus cinco hijas tras la muerte de su segundo marido y padre de cuatro de ellas. El encierro cruel de las cinco muchachas, sin más esparcimiento que recorrer las habitaciones y los patios de la casa en medio de un verano asfixiante, y la presencia ausente pero latente de Pepe el Romano, junto a la presión de qué dirán van creando un clima de tensión, frustración y locura que desencadenará los acontecimientos.

Los personajes, todos mujeres, en absoluto son personajes estereotipados, pero sí que podríamos hablar del sentimiento y la pasión que representa cada uno: Bernarda el autoritarismo y la tiranía de los convencionalismos sociales (“Aquí se hace lo que yo mando”, “¡Hasta que salga de esta casa con los pies por delante mandaré en lo mío y en lo vuestro!”, “¡Aquí no se vuelve a dar un paso sin que yo lo sienta!”); Adela la libertad (“No por encima de ti, que eres una criada; por encima de mi madre saltaría…, “Seré lo que él quiera que sea”, “Aquí se acabaron las voces de presidio”); Martirio la envidia; Angustias la debilidad, La Poncia el realismo y la evidencia de los hechos… Y en el centro de este mundo de mujeres frustradas y atormentadas, la figura ausente y amenazante de Pepe el Romano, deseado por todas y burlador de ellas. Esta atmósfera irrespirable irá creciendo desde el primer acto como una ola inabarcable que lo va a anegar todo al final del último acto, cuando Adela se enfrente a su madre después de haberlo hecho con su hermana Martirio (“esto hago yo con la vara de la dominadora”), con las consecuencias que este enfrentamiento tendrá para todas, especialmente para la propia Adela, que acaba con su vida.

El diálogo, breve pero intenso y cargado de intención, adelantará desde un primer momento el desenlace. Y a pesar de la escasa presencia del verso (solo presente en alguna cancioncilla o en las intervenciones de la madre de Bernarda) está lleno de poesía, de metáforas y de símbolos que aparecen incluso en los parlamentos más realistas, como los de La Poncia (“Tus hijas viven como en alacenas”, “Esa es la peor. Es un pozo de veneno”). Pero es en la última conversación entre Adela y Martirio cuando el diálogo alcanza su nivel más poético (“No a ti, que eres débil; a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique”, “Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre […] y me pondré la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado”, “Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura”). Símbolos como el caballo, la luna, el agua estancada o las advertencias de Mª Josefa en su locura recorren los actos de esta obra excepcional.

Como en Bodas de sangre y Yerma, e independientemente de que La casa de Bernarda Alba sea la última obra o no de una trilogía, asunto en el que no vamos a entrar, en ella se enfrenta el principio de autoridad con el principio de libertad, que sucumbe ante el primero, y también como en las otras hay un intento de devolver al teatro la grandeza y la poesía que tuvo en la época clásica.