EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

Pío Baroja, El árbol de la ciencia, Madrid, Gredos, 2006

El árbol de la ciencia se publicó en 1911 y es una obra de carácter semiautobiográfico que refleja la crisis social y espiritual de comienzos del siglo XX, tan propia de los autores del 98 (Azorín, Valle Inclán, Maeztu…), entre los que Baroja se encuentra como novelista destacado. Responde al concepto de novela de formación de un personaje, Andrés Hurtado, joven estudiante de Medicina, cuyo concepto vital y matrimonial desemboca en la más profunda desolación y en el desengaño de la muerte.

Como en otras novelas de Baroja, la figura del protagonista sirve para dar unidad al relato. A lo largo de su trayectoria melancólica y errática por la vida, se van hilvanando anécdotas y un gran número de digresiones sobre política, sociología, religión, filosofía (destacan las reflexiones surgidas en las conversaciones de Hurtado con el tío Iturrioz, pero también con o sobre sus amigos de facultad), con lo que la novela gana en densidad intelectual por un lado, y por otro, le permite a Baroja ofrecer una crítica mordaz sobre la realidad española de la época: el desastre colonial, la penuria de la investigación en España, la deformación de la enseñanza universitaria, el caciquismo. Todo ello sirve, además, para que el autor ponga de manifiesto su concepto de novela: “un saco en el que cabe todo”.

Destacan en la narración la caracterización psicológica de los personajes a través de los diálogos vivos, intensos y llenos de naturalidad. Lúlú aparece en ellos como una muchacha inteligente y de profunda humanidad; el padre de Andrés como una persona despótica e irascible; Aracil, cínico y vividor; el tío Iturrioz como un filósofo escéptico ante la vida… Con la misma naturalidad expresiva hallamos la descripción del paisaje (directa e impresionista). El estilo de Baroja es natural y sencillo, gusta del párrafo corto, de la prosa espontánea y vivaz (que nos llega a través de un narrador en tercera persona pero parcial) y del valor sugeridor de los adjetivos: “petulante idiota”, “imbécil”, “macaco”.

La novela despide pesimismo, pero también ironía y humor (“malhumorismo” lo llamó Ortega) que el autor utiliza para ejercer la crítica y atacar los defectos y vicios nacionales (actitud tan noventayochista) tales como el machismo, la falta de curiosidad por las cosas, el dogmatismo, la doble moral, etc.