HISTORIA DE UNA ESCALERA

Antonio Buero Vallejo, Historia de una escalera, Madrid, Austral, 1997.

Tras la guerra civil, el género dramático sufrió la misma suerte que los demás: los escenarios están vigilados por la censura y el panorama general no es muy halagüeño. Historia de una escalera fue estrenada en 1949 y supuso una novedad dentro de este panorama, en el que solo se seguían representando autores de antes de la guerra: Benavente, los Álvarez Quintero y, a veces, algo de teatro clásico. Por otro lado, el hecho de que Historia de una escalera muestre, como lo hace, una actitud crítica contra la miseria y las injusticias sociales del momento, unido a los antecedentes políticos del autor (que había sido condenado a muerte tras la guerra civil, después conmutada la pena por la cadena perpetua y finalmente indultado) hace más rara aún la suerte de la obra, que había sido premiada un año antes de su representación con el premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid.

Historia de una escalera desarrolla dramáticamente, a través de tres actos, la vida de tres familias de una comunidad de vecinos durante tres generaciones (30 años) y cómo el paso del tiempo no sirve, sin embargo, para borrar la miseria y la vida gris de la mayoría de los miembros de estas familias, atrapados en un mundo sin posibilidades, sin ilusiones, lleno de necesidades, desencanto y frustración. Solo una minoría sobrevive con más comodidad en esa sociedad que refleja la vida de posguerra, pero incluso ellos no consiguen escapar de la frustración y el fracaso de sus sueños.

Los personajes son víctimas de las circunstancias, pero también de su egoísmo y de sus mentiras, que no les permiten ser felices. A través de ellos y a lo largo del conflicto dramático, Buero Vallejo refleja la gran mentira, la asfixia y la opresión de la sociedad española del momento. Carmina y Fernando, Elvira y Urbano, los personajes principales, serán víctimas, aunque no las únicas, de tales circunstancias.

Los diálogos son sencillos, coloquiales o incluso vulgares, reflejo del estrato social de los personajes y de una comunidad que subsiste a duras penas en la mayoría de los casos. Las acotaciones son detalladas, con un léxico preciso, culto en muchos momentos, pero al mismo tiempo accesible al lector.

Buero Vallejo inaugura con esta obra su etapa existencial, en la que aparece ya un simbolismo que se incrementará en sus etapas posteriores (Un soñador para un pueblo, El sueño de la razón), incluso en su teatro más realista. Aquí, por ejemplo, la escalera, se puede considerar un símbolo de la degradación y el inmovilismo de un régimen despiadado y feroz, la leche que se derrama al finalizar el primer acto, anunciando a Carmina y Fernando, y al espectador que asiste a los planes de futuro que están haciendo, que se verán frustrados, como tantos otros.

Una obra, en definitiva, crucial entonces y ahora para entender aquella dura posguerra que mantuvo a tantos subiendo y bajando escaleras que no conducían a ningún sitio.