YACO

Recuerdo aquel día como si fuera ayer, esa mañana el sonido de la alarma parecía más horrible de lo normal, pero no era la primera vez que me prometía cambiar ese tono, la verdad es que nunca me he llegado a acordar de hacerlo. Quien me conoce sabe que soy la persona más impuntual del mundo, siempre voy corriendo de aquí para allá y aquella mañana no fue una excepción. Al levantarme fui a la cocina y me comí rápidamente dos tostadas del pan duro que me quedaba, subí a mi habitación y me puse el traje, corrí al lavabo y me lavé los dientes mientras intentaba ponerme los calcetines y cuando por fin estaba listo, cogí mis cosas y me dispuse a salir de casa, pero no antes sin despedirme de mi perro Yante, que miraba con deseo unas cartas que había en el suelo, delante de la puerta, debía haberlas dejado el cartero mientras me arreglaba. Ahora me arrepiento de no haber recogido esas cartas, pero sinceramente, pensaba que solo serían recibos de la luz o del agua y aquello era lo último que me apetecía leer, y aunque sabía que Yante las haría un destrozo, llegaba tarde a trabajar, así que me fui.

Por esos entonces trabajaba en una de las oficinas de la empresa “Yasión”, una marca de perfumes que estaba entre las mejores de la comunidad, yo era el encargado de la oficina de audiovisuales. Todos los días, nada más entrar por la puerta nos pedían nuestra firma, solo en ese momento recordaba mi verdadero nombre, Diego Martínez, digo esto porque todo el mundo me llama Yaco, tengo este apodo desde que soy niño, pues hubo un tiempo en el que estuvo muy de moda una película en la que el protagonista era un husky que se llamaba así y como tengo un ojo de cada color, mis amigos empezaron a llamarme Yaco. La verdad es que al principio no llevaba muy bien esto de mis ojos, pero ahora me gusta y pienso que me hace especial, además no me giraría por la calle si alguien me llamara Diego.

Al volver a casa, como era de esperar, las cartas habían sido derrotadas en combate por Yante, pero me era imposible reñir a ese perro, era lo más importante de mi vida y no podía soportar la carita que hacía cuando tenía que aguantar mis sermones. Así que me limité a recoger lo que quedaba de las cartas del suelo y las dejé sobre la mesa, prometiéndome leerlas después de cenar.

Mientras tanto, me puse una serie en la televisión y acariciaba a Yante. Él y yo vivíamos solos, era mi única familia y aunque solo tenía cinco años, ese perro me había ayudado en los momentos más difíciles de mi vida y llenaba la casa de energía. Lo adoptamos mi madre y yo cuando solo era un cachorro, éramos una familia muy unida y nos amábamos mucho los tres. Pero desgraciadamente mi madre fue una de las víctimas de un accidente de avión que había ocurrido hacía solo dos años, el aparato cayó en medio del océano Atlántico y la mayor parte de cuerpos se perdieron entre el inmenso mar, entre ellos, el pobre cuerpo inerte de mi queridísima madre. Lo pasé fatal, nunca lo he pasado tan mal, aunque agradezco que la despedida con mi madre fue preciosa. Ella se despidió de mí de forma muy emotiva, incluso se le saltaban las lágrimas, me dijo todo lo que me quería y que me iba a echar muchísimo de menos durante sus seis meses de voluntaria en África. Suena extraño, pero era como si ella de alguna forma ya supiera lo que iba a pasar, lo que yo no sabía, era que no volvería a ver a mi madre.

En cuanto a mi padre, no hay mucho que decir, mi madre siempre me ha contado que murió cuando yo solo tenía un año. Se llamaba Yálemo y según mamá, él se peleó con su familia, por eso nunca he conocido a mis abuelos ni a absolutamente ningún pariente por parte de padre, al menos que yo sepa. Ser un niño sin padre nunca me ha afectado mucho, me he criado así, solo con mi madre, y ella tampoco hablaba mucho de él, aunque la verdad es que siempre he sentido una gran curiosidad e impotencia por conocerlo.

Se hizo tarde, ya era hora de cenar. Cuando terminé, me di una larga ducha y fui a la habitación para acostarme. Había olvidado por completo las cartas, pero para mi sorpresa una de ellas se encontraba encima de mi cama, parece ser que Yante le había cogido cariño, o eso creía yo. Encendí mi lamparilla de noche y empecé a leer la carta. Me costó muchísimo entender algo de lo que ponía, el perro había llenado de babas toda la hoja y había trozos rotos, además la carta estaba escrita con una letra como de un manuscrito del siglo XV, escrito con pluma, era una letra preciosa, pero muy difícil de entender. Lo poco que conseguí entender de aquel texto fue muy extraño. Alguien me había escrito una carta recordando mi niñez y al final de la carta ese alguien me pedía que me largara de la casa en la que vivía, decía que no estaba a salvo. Todo aquello me dio un poco de miedo, la carta era anónima y lo primero que pensé fue que debía haber sido una broma, pero ¿quién conocía tantas cosas sobre mí? Cuando abrí los ojos era de día, me dormí con la carta en la cara.

Era sábado, para mí, el día de la limpieza. Lo primero que hice fue recoger las cartas de encima de la mesa, con la esperanza de encontrar otra que explicara lo que había leído esa noche, pero como yo ya pensaba en un principio, eran recibos. Entonces me puse a limpiar, la cocina, el salón, los cristales, el polvo, incluso los baños, que eran la parte de la casa que menos me gustaba limpiar. Siempre que llega el día de la limpieza pongo música muy alta, me gusta escuchar grupos como La Raíz, Despistaos o El Canto del Loco, pero esa mañana estaba ausente, no podía sacar de mi cabeza aquel misterioso texto, me daba un poco de miedo y estaba atento a cualquier ruido o detalle extraño que encontrara en mi casa. Pero todos estos sentimientos negativos desaparecían cuando llegaba la hora de limpiar el polvo de la habitación de mi madre, cuando entraba me sentía muy triste, era ese momento en el que me daba cuenta realmente de que ella ya no estaba, pero al mismo tiempo notaba su cariño y su calor al entrar en aquel cuarto, notaba su olor, el olor de aquel perfume que aún permanecía encima de la mesita, y aquello me reconfortaba. Esa última semana había notado ese olor más presente por la casa, la echaba mucho de menos.

Pasaron los días y ya me había olvidado por completo de la carta, aunque tengo que admitir que se me cortaba la respiración cada vez que pasaba el cartero. Pero una noche mientras me duchaba ocurrió otra vez, cuando salí de la ducha y me puse el albornoz pude ver algo escrito en el espejo, que estaba empañado por el vapor, ponía literalmente “vete, por favor”. Lo pensé dos veces y cuando logré unir el suficiente valor, salí del baño rápidamente y busqué por toda la casa al responsable de aquello, incluso me asomé a la calle, cuando entré volví a notar el dulce olor del perfume de mi madre, no encontré a nadie. Estaba muerto de miedo, la persona que había escrito aquello, no solo lo sabía todo sobre mí, como había demostrado en la carta, sino que también había entrado en mi propia casa, había estado en la misma habitación que yo sin hacer ningún ruido y me había amenazado amablemente para que me fuera, es posible que incluso tuviera la llave de mi casa.

Aquella noche no pegué ojo, solo conseguí dormir unos diez minutos y dormí fatal, tuve un sueño muy raro. Soñé con un hombre que aunque no conseguía ver muy bien, pude distinguir que era alto y de ojos verdes, corpulento, la verdad es que se parecía un poco a mí. Aquel parecido me tranquilizó, pues me hizo sentirme en un ambiente familiar mientras el hombre me decía que no me preocupara, que estaba a salvo en aquella casa. Cuando desperté, aunque estaba un poco más tranquilo decidí ir a la comisaría a denunciar lo que había pasado.

Hice un largo camino, pues la comisaría estaba bastante lejos de mi casa, tenía las manos congeladas, hacía muchísimo frío, aunque ya estábamos en abril. Entonces por fin llegué a mi destino, donde pensé que la calefacción era el mejor invento del mundo. Esperé unos minutos y cuando llegó mi turno le conté absolutamente todo sobre mi situación al policía, que se parecía mucho al hombre de mi sueño, lo cual me sorprendió. Me dijo que no era la primera vez que oían ese caso y que él mismo se ofrecía voluntario para vigilar mi casa en los turnos de noche. Y así fue, durante las siguientes dos semanas aquel amable hombre pasó las noches a la puerta de mi casa, y no volví a recibir ninguna otra amenaza.

Pero una de esas noches ocurrió algo totalmente inesperado para mí, aquel policía entró en mi casa sin mi consentimiento y cuando le pregunté qué pasaba no respondía, solo caminaba hacia mí y empecé a asustarme. Cuando el hombre notó mi miedo me dijo que no pasaba nada y entonces se abalanzó sobre mí, y no sé cómo lo hizo, pero consiguió cortarme la respiración y quedé inconsciente.

Lo próximo que recuerdo es que desperté en la montaña, estaba amaneciendo, me encontraba atado a una silla, al borde de un precipicio. Aquello parecía una película, intenté pellizcarme para comprobar que no era un sueño, pero tenía las manos atadas. Entonces vi aparecer al policía, se plantó delante de mí y me contó algo. El hombre empezó a hablar y dijo que se llamaba Yálemo, entonces me asusté, era igual que yo y se llamaba como mi padre, según me había contado mi madre, pero mi padre estaba muerto. Entonces Yálemo sin yo entender nada, dijo que iba a pagar por todo de lo que yo le había privado, me cogió con intención de tirarme por el acantilado, pero entonces oí un fuerte golpe y el policía cayó al suelo, desmayado, con su cabeza desangrándose. Cuando conseguí mirar a otro lado que no fuese al suelo, pude ver detrás de una larga melena rojiza, el rostro aterrorizado de mi madre.

Yo estaba realmente petrificado y mi estado me impidió mostrarle cualquier tipo de sentimiento a mi madre, aunque ella estaba igual. Cuando pasaron unos segundos arrojó el cuerpo de Yálemo por el acantilado y también la piedra con la que lo había golpeado, me desató y los dos nos fundimos en un larguísimo abrazo. No hizo falta que preguntara nada, mi madre sabía que me debía una explicación sobre aquello.

Fuimos a casa y mi madre me lo explicó todo. Aquel hombre al que acababa de matar era mi padre. Cuando yo solo era un bebé él ya abusaba de mí, por eso mi madre lo echó de casa y le prohibió verme nunca más, pero él le dijo que se arrepentiría. Mi madre siempre me había dicho que estaba muerto para que no lo buscara, pues pensaba que podía hacerme mucho daño. Cuando cumplí los dieciocho, mamá recibió una carta firmada con el nombre de Yálemo, en la que le decía que si no se alejaba de mí me mataría, por eso mi madre hizo lo imposible para infiltrar su nombre entre los de las víctimas del accidente de avión. Pero hacía poco, mi madre, escondida, se enteró de que mi padre tramaba algo e intentó ponerse en contacto conmigo de alguna forma para que huyese, me envió una carta y escribió el mensaje del espejo, pero mi padre la descubrió y apareció aquella noche en mi casa para convencerme de que me quedara, entonces no había sido un sueño. A partir de ahí lo entendí todo, pero aunque yo sabía que mi madre no era una mala persona ni quería matar a nadie, la justicia no entendería sus años de soportar amenazas y malos tratos. Entonces apareció la gran pregunta: ¿Cómo cubrir a una asesina?


Marta Pérez Bellot ( 1º Bachillerato B).