La historia de Lemuel Gulliver

Pablo Domínguez Sánchez

Me llamo Lemuel Gulliver y hoy voy a matar a un hombre. Hoy es día quince de agosto del año 1927, martes, si no me falla la memoria. El asesinato se cometerá en la calle South Downton, cerca de la plaza principal de Manchester, Inglaterra, Gran Bretaña. El asesinado será el juez del distrito de Rockson, llamado Josef Adrien Werner-Walter.

Es un conocido juez de origen alemán por parte de padre y de origen polaco por parte de madre. Odia al jefe de Estado de Polonia Józef Piłsudski. Le mataré en el momento en que vaya a girar a la derecha y a abandonar la calle, a las once y cuarto de la mañana, a la hora en la que él entra en su despacho.

Es un juez conocido por su brutalidad a la hora de escribir sentencias y por ser un gran alcohólico y corrupto, no sólo en términos materiales, sino también en económicos y, por supuesto, morales. Sé perfectamente que después del asesinato puedo morir ése día, por eso, usted que conoce la verdadera historia y vive en un país, en el que teóricamente hay libertad y justicia, revele el contenido de esta carta y cuente la verdad.

Le escribe afectuosamente, un hombre que intenta hacer justicia.

Después de haber escrito la carta, Gulliver la dobló y guardó en un sobre de color marrón claro, en el que ponía redacción de Le Figaro, París, Francia. Cerró el sobre, lo guardó en el bolsillo derecho de su chaqueta negra, se colocó su pistola por debajo de la axila, cogió las llaves de casa, dos cigarrillos, una caja de cerillas y se iba a marchar de casa cuando…

-¡Lemuel!-gritó Anne.

Lemuel se paró en seco delante de la puerta, la cerró, dio media vuelta y se acercó a su amada que venía corriendo, el rostro de Gulliver expresaba seriedad. Anne le abrazó y le pidió que no se fuera. Gulliver miró a Anne y ella a él. Todo el cuerpo de la joven se estremeció al ver el vació que reflejaban sus ojos.

-No puedo quedarme, lo siento, Anne.-dijo serio Gulliver.

Antes de que Anne pudiera decir nada, Gulliver se había marchado. Él la había conocido hacía cuatro años, cuando él estaba en una banda traficantes de drogas como: whiskey, ron, cocaína, heroína…, ella había sido víctima de un atentado que iba dirigido a él perpetrado por otra banda rival. Consiguió que ella pudiera ir a un hospital para que fuera cuidada y curada. Un mes después estaba perfecta. Anne era una bellísima chica de veinticuatro años, de pelo rubio, ojos azules, larga melena, metro setenta de estatura y…, bueno, en general, una belleza. Cuatro años después, Gulliver acabó con todos aquellos rivales dentro y fuera de la banda, se auspició como líder absoluto de la mafia de Manchester, se había casado y había tenido tres hijos. Y aún así, Anne no sabía que él era un gángster. Pobrecilla, siempre fue la más guapa y la más corta.

Gulliver salió de su casa y se marchó hacia el bar más cercano que había de su casa. Se tomó un café, fumó un cigarrillo, pagó la cuenta y se fue. Eran las diez y cincuenta de la mañana. Siguió caminando de forma recta, sin parar hasta que llegó a la estación de correos, introdujo el sobre y se marchó de allí. Eran las once en punto.

Para que los lectores de éste capítulo se hagan una mínima idea de como era Lemuel Gulliver física y mentalmente, digamos lo siguiente:

Tenía los ojos azules, pelo negro, bastante corto, un corte en la mejilla izquierda de la cara a causa de una pelea que tuvo cuando era un niño con su hermano mayor, al que dieciséis años después mataría de un tiro en la cabeza, metro ochenta y cuatro de altura, complexión fuerte, mirada seria. No tenía escrúpulos. Era un tipo ávido, gran lector, mejor persona.

Después de andar un buen trecho, llegó a la calle South Downtown y esperó siete minutos, hasta que llegó el juez. En ese preciso momento, sacó su pistola, le apuntó a la cabeza y se la voló de un tiro. El cuerpo cayó contra el suelo. Después del disparo y de la muerte, Lemuel se quedó callado, esperó unos momentos, miró a los lados de la calle y se marchó corriendo del lugar. Huyó, corriendo calle abajo. Al final, consiguió llegar a un restaurante de un callejón perdido de la mano de Dios, entró en él y decidió tomarse un café. En el restaurante solamente había diez personas: el camarero, el dueño del restaurante, la cocinera y siete clientes más. Se sentó en la mesa más cercana a la puerta, que estaba al lado de la primera ventana. Allí vio pasar un furgón de policía. Sabía que si le encontraban le detendrían, pero que no le harían nada más. Pidió el café, miró por la ventana y leyó un poco el periódico. Al poco rato, un hombre, que estaba sentado al fondo del restaurante, se levantó, pagó y se fue. Lo mismo hizo Lemuel, con unas milésimas de segundo de diferencia. El hombre del fondo salió corriendo, casi huyendo del lugar. Gulliver le siguió con paso rápido. Al poco rato, estalló una bomba en el restaurante que lo destrozó todo.

Era un atentado terrorista de un grupo de ideología profascista italiana, llamado los Luchadores de la Nación. El atentado, que tiempo después sabría que había sido llevado a cabo por los Luchadores de la Nación, había provocado en él un miedo a morir y una incertidumbre que nunca antes había sentido. Huyó del lugar hacia su casa. No había querido pararse para ayudar a los heridos, que no los hubo, ya que siempre lo consideró una pérdida de tiempo. Llegó a su casa, se quitó la chaqueta, la colgó en el perchero, se quitó el arma, con su pistolera incluida, lo guardó todo en un cajón y se sentó en el sillón negro que tenía en el salón de su casa. Acababa de sobrevivir a un atentado, estaba agobiado y nervioso, aunque su rostro no lo reflejara.

-Alguien me ha traicionado. ¿Pero quién es?-se dijo a sí mismo mientras se fumaba un cigarrillo.

Ese mismo día, por la tarde, tenía que ir con sus dos socios principales, sus manos derecha e izquierda, a amenazar al dueño de un bar que no quería la protección de Lemuel a cambio de dinero y cometer un atentado terrorista de falsa bandera para culpar a los comunistas de la zona de Manchester y de Gran Bretaña de un crimen que no habían cometido, para poder Lemuel tener mejores contactos con la policía, el gobierno, la Iglesia (con los que ya tenía una buena relación) y poder ganar más dinero y poder.

Después de fumarse el cigarrillo y dejar sus restos en el cenicero de cristal, subió a la segunda planta de la casa para darse un baño. No encontró ni a su esposa, ni a sus hijos, por lo cual dedujo que se los había llevado a pasear al parque. Se dio un baño, se afeitó el bigote, se peinó como es debido, se cambió de ropa, se fumó de nuevo un cigarrillo y miró por la ventana. Era un día bastante soleado y muy bonito para dar un paseo. Decidió bajar las escaleras de su casa y vio a través de un pequeño hueco que dejaron éstas a alguien entrando en su casa. No era una persona conocida y en cuanto vio a Lemuel le disparó. Afortunadamente, el disparo no le alcanzó. Lemuel huyó hacia una habitación, el despacho, para coger una metralleta que tenía guardada debajo de un cajón del escritorio, la cargó y esperó a que llegara el individuo. Éste venía corriendo. Se notaba que no estaba en la mejor de las formas. Registró las habitaciones de los hijos de Lemuel y el baño y no encontró nada.

-Bueno, a lo mejor ha sido un espejismo que me he inventado, no sé, bueno, dejémoslo.-dijo el individuo. Se marchó a la habitación de Lemuel y Anne y empezó a registrar ésta para encontrar algo de valor.

Gulliver salió del despacho, llegó a la habitación y le puso en el cráneo la metralleta al individuo. Lemuel le ordenó que tirara su arma, se sentara en la cama y dijera su nombre. El hombre hizo todo eso. Dijo que se llamaba Solomon Garfield y que había venido para matarle por órdenes de una banda rival llamada los Tuertos de Thompson.

-Si, ya, los conozco muy bien, quizás demasiado bien.-dijo Gulliver en un tono desenfadado y casi afable.

Después, Gulliver ordenó que registrara sus bolsillos y que sacara todo lo que tenía en su interior. Más tarde, Lemuel le acompañó a punta de metralleta hasta el baño. Allí, Solomon se metió dentro de la bañera como si se estuviera bañando y Gulliver lo mató.