Sara Alegre

Limphos y la creación del relieve

Hace millones de años, no había nada. Los dioses creadores deambulaban a la deriva en el universo, hasta que un día se cansaron de la oscuridad y crearon los planetas. Cuando crearon todo, había miles de planetas, de todos los colores y formas, tamaños y posiciones. Pero Lymphos, el hijo predilecto de Athos, el Dios Supremo siempre tuvo predilección por uno de los planetas: La Tierra lo llamaban. Era el planeta que había creado como regalo para su amada Alina, una bella diosa de la que estaba enamorado y con la que planteaba ligarse de por vida. Al poco tiempo de la creación del planeta, Alina anunció la noticia de un embarazo y una semana después nació Ushu, el primogénito de Lymphos y primer nieto de Athos.


Desgraciadamente, la divinidad que irradiaba el joven Ushu acabó con la vida de su madre en el parto. Toda la alegría de Lymphos se convirtió en amarga tristeza y se refugió en lo único que le quedaba de ella: La Tierra. Kalis, la Diosa Suprema le suplicó que se quedara con ellos y que no se marchara a ningún sitio, pero para Lymphos, ver la imagen de su hijo y pensar en que fue el asesino de su amada era demasiado. Ushu intentó redimirse enviando cada año a un joven dios que tratara de servirle a Lymphos como hijo, ya que él no pudo serlo y diosas que intentaran reemplazar el recuerdo de su madre. Pero él asesinaba a todo el que se atrevía a pisar el planeta de su mujer.


Uno a uno fueron cayendo hasta que Ushu, al ver la fatídica imagen que daba el planeta de su madre, dejó de enviar a los dioses allí a morir. Los cadáveres se quedaron tendidos a lo largo de la superficie y poco a poco la maleza fue cubriéndolos, hasta que fueron convirtiéndose en lo que hoy conocemos como montañas. Poco después Lymphos murió de tristeza y quedó tendido sobre donde hoy día se alza el pico Everest.