Data de publicació: Sep 10, 2013 6:41:43 PM
[Entrada publicada a XarxaTIC, el passat 28 d'abril de 2013]
Creo que, últimamente, vistos los resultados y analizando las situaciones que los mismos provocan, estoy volviéndome un descreído de esto del divertimento educativo. De la necesidad imperiosa de que el alumno se divierta aprendiendo, que se le suministren entornos cada vez más simples y menos efectivos o, quizás, de que se de por sentado que la parte de esfuerzo debe reducirse al mínimo.
Aprender no es divertido. No es divertido aprender a ir en bici porque te caes a menudo. No es divertido aprender a nadar porque al principio no hay manera de que flotes (como no sea con un maravilloso flotador). No es divertido aprender a cocinar porque los primeros platos que cocinas son un auténtico desastre. No es divertido aprender a tocar un instrumento porque no hay manera que salga nada que parezca un atisbo de musicalidad. No hay nada divertido cuando uno empieza
con algo. Por tanto, ¿por qué nos planteamos el aprendizaje de los alumnos como un entorno seguro, donde debemos eliminar el fracaso y debemos centrarnos en que el alumno se lo pase bien? ¿Es lícito, en algo tan importante como es el aprendizaje, restar del mismo todo lo que pueda hacer que el alumno se estrese por haber de realizar un esfuerzo?
Todo aprendizaje requiere esfuerzo. Un esfuerzo que debe estar alejado de premios inmediatos. Un esfuerzo a largo plazo que debe de llevar a un crecimiento en conocimientos, habilidades y actuaciones. Un crecimiento sostenido en el tiempo. Un crecimiento cuyo esfuerzo realizado en el antes va a permitir una satisfacción en el después. Una satisfacción que debe mostrarse pero nunca garantizarse. Una satisfacción en diferentes encapsulados que debe ser consecuencia de un trabajo previo.
Al rememorar los años de alumno (aún lo sigo siendo, aunque haya cambiado la forma en que realizo el aprendizaje -más autónomo y menos dirigido-) descubro que todo el esfuerzo pasado valió la pena. Lo difícil siempre era algo que costaba superar pero, una vez superado, era algo que te impulsaba para seguir con paso más firme hacia delante. Si hacemos desaparecer las montañas con el fin de convertir todo el aprendizaje en mesetas… ¿qué nos queda? ¿qué emoción reciben los alumnos del mismo? ¿qué impacto futuro tendrá esa falta de esfuerzo en superar y quemar etapas?
No se trata de hacer angosta la senda del aprendizaje pero, entre dar un vehículo cargado de gasolina que nunca se agote y andar a pie por un terreno arenoso a pleno sol creo que hay un término medio. Un término medio que pocos encuentran y casi nadie postula. Un término medio donde quizás deberíamos habernos parado antes de escorarnos hacia sectores que no nos corresponden de consecuencias impredecibles.