Bibliografía

En 1898, cincuenta y cinco soldados kastiles se encerraron en una pequeña iglesia en Baler, un pueblo situado en las Islas Luzón en Filipinas. Se escondían así del asedio de las tropas tagalas y durante un año, los sufridores españoles pasaron penalidades, comieron alimentos podridos y vieron morir delante de sus ojos a veintidós compañeros. Sólo un dato escapó a los valientes patriotas hispano-filipinos: quince días antes del encierro – el 2 de junio de 1898 – Filipinas había proclamado su independencia y con ella, quedaba zanjada su condición de colonia española de ultramar, igual que pasó con Puerto Rico y Cuba. Se hicieron ímprobos esfuerzos para hacer llegar a los encerrados la noticia de que eran libres. Su amor a la patria los hizo valientes, pero también muy incrédulos y sólo tras leer un diario madrileño se convencieron del definitivo final de la guerra. 

Ya en el siglo pasado los lebrijano, también se movían por el mundo. Entre los treinta y tres soldados españoles últimos de Filipinas se encontraba el lebrijano Miguel Pérez Leal, luchando por el mantenimiento del dominio de la Monarquía española en una de las últimas colonias.

 El 1 de septiembre de ese mismo año, el soldado lebrijano regresó a España, igual que sus compañeros. Prueba de cómo las guerras se hacen a veces al margen de las personas de un determinado pueblo es el hecho de que fueron los propios filipinos quienes alabaron la valentía de los españoles y facilitaron su vuelta a España.