7. Los días previos al día E

Conforme se acerca el día E (el día del maratón) la mezcla de sentimientos empieza a ser confusa. A ratos se sienten los nervios; a ratos, la emoción; a ratos, el miedo; a ratos, la ansiedad; a ratos, la alegría, ... y así, mientras la mente no está ocupada en otra cosa, se dan cascadas que inundan mente y corazón, que se sienten en los músculos y que hacen vibrar todo mi ser.

A donde sea que voltea uno se encuentra con la propaganda del maratón, pareciera que la ciudad entera está en sintonía, pareciera que lo único que se respira son kilómetros verdes de esa fiesta que está por venir. Las calles empiezas a tomar otro contexto. El asfalto empieza a verse con diferente textura. La línea azul ha sido trazada y empiezo a imaginar cómo la sigo.

Los últimos preparativos dan inicio. Última carrera ligera de 12 km el domingo previo. Martes de entrenamiento, discurso por parte del entrenador, propuesta: "como si fuera un entrenamiento". Así será, no podrá ser por tiempo, no podrá ser romper marcas, seguirá siendo por terminarlo, en una pieza y disfrutarlo. No puede ser de otra manera, así lo siente mi cuerpo, así lo siente mi mente.

Llega el miércoles, toca última visita a la nutrióloga (@nutrifitness) para plan alimenticio y estrategia de hidratación para los siguientes tres días y para el día E. No bajé de peso como hubiera querido. Llegaré al día E con dos kilos más que el año pasado. El descanso obligatorio en diciembre-enero y una terapia con progesterona han hecho muy difícil este año el control del peso. Al menos me conservo y mi composición corporal está más cargada a músculo, he perdido grasa y eso compensa el asunto. Llego muscularmente más fuerte que el año pasado, eso se nota en mis piernas, en mi correr.

De ahí a una alineación y balanceo con Paco Nambo (https://www.facebook.com/pages/Instituto-Biomec%C3%A1nico-de-Mexico-SC/583074878388626?sk=info). Me siento tranquila, pero temerosa. La rodilla izquierda lleva tres semanas molestando al subir y bajar escaleras. No ha molestado al correr y por eso sigue el plan de hacer el maratón. Los tendones de Aquiles por fin cedieron, ya no molestan, eso me tiene tranquila. El hombro derecho no pinta bien. Entre su habitual malestar y el estrés diario del trabajo, pronostican molestia. El lunes anterior lo infiltraron con la esperanza de que no moleste en el maratón. Para el miércoles todavía molestaba un poco la infiltrada, así que no hay seguridad en que no molestará.

Llega el jueves, ¡vamos por el paquete! No puedo esperar más. La porra oficial me acompaña. Se siente la emoción de todos, parecemos niños en Navidad. Primero lo primero, mi paquete. Me encuentro con David, mi entrenador, últimas palabras de apoyo, de ánimo y reiteramos estrategia de ligerito y modo entrenamiento. Luego a ver todos los stands. Damos vueltas, seleccionamos ropa, compramos cinturón de hidratación para sustituir el viejito. ¡Lista!

Decidimos tomar un técito en lo que esperamos que baje el tráfico del estacionamiento. Nos encontramos entonces a una amiga del gimnasio, igual que yo, emocionada, los ojos brillantes y lista para la emoción.

De regreso a casa, nos vamos siguiendo la línea azul. ¡Y pensar que ahí estaremos en la recta final! Sólo unos kilómetros más y estaremos en el estadio.

El viernes es un día relajado, enfocado en el objetivo pero descansado. La visita al gimnasio es sólo para no oxidarme. Paso a ver a Chivito (mi abuelo) para felicitarlo por su cumpleaños 94. Paso un rato con él platicando, relajándome, escuchándolo. Nada más revitalizante que pasar un rato con él. Caigo dormida a las 10:00 pm.

El sábado me despierto a las 4:00 am de manera automática. El entrenamiento de la despertada temprano y la acostada temprano parece haber funcionado. Me quedo en cama para descansar la semana, a las 6:00 me vuelvo a dormir. A las 8:00 empieza el día normal. Carga de carbohidratos a todo lo que da. A medio día me voy a la fiesta de Chivito. Nada más motivacional que verlo y poder compartir con él, no sólo la emoción del día siguiente, sino cada momento. Además, recibo una gran carga de porras y apoyo de toda la familia. Empiezo a cargar el costal que me llevará a la meta. De regreso en casa me espera mi comida planeada y empieza el ritual.

Empezamos por leer la información dada por los organizadores, planeación de último momento, visualización de la ruta, ... Sigue el poner en orden la ropa y accesorios que usaré. Nada nuevo, todo probado, excepto por la playera. Nos la probamos, me queda bien, se siente bien, la usamos. Este ritual siempre me remonta a mis tiempo de estudiante, cuando por la noche ponía la ropa y la mochila del día siguiente con la ilusión de que al día siguiente iría a la escuela. Es esa misma emoción.

El clima empeora, reviso el pronóstico y no se ve bien. Se pronostica lluvia con 90% de probabilidad. Traducción: va a llover, el asunto es a qué hora. Espero sea antes de que inicie. Preparo entonces una bolsa con ropa adicional y saco mi rompevientos.

La cena de acuerdo al plan.

Ya está todo listo. Última revisada a correo y Facebook para recargar ese costal de porras y apoyo y ¡lista!, ¡a dormir!. Son apenas las 21:30, pero ya tengo sueño. Lo logro. Me duermo a las 22:15.