Un septiembre como cualquier otro

Un septiembre como cualquier otro

Xyoli Pérez Campos


Hasta la noche del 8 de septiembre de 2017

El mes empezó como cualquier otro, con los pendientes a tope y una agenda apretada porque es el mes de recordar y conmemorar lo vivido en México, particularmente en la Ciudad de México, en el 85. Tenía un par de pláticas y entrevistas programadas. Esperaba la pregunta habitual “¿Estamos preparados?” La respuesta siempre había sido: Si se ha hecho lo que se tiene que hacer, sí, pero no lo sé. Además de que la respuesta también debe ser a nivel personal, ¿está usted preparado?, ¿ha hecho lo que tiene que hacer?

Todo parecía normal, el 7 de septiembre llegué a casa muy cansada y todavía con muchos pendientes del trabajo, por lo que decidí no salir a correr, mejor trabajar un poco más y dormir temprano. A las 10:00 ya estaba en el mundo de los sueños. Menos de dos horas después sentí la mano de mi esposo, Raúl, tratando de despertarme porque sonaba la alerta sísmica. Todavía dormida me levanté de la cama y caminé hacia afuera del cuarto. Tras unos pasos, empecé a despertar y tomar un poco de conciencia del sonido de la alerta. Entonces reaccioné. Regresé al lado de la cama a ponerme los zapatos, agarré el celular y el radio que me permite estar en comunicación con el Servicio Sismológico Nacional (SSN). Entonces sí, estaba lista y proseguí a salir del cuarto.

Entró en el radio el anuncio del Sismológico, parecía algo mayor de 8.0. ¿Sería la brecha? No, la voz en el radio dijo que era en Oaxaca-Chiapas.

Mi esposo había decidido entrar al baño. Nuestras perritas, Frijolita y Kate, no sabían qué pasaba, porqué había que salir de la camita a estas horas. Claramente ninguna de las dos es sensible a las primeras ondas, ni sirven como alerta sísmica. Me detuve en el pasillo, todavía tratando de asimilar todo, incluso la falta de movimiento. No, no podía ser de la brecha pues había ya pasado el minuto y aún no llegaban las ondas sísmicas. El protocolo del Sismológico ya estaba en curso. El epicentro preliminar era en las costas de Oaxaca y su magnitud preliminar era 8.4.

Era como un sueño o algo en el imaginario. Mi mente no dejaba de pensar en lo monstruoso que era eso. Un verdadero titán. Inmediatamente vino la frase “se sintió en todo el reino” de uno de los relatos del sismo de 1787, cuya magnitud se estima fue de entre 8.4 y 8.6. Pero no lo sentía, quizás no se percibiría en la CDMX. Empecé a recibir WhatsApps preguntando si era otra falsa alerta, pues apenas había experimentado una la ciudad la noche anterior. Al mismo tiempo decidía que era mejor salir al patio de la casa. Fue entonces que empezó lo violento del movimiento. Bajar las escaleras no fue fácil. Raúl había bajado unos segundos antes y las pequeñas iban con nosotros. Salimos al patio desde donde continué con los pasos del protocolo de avisar a autoridades. Escuchaba a los vecinos, entre ellos a mi madre, compartir su ansiedad y temor.

Se escucharon y vieron varios transformadores volar. Inmediatamente se fue la luz. Paró el movimiento y regresé rápido a la casa. A oscuras, me quité la pijama y me puse la ropa del día. Mi esposo se puso la sudadera. Le di cariñito a Kate y le expliqué que mamá tenía que ir a trabajar. A ella no le había tocado protocolo por lo que decidimos que mejor se quedara en casa. Puse la correa a Frijolita, la trepé al carro y abrí manualmente la cochera. Salí para ver cómo abrir la reja de la cuadra pero ya todos los vecinos estaban movilizados en ello. Así que regresé al auto. Mi esposo llegó y arrancamos. Todos los vecinos ayudaron con la salida. En 15 minutos más ya estaba en el Sismológico. Frijolita y Raúl regresaron a casa.

En el Sismológico, además de los analistas de guardia, estaban algunos de los sismólogos y los que deben apoyar en caso de protocolo. A algunos sismólogos que se ofrecieron a ir, les pedí que mejor descansaran y fueran a relevar por la mañana, se vislumbraba un día intenso.

Se hicieron varias revisiones de la localización, de la profundidad y de la magnitud. Pedí ayuda al Dr. Shri Krishna Singh para revisar la profundidad, la señal era complicada, y como no serla si se trataba de un gigante. Entre él y el Dr. Víctor Hugo Espíndola, responsable del Grupo de Análisis e Interpretación de Datos Sísmicos del SSN, la determinaron. Ahora sí, la magnitud había quedado en 8.2. De todas formas un monstruo. Cada sismo tiene sus peculiaridades y dificultades a la hora de estimar sus parámetros, los chicos por ser chicos y los grandes por ser grandes. Ninguno es igual.

Habían pasado tan solo unos minutos del sismo y ya había empezado la cascada de entrevistas. La primera fue con Denisse Maerkel, quien hizo la pregunta que me llevó a la reflexión de manera instantánea: “¿Es el más grande que se ha registrado?” Para ese momento teníamos la magnitud preliminar de 8.4. Efectivamente parecía el más grande que se hubiese registrado. Sin embargo, sabía que la profundidad todavía estaba en duda y una modificación ahí podía cambiar muchas cosas, entre ellas la magnitud, para arriba o para abajo. Entonces fui cauta en mi respuesta: “Sí, pero todavía estamos analizando los datos. Es un sismo grande y requiere de más análisis.” Lo asimiló y así lo manejó. Excepto que lo dejó como el más grande.

Inmediatamente que tuvimos la información revisada informamos al Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) y al Centro de Alertamiento de Tsunamis (CAT). Era el tercer comunicado que le hacíamos., ahora con magnitud 8.2. Fue justo antes de que el Presidente diera su mensaje, con lo que pudo él dar los últimos datos ya revisados. En realidad, los protocolos federales y estatales ya se habían detonado con la información preliminar inicial.

De ahí fue una larga noche. Los teléfonos no pararon de sonar. Empezaron los medios europeos y argentinos, siguieron los peruanos y otros internacionales. A las 6:00 comenzó el desfile de los medios nacionales. Más tardaba en colgar la bocina que entraba otra llamada. Me daba tope tras tope ante las mismas preguntas: Oscilatorio vs trepidatorio; magnitud en diferentes sitios; duración; etc. En una de esas vino la pregunta clásica “¿qué tipo de sismo fue?” Sabía qué se referían a “oscilatorio vs trepidatorio”, pero estaba cansada de explicar que los sismos no se clasifican de esa manera, que eso se refiere al movimiento que generan las ondas a su paso y que todos los sismos producen ambos tipos de movimiento. Entonces, sin mucho pensarlo, me salió del corazón: “Fue un sismo intraplaca”. Juro que casi escuche un “¡ah chin..?” Lo que vino enseguida fue un “¿y qué significa eso?” Después de eso, la palabra intraplaca empezó a ser usada en las entrevistas, en las notas, en las infografías.

Pero si bien yo no paraba atendiendo entrevistas y solicitudes de información, había un gran equipo trabajando muy fuerte. Las réplicas en las primeras horas fueron bastantes y grandes. Los analistas no habían terminado con una que ya habían tres más en fila. Los de sistemas estaban atendiendo que todo funcionara y resolviendo expeditamente cualquier detalle que comprometiera la operación. Tres ingenieros de campo estaban fuera dando mantenimiento a estaciones sismológicas en Isla Socorro.

A las 3:00 de la mañana, junto con los sismólogos del Departamento de Sismología, y del Instituto de Ingeniería, decidimos que sí se fuera a la zona epicentral a instalar equipos. Esto permitiría tener un mejor registro de las réplicas que produjera este gran sismo. Inmediatamente se movilizaron el Director y la Secretaria Administrativa del Instituto de Geofísica para que esto fuera posible. A las 9:00, los ingenieros del Grupo de Instrumentación y Mantenimiento del SSN, tenían ya todo listo para salir. Así que emprendieron el viaje.

Como parte del protocolo, también se genera un reporte especial. Este quedó listo y montado en la página esa misma madrugada. Fue un reflejo de cómo todo funcionó. Todos actuamos. Todos participamos.

Se puso un radio en el Centro de Monitoreo. Con ello y con las esperas en las entrevistas pudimos escuchar las noticias. El Istmo de Tehuantepec había sido fuertemente golpeado. Lo que se escuchaba sobre Juchitán era terrible, ¿y cómo no serlo? Los había golpeado algo peor que Godzilla.

A la mañana siguiente se tuvo una rueda de prensa. Yo seguía con la ropa del día anterior y peinado de cama. En poco tiempo armamos la presentación conjunta con el Instituto de Ingeniería y el Servicio Mareográfico Nacional.

No había computadora en el auditorio y la computadora del colega no funcionó, así que tocó poner la mía. Empezamos la conferencia de prensa. Tras unos minutos vi a las directoras de los Institutos Geos hacerme señas. Me di cuenta que se había desconectado el cable del proyector. Cuando lo conecté, se escuchó en el público “¡FRIJOLITA!”. Mi fondo de pantalla había entrado con la imagen de mi pequeña Frijolita. Recibió uno que otro comentario en redes sociales y alguien me dijo que le había ayudado como una imagen tierna ante la desolación que se sentía.

Las réplicas llegaron por centenas los primeros días. Hubo que re-organizar el trabajo de los analistas, asignar dobles turnos y llamar a voluntarios. Varios estudiantes que en años anteriores habían formado parte del grupo de becarios del SSN, acudieron al llamado y se incorporaron al ejército de analistas.

Esa madrugada y ese viernes 8 de septiembre me mostraron lo que ya sabía desde antes, el equipo de trabajo del SSN era maravilloso, era una máquina, era compromiso, era dedicación, era amor a su trabajo. Podía sentir a la distancia la frustración de los compañeros que estaban trabajando a más de 1000 km de distancia, en Isla Socorro. Pero lo más impresionante era que podía escuchar el tic-toc perfecto y sincronizado del engranaje del SSN trabajando.

De ahí continuó un sinnúmero de entrevistas y un mes de septiembre como ningún otro que haya vivido. Esa noche regresé ya tarde a casa. Había que descansar un poco y recargar baterías.


Del 9 al 19 de septiembre de 2017

A la mañana siguiente, a pesar de ser sábado, no pararon las entrevistas y la atención. Lo más preocupante era ver cómo se registraban réplicas y más réplicas, las cuales eran sentidas por la población cercana, alterándolos y asustándolos. Se siente impotencia el no poder decirles nada que los pudiera tranquilizar. Si bien, a pesar de que se puede hacer una estimación, no hay forma de saber con exactitud cuánto tiempo duran las réplicas. Pero creo que la parte más complicada en comunicación referente a los sismos, es que no hay forma de saber si habrá o no algo más fuerte de lo que se acaba de vivir.

Ese fin de semana, para la ciudad, fue tranquilo, siguieron las actividades como si nada, mientras para el sureste del país la vida de muchos había cambiado. El paisaje de ciudades tan bellas como Juchitán y lo colorido de su mercado se habían visto derrumbados. ¿Cómo estaría la familia Oshino? ¿Cómo estarían las personas que conocí en la Navidad del 95? Mi corazón no dejaba de llorar. La ayuda y las brigadas se empezaron a organizar. Había que destinar las donaciones y los recursos para allá.

Mi fin de semana, fue acompañado por la carrera-caminata en familia de la Cruz Roja Mexicana. Antes de comenzar se guardó un minuto de silencio y por mi mente recorrió el horror y dolor que estarían viviendo en la zona epicentral. Los datos de aceleración, de intensidad, eran monstruosos.

Los días pasaron, la prioridades habían cambiado, seguíamos atendiendo medios. Fernando y Luis Ernesto reportaban desde el Golfo de Tehuantepec su progreso en la instalación de estaciones. En el Centro de Monitoreo seguían analistas, becarios y voluntarios trabajando al 300%. Los de Sistemas e Instrumentación, igual, no paraban de trabajar para asegurarse que todo funcionara adecuadamente. Mi atención estaba un poco dividida entre todo esto y la curiosidad sismológica.

De por sí, cada año, las primeras dos terceras partes de septiembre eran de mucha actividad de medios y divulgación por ser el 19 de septiembre el aniversario del sismo del 85. Con esto, se había incrementado esta actividad. Así fue como llegó la mañana del 19 de septiembre.


El 19 de septiembre de 2017. Un medio día casi como cualquier otro.

Se había anunciado un simulacro para las 11:00. Yo tenía una entrevista en Radio UNAM a las 12:00. ¿Qué hacer? ¿Esperar el simulacro en mi oficina y quizás llegar tarde? ¿Salir más temprano y que me tocara en el Metro? ¿Salir a la hora que fuera que estuviera lista para salir y que me tocara donde fuera que fuera a tocar? Después de un rato de debate, decidí que lo correcto era no considerar el simulacro en mis planes, finalmente, un sismo no avisa.

Salí de mi oficina unos minutos antes de las 11:00. Ese día había decidido usar falda y botas altas, pues si bien la entrevista era por radio, quería lucir formal. Los pasos no eran tan largos ni tan rápidos, así que no logré entrar al metro antes de las 11:00. Sonó la alerta sísmica en punto de las 11:00. Yo estaba a unos pasos de la escalera de subida a la estación CU. Me detuve, analicé mi entorno. La gente a mi alrededor ni se inmutó, parecía inmune a ese sonido que detona el correr de la adrenalina en mis venas por imaginar un escenario catastrófico, o simplemente porque implica detonar protocolos en el trabajo. Sólo una chica en la acera de enfrente se detuvo, al igual que lo hacía yo, ella volteaba para reconocer su entorno, parecía de igual manera, estar evaluando cuál sería el punto más seguro, qué implicaba la multitud de cables, los peseros y caos, los puestos y techos, la seguridad de las escaleras y el andador, … dejó de sonar la alerta. Continuamos ambas con nuestro camino. Cada una en escaleras paralelas hacia arriba.

La entrevista en el programa “Ingeniería en marcha” duró 15 minutos. Me tocó junto con un doctor en Ingeniería, no recuerdo su nombre. Era un postdoctorante en el Instituto de Ingeniería, trabajaba con aisladores sísmicos. Al terminar, podíamos esperar a que saliera una camioneta que transportaría a todos a la Facultad de Ingeniería de la UNAM. La radiodifusora se encuentra en la colonia Del Valle Centro, aproximadamente a 10 km del Sismológico. El trayecto es de 30 minutos a una hora dependiendo del tráfico. Sin embargo, la camioneta no saldría hasta después de las 13:15. Me pareció mucho tiempo, así que decidí regresar nuevamente en Metro. El colega ingeniero, decidió regresar conmigo.

En el camino al Metro sólo pensaba en hacer una parada para comprar una pizza, un café, unas papas, … lo que fuera. Mi cerebro ya estaba sufriendo de ansiedad que buscaba calmar con algo de comida. Por la pena que me daba con el colega, me aguanté y seguimos nuestro camino. Sin contratiempo alguno, llegamos a la estación final en Ciudad Universitaria. En camino a los torniquetes de salida, mi cerebro ansioso sólo pensaba en comprar un delicioso y calientito bisquet, de esos que venden a la salida de los torniquetes y cuyo aroma a mantequilla provocan que mi cerebro sólo pueda pensar en ellos. Fue una batalla dura y fuerte. Logré callarlo con el cerebro sensato y decidir antes de cruzar los torniquetes que no pararía por mi bisquet. ¡Qué sabía yo! Para ese instante, ya había ocurrido, ya estaba la onda P moviendo almas y edificios en mi ciudad. Ya la gente se mostraba asustada por lo que estaba experimentando. En la estación CU todavía no sentíamos nada, era mucho el movimiento que el gran número de personas que estábamos ahí provocábamos.

Cruzamos los torniquetes, todavía en la ignorancia de la realidad. Éramos cientos de personas saliendo, no había mucho espacio entre nosotros. Llevábamos apenas unos cuantos pasos, justo estábamos frente a los bisquets. Yo me estaba declarando victoriosa en mi batalla contra la comida por ansiedad, cuando empezó a sonar la alerta sísmica. Por instinto vi mi celular, un tuit y un mensaje del Sistema de Alerta Sísmica Mexicano (SASMEX). Era real. Le dije a mi acompañante que camináramos más rápido, que era en serio, que era real. Pasaron algunos segundos, estábamos a unos pasos de las primeras escaleras para bajar. La mayoría de las personas estaban bajando por ellas, algunas más por las más lejanas, pero se sentía la preocupación de la gente. En eso empezamos a sentir el movimiento. Era violento. La gente apretó el paso. Se empezó a concentrar más la muchedumbre. Queríamos correr, queríamos empujar al de enfrente para que bajara más rápido, queríamos llorar y gritar desesperados.

Mi mente rápidamente voló, por el tiempo entre la alerta y el movimiento, no era de la brecha de Guerrero, debía ser cercano. La pregunta era qué tan grande. Pero si así se estaba sintiendo aquí, ¿cómo sería en la Zona de Lago? ¿Cómo estaría el resto de la ciudad? ¿Aguantarán las escaleras a toda esta gente intentando bajar rápidamente? Inmediatamente entró el cerebro en acción, su entrenamiento en el simulacro de la mañana dio sus frutos. Una voz interna me dijo “Recuerda esta mañana, bajando están los cables, los techos, los peseros, lo viste hace tan sólo un par de horas”. En eso, alguien que también sintió el aumento en la ansiedad de la multitud y la desesperación por bajar de ahí lo más rápido posible, gritó desde el tope de las escaleras “¡CALMA! ¡No corran!” Fue impresionante. Ese grito, firme y decidido, nos brindó paz para seguir bajando de manera ordenada y no causar un accidente.

Tras algunos segundos habíamos llegado a la acera. Mi mente no paraba de analizar, de imaginar. Intenté movernos hacia la calle, donde no había cables, ni estructuras, pero era el paso de peseros, así que se podía complicar. Era demasiada la gente, todos asustados, todos sin saber lo que estaba pasando en otros lugares. Esa ignorancia controló la situación. El movimiento ya no era intenso, apenas se sentía. Entonces apreté el paso para salir de ahí y entrar a Ciudad Universitaria.

Una vez adentro de CU, comencé a caminar aún más rápido. Por fin sonó mi radio: “M69 en Puebla” fue el código que usó el analista en turno. ¿Sería como el sismo del 99? No. Por caprichos del destino, el del 15 de junio de 1999 me tocó casi en el mismo lugar que éste. En ese entonces iba acompañada de Jorge Soto, amigo e ingeniero geofísico. Ninguno de los dos lo sentimos. El movimiento fue leve y sólo algunos en CU lo habían percibido. Esta vez era diferente. Había sido muy intenso. No podía ser del mismo lugar, tenía que haber sido más cercano. Una vez contestado el radio, corrí sin parar hacia el Sismológico. No era cómodo, no era fácil. Con falda y botas largas, el paso era tan rápido como podía. Debía controlar respiración, pensamientos, energía. Debía llegar lo más rápido posible. Mi acompañante apretó el paso junto conmigo. Recuerdo haberle dicho, no necesitas correr conmigo, pero yo tengo que llegar. Él continuó a mi lado. Al llegar al Sismológico, él siguió su camino. Supongo que prefirió correr hacia el Instituto de Ingeniería y desde ahí hacer su parte.

Entré al Sismológico, había mucha gente. No recuerdo quiénes, ni cuántos, pero era mucha gente. Muchos espectadores estaban viendo, desde el Salón de Visitantes, la acción en el interior del Centro de Monitoreo. Algunos sismólogos estaban dentro del Centro de Monitoreo, tratando de ayudar. A mi llegada pedí a todos los que estaban ahí que dejaran solos a los analistas. Es mucho el estrés que se vive ahí adentro, es mucha la concentración que requieren, son muchas las cosas que pasan simultáneamente. En mi mente sólo había un objetivo, dejarlos hacer su trabajo. Ellos saben lo que hacen y requieren del espacio y la concentración.

El automático ya había publicado solución y a mi llegada ya estaba lista la localización revisada. Sólo faltaba la magnitud revisada. Rápidamente me dirigí a los servidores que hacen ese cálculo. Todo estaba trabajando en orden y casi fue simultánea mi entrada al cuarto de servidores con la emisión del resultado del proceso de cálculo. Revisamos los parámetros de calidad, las señales, los diferentes valores de magnitud que se calculan, … todo estaba bien. Se publicó entonces la solución revisada. Parecía que todo había sido transparente. Sin embargo, algunos medios interpretaron las dos publicaciones, la preliminar y la revisada, como dos sismos diferentes. Hubo que explicar que había sido un solo sismo.

La preocupación invadía mis pensamientos, los recuerdos y la imaginación me mostraban escenas de destrucción en la ciudad. Intentaba callarlos y apagarlos. Mantenía la concentración en la interpretación, en la información. Tras la publicación, empezaron a entrar los WhatsApp del grupo de la familia. Se empezaron a reportar, informaban que estaban bien o tratando de contactar a los demás miembros. Entró entonces el primer mensaje de mi madre: “Se cayeron los Multis”. Parte de mi mente entró en pánico, ¿qué significaba el mensaje? ¿Se cayeron algunos tabiques a los edificios vecinos a la casa? ¿Se cayó un edificio? ¿Se cayeron todos? ¿Qué pasó en la ciudad? ¿Cuánta destrucción hubo? La otra parte de mi cerebro conservó la calma y supo mantenerme al pie del cañón. Supongo que los demás del equipo pasaron por procesos similares. Una vez que se empezó a conocer la destrucción, se veía en sus caras la angustia por sus familias, pero siempre mantuvieron la calma y trabajaron con gran compromiso para que el Sismológico siguiera su operación. En poco tiempo estaba listo nuestro reporte especial.

Estaba en eso cuando entró la primera entrevista. Se trataba de Carmen Aristegui. Le di la información de localización y magnitud e hizo un comentario: “Se sintió más fuerte en el sur de la ciudad por venir del sur”. Eso me hizo reflexionar sobre la necesidad de divulgar más. Somos una sociedad expuesta a este fenómeno y todavía no lo conocemos. Intenté explicarle rápidamente que lo que habíamos sentido en el sur era diferente a lo que se había sentido en otras partes de la ciudad y que debíamos esperar los reportes de Protección Civil para saber los efectos en la ciudad, pues se había tratado de un sismo importante para ésta.

Poco a poco, los noticieros, que interrumpían la programación o estaban en curso, empezaron a reportar los edificios derrumbados y los daños en la ciudad. Cada reporte nos estremecía, nos preocupaba, y nos enfocaba en nuestra labor.

Los sismólogos esta vez decidieron que no se iría a la zona epicentral. Por las características de este sismo, no se esperaban muchas réplicas, pero es algo no se sabe a ciencia cierta en los primeros momentos.

La conferencia de prensa se desarrollaría por la tarde, con la presencia del Rector. Pronto organizamos el material. Fue algo surreal. Mi mente mantuvo en todo momento la claridad para poder expresarme y atender las demandas de información, a pesar de cómo sentía el dolor. La ciudad había sufrido nuevamente. No habíamos estado listos. No nos habíamos preparado lo suficiente. No habíamos aprendido por completo las lecciones de 32 años atrás.

La tarde y la noche se mantuvieron con gran actividad. Todos los miembros del Sismológico se mantuvieron trabajando a todo. La administración y compañeros de Instituto de Geofísica nos trajeron de comer y de cenar. La comunidad del Instituto se solidarizó con nosotros y nos hizo sentir acompañados. Ya muy noche, algunos de los compañeros se retiraron a casa para enfrentarse con sus propias realidades. Los impactos fueron varios. Hubo quien ya no pudo regresar a su casa, pues su edificio se inclinó mucho y no pudo ser habitado. El edificio de otro compañero tuvo daños en áreas comunes, el costo de las reparaciones fue bastante elevado y fue cubierto entre todos los vecinos. Otro compañero no pudo regresar en un par de días, pues en su edificio habían caído tinacos y otros elementos de los edificios aledaños. Un edificio vecino se había colapsado. Otro compañero también se vio afectado de cerca, pues vive en Xochimilco, ahí no solo fueron las casas, sino también las avenidas y el suministro de agua que se vio afectado.

En mi caso, fueron los Multifamiliares Tlalpan, el edificio 1C se colapsó. Murieron 13 vecinos. El edificio 3B quedó muy dañado, comentaban que se escuchaba como crujía. La zona estuvo llena de voluntarios dispuestos a todo para rescatar a cualquier sobreviviente. Llegaron incluso los expertos de Japón a apoyar en las labores de rescate. Mi esposo y mi hermano, sobre todo, se involucraron en lo que ellos saben hacer mejor, que es logística. Mi vecina, una joven delgada y pequeña, se puso su casco y estuvo al frente moviendo piedra tras piedra para poder rescatar a alguien. Mi madre, y varios vecinos, abrieron sus puertas para almacenar cosas. Sacaron y donaron todo lo que pudieron: herramientas, comida, agua, ropa, … Mi esposo daba vueltas y vueltas al supermercado o a la tienda de herramientas para comprar lo que le indicaban que hacía falta en los diferentes campamentos de la zona.

Yo regresé a casa hasta la noche del 20. Llegué caminando. No era posible entrar ni salir de la zona en auto. No había luz ni agua en las casas. Usar gas no parecía buena idea. La escena era tremenda. En las calles aledañas a los edificios, cadenas humanas descargando materiales y víveres. Logré llegar a mi cuadra y en ese momento empezó la corredera de la gente. El 3B estaba crujiendo y la gente empezó a correr hacia adentro de las cuadras. Se vivió en ese momento un terror generalizado. Esa noche mi hermano y mi primo llevaron a mi abuelo de 97 años, a mi papá y a mi mamá a casa de mi prima. Las condiciones eran complicadas y no queríamos estar preocupados por ellos. El primero en entenderlo fue mi abuelo, quien a pesar de su falta de movilidad, rápidamente se preparó para la salida. Estuvieron ahí hasta el lunes siguiente que regresaron la luz y el agua a la manzana.

Yo dormí esa noche en mi cama. Kate estaba ahí en casa, pero Frijolita estaba en casa de mi suegra, pues la había llevado mi marido ahí el día anterior en la mañana. La mañana siguiente, preparé mi maleta y me fui al Sismológico. Estaría ahí al menos hasta el viernes. El jueves fue un día pesado, con muchas entrevistas y solicitudes de información. El viernes por la mañana platiqué con mi esposo y acordamos irnos a casa de su mamá por unos días, al menos hasta que los accesos a la zona se normalizaran. Fuimos entonces a casa por nuestras cosas para unos días. Estando ahí, pasó un arquitecto voluntario, ofreciéndose a revisar nuestras casas. Yo la había revisado y no había visto nada peculiar. Sin embargo, no había revisado un cuarto. Entonces lo revisamos juntos y una pared tenía una fractura. No tan terrible, pero sí nos asustó. Decidimos entonces pasar una temporada más larga con mi suegra, hasta que un experto la evaluara. El veredicto, tenemos que reforzar nuestra casa. En fin, pasamos los cuatro un mes en casa de mi suegra.


El 23 de septiembre de 2017

El viernes 22 de septiembre, después de llevar las cosas a casa de mi suegra, yo regresé al Sismológico, pasaría ahí el fin de semana, pues el trabajo todavía estaba muy intenso. Esa noche trabajé hasta tarde y me fui a dormir a eso de la media noche. A las 6 de la mañana, mi esposo, con Frijolita y Kate fueron a verme. Yo salí en lo que esa noche había sido mi pijama: un pants y una sudadera. Caminamos un rato juntos y mi marido me dejó mi desayuno. Regresé a mi oficina. Me habían programado una entrevista telefónica a las 8:30, por lo que decidí que mejor, mientras la esperaba, desayunaba y trabajaba un poco. Después de la entrevista me bañaría, arreglaría y seguiría con mi día. En esas estaba cuando pasaditas las 7:53, aproximadamente, empezó a sonar nuevamente la alerta sísmica. Caminando rápidamente bajé al Centro del Monitoreo. Se trataba de un sismo en la zona del Golfo de Tehuantepec, pero ubicado en continente, cercano a Ixtepec, Oaxaca.

Rápidamente empezó el análisis automático y manual. Se siguieron los protocolos y se emitió la localización y magnitud de este nuevo sismo. Llegó con él un debate sobre el concepto de réplica. ¿Se trataba de una réplica del sismo del 7 de septiembre pasado? ¿Hasta dónde y hasta cuándo lo llamamos réplica? Su localización lo ubicaba en el borde de la región que se había iluminado con las réplicas hasta el momento. Si se trataba de un sismo profundo, estaría en la placa subducida y podría ser más clara la clasificación de réplica. Sin embargo, éste parecía ser un sismo somero, en la corteza superior. En el estricto sentido, al estar en la otra placa, ya no se considera réplica. Sin embargo, la comunicación de los eventos principales y réplicas se puede tornar complejo y confuso. Por ello, para evitar confusiones, a este sismo, y a sus correspondientes réplicas, las consideramos réplicas del sismo del 7 de septiembre. Con ello, el sismo del 7 de septiembre de 2017, alcanzó una cuenta de 28,789 réplicas hasta las 5:00 am del 1 de noviembre de 2018. Momento en el cual el Servicio Sismológico Nacional dejó de contar de manera pública el número de réplicas de dicho sismo.

Mis planes de esa mañana se vieron modificados. Inmediatamente empezamos a coordinar actividades del protocolo, incluida una conferencia de prensa. Iba a ser la tercera en apenas dos semanas. Para ésta ya teníamos la experiencia. En esta ocasión contamos con la presencia del Dr. Juan Carlos Montalvo de la Universidad Autónoma de Nuevo León, con quien colaboramos en la generación de los mapas de intensidades macrosísmicas. Estos mapas reflejan cómo fue la percepción del movimiento en cada sitio. Sólo hubo un detalle, no hubo tiempo para cambiarme, así que asistí a la rueda de prensa de “pijama” y nuevamente con “peinado de cama”.


El día después

Los días siguientes fueron llenos de actividades: entrevistas, conferencias, reuniones. Por fortuna tenía avanzado el trabajo. Casi dos años atrás, había preguntado al Dr. Sergio Barrientos, director del Centro Sismológico Nacional de Chile, cómo había conseguido los recursos para la red sismológica y el centro en Chile. Él me contó que se dio a raíz del sismo de 2010; sin embargo, él tenía listo los proyectos para presentarlos en cuanto hubiera oportunidad. Entonces, yo ya llevaba tiempo trabajando en identificar las necesidades de mejora y crecimiento. Los proyectos ya se habían empezado a socializar y a presentar a diferentes instancias. Nada de lo que se presentó fue preparado en el calor del momento. Todo el equipo venía trabajando por poco más de un año en esa identificación de necesidades. Así que los proyectos presentados tenían el sustento de su trabajo.

Lo que restó de septiembre, octubre, noviembre y diciembre fueron realmente abrumadores en muchos sentidos. Mis horarios de trabajo fueron extendidos y mis horas de sueño se redujeron a un promedio de 4.5 horas. Afortunadamente mi marido manejaba y eso me permitía también trabajar en los trayectos oficina-casa. En casa me quedaba trabajando hasta las 12:00 ó 1:00 am. Era en esos momentos que podía trabajar con Leonardo o con Diego. A quienes les agradezco infinitamente su apoyo, amistad y mantenerme trabajando en la parte científica del asunto. Al otro día iniciaba en la oficina a las 6:00, a esa hora podía preparar clase o revisar documentos pendientes. Y así todos los días. Ese ritmo me permitió combinar mi trabajo frente al SSN en momento de crisis, mi labor como profesora, y mi trabajo e interés en investigación. Finalmente, estos sismos también habían despertado en mí el interés científico.

Emocionalmente quedé exhausta y bastante golpeada. Para cuando llegaron las vacaciones de diciembre yo estaba al borde del colapso. Experimenté muchos sentimientos de culpa de no poder ayudar a levantar piedra para poder ayudar a las víctimas, sobre todo a mis vecinos. Experimenté rabia de ver incongruencias y falta de responsabilidad. Experimenté frustración de tener las manos atadas por políticas arcaicas. Afortunadamente dominaron los sentimientos de satisfacción de estar haciendo mi trabajo con amor y sobre todo, el poder compartirlo con un equipo tan espectacular.

El ritmo fue fuerte y fue un año del cual todos tendremos que recuperarnos en uno u otro aspecto. Toca seguir aprendiendo y mejorando. Toca levantarnos de entre los escombros y reinventarnos. Toca reflexionar sobre lo vivido y extraer lo mejor de la experiencia en sus particularidades y en lo general. Toca tomar lo bueno y potenciarlo aún más. Toca tomar lo malo, asimilarlo, superarlo y aprender de ello para que no se repita.

Un sismo no tiene porqué ser un desastre, no tiene porqué dejar familias huérfanas o sin casa, no tiene porqué sacar lo peor de algunos individuos. Estos sismos nos demostraron una vez más que somos damnificados de un sistema, de una serie de toma de decisiones a nivel gobierno, a nivel sociedad pero también a nivel individual. ¿Será que hemos aprendido algo y nos ayudaremos con la misma hermandad que unos minutos después de la desgracia para salir de los escombros en los que nos encontramos? ¿Será que para el próximo estaremos preparados?

¿Qué significa estar preparados? No sólo significa que no se caigan los edificios, implica mucho más que eso. Significa que como individuos conozcamos el fenómeno, sepamos cómo vivir y convivir con él. Significa que apliquemos protocolos de protección civil, que nuestras decisiones estén basadas en conocimiento. Si bien esto puede implicar una política pública que nos permita como ciudadanos hacernos de este conocimiento; ante la ausencia de ella, es nuestro deber como individuos el adquirirlo. Entonces, es mi obligación como profesional en la materia, ofrecerlo y hacerlo llegar a todos.

Así, hoy, a más de un año de un septiembre como cualquier otro, trabajo mi día a día, como cualquier otro, con esta visión de servicio y de amor por lo que hago, con esta pasión de encontrar diversos aspectos sísmicos y tectónicos asociados a la geometría de la placa de Cocos (uno de mis temas de investigación). Sin lugar a duda vendrá el siguiente sismo que nos afectará como ciudad o como país y volverá a probarnos si estamos preparados o no. Yo seguiré poniendo mi granito de arena en esta preparación. ¿Tú lo harás?’