DESTINO O ACEPTACIÓN

"Mujer árabe" pintura de Vanessa Vanessa

   Sentada frente a un vaso de Coca Cola, Hadisha no destaca de las cientos de jovencitas que disfrutan del verano almeriense. Su ropa moderna, pantalón justo y suéter corto que deja al descubierto su ombligo hacen más difícil para mi mente, quizás demasiado occidentalizada, entender sus conceptos y su aceptación a un destino que, entiendo, tiene  mucho que ver con la esclavitud. 

   Como tantas jóvenes marroquíes, Hadisha llegó a España buscando un trabajo que le permitiera ayudar económicamente a su familia. Tuvo suerte, se ubicó con cama en una casa de familia donde es respetada y aceptada sin tabúes y la sombra de los prostíbulos, destino de un gran número de esas jóvenes, no la acecha.

   Conversar con ella resulta agradable, es bonita y se esfuerza por adaptarse a nuestra forma de pensar ¿le será tan difícil como a nosotros entender la suya?

   No se le ocurre jugar con la coquetería natural de su edad. Para ella no existe el flirteo  ya que se considera “casada” con alguien que ha pagado a sus padres por unirse algún día a ella. Es algo que considera tan natural que, ni aún el año de estancia en España, conviviendo con nuestra cultura, le ha hecho reconsiderar su situación: en algunos meses, o años,  viajará a su país donde “el novio”, muchos  años mayor que ella,  la convertirá en su segunda esposa, o quizás la tercera. 

   Hadisha está tranquila puesto que será difícil que el número de concubinas aumente mucho puesto que el marido tiene la obligación de atender las necesidades de cada una sin retacearles nada. 

   Su tranquilidad no se verá amenazada por posibles celos, al menos en el sentido que nosotros damos a la palabra celos. Las esposas no sienten celos por la persona sinó por posibles “regalos” del marido que puedan ser más valiosos para una que para la otra.  De hecho el esposo se cuidará muy bien de obsequiar “algo más destacado” a una de las esposas para evitar que el hogar común se convierta en un infierno. 

   Esos son los celos que ella acepta como tales: por las pertenencias materiales, en ningún caso por el amor del hombre. 

   Hadisha me está describiendo, con entusiasmo, la ropa (moderna) que acaba de comprarse. Me dice que quiere ir por unos vaqueros (ahora la Real Academia nos autoriza a llamarlos”bluyins”).

   La miro detenidamente y trato de entenderla pero no puedo. 

   Tiene un nivel cultural destacable y una inteligencia despierta y ágil. Muy pronto, cuando termine sus estudios de idioma español, en el cual ya es posible entenderla sin problemas, será tri-lingüe. Hablará correctamente marroquí, su lengua vernácula, francés, la lengua oficial de su tierra además del cherha que por herencia familiar conoce a la perfección  y español.

   Pienso cuántas jóvenes occidentales se considerarían felices de poder competir en el mercado laboral con estas credenciales pero....... ¿cuántas jóvenes marroquíes se dan cuenta de su valía?, muy pocas ya que desde niñas han sido educadas para ser esposas de turno y madres sin derechos.

   Imagino a Hadisha cambiando su vestimenta occidental, apresuradamente en el barco que la lleva a Nador para visitar a su familia y quisiera creer que es posible que al regresar pudiera cambiar con tanta facilidad su forma de pensar… de aceptar. 

   Hadisha no toma alcohol, ¿y cuántas mujeres solo beben refrescos?, entonces lo acepto. 

   Hadisha no come carne de cerdo, ¿y cuántos vegetarianos hay en el mundo?, también lo acepto. 

   Hadisha cumple estrictamente los Preceptos de Mahoma y ayuna en el Ramadán ¿y cuántos cristianos cumplen los Mandamientos de Cristo y comulgan en la misa?, lo acepto y lo respeto.

   Hadisha va a desaparecer del mundo cuando se case  ¿sucede acaso también en nuestra sociedad?, no lo creo, no al menos como una forma habitual y no puedo aceptarlo. Por ello trato de razonar en cuanto a los pro (ninguno) y a los contra (muchos) de su incondicional aceptación a un destino que no se le ocurre siquiera cuestionar.

   El novio ha comprado su derecho a casarse entregando cinco cabras, alhajas de oro, algunos enseres domésticos, en fin, lo que le ha pedido la familia de Hadisha como dote. Ella me explica (al menos intenta de que yo lo entienda así)  que no ha sido vendida, que las cabras serán servidas a los invitados durante el banquete nupcial, los artefactos domésticos los llevará para su uso en su nueva casa  y que las alhajas serán una especie de seguro que le dará algún equilibrio  económico si por cualquier causa, no importa cuál, su esposo la llegara repudiar.

   No me convence. 

   Cuando se case dejará de ser una persona con derecho a pensar y actuar por si misma. Se cubrirá de pies a cabeza y no saldrá de su casa si no es acompañada por la madre de su marido o por éste. Incluso para visitar a su propia familia deberá pedir permiso y solo si le es concedido podrá hacerlo y siempre acompañada. 

   Su marido tendrá también que cumplir algunas reglas, como esa de no dar a ninguna de sus esposas regalos más valiosos que a las otras. Hadisha disfrutará de una luna de miel durante la cual su marido le dedicará todo el tiempo a ella, pero, pasada ésta deberá compartirlo con las otras esposas en forma equitativa. 

   Algún día tendrá  hijos que no serán propios puesto que los hijos del hombre son criados y atendidos por cualquiera de sus mujeres que así pasan a una maternidad general que las lleva a querer y cuidar a ese niño, no por ser suyo o de otra concubina sinó por ser hijo de él. 

   Hadisha podrá dejar a su marido, nadie se lo impedirá, pero al hacerlo perderá todo derecho de ver a sus hijos los que, ningún momento son considerados suyos sino exclusiva propiedad del marido. 

   Pero para llegar a esto Hadisha habrá pasado antes por la prueba de su virginidad. Lo que para cualquier joven occidental resultaría vergonzoso para ella resulta un orgullo: que una de las mujeres de su familia muestre la mancha en la sábana nupcial. 

   Por la acera se acerca una pareja de moros, de los muchos que viven en Almería. Es una pareja joven, quizás por ello la discreta distancia que guarda ella es apenas de un paso detrás del hombre.  El viste vaqueros y camisa a cuadros y calza unos tenis. Un hombre vestido a “la europea”, su mujer, con no más de unos veinticinco años envuelve su cabeza con un pañuelo sin forma y viste una sobria túnica que la cubre desde el cuello a los pies disimulando su figura que, imagino muy similar a la de Hadisha. 

   Sin quererlo mis ojos van al suéter cortito y a la cola de caballo que recoge su melena renegrida y, buscando los suyos tratan de trasmitirles el interrogante: ¿porqué lo aceptan y se sienten tan orgullosas de hacerlo?

                                                                            ®Graciela A. Vera Cotto 


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SENSACIONES II

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