AZUL MEDITERRÁNEO 

Un día sí, otro también, el azul del Mediterráneo parece querer hipnotizarnos.

Con su intensidad nos roba los sentidos.

Vivir en su ribera nos hace retraer su belleza a la cotidianidad de su presencia.

El Mediterráneo frente a la Punta de la Polacra (Almería) Foto propial 

Quienes vinimos desde otros litorales, acostumbrados a otras orillas de arenas más blancas y suaves quizás que éstas que se nos ofrecen a nuestros pies junto al Mare Nostrum, pero ignorantes de que un espejo de agua pudiera aquietar en su reverbero un matiz tan exquisitamente brusco con nuestras retinas, no podemos menos que exhalar un suspiro de admiración cuando lo vemos.

Perfecta irisación honrada con nombre propio: azul mediterráneo.

Un azul que difícilmente puede fidelizarse en las planchas de los muestrarios de colores.

El tiempo al transcurrir hace que los sentidos se habitúen y pasemos, de las exclamaciones de beneplácito a una indiferente observación en busca de algún signo exterior, que nos alerte de cambios climatológicos.

Pero el Mediterráneo se niega a descubrirse más allá de lo demasiado obvio. Es inequívocamente e implagiablemente azul.

Mucho más al sur, mucho más al este, debajo de la Cruz del Sur, un río que se confunde con mar, se escurre generoso hacia la amanecida.


Yo crecí en sus orillas; haciendo hamaca con las ramas de los ceibos sobre las aguas; oteando horizontes que se alejaban hasta perderse en tierras ajenas.


Es aquel un río que toma el color de la tierra generosa que se deja arrastrar por sus corrientes. Es un río de aguas marrones, acostumbrado a mirarse en las riberas que se alejan entre sí hasta confundirlo con el mar: el mar Dulce del Descubrimiento, el río de la Plata de la ambición conquistadora.

En lo ancho de su enorme embudo se mezclan las oscuras aguas que bajan entre corrientes y bajíos con el verde salitroso del Atlántico.


Por muchas leguas las aguas competirán por el dominio y el color será cambiante, desde el castaño al gris, desde el aguamarina a un azulado plomizo.

El Río de la Plata frente a Montevideo. Foto de Daniel Garrone Vera 

El Río de la Plata a la altura de la ciudad balnearia de Piriápolis. Foto de Daniel Garrone Vera 

Autor desconocido 

Y más allá, donde Punta del Este deja de ser Mansa para tornarse Brava, las esmeraldas se visten de fulgorosa espuma.


Aquella otra inmensidad líquida es de color glauco.


En mi andar costero entre barrancos, dunas y roquedales yo conocí las aguas verdes, las aguas azules, las aguas marrones, incluso las vi color sangre cuando el Bermejo crecido se desparramaba hacia las costas uruguayas, pero ese cielo de color tan intenso volcado en un espejo de mar, ese azul que parece escapar de toda realidad que se me ofrece en este mar interior; eso impacta y saquea la razón.


Es el Mare Ibericus; es el final de la tierra conocida, el lugar donde el propio Hércules se plantó para evitar que la gente sucumbiera en las profundidades desconocidas.

Mar Mediterráneo Parque Marítimo y Terrestre del Cabo de Gata/Nijar, Almería, España. Foto propia 

Azul que hermana naciones en las orillas de dos continentes, cielo que promete bendiciones.

¿Cómo no lo han de buscar? brújula de placenteras estadías donde el sol se zambulle y el clima se engolosina y se recrea en paisajes que hablan idiomas diferentes y ríen al reflejarse en un azul tan profundo.

Azul como su nombre: Mar Mediterráneo.


®Graciela A. Vera Cotto