Mientras que yo, Dios mío y Verdad eterna, me he ocupado en referiros todo cuanto he podido llegar a conocer de estas cosas inferiores, y he consultado con Vos, ¿cuándo ni dónde me dejasteis solo, o no anduvisteis conmigo, enseñándome lo que tengo de evitar y lo que tengo de apetecer? Registré primeramente las cosas exteriores de que consta el universo, según y como pude valerme de mis sentidos, después consideré la vida que mi cuerpo recibe de mi alma, y los sentidos mismos con que obra.
De allí entré a contemplar los senos de mi memoria, la vastísima capacidad que tienen, lo llenos que están de innumerable multitud de especies, y los modos admirables con que allí se colocan y conservan. Consideré todo esto, y quedé atónito y espantado; no pude entender sin Vos ninguna cosa de aquéllas, pero hallé y conocí que ninguna de ellas era lo que Vos; ni aun yo mismo, que descubrí y conocí todas aquellas cosas, imágenes y especies, y las fui recorriendo todas y procuré distinguirlas y apreciarlas según la estimación y dignidad que corresponde a cada una de ellas; ya recibiendo alguna de estas especies por medio de los sentidos, y examinándolas y reconociéndolas después; ya reflexionando algunas otras cosas que están como mezcladas conmigo, y examinando también el número, naturaleza y propiedades de los mismos sentidos que me daban noticia de ellas, y finalmente, aprovechándome de aquel tesoro de mi memoria, y usando diferentemente de sus grandes riquezas, manifestando unas, reservando otras y descubriendo las que estaban ocultas y guardadas; conocí que ni yo mismo, que hacia todas estas operaciones, o por mejor decir, ni la misma virtud y potencia con que las hacia, somos lo que Vos, que tenéis otro ser muy superior, porque Vos sois aquella luz permanente, con quien iba yo a consultar todas aquellas cosas, para saber si verdaderamente existían, qué ser y naturaleza era la suya, y qué precio y estimación debía hacerse de ellas, y oía lo que Vos me enseñabais, y lo que me mandabais.
Esto mismo lo hago también ahora muchas veces; y esto es lo quo me deleita, y así, cuando puedo eximirme de las ocupaciones que me son precisas y necesarias, me refugio a este deleite. Porque en ninguna de estas cosas, que he estado recorriendo y consultando con Vos, hallo un lugar seguro para mi alma sino en Vos, que sois el único donde caben y pueden reunirse todos los afectos de mi voluntad, que han estado esparcidos por las criaturas, de modo que ninguno de ellos se aparte jamás de Vos .
También algunas veces hacéis que en lo interior de mi alma prorrumpa en un afecto de amor muy extraordinario, que me lleva a una incomprensible dulzura, la cual, si enteramente se me comunicara, seria una cosa que no puedo comprenderla, pero sé que seria muy superior a todo lo de esta vida. Con el peso de mis miserias vuelvo a dar en estas cosas terrenas, donde mis ocupaciones acostumbradas por todas partes me rodean, quedando como sumergido en ellas y como aprisionado; mucho lo siento y lloro, pero también lo que me estorban y detienen es mucho. ¡Tanto es lo que nos agobia la pesada carga de una costumbre! Como en este último estado puedo permanecer, pero no quiero, y en aquel otro quiero perseverar, pero no puedo, vengo a ser infeliz en uno y otro.
San Agustín, Confesiones, capítulo XXXIX. Traducción: Eugenio Ceballos.