Nosotras, las personas, los seres humanos, tanto las mujeres como los hombres, captamos diariamente y en todo momento millones de estímulos diferentes, miles y miles de información que trasformamos en conocimiento y que lo asentamos en nuestro cerebro como nuestro y como correcto, pero ¿hasta qué punto es algo de lo que yo tengo conocimiento, o algo que yo creo u opino, algo completamente verídico y honesto? ¿Cómo puedo estar seguro de que lo que yo creo es verdad y no lo que cree mi madre o mi amiga?
Puede que todas aquellas cosas que yo podría apostar que son verdad, no lo sean, o que simplemente dependan de aquél quien las capte, las vea, las sienta…y que no exista algo ciertamente verdadero como tal, pues, ¿Qué es aquello que entendemos por verdad?
Este es un término sumamente complejo y amplísimo del que hablar en el ámbito de la filosofía, pero en rasgos generales, podemos entender como verdad (del latín; verĭtas, veritātis) a la correlación entre todas aquellas cosas que afirmamos y todo lo que se piensa, se siente o se sabe, es decir, implica la relación entre un sujeto y un objeto, es la concordancia del pensamiento con lo real. Además, podemos decir que la verdad, al mismo tiempo, alude a la existencia real, objetiva y segura de algo, es decir, que es un concepto intrínsicamente relacionado con el concepto de realidad, osease, la existencia exacta de los hechos en un lugar y en un espacio concretos, determinados y establecidos.
Y, sobre todo, centraremos este concepto alrededor del entendimiento de esta como la fidelidad hacia una idea, es decir, plantear las verdades para nosotros como la convicción segura y completa de certeza, además de definir a estas como algo enteramente justo.
Comencemos definiendo un par de conceptos más (relacionados y en base a la verdad) que nos serán clave y de gran ayuda para poder comprender a la perfección el desarrollo de esta cuestión: las verdades relativas y las verdades absolutas.
Para empezar, las verdades relativas son aquellas verdades que dependen de criterios o parámetros concretos para considerarse verdades. Esto quiere decir que las verdades relativas son las que se relacionan con cada persona y son para cada una algo distinto.
Además, las verdades relativas son, por lo tanto, todas aquellas que hacen referencia o que tienen que ver con las normas o creencias de un lugar o región concreta, una cultura en particular, una religión o una época o tiempo específicos, por lo que varían y se ven alteradas en función a quién tengas en cuenta y en qué condiciones espaciotemporales. Este tipo de verdades serán, por lo tanto, la base de la corriente relativista y principalmente defendidas por los filósofos que a dicha corriente se adhieran.
Por el otro lado, estaríamos llamando verdades absolutas al concepto totalmente contrario y opuesto, son aquellas verdades, aquellas relaciones entre objetos y sujetos que, de manera independiente a la cultura, región, tiempo histórico o religión, son entendidas, captadas y sentidas de la misma manera. Esto quiere decir, que las verdades absolutas son aquellas que se relacionan con la naturaleza, con los hechos o con fenómenos concretos, fijos e invariables, como las leyes físicas.
Ahora bien, ¿existe en realidad alguna verdad absoluta? ¿o son acaso todas dependientes de la percepción que cada uno tenga de su alrededor y su concepto de realidad? La creencia de que puede que todas las verdades que predicamos y entendemos como nuestras, certeras y objetivas no sean más que simples concepciones propias y dependientes al mundo cercano que nos rodea y que no sean algo mundialmente generalizado no es una idea muy descabellada, sino que su planteamiento resulta una gran incógnita y de un gran desarrollo.
Si partimos de las verdades absolutas, podemos apoyarnos en el pensamiento filosófico de grandes pensadores como Platón, que defendía una verdad objetiva, real, inmutable y eterna y que es accesible y además la fuente de conocimiento y, sobre todo, felicidad, que se representa en sus obras como el famoso “mundo de las ideas” y, por ende, a través de un proceso de razonamiento y camino hacia la luz el ser humano alcanza las verdades, comunes para todo el mundo.
Siguiendo el término del racionalismo y su filosofía, podemos mencionar también que René Descartes explora durante toda su filosofía y en sus meditaciones utilizando la razón con el objetivo de encontrar evidencias, verdades absolutas e indudables que conformen el único conocimiento, encontrando algunas como la verdad y afirmación de su propia existencia, con su tan célebre cita de: pienso, luego existo (en latín cogito ergo sum), por lo que él también está seguro de la objetividad de las verdades.
En este sentido es que podemos ver que a lo largo de la historia ha habido grandes filósofos que han opinado que sí que existen ciertas verdades absolutas y comunes para todo el mundo, independientemente de cualquier factor, pues estas serían inalterables en cualquier caso y serían entendidas y afianzadas por todas las personas, sin importar origen, religión.
Sin embargo, si miramos por la otra cara de la moneda y nos centramos en las verdades relativas, veremos tras un par de ejemplos y apoyos que este punto resulta muchísimo más extenso y con una mayor necesidad de desarrollarse, pues las dudas son mucho mayores y el contenido filosófico extremadamente amplio.
Para empezar con este punto de vista, al que llamaremos, en contraposición a las verdades absolutas, relativismo, veamos en primer lugar las opiniones de ciertos filósofos.
Un ejemplo claro de pesadores relativistas fueron los sofistas, metecos asentados en la antigua Atenas democrática de Pericles, que dominaban las artes de la retórica, de la erística y de la oratoria, y se encargan de enseñar a los hombres su arte para que lo pudiesen aplicar en las plazas públicas o ágoras. Estos sofistas, que eran extremadamente sabios, lo que consideraban era que no existían tal cosa como las verdades, y mucho menos algunas verdades que fuesen absolutas y comunes para todos los individuos por igual, sino que ellos abogaban que era el sujeto el que juzgaba desde un punto de vista subjetivo por completo. Esto quiere decir que, para este grupo de sabios, el único conocimiento del que se puede hablar en todo momento es de lo que llamamos opiniones, algo que depende única y exclusivamente del sujeto y de la percepción del mundo y conocimientos de este, es decir, dependen intrínsicamente de la persona que capte, sienta o razone.
En esta nuestra sociedad de hoy en día en la que vivimos, podemos llegar a darnos cuenta de que la gran mayoría opinamos (nunca mejor dicho) como este grupo de pensadores marginados e interesados de la antigua Grecia y con quienes surgen los primeros indicios y comienzos del movimiento de la filosofía, allá por los siglos V y IV antes de Cristo. Este pensamiento es utilizado y recurrente en nuestro tiempo tanto en el ámbito social, como político y como cultural, pues es internacionalmente conocido que nuestras ideas sobre el mundo se encuentran profundamente relacionadas con nuestro contexto y nuestra cultura. Esto es que, ciertos temas que están entendidos de una forma concreta en nuestra sociedad, como en España, como el aborto o los roles de género, se ven como “aceptables”, sin embargo, en otros contextos geográficos, como pueda ser un país en Oriente Medio, pueden ser entendidos de forma totalmente distinta o contraria, postulado que es defendido por los sofistas, que la verdad está condicionada.
Otro gran problema que nos acecha hoy más que nunca es el de la desinformación por parte de los medios de comunicación o el del ámbito de la política, pues las verdades de ciertos hechos objetivos son manipuladas o escondidas a la población por ciertos fines beneficiosos para los poderosos o dirigentes, por lo que a día de hoy hay veces que llega a interesar más el hecho de convencer a la población con lo que se dice antes que decir las verdades, cosa que también hacían los sofistas en su época, convenciendo con la palabra para sus propios intereses.
Al mismo tiempo, este gran problema acerca de la relatividad de las ideas se acentúa, potencia y afirma muchísimo más con el gran auge del Internet y de las redes sociales, pues es gracias a estas y a la constante conexión a la red que llegamos a conocer cientos de puntos de vista y perspectivas distintas sobre una misma cosa, en la que todo el mundo postula lo que dice como su verdad, como lo cierto, por lo que es este un claro ejemplo de las muchas versiones que hay de la verdad, cada una con su narrativa, hechos y respaldos concretos en ved de una única verdad universal que sea entendida por todos, hay un enorme mosaico de perspectivas de todas la culturas, países, y religiones, e incluso grupos de edad o sexo. También podemos ver este concepto en todas esas pequeñas disputas que tenemos diariamente con gente de nuestro alrededor, que son por cosas mínimas, pero que radican en esta cuestión, pues yo creo que tengo razón e impongo mí verdad y tú me reprochas defendiendo tú verdad y lo que crees que es la razón correcta.
Este pensamiento de estos primeros filósofos nos sirve para darnos cuenta de que en estos tiempos en lo que estamos rodeamos de tan grandes cantidades de información muy variada por todos lados, tenemos que saber utilizar el lenguaje, el diálogo y la comprensión para poder entendernos entre todos a pesar de nuestras diferencias culturales, religiosas, sociales… y comprender que en la gran mayoría de las ocasiones no vamos a coincidir en verdades con el resto, por lo que debemos de abrir nuestra mente hacia otras posturas y entender que dependa de quien lo diga, por qué o en qué contexto, unas cosas les resultarán “verdaderas” y otras no.
Surgen, además, con esta corriente relativista, algunas críticas, pues es que, si lo pensamos bien, esta puede llegar a contradecirse a sí misma, dado que al afirmar que no existen verdades universales estoy afirmando una verdad universal. A lo que a esta paradoja se refiere también ha habido filósofos que la han defendido, como Karl Popper, quien a través de su falsacionismo o racionalismo crítico a postulado que, aunque ni las ciencias puedan alcanzar a una verdad absoluta y universal, estas pueden llegar a acercarse a través de pruebas que comprueben lo contrario o su antónimo, es decir, la falsedad o mentira de un hecho, pensamiento o fenómeno.
Con esto podemos concluir que, al igual que en todo, no hay ni blanco ni negro, sino tonos de gris a los que nos debemos de ceñir, y es que, aunque si se puedan demostrar y entender las verdades relativas y las distintas posturas dada la gran libertad de expresión que tenemos en gran parte del mundo en la actualidad, también hay algunas, como leyes concretas, que se mantienen igual para la gran mayoría de la población, por lo que debemos de basar nuestras opiniones en el lenguaje, darle a este mucha importancia y debatir y dialogar con el resto de personas que nos rodean, para poder así tratar de entenderles y comprender sus verdades, para generar un pensamiento mucho más critico y avanzado y potenciar al máximo nuestra razón y nuestro conocimiento y entendimiento del amplio mundo que nos rodea, sin juzgar a nadie en primeria instancia y tratando siempre desde el respeto y el intento de comprensión.
Cerrarnos a entender únicamente nuestra verdad por miedo a las opiniones del resto de personas y lugares lo único que nos hace es restringirnos nuestro conocimiento, pues cuantas más visiones variadas consigamos tener y entender, más pensamiento y razonamiento crítico somos capaces de desarrollar, algo sumamente esencial y de vital importancia en una situación de grandes cambios, incertidumbre y manipulación como la que estamos viviendo ahora mismo.