Dios, el ser indemostrable pero necesario. 


¿Se puede demostrar la existencia de Dios?
            Esta es una cuestión que se ha convertido en uno de los temas más tratados en profundidad a lo largo de la historia de la filosofía. Una multitud de pensadores, desde la edad media hasta la moderna, han dado todo de sí mismos para resolver esta gran pregunta, aportando argumentos tanto a favor como en contra de esta demostración mediante pruebas racionales. Me dispongo en este ensayo a considerar tanto afirmaciones positivas como las negativas, buscando en ellas ciertas limitaciones internas, junto a las dificultades que se presentan. Es importante recalcar, que exijo lo que significa demostrar desde un contexto filosófico, una validación racional y también objetiva, no simplemente una creencia que sea subjetiva. Por lo tanto, mi intención será realizar kantianamente una crítica a la razón humana, para saber si esta es capaz o no de alcanzar una certeza absoluta sobre la existencia de un ser superior.  

Es bien sabido que muchos pensadores han intentado demostrar mediante el uso de la razón la existencia de cierta divinidad a través de la utilización de distintos argumentos. Lamentablemente, aunque estos hayan aportado ciertas perspectivas más profundas y valiosas, ninguno ha sido capaz de brindar una demostración absoluta e indiscutible que sea capaza de cumplir con lo que exige la razón crítica. A resumidas cuentas, a pesar de existir argumentos racionales que intentan probar la existencia de Dios, ninguno de ellos es capaz de lograr una demostración que no pueda ser puesta en duda. Si bien la razón humana puede construir ciertas hipótesis sobre lo divino, esta no llega a alcanzar una certeza definitiva sobre su existencia. En consecuencia, a esto, la existencia de Dios solo puede ser entendida en ámbitos de la fe o la razón práctica y no en el terreno del conocimiento teórico. Este será el punto de apoyo firme e inmóvil que sostendrá todas mis argumentaciones a lo largo de este ensayo.
           
            Uno de los filósofos y teólogos más influyentes respecto al tema de Dios en la antigüedad fue San Agustín de Hipona, conocido por sus aportes a favor de la existencia de Dios. En este caso me quiero centrar en su obra “La Ciudad de Dios”, ya que trata un tema muy importante que en mi parecer es el más complicado de rebatir cuando tratamos a Dios, estoy hablando del tema del mal. Siempre se ha conocido a Dios como un ser bueno y omnipotente, pero, si es así, ¿por qué existe el mal en el mundo?, pues San Agustín nos brinda una respuesta a esta cuestión, intentando cubrir con la razón este gran problema que evita la demostración de su existencia. Para este pensador, Dios no creo el mal, sino la ausencia del bien, lo que significa que el mal no tiene existencia propia. Esta privación ocurre cuando el ser humano, que es un ser libre, decide alejarse del bien, argumentando que el mal es fruto de la libertad que nos ha dado Dios de poder elegir. A resumidas cuentas, Dios creo un mundo bueno, pero debido a la libertad que nos dio el mal es introducido en el mundo como una consecuencia de nuestro libre albedrío.

A pesar de parecer lógico en una primera revisión, hay ciertos fallos en esta argumentación. Me apoyaré en la crítica posterior que recibe de David Hume, argumentando que la existencia del mal no se puede justificar simplemente por medio de la libertad humana, puesto que, si Dios existe y es un ser bueno, como se puede explicar la existencia del sufrimiento gratuito, como el de las enfermedades, o el sufrimiento injustificable, como el de los desastres naturales. Todo esto son cosas que a los humanos no nos traen ningún bien, sino muchos males, por lo tanto, el mal no es fruto de nuestra libertad como San Agustín defendía ni tampoco es algo sin existencia propia.

Por lo tanto, a pesar de San Agustín intentar cubrir uno de los grandes impedimentos que permiten demostrar la existencia de Dios mediante la razón, termina encontrándose con muchos fallos que nos indican que este supuesto ser va más allá del razonamiento. Esta argumentación de Hume refuerza mi tesis, ya que muestra que por mucho que lo intentemos, seguimos sin obtener una solución coherente ante el sufrimiento humano. En este contexto, la razón humana se presenta en condiciones incapaces de comprender por qué si existe un ser omnipotente y bueno, este puede permitir la existencia del mal en el mundo, convirtiéndose en algo únicamente comprensible mediante la fe o la razón práctica.
         

Continuando con otro de los grandes filósofos de la historia nos encontramos con René Descartes, perteneciente al siglo XVII, donde ya Dios pasaba a ser un tema más secundario, encontrándonos en un conflicto entre la teología y los protestantes.

 Descartes nos propone el argumento ontológico, influenciado por San Anselmo de Canterbury, otro pensador que compartió una visión muy similar.
            El argumento de San Anselmo concite en lo siguiente: pidámosle a alguien que describa a Dios, ¿qué dirá?, pues que es un ser perfecto, pero ¿qué es un ser perfecto?, pues aquel que reúne todas las perfecciones, ahora, existir es más perfecto que no existir, por lo tanto, la idea de Dios como ser perfecto implica necesariamente su existencia.
            El argumento de Descartes es muy similar, por no decir el mismo, se basa en una idea que encuentra innatamente en él, y es la idea de Dios como un ser perfecto e infinito, pero esta idea no viene de él, ya que él es un ser finito e imperfecto, por tanto, es una idea que alguien ha puesto él, como el artista que pone su firma sobre su obra. De acuerdo con el pensador, si tenemos en nuestro interior la idea de un ser perfecto, entonces la existencia debe ser parte de esa perfección, convirtiéndose así en una idea clara y distinta, en palabras de su propio ejemplo: “así como la idea de montaña es inseparable de la idea de valle, la idea de Dios es inseparable de la existencia”.

            En este argumento encontramos una respuesta negativa a manos de Immanuel Kant, que, como curiosidad, el nombre del argumento lo otorgo el mismo. El filósofo en su obra “Crítica a la razón pura”, argumenta algo muy importante respecto a la existencia que nos dice que esta no es una característica de un ser perfecto. Entonces el autor nos intenta decir que tanto Descartes como San Anselmo confunden la conceptualización de perfección con la existencia. Su argumentación continua con la siguiente afirmación: la existencia no se puede deducir de la mera idea de un ser, dando igual que tan perfecto sea el concepto de Dios, pues para él la existencia se define más bien como una condición necesaria para cualquier cosa existente, en lugar de ser una característica como afirmaban los otros filósofos.

              Además, podemos encontrar otra respuesta negativa de este argumento a manos de Santo Tomás de Aquino, que, a pesar de ser un pensador a favor de la existencia de Dios, crítica este argumento, considerándolo a priori, es decir, que no está basado en hechos empíricos que lo demuestran. Esta argumentación es muy similar a la que podemos apreciar en autores como David Hume, ya que este nos diría lo mismo, debido a que la idea de Dios no proviene de ninguna de nuestras impresiones. Además, Aquino nos resalta algo más y es que esta reflexión solo nos deja con la existencia pensada de un ser y no la existencia real del mismo, por lo tanto, nos hace ver como el concepto de Dios y su realidad son cosas completamente diferentes, ya que la existencia no es una propiedad que se pueda dar mediante un concepto abstracto.

            Al analizar estes argumento en el que dos pensadores concordaron, se puede apreciar como a pesar del intento, la existencia de Dios en la realidad sigue sin poder demostrarse de manera exitosa. Queda demostrado, por tanto, que a pesar de considerar a Dios un ser perfecto, esto no implica su existencia y que por muy capaz que sea la razón humana de intuir todas estas cosas, siguen quedando agujeros que no podemos cubrir a la hora de abarcar la existencia de un ser tan trascendente como lo es Dios.

Ahora, este argumento ontológico en un principio es el más sencillo de rebatir. Los más complejos son los defendidos por filósofos como Tomás de Aquino, que basaba sus argumentos en los textos del “filósofo”, nombre que recibe Aristóteles, ya que lo consideraba el filósofo por excelencia. Tomas de Aquino nos dice que la existencia de Dios se puede comprobar mediante 5 vías, de las que me centraré en dos en específico, la segunda vía y la quita vía, pues corresponden a los argumentos cosmológico y teleológico ya que son de particular relevancia en el contexto de la existencia de Dios. Las vías son, segunda vía, vía de la causalidad, todo efecto tiene su causa, pero no pueden existir causas infinitas, debe haber una causa primera que no haya sido causada, esta causa primera es a lo que llamamos Dios y quinta vía, vía del orden del mundo, el universo nos muestra cierto orden y finalidad de manera demasiado perfecta como para no provenir de cierta inteligencia ordenadora, esta inteligencia es lo que llamamos Dios.

            Comenzando el argumento cosmológico (segunda vía). Su crítica viene dada por el filósofo Kant, para él, esta causa primera no puede ser comprendida mediante la razón humana. En su obra “Crítica a la razón pura”, el autor nos hace ver como nuestra experiencia está limitada al mundo fenoménico, refiriéndose al mundo de las cosas tal cual las percibimos. La causa primera (Dios), por tanto, no puede ser accesible empíricamente, ni mediante conceptos que solo tienen validez en el mundo fenomenal. Así que, aunque el argumento cosmológico parece un argumento lógico, no puede ser probado de una manera efectiva, debido a que confunde el plano de lo posible con el de la realidad efectiva. Esto quiere decir que solo podemos pensar en la posibilidad de que exista un ser necesario, pero no podemos deducir su existencia, lo que refuerza mi idea de que la razón humana no está preparada para este tipo de conocimientos, ya que no puede llegar a algo seguro, solo a algo posible.
         

Con el argumento teleológico (quinta vía) volvemos a encontrar una crítica kantiana. En esta ocasión el filósofo nos plantea que el orden en el que actúa el universo no puede probar la existencia de un ser superior. Nos plantea esta visión como algo problemático, porque a pesar de observar un orden aparente, esto no quiere decir que haya sido diseñado por una inteligencia ordenadora. La razón humana como ya hemos visto en muchas ocasiones tiende a proyectar ciertos patrones y finalidades donde no necesariamente existen, por lo tanto, es posible explicar el orden del mundo sin recurrir a una causa trascendental, debido al desviamiento presentado por la razón humana, creando supuestos que no necesariamente corresponden con una realidad efectiva, demostrando que la razón no está preparada para abordar este tema de la existencia de Dios.

Todo esto se puede apreciar leyendo a Santo Tomás. La cosa está en que en estas vías el filósofo termina demostrando “una causa incausada” y “una inteligencia ordenadora”, terminando, diciendo que esto es a lo que llamamos Dios, algo que no presenta una justificación objetiva o una razón clara detrás de sus palabras; y en el fondo creo que él era muy consciente de esto.

            Para finalizar, podemos entender la existencia Dios como un postulado de la Razón Práctica. Desde el planteamiento kantiano, no existe prueba empírica o racional de la existencia de Dios, pero se puede entender mediante el postulado presente al inicio de este párrafo. Lo que quiere decir que, aunque no podamos probar si Dios existe de forma racional, podemos tomar su idea como un supuesto necesario para la moralidad. Para Kant, nuestra moralidad exige la cierta existencia de un ser supremo que garantice la justicia última. La existencia de Dios es entendida desde este punto como algo que puede vincularse con una recompensa por actuar de forma correcta durante toda su vida, lo que llama, summum bonum. Este enfoque está relacionado en gran parte con mi tesis, ya que, en lugar de una prueba objetiva, solo nos queda la fe y el postulado moral de que Dios es necesario para la coherencia atribuida a nuestra moralidad.

             En conclusión, aunque ha habido intentos filosóficos de probar la existencia de Dios, por parte de San Agustín, San Anselmo, Descartes o Tomás de Aquino, las críticas de Hume y Kant muestran las limitaciones de la razón humana para alcanzar certeza absoluta, reforzando así mi tesis de que, aunque la razón pueda especular sobre Dios, no puede probar absolutamente la existencia de Dios; por lo tanto, este asunto debe permanecer dentro de los dominios de la fe y los postulados morales.