Bitácora del Malajunta.

Salimos del puerto de buceo unas horas antes del atardecer, con pronóstico de vientos favorables a nuestra derrota hacia el puerto de Sauce en la localidad de Juan Lacaze. Primero se navega al SO con un rumbo aproximado de 220° hasta pasar el canal de ingreso al puerto de Montevideo, dando mucho respeto a la boya cardinal sur que señala el final de la cañería sumergida que ingresa al Rio de la Plata desde la “Punta Brava” donde hay un faro que apenas se distingue entre las luces de la ciudad.

Cruzado el canal viramos al NO, nuevo rumbo 290°, dejaremos por estribor el faro de la Panela.

El viento suave que nos acompañara inicialmente de Aleta, pasaría al Través después de esta virada incrementando su intensidad a lo largo de la noche, permitiéndonos llegar al medio día a Sauce, con una relajada navegación nocturna contemplando las estrellas. Nada de esto ocurrió.

Como suele ocurrir, previo a los cambios en la dirección de los vientos, hay una pausa, una calma. Prendemos el motor y seguimos adelante, disfrutando de la puesta del sol y de la presencia de un lobo marino que nos acompaña vigilante. De pronto: Hay olor a quemado. Rápidos de reflejos apagamos el motor. ¿Qué pasó? Hay combustible en nuestra estela.

¿Qué hacer? Por empezar hay que esperar que se enfrié el motor, puede ser que sea el rotor de la bomba de agua. Hace dos años, desde el inicio de la pandemia, que el barco no navega fuera del puerto. Nos llevó más de una semana aprestarlo para el viaje, hubo varias cosas que poner en condiciones antes: Limpiar el fondo del casco, reemplazar un batería, destrabar molinetes, y mantenimiento del motor entre otros.

Mientras el Capitán, acurrucado en el tambucho de babor revisa e intenta reparar el motor el barco continúa navegando espléndidamente hacia el puerto de Sauce. Bien, al descartar todas las posibles soluciones, nos “quedamos sin motor” y primó la decisión de volver al puerto de Buceo a buscar la asistencia de un mecánico.

Ya la farola de la Panela, había quedado atrás. Al virar 180° nuevamente la tenemos a la vista, pero ahora delante de las luces de Montevideo, de las cuales se destacan las ubicadas en las laderas del cerro de Montevideo, coronado por la farola del fuerte. Como no pensar en “Monte Vidi”. Como no buscar en nosotros las sensaciones que debieron acompañar a los primeros navegantes españoles que por estas aguas se aventuraron. “Monte Vidi” fue nuestro punto notable de la costa durante el atardecer y lo sería, también, durante el amanecer. Así lo decidió el quinto tripulante, el tripulante fantasma: el “Papa”.

Cambio de curso: Cambio en la dirección del viento aparente. De una navegación relajada a otra con adrenalina. A achicar la mayor y a poner un foque. Aun el viento es de través, vamos tranquilos, apagamos las luces ya que hay que cuidar las baterías. Delante nuestro, en el borde del negro horizonte vemos las luces de los barcos que fondean próximos al “Pontón Recalcada” a la espera del práctico.

Llego el momento de virar. Pasar de un rumbo SE en 110° a 15°NO. El viento nos da en la cara. Tendremos que ir en ceñida haciendo bordes. Navegaremos entre las piedras de la Punta Brava y la Piedra del Buen Viaje, solo visible por el boyado de un barco hundido al chocar con la misma.

Antes de la salida del Sol vemos a un lucero radiante, alineado a una delgada luna apenas creciente, y a Júpiter, que iluminan la pared de edificios que borro del paisaje de la costa, las irregularidades de la sierra. La salida del sol nos hipnotiza. Para evitar ser encandilados volvemos a mirar la pared de edificios que ahora brillan reflejando en sus vidrios la luz del sol. Buscamos el castillo de Humberto Pittamiglio. Lo encontramos allí, asfixiado entre las medianeras de la voracidad de las inversiones inmobiliarias, indiferentes a lo que escape de una segura ganancia.

Control Buceo sabe de volvemos. Hemos radiado nuestro desperfecto, como dictan las buenas prácticas marinas. La lancha del Yacht Club Uruguayo nos esperará en la entrada al puerto. Todo está previsto. Estamos entrando a vela ciñendo. Casi por cruzar la escollera de ingreso al puerto, del lado oeste, enrollamos el foque ya que teníamos mucha estropada. Cruzamos y nos quedamos sin impulso, contra toda predicción. El oleaje nos aproxima peligrosamente a las piedras de la escollera este. La lancha viene a nuestro rescate, pero no llegará a tiempo. Encendemos al motor, que sin titubear se pone de nuestro lado y nos permite salir de esta situación de emergencia y en unos minutos más estamos alcanzando un cabo a la marinera de la lancha que nos regresa a la misma amarra. Y al saludo del mismo vecino que nos despidió ayer: Un rosarino como nosotros.

26 de febrero de 2022 .