Rubén Darío - Divagación

¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,

un soplo de las mágicas fragancias

que hicieron los delirios de las liras

en las Grecias, las Romas y las Francias.


¡Suspira así! Revuelen las abejas,

al olor de la olímpica ambrosía,

en los perfumes que en el aire dejas;

y el dios de piedra se despierta y ría.


Y el dios de piedra se despierte y cante

la gloria de los tirsos florecientes

en el gesto ritual de la bacante

de rojos labios y nevados dientes:


En el gesto ritual que en las hermosas

Ninfalias guía a la divina hoguera,

hoguera que hace llamear las rosas

en las manchadas pieles de pantera.


Y pues amas reír, ríe, y la brisa

lleve el son de los líricos cristales

de tu reír, y haga temblar la risa

la barba de Términos joviales.


Mira hacia el lado del boscaje, mira

blanquear el muslo de marfil de Diana,

y después de la Virgen, la Hetaíra

diosa, blanca, rosa y rubia hermana.


Pasa en busca de Adonis; sus aromas

deleitan a las rosas y los nardos;

síguela una pareja de palomas,

y hay tras ella una fuga de leopardos.


¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas

galantes busco, en donde se recuerde,

al suave son de rítmicas orquestas,

la tierra de la luz y el mirto verde.


(Los abates refieren aventuras

a las rubias marquesas. Soñolientos

filósofos defienden las ternuras

del amor, con sutiles argumentos,


mientras que surge de la verde grama,

en la mano el acanto de Corinto,

una ninfa a quien puso un epigrama

Beaumarchais, sobre el mármol de su plinto.


Amo más que la Grecia de los griegos

la Grecia de la Francia, porque Francia,

al eco de las Risas y los Juegos,

su más dulce licor Venus escancia.


Demuestran más encantos y perfidias,

coronadas de flores y desnudas,

las diosas de Glodión que las de Fidias;

unas cantan francés, otras son mudas.


Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio

Houssaye supera al viejo Anacreonte.

En París reinan el Amor y el Genio.

Ha perdido su imperio el dios bifronte.


Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.

Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,

donde el amor de mi madrina, un hada,

tus frescos labios a los míos juntes).


Sones de bandolín. El rojo vino

conduce un paje rojo. ¿Amas los sones

del bandolín, y un amor florentino?

Serás la reina en los decamerones,

la barba de los Términos joviales.


(Un coro de poetas y pintores

cuenta historias picantes. Con maligna

sonrisa alegre aprueban los señores.

Clelia enrojece, una dueña se signa).


¿O un amor alemán??que no han sentido

jamás los alemanes?: la celeste

Gretchen; claro de luna; el aria; el nido

del ruiseñor; y en una roca agreste,


la luz de nieve que del cielo llega

y baña a una hermosa que suspira

la queja vaga que a la noche entrega

Loreley en la lengua de la lira.


Y sobre el agua azul el caballero

Lohengrín; y su cisne, cual si fuese

un cincelado témpano viajero,

con su cuello enarcado en forma de S.


Y del divino Enrique Heine un canto,

a la orilla del Rhin; y del divino

Wolfang la larga cabellera, el manto;

y de la uva teutona el blanco vino.


O amor lleno de sol, amor de España,

amor lleno de púrpuras y oros;

amor que da el clavel, la flor extraña

regada con la sangre de los toros;


flor de gitanas, flor que amor recela,

amor de sangre y luz, pasiones locas;

flor que trasciende a clavo y a canela,

roja cual las heridas y las bocas.


¿Los amores exóticos acaso...?

Como rosa de Oriente me fascinas:

me deleitan la seda, el oro, el raso.

Gautier adoraba a las princesas chinas.


¡Oh bello amor de mil genuflexiones:

torres de kaolín, pies imposibles,

tasas de té, tortugas y dragones,

y verdes arrozales apacibles!


Ámame en chino, en el sonoro chino

de Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios

poetas que interpretan el destino;

madrigalizaré junto a tus labios.


Diré que eres más bella que la Luna:

que el tesoro del cielo es menos rico

que el tesoro que vela la importuna

caricia de marfil de tu abanico.


Ámame japonesa, japonesa

antigua, que no sepa de naciones

occidentales; tal una princesa

con las pupilas llenas de visiones,


que aun ignorase en la sagrada Kioto,

en su labrado camarín de plata

ornado al par de crisantemo y loto,

la civilización del Yamagata.


O con amor hindú que alza sus llamas

en la visión suprema de los mitos,

y hacen temblar en misteriosas bramas

la iniciación de los sagrados ritos.


En tanto mueven tigres y panteras

sus hierros, y en los fuertes elefantes

sueñan con ideales bayaderas

los rajahs, constelados de brillantes.


O negra, negra como la que canta

en su Jerusalén al rey hermoso,

negra que haga brotar bajo su planta

la rosa y la cicuta del reposo...


Amor, en fin, que todo diga y cante,

amor que encante y deje sorprendida

a la serpiente de ojos de diamante

que está enroscada al árbol de la vida.


Ámame así, fatal cosmopolita,

universal, inmensa, única, sola

y todas; misteriosa y erudita:

ámame mar y nube, espuma y ola.


Sé mi reina de Saba, mi tesoro;

descansa en mis palacios solitarios.

Duerme. Yo encenderé los incensarios.

Y junto a mi unicornio cuerno de oro,

tendrán rosas y miel tus dromedarios.