Olegario Víctor Andrade

Inspiración poética romántica

y visión política modernista

Por Mario Fischer

Olegario Víctor Andrade

El poeta, periodista y hombre público Olegario Andrade nació en Alegrete, Brasil, durante una residencia transitoria de sus padres en aquella localidad del estado de Río Grande do Sul. 

La fe de su bautismo, aportada por nuestro confiable historiador, el padre Juan Carlos Borques, hace constar que el niño Olegario, a quien se le imponían los óleos, había nacido el día 6 de marzo de ese año 1839. 

Su papá, Mariano Andrade era santafesino, de oficio orfebre platero, con desempeño como Juez de Paz y se había casado en Gualeguaychú con María Marta Burgos, oriunda de nuestra ciudad. 

Presumiblemente en viaje de regreso desde Alegrete, los esposos se instalan con el pequeño Olegario en Paysandú. 

Allí nace Wenceslao, el segundo hijo. En 1845 la familia ya está radicada en Gualeguaychú y en junio del año siguiente nació Úrsula, la hermana menor. 

Una versión no documentada y ciertamente difícil de verificar, sugiere que antes que nuestro Olegario, nació otro hijo. El bebé habría fallecido a poco de nacer y los dolidos padres le impusieron a su segundo hijo, el mismo nombre elegido para el primogénito. Esto dio lugar a algunas conjeturas relacionadas con el lugar y con la verdadera fecha de nacimiento de Olegario

La otra conjetura refiere a la legitimidad de su segundo nombre, Víctor que no figura, nada menos que en el acta de su bautismo, único documento registral de la identificación personal en aquellos tiempos. Tampoco aparece Víctor en referencias escritas sobre el niño, que por entonces hicieran maestros, funcionarios, condiscípulos y hasta familiares.

El acta de su casamiento lo refiere  -curiosamente-  como Olegario Victorio

Esto resulta cuanto menos llamativo: que el propio contrayente no haya dado su nombre correctamente en ocasión tan significativa de su vida o que haya consentido una registración inexacta, fácilmente rectificable, ya que él estaba presente en ese acto. Cualquiera de las dos alternativas podría sugerir poca convicción de su parte, respecto de la legitimidad de ese segundo nombre. Al parecer, Víctor no habría sido más que un apodo –ocurrencia de sus compañeros del Colegio del Uruguay-  por su identificación literaria con el poeta francés Víctor Hugo. 

Como sabemos, en 1847, con diferencia de pocos meses, fallecieron los esposos Andrade. A pesar de la carga dramática de su temprana orfandad, el pequeño Olegario comenzó a evidenciar singular capacidad de aprendizaje en las lecciones de letras, historia y geografía. 

Genealogía de Olegario V. Andrade (Fuente: Family Search)

Al concluir sus estudios primarios, leía, asimilaba contenidos y redactaba con facilidad. La alocución patriótica que leyó cuando tenía 9 años, constituye la referencia para la calificación de primer niño prodigio, asignada por nuestra historia local. El coronel Rosendo Fraga, comandante político y militar de Gualeguaychú, pone a consideración del Gobernador Justo José de Urquiza, los antecedentes del niño Andrade

Bajo el patrocinio del Gobernador, Olegario asistió en Concepción del Uruguay, a las clases introductorias del maestro Lorenzo Jordana y al año siguiente integró el primer grupo de alumnos que  ingresó al histórico Colegio. Guiado por profesores de excelencia, tomó contacto con la cultura clásica y sobresalió en las materias humanísticas, en el marco pedagógico del academicismo francés que predominaba en la época. Allí generó vínculos de identificación y mutuo aprecio con compañeros que más adelante le brindarían apoyo. 

En esa etapa de estudiante, Olegario protagonizó un hecho que puso en evidencia un rasgo que consideramos una clave para comprender su personalidad: ese rasgo es el contraste. 

Imaginemos al niño huérfano de padre y madre, que sobrelleva un duro desarraigo, expuesto a una difícil convivencia de adolescentes bajo régimen disciplinario. Por su indisimulable timidez, es objeto de burlas y además debe soportar el ridiculizante mote de “fraile” con que lo han apodado, según parece, por su descuidado vestir. 

Ese chico protagonizó un hecho impensable para sus condiscípulos y profesores. Fue anunciado que el Gral. Urquiza visitaría el Colegio y presidiría un acto académico. Para asegurar una apropiada representación del alumnado, el Rector Manuel Erausquin redactó un discurso en honor del ilustre visitante y en trato de confianza se lo entregó a Olegario para que se familiarizara con el texto que debía leer como propio. 

Iniciada la lectura, el Rector no reconocía sus palabras: todo lo que escuchaba le resultaba novedoso pero a la vez, inconfesablemente más expresivo que su propio escrito. Era el universo interior de Olegario, infinito y prodigioso que, al decir de Don Rodolfo Seró Mantero, intentaba colorear el claroscuro en que vivía, con mariposas de luz de su fantasía.

Pero ha comenzado el ciclo lectivo de 1857 y el alumno Andrade no se ha hecho presente en el colegio. 

“Señor Don Olegario Andrade: he recibido orden de S.E el Señor Presidente para decirle tenga Usted a bien concurrir a la mayor brevedad posible a este Colegio Nacional a fin de continuar sus estudios de la carrera literaria. 

Suponiendo que tal vez la falta de recursos sea la única razón de no haberse incorporado este año al Colegio, S.E me ordena también le participe a Ud. que ha resuelto asignarle de su dinero personal, una mensualidad de treinta pesos, ofreciéndole a la vez una participación honrosa en el periódico Uruguay para que pueda desarrollar con más ventaja sus facultades intelectuales. 

Persuádase mi querido Andrade, que esta determinación de S.E no tiende más que al bien de usted. 

Yo espero de su buen juicio y de sus bellos sentimientos, el exacto cumplimiento de las disposiciones de S.E. 

Lo saluda atte. Alberto Larroque. Rector. Colegio del Uruguay. 14 de Mayo de 1857.” 

Otra versión, tampoco debidamente documentada, indica que el Presidente Urquiza tenía en sus planes enviar a Andrade a Europa, en calidad de secretario personal de Juan Bautista Alberdi, Ministro de la Confederación Argentina ante los gobiernos de Francia e Inglaterra. 

Será ya imposible develar si Olegario supo eso y evitó un alejamiento ingrato para la ilusión de amor, que en secreto atesoraba con Eloísa González

Las expresiones del Rector son ratificación inequívoca de que la Confederación tiene un Presidente preocupado porque un alumno aventajado ha abandonado los estudios. El General está dispuesto a agotar todas las instancias para restituir ese alumno a las aulas, incluyendo su sostenimiento con dinero personal y proporcionarle una práctica laboral adecuada al cultivo de su talento. 

Aquel Presidente gaucho también tiene claro que las funciones de alta responsabilidad deben serles asignadas a las personas más calificadas para ejercerlas, a la vez que brindarles a los jóvenes, una justa medida de participación para que puedan formarse a su lado. Eso evitaría los daños ulteriores que podría provocar el desenganche generacional, especialmente en los cuadros de hombres con funciones públicas.

Pero como dijera Blas Pascal: "el corazón tiene razones que la razón no entiende." Olegario sólo escucha la voz de su corazón y de la dulce Eloísa

Ambos tienen apenas 18 años y han decidido casarse. Olegario sabe que de ahí en más, al itinerario de su destino deberá trazarlo con su propia marcha. 

Empleado del Resguardo del Puerto de Gualeguaychú, asistente tipográfico, columnista. En ese año 1857 trabaja para "El Mercantil" de Isidoro de María, que se edita en la ciudad. 

Al año siguiente lo ubicamos en Santa Fe, dirigiendo  el periódico "El Patriota". También hace sus primeras incursiones en  Buenos Aires donde colabora en el periódico "La Reforma Política". A fines de 1858, el coronel Rosendo Fraga, Gobernador de Santa Fe, lo designa secretario privado. 

Trabajará además en los periódicos "El Federalista", "La Fraternidad" y "El Comercio".

En 1860, el Presidente Derqui le propone desempeñarse como  Secretario. Se instala en la capital de la Confederación y allí funda el periódico "El Paraná". En 1862, tras la renuncia de Derqui, Olegario regresa a Gualeguaychú. Comienza a redactar en el periódico "El Pueblo Entre Riano". En 1864 es elegido diputado provincial. En Gualeguaychú funda el periódico "El Porvenir", que el Gobierno nacional silencia en 1867. En su última publicación, Andrade escribe: "la pluma se ha quebrado en nuestras manos, pero nunca se ha doblado". 

Veinticuatro días después, sale el primer ejemplar de su nuevo periódico: "La Regeneración". Ese año incursiona por segunda vez en Buenos Aires para apoyar la candidatura de Urquiza a la Presidencia de la Nación. Dirige "La América" y colabora en "La Tribuna" y "El Pueblo Argentino". 

En 1868, Sarmiento fue elegido Presidente de la Nación y  Urquiza, Gobernador de Entre Ríos.

Andrade es un hombre de visión y acción pública, comprometido con los acontecimientos y las posibilidades de progreso de las comunidades donde vive. 

Dice lo que piensa y actúa según lo que dice. Es hombre de integridad, que se opone en público a lo que se opone en privado. Periodista irreductible, a quien sólo se puede silenciar momentáneamente, clausurándole uno tras otro, los diarios donde se expresa. Al decir de Fermín Luque: Olegario empuña la pluma en un tiempo en que eso es tan riesgoso como empuñar la espada. 

Casa en que viviera Olegario Víctor Andrade en Gualeguaychú (Calle Andrade y  Borques)

En 1869 Andrade impulsó en Gualeguaychú la fundación de una Biblioteca Pública que se denominó "Del Educacionista Argentino". Para proporcionarle fondos a la Asociación Protectora de la Educación e Instrucción de la Juventud que la sostenía, en la noche del 3 de abril de 1870, Olegario brindó, acompañado por sus amigos Onésimo Leguizamón  y Héctor Florencio Varela, un acto cultural a sala llena, en el Teatro 1° de Mayo de Gualeguaychú. 

En atención a ello, sería un acto de justicia que Olegario Andrade sea designado Patrono de la Federación de Bibliotecas Populares de Entre Ríos. 

Apoya la candidatura del Gral Urquiza a la Presidencia de la Nación, critica acciones del Presidente Mitre y de su ministro Rawson, se opone incondicionalmente a la guerra contra el Paraguay. También impulsó la iniciativa fundacional de la Sociedad Rural Gualeguaychú.

El magnicidio y la revolución provincial de abril, la intervención nacional y el consiguiente estado de sitio, determinaron que el día 22 dejara de editar su periódico "La Regeneración".  Aunque seis días más tarde Olegario fundó otro, que vio la luz bajo el nombre "La Libertad", de trayectoria efímera, ya que cesó en julio. El 10 de agosto, Andrade asume el cargo de Administrador de la Aduana de Concordia, a propuesta del Presidente Sarmiento. 

Instalado en esa ciudad, reedita el periódico "La Libertad" e impulsa la fundación del Centro Social y la Biblioteca Popular, de la cual fue designado primer presidente. 

Tiempo después resultó electo concejal de Concordia. Intrigas políticas lo enredan judicialmente: padece la injuria y la cárcel. Su familia queda sin sustento. No habrá sido casual que en ese mismo año 1872 debiera vender su modesta casa de Gualeguaychú. 

Un tiempo después, de paso por la ciudad, las vivencias de su adolescencia quedaron grabadas en sus nostálgicas palabras "Todo está como era entonces…"

La justicia pone las cosas en su lugar, determina su inocencia y restaura su buen nombre y honra personal. El Presidente Avellaneda, en visita oficial a Concordia, lo invita a radicarse en Buenos Aires y hacia allá se traslada esta tercera vez, que será definitiva.

Es el año 1875. Aquí comienza la etapa más fecunda de su vida: se desempeña como columnista y jefe de redacción en diarios y revistas importantes, alterna con poetas y escritores de notoriedad y se reencuentra con viejos compañeros y amigos del Colegio del Uruguay; algunos, ya son personalidades destacadas en la política y la cultura nacional. 

Es el 5 de abril de 1877, aniversario de la gloriosa victoria de Maipú: el Presidente Avellaneda comienza la campaña de sumar voluntades y recursos para la repatriación de los restos del Libertador.

Don Nicolás pronuncia encendidos discursos orientados a estimular la participación popular en favor de aquella iniciativa de contenido simbólico y reivindicador. 

Pero no fue sino hasta la memorable función patriótica del 25 de mayo en el viejo Teatro Colón, que la campaña alcanzó su punto culminante, cuando la sala, completamente colmada, ovacionó de pie "El Nido de Cóndores" que acababa de leer el Dr. Mariano Varela. 

Con su magnífico poema, Olegario había logrado para esa causa, más adhesión que el propio Presidente en un mes de intensa prédica. 

Cuenta un cronista de la época que a la mañana siguiente, en la calle se oía a personas repetir: "en la negra tiniebla se destaca…"

Dos meses después, aquella sala fue nuevamente ámbito consagratorio para Olegario, en la presentación de su poema "El Arpa Perdida", dedicado a la memoria de Esteban de Luca, el malogrado poeta cívico de la independencia. El poema se basa en un hecho real: en marzo de 1824 había encallado y naufragado en un banco del Río de la Plata, el bergantín "La Agénoria", que trasladaba al Dr. Valentín Gómez, embajador en Río de Janeiro y a su secretario, el poeta Esteban de Luca. La mayor parte de los pasajeros permaneció en la embarcación hasta que otra nave llegó en su rescate. Esteban de Luca se había encaramado sobre una frágil jangada de tablas que la corriente comenzó a alejar hasta que perdió contacto con los compañeros del malogrado viaje. Nunca se encontraron restos de la balsa ni del infortunado náufrago.  

En el mes de agosto de ese mismo año, da a conocer "Prometeo", que fue considerado por el público y la crítica, su obra literaria de más alto nivel poético hasta ese momento. El 24 de febrero del año siguiente, fue presentado su "Canto a San Martín", en una vibrante velada conmemorativa del centenario del nacimiento del Libertador. En 1880 publica "La Noche de Mendoza" y "La libertad y la América". Al año siguiente, el Círculo Literario de Buenos Aires organiza un homenaje al poeta máximo del romanticismo francés y Olegario escribe su poema titulado, precisamente: "A Víctor Hugo". 

Para los festejos del 12 de octubre de ese año 1881, el Centro Gallego de Bs. As. organiza Juegos Florales y le pide al Presidente de la Nación que determine el tema del certamen poético. Roca dispone que el canto sea "Al porvenir de la raza latina en América". Preside el Jurado el ahora Ministro Avellaneda. En la contienda participan nada menos que: Sarmiento, Mitre, Estrada, Goyena, Wilde, Quintana, Rawson,  Mansilla, Del Valle, Varela, Victorica y Andrade ! La más completa constelación de celebridades argentinas reunidas en un certamen literario. 

Bien dijo Avellaneda: "este espectáculo es, de su clase, el más grande que la América haya presenciado". Resultó ganador el poema Atlántida de Olegario, quien, en su conmocionada timidez, apenas si se animó a subir un momento al escenario con su hija Lelia, que fue consagrada reina del torneo. Leyó el poema Bartolito Mitre y Vedia y el público quedó imantado por el texto, al punto que, poco antes del final, al ser leída la estrofa: "de pie para cantarla, que es la patria, la patria bendecida…" toda la gente se puso de pie y permaneció así hasta finalizada la lectura. 

Era la culminación de su trayectoria de poeta, que alcanzaba el reconocimiento de Argentina y América. Según una apreciación de la crítica literaria de entonces, en ese momento, el interés por las poesías de Andrade prevalecía sobre Bécquer y Manuel Acuña. 

Pero Olegario también era el periodista de pensamiento crítico que comprendió y supo señalar los nuevos requerimientos de la hora. En una ejemplar muestra de actitud republicana, dejó atrás aquellas duras embestidas contra la intransigencia centralista porteña y en el momento de la construcción integradora, sumó los mejores aportes de su inteligencia para contribuir a afianzar la parte más valiosa del  patrimonio de la nación: la ciudadanía, la educación, la institucionalidad y el imperio igualitario de la ley. Es decir: aquello que él sabía, determinaría la clase de vida que vivirían los argentinos que le sucedieran. Los hombres y mujeres de este tiempo, podemos pronunciarnos sobre las consecuencias de habernos alejado del rumbo que indicó aquella visión premonitoria.

Finalmente, Olegario también fue el legislador nacional que propuso y apoyó toda iniciativa orientada al bien común o el interés general y en algunos casos, estampó su firma junto a las de hombres que antes había criticado por acciones de gobierno que consideró equivocadas.

Concluimos nuestra observación sobre el signo del contraste: el gran maestro que despliega gestas épicas en escenarios exuberantes y gigantescos, es un espíritu melancólico, silencioso y reflexivo. Nadie hubiera imaginado que "su casi nula desenvoltura en la oratoria" (como dijera Martiniano Leguizamón) formara parte de la misma personalidad que escribe con ímpetu desbordante y sonoridad de estruendo. 

En él coexisten el poeta romántico y el pensador moderno cuya prédica es una fervorosa defensa de la libertad contra cualquier forma de opresión, del conocimiento contra la ignorancia, del discernimiento contra el fanatismo.

Salvo un fugaz paso por Montevideo, Andrade no tuvo la posibilidad de viajar, aunque sus vastísimas lecturas lo llevaron a prodigiosas travesías por la mitología griega y la cultura universal. 

Olegario y Eloísa tuvieron cinco hijos: Agustina Pastora, María Telma, Eloísa Gabriela, Olegario Mariano y Lelia.

Aquel niño prodigio de 8 años, había superado la muerte de quienes le dieron la vida. Pero a los 43 años  - en el cenit de su consagración -  el poeta no pudo superar que la muerte también le arrebatara la vida de su hija Lelia

El desenlace se produjo en 1882. La chica, de 16 años, falleció el 25 de marzo. 

El cariñoso padre quedó herido de gravedad espiritual. 

Diario La Nación, viernes 27 de octubre de 1882: 

"anoche no se notaba mejoría en el estado de salud del redactor de La Tribuna Nacional, Sr. Olegario Andrade. Lo asisten varios médicos, entre ellos, los Dres. Vegas y del Castillo, siendo el mal que lo aqueja, una peritonitis declarada. Deseamos al Sr. Andrade, pronta y completa recuperación".

El lunes 30, a las 7 de la tarde, se ve al Presidente de la Nación, Gral. Julio Roca ingresar muy apurado al domicilio de Paraguay 2849. Es que su amigo, el poeta Olegario Víctor Andrade, lo ha hecho llamar con urgencia extrema.

- "Julio: te encargo a mi familia; no les dejo nada". 

Minutos después, Olegario fallecía en brazos de Eloísa y los chicos.

El señor Andrade había sido secretario del  gobernador Rosendo Fraga y secretario del Presidente Derqui,  diputado provincial en Entre Ríos y comenzaba su segundo mandato de diputado nacional. Mantenía relación personal con el ex Presidente Avellaneda y desde la adolescencia era amigo del Presidente de la Nación, Julio Roca. 

En el final de su vida, Andrade no tenía bienes para legar.

Un multitudinario cortejo acompañó sus restos hasta La Recoleta. Ocho oradores lo despidieron, entre ellos, Gervasio Méndez y Julio Roca. En un momento de su alocución, el Presidente expresó: había en él una mezcla de niño y de gigante. 

Alguien afirmó que a Olegario le faltó vivir unos años más, para alcanzar mayor nivel de ilustración y oficio literario. Sin contradecir esa observación, preferimos más bien destacar cuántos y valiosos fueron sus logros en sólo 43 años de vida y con tanta adversidad como le tocó enfrentar. 

Entre todas las honras fúnebres, discursos y homenajes cumplidos en su memoria, nos conmovió un comentario que hizo Joaquín Castellanos en 1924, a cuarenta y dos años de la muerte del poeta. Refirió que él era un jovencito recién llegado a Buenos Aires con la ilusión de desarrollar su vocación literaria e intentar estudios universitarios. 

Al ver que Andrade, en un diario que dirigía, había publicado y elogiado una poesía suya, quiso agradecérselo personalmente y así poder conocer al gran poeta nacional. 

Dice Castellanos que Andrade lo recibió, se interesó por su vocación literaria, por sus aspiraciones juveniles y se preocupó por la estrechez económica que sobrellevaba. Al final del encuentro, Andrade le preguntó cuántos años tenía. Con tono paternal, le recomendó que por ningún motivo abandonara los estudios; le ofreció un espacio en su diario, para que cultivara el periodismo y la poesía y una remuneración para su sostenimiento de estudiante.

En una devolución de virtud hacia la vida, Olegario le brindaba a ese muchacho de 18 años, la misma posibilidad que a su edad, él había recibido de Urquiza, a través de aquella carta del rector Larroque.

Resultaría necesario releer la obra de Andrade, si nos dispusiéramos a ubicar de nuevo cada palabra de nuestro vocabulario cívico, en el renglón que le corresponde según su significado. También, si nos dispusiéramos a superar la encrucijada en que nos ha puesto un retroceso masivo de nuestra cultura. 

Pero sobre todo, sería indispensable releer a este hombre, si nos dispusiéramos a ponernos nuevamente de pie, para nombrar la Patria.

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