Dia del Inmigrante

Autor: Mario Fischer

Cada 4 de septiembre, los argentinos conmemoramos el Día del Inmigrante porque así lo estableció  - en 1949 -  un decreto del Poder Ejecutivo Nacional.

La fecha refiere al año 1812 cuando se publicó la primera expresión oficial de la vocación argentina por la inmigración. Es oportuno recordar que en los albores de la Patria, la inmigración fue un tema de especial consideración entre los hombres públicos de entonces. El 4 de septiembre de 1812, el Primer Triunvirato emitió un decreto que entre otros conceptos expresaba: “el gobierno ofrece su inmediata protección a los individuos de todas las naciones que deseen fijar su domicilio en el territorio…”

Era una patria naciente, de espíritu democrático, ofreciéndose ante el mundo como un lugar para vivir y prosperar en libertad, en un tiempo en que la mayoría de las naciones europeas sostenían políticas de fronteras cerradas y de anexiones territoriales. En 1818 y 1821, Bernardino Rivadavia planteó iniciativas de estímulo a la inmigración europea y en 1824, siendo ministro de Martín Rodríguez, Gobernador de Buenos Aires,  conformó una Comisión de Inmigración. Dos años después, en medio de las dificultades impuestas por la guerra con el Brasil, se concretó el arribo de un primer contingente de alrededor de 270 europeos, entre los cuales había 189 alemanes, integrados en 63 familias. Desgraciadamente nunca recibieron las tierras ni los elementos conque organizar  una colonia y asentarse en ella. Aquellos pioneros de la inmigración en la Argentina se dispersaron en diferentes rumbos y ocupaciones.

Algunos se quedaron a vivir en la ciudad y otros en las capitales de provincia o en el campo.

Como sabemos, la persistencia de los enfrentamientos internos y la consiguiente postergación de la organización institucional del país, impidieron el desarrollo de aquellas primeras iniciativas públicas orientadas a promover la inmigración.

No obstante, a lo largo de esos años, extranjeros solos o en familia, continuaron llegando por su cuenta al puerto de Buenos Aires. Eran científicos, militares, hombres de empresa, comerciantes, industriales, agricultores y artesanos. Algunos se quedaron a vivir en la ciudad y otros en las capitales de provincia o en el campo.

Con el resultado de la batalla de Caseros se configuró el marco de condiciones necesario para la organización nacional. 

Al año siguiente, el propio preámbulo de la Constitución reaviva la vocación del estado argentino por la inmigración, al señalar: “para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.” Por su parte el artículo 25 de nuestra Carta Magna estableció: “el Gobierno federal fomentará la inmigración europea y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno, la entrada en el territorio argentino, de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes.” De notable similitud con aquel decreto del Primer Triunvirato en 1812, ese artículo fue el instituto constitucional que le dio sustento al formidable programa del General Urquiza. Siendo Presidente de la Confederación, fue el primero que estableció y ejecutó en forma orgánica, programas de inmigración como una verdadera política de Estado. En 1855 se producen radicaciones de centros agrícolas en la provincia de Corrientes: en Santa Ana, Yapeyú y en cercanías de la ciudad capital.

En 1856 se funda Esperanza en la provincia de Santa Fe, primera colonia planificada que funcionó con organización y administración propia. Al año siguiente  - 1857 -  Urquiza funda San José, segunda del país y primera de Entre Ríos. 

En ese mismo año 1857 se creó la "Asociación Filantrópica de Inmigración", entidad privada que contó con subvención del gobierno y a la que se le otorgó la concesión de lo que unos años más tarde conoceríamos como el "Hotel de Inmigrantes".

Los presidentes Mitre y Sarmiento sostuvieron los programas de inmigración. El Presidente Avellaneda, en 1875 creó la Comisión General de Inmigración y el 19 de octubre del año siguiente promulgó la ley de Inmigración y Colonización, conocida precisamente como Ley Avellaneda. En la década de 1860 habían ingresado al país alrededor de 76.000 inmigrantes; en los años 70, lo hicieron 85.000. Y en los 9 años que van de 1881 a 1890 arribaron 841.000 inmigrantes. Ellos conformaron una parte decisiva de la fuerza productiva y laboral que le proporcionó a nuestra nación su reconocida pujanza, desde fines del siglo XIX.

Adoquinado en  calle 25 de Mayo y Caseros
Asilo de Inmigrantes en el Puerto de Gualeguaychú

Fueron los brazos que hicieron las primeras líneas ferroviarias, caminos, puentes, puertos, plantas energéticas  y los grandes edificios que a lo largo y ancho del territorio nacional, aún hoy se distinguen por sus magníficos diseños, dimensiones y calidad constructiva. También debemos reconocer que fueron ellos quienes en las ciudades adelantaron las artes, los oficios y las industrias. Y en el campo, con arado de caballo, trilladora a vapor y carros, pusieron a la Argentina en el tope de la producción agrícola mundial.

Fue un prodigioso amalgama de acierto político y vocación de progreso que fructificó en una naturaleza fecunda.

No dudemos en pronunciar la palabra inmigrante, con sentimientos de honra y gratitud.

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