MEMORIAS II - Nenett Pepin-Fitzpatrick

Memorias

-cuatro pequeños homenajes a grandes mujeres-

“Muchas de las canciones más conocidas de Atahualpa Yupanqui son de su coautoría. Luna tucumana, El alazán, Indiecito dormido, Chacarera de las piedras, Vidalita tucumana, Zamba del otoño, El arriero, etcétera, etcétera, etcétera. Pero no podía decirlo. Una mujer no podía componer, mucho menos componerle al gran folclorista que era su marido. No, de ninguna manera. Entonces escogió un seudónimo: Pablo del Cerro. Pablo por su segundo nombre (Paule) y del Cerro por su lugar más preciado (Cerro Colorado, Córdoba).”

(Luciano Sáliche)[1]

Relato II: Nenett Pepin-Fitzpatrick

“Tú fuiste siempre, la callada fuerza de mi camino.”

(Héctor Roberto Chavero)[2]

         Receptora de Medallas de Oro como intérprete y compositora en Caen, Normandía; había conocido Argentina sin saber probablemente que dos años más tarde se convertirían en su hogar, aquellas calles de Villa Ballester. Discípula de Juan José Castro, Athos Palma, Carlos López Buchardo, Antonio de Raco e Isabel Aretz, su vida profesional brillaba en cada actividad desarrollada. Admiradora de Bach, concertista y compositora de numerosas obras, su nombre no ha encontrado justicia legítima y real. Basta para ello hacer el sencillo experimento de consultarle a un grupo de personas –músicas o no- qué obras conocen de Pepin-Fitzpatrick y repetir la pregunta respecto a Yupanqui; y quizá, por qué no, preguntar por Pablo del Cerro.  Basta buscar en la web ‘Luna Tucumana’, ‘Indiecito Dormido’, u otras de sus obras observando en una primera búsqueda los créditos de autoría, para volver a confirmar lo dicho.

         Antonieta Paula y su curiosa –o no- elección de pseudónimo bajo el cual firmar sus creaciones invita a pensar posibles razones de tal decisión. Al mirar la historia, encontramos que la práctica de que una mujer creadora firmara sus obras bajo un pseudónimo masculino era cosa frecuente, no sólo porque ser creadora no figuraba entre los ideales del imaginario colectivo, sino porque cualquier decisión de vida encontraba una crítica no igualitaria respecto a sus colegas hombres. Basta mirar por ejemplo a Rebecca Clarke y su premio quitado por ser mujer, basta leer su diario y encontrar sus palabras respecto a cómo las obras de Anthony Trent –su pseudónimo- eran mejor recibidas que las firmadas por Rebecca. Y no eran Nenette y Rebecca excepciones. Aquí en nuestras tierras, también encontramos a la compositora Eduarda Mansilla de García quien firmaba como Daniel; y, por supuesto esta cuestión no excluía al resto de las artes (en la literatura, encontramos entre otras a Amantine Dupin como George Sand; a Mary Ann Evans como George Eliot; o en las artes visuales a Concepción Figuera Martínez y Güertero como Luis Lármig).

¿Y hoy?

¿Se les ha otorgado el lugar que les corresponde en todos los casos? ¿Cuántas músicas escritas por mujeres forman parte de las programaciones en las principales salas de concierto? ¿Cuántas de sus obras forman parte del repertorio ‘obligado’ en la formación profesional? ¿Son sus obras analizadas y estudiadas por su contenido musical, o tan sólo se las nombra cuando se proponen encuentros específicos relativos a cuestiones de género?

¡Qué oportunas las palabras pronunciadas por Maddalena Casulana! 

“Vano error de los hombres, que se creen patronos de los altos dones del intelecto, que según ellos no pueden ser compartidos en igual medida por las mujeres.”[3]

 

Patricia E. Bantar

 

              



[1] https://www.infobae.com/america/cultura-america/2018/01/31/nenette-la-companera-del-mito-yupanqui/

[2] https://www.pagina12.com.ar/305754-nenette-la-mitad-compositiva-de-yupanqui

[3] https://elpais.com/cultura/2019/04/17/babelia/1555518324_464946.html