Frankenstein

Mary Shelley

Mary Shelley (1797-1851) comenzó a escribir Franskenstein cuando contaba con tan solo 19 años de edad. La génesis del libro es bastante curiosa. Mary Shelley y su marido, el poeta Percey Shelley, visitaron a Lord Byron, que vivía en Suiza. Una noche de tormenta, después de leer algunos cuentos de terror, Byron retó a los Shelley y a Polidori, su médico personal, a componer, cada uno, una historia de terror. De los cuatro, solo Polidori completó la historia, pero Mary concibió una idea que fue el germen de la que es considerada la primera historia moderna de ciencia ficción. La primera edición de la obra se publicó el 1 de enero de 1818 causando gran revuelo y nulo beneficio económico. Mary Shelly realizó sucesivas revisiones a lo largo de su vida y en el prólogo de la edición de 1831 ella misma narra cómo se fue gestando esta historia:

“En el verano de 1816 visitamos Suiza y fuimos vecinos de Lord Byron. Al principio pasábamos nuestras horas agradables en el lago, o vagando por la orilla. […] 

Pero el verano resultó húmedo y riguroso, y la incesante lluvia nos confinó a menudo durante días. En nuestras manos cayeron algunos volúmenes de relatos de fantasmas traducidos del alemán al francés. […] 

- Vamos a escribir cada uno un relato de fantasmas -dijo Lord Byron; y aceptamos su proposición. Éramos cuatro.[…] 

Yo también me dediqué a pensar una historia; una historia que rivalizase con aquellas nos habían animado a abordar dicha empresa. Una historia que hablase a los miedos misteriosos de nuestra naturaleza y despertase un horror estremecedor; una historia que hiciese mirar en torno suyo al lector amedrentado, le helase la sangre y le acelerase los latidos del corazón. Si no lograba estas cosas, mi historia de fantasmas sería indigna de tal nombre. Pensé y medité... pero sin resultado. Sentía esa vacía capacidad de invención que es la mayor desdicha del autor cuando a nuestras ansiosas invocaciones responde la penosa Nada.

- ¿Has pensado una historia? -me preguntaba cada mañana; y cada mañana me veía forzada a contestar con una mortificante negativa. […]

Muchas y largas fueron las conversaciones entre Lord Byron y Shelley, de las que fui oyente fervorosa, aunque casi muda. En el curso de una de ellas discutieron diversas doctrinas filosóficas, entre otras la naturaleza del principio vital, y la posibilidad de que se llegase a descubrir tal principio y conferirlo a la materia inerte. […]

Cuando apoyé la cabeza sobre la almohada, no me dormí, aunque tampoco puedo decir qué pensaba. Mi imaginación, espontáneamente, me poseía y me guiaba, dotando a las sucesivas imágenes que surgían en mi mente de una viveza muy superior a los habituales límites de la ensoñación. Vi -con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental-, vi al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al ser que había ensamblado. Vi el horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida, y agitarse con movimiento torpe y semivital. […]

“¡La encontré! Lo que me ha aterrado a mí aterrará a los demás; sólo necesito describir el espectro que ha visitado mi almohada a medianoche.” A la mañana siguiente anuncié que había pensado una historia.

Fotograma de la película Mary Shelley, de Haifaa al Mansour (2017).Llegada del matrimonio Shelley y la hermana de Mary a Ginebra, donde son recibidos por Lord Byron. 

¿Quién era Mary Shelley?

Charlotte Gordon: Mary Woolstonecraf. Mary Shelley.  Circe Ediciones. 2018

Para presentaros a la jovencísima autora de Frankenstein nos remitimos a dos fragmentos de una excelente biografía que alterna la historia de su vida con la de su madre, que falleció tras  el parto. Mary Shelley la admiró toda su vida y siguió con la máxima fidelidad los escritos de su madre, Mary Wollstonecraft, mujer muy adelantada a su tiempo que hoy es considerada una de las pioneras en la lucha por la emancipación de la mujer.  

El 30 de agosto de 1797, en Londres, una recién nacida luchaba por su vida. Pequeña y débil, no se esperaba que sobreviviese. A pasar de sus esfuerzos por expulsar la placenta, la madre estaba tan exhausta que hubo que solicitar la asistencia de un médico, el cual se la extrajo, pero al no haberse lavado las manos introdujo sin querer los gérmenes de una de las enfermedades más peligrosas de la época, la fiebre puerperal. Diez días después fallecía la madre. El bebé, para sorpresa general, sobrevivió. A partir de entonces, y hasta el fin de sus días, lloró la muerte de su madre, de la que se consideraba culpable, a la vez que consagraba todos sus esfuerzos para preservar su legado.

Este nacimiento es uno de los más famosos de la historia de la literatura. La difunta se llamaba Mary Wollstonecraft. Cinco años antes había causado un gran escándalo al publicar Vindicacación de los derechos de la mujer, una denuncia de las leyes y prejuicios injustos que cercenaban la vida de las mujeres en el siglo XVIII. La hija que le sobrevivió sería en un futuro la mítica Mary Shelley, autora, a los dicecinueve años, de Frankenstein, una novela tan famosa que sería gratuito presentarla. 

Con dieciséis años conoció al que fue su gran amor, el famoso poeta Percy Shelley, cinco años mayor y fiel seguidor de la filosofía de los padres de Mary, una pareja liberal que propugnó libertad y respeto entre hombres y mujeres y se manifestó en contra del matrimonio. Pero con el tiempo se comprobó que el padre, William Godwin, era muy revolucionario sobre el papel, aunque sumamente convencional e intransigente en lo que se refería a la libertad de su hija. 

El 27 de junio, finalmente, Mary tomó la iniciativa. De pie ante la tumba de su madre, miró a Shelley a los ojos e hizo algo en principio no debía hacer jamás una mujer joven: declararle su amor y lanzarse en sus brazos. [...]

Habría sido para ambos una gran sorpresa saber que un momento de tanta intimidad acabaría haciéndose famoso, que sus besos serían analizados en conferencias literarias y aulas universitarias, y que su relación daría pábulo a toda clase de conjeturas, convertida en un gran hito para los estudios literarios. Pero es que la unión de Shelley y Mary es un episodio sin parangón dentro de la literatura. De su amor nacieron algunas de las mayores obras del Romanticismo. 

Retrato de Percy B. Shelley realizado por Alfred Clint. 

Ante la negativa del padre de legitimar esta unión libre, Shelley ideó un plan de fuga y con Mary y su hermanastra huyeron a Francia. Nunca aceptó el padre esta unión lo que causó un hondo pesar a Mary toda su vida. A él le dedicó Frankenstein, siempre lo ayudó económicamente, a su primer hijo le puso el nombre de su padre, a él le envió sus escritos para obtener su aprobación y en numerosas ocasiones, bien directamente, bien a través de intermediarios, rogó su perdón. Sin embargo, jamás recuperó su cariño ni su perdón, de ahí que lo que le ocurre al protagonista de Frankenstein se pueda extrapolar a lo que sintió ella al verse siempre rechazada una y otra vez por el ser que le dio la vida. 

Frankenstein en el cine

En el cine, la televisión, la literatura o el cómic, la criatura creada por Mary sigue vigente, bien recreando la propia novela, bien tomando una de los muchos aspectos que trata el original para crear versiones de lo más libres y variopintas. 

"Llenándolos de luz pero con la oscuridad acechando en cada corte. Sea como sea, lo cierto es que el Monstruo de Frankenstein ha permanecido unido a la Historia del cine: su imagen ha impregnado el nuevo arte nacido en el siglo XX desde la versión muda producida por Edison en 1910, hasta las últimas películas llegadas de las fábricas de Hollywood". 

Pilar Ruiz: El Mal cosido al Mal. Frankenstein en el cine 

Interesante vídeo que recoge las principales versiones cinematográficas de Frankenstein.

Visionado de la película

De todas las versiones realizadas sobre la novela, os proponemos el visionado de la película realizada en 1994 por Kenneth Branagh, director también de otras versiones de obras clásicas de las que tratamos en el apartado Shakespeare en el cine de estas constelaciones literarias. 

Inevitablemente, una versión cinematográfica deja de lado aspectos que la novela sí recoge, y tal vez introduce personajes, escenas o secuencias que no estaban en la obra original. En esta ocasión hemos optado por un ir y venir entre literatura y cine por lo que, tras el visionado de la película, os proponemos la lectura y análisis de algunos textos que pueden enriquecer vuestra interpretación de este clásico.

Cuestiones para el coloquio

Pensemos que a Shelley le tocó vivir en una época en la que los primeros descubrimientos científicos y técnicos irrumpieron y empezaron a modernizar Europa. Estos cambios vertiginosos tardaron muy poco en elevarse a materia literaria. La ciencia ficción suele ser un género relacionado con la literatura especulativa, es decir, una literatura que además de integrar motivos científicos anticipados o futuristas, trata de generar un debate moral al hilo de la historia que se cuenta. Y Frankenstein es una novela cuya calidad reside precisamente en el acierto y la profundidad de los conflictos surgidos alrededor de la la criatura creada por el profesor Victor Frankenstein, con independencia de la fuerza dramática y el magnetismo que caracterizan a la criatura. 

Hemos seleccionados tres momentos de la novela, que podéis comparar con la película. 


1. Quizá, antes de profundizar en determinados aspectos, querréis intercambiar impresiones generales sobre la película. Tal vez la primera cuestión que se nos viene a la cabeza es esta: 

2. ¿Os ha gustado el desenlace? ¿Por qué? Recordad estas palabras del final de la película:

        - ¿Por qué llora?

        - Él era mi padre. 

3. Don Quijote, Romeo y Julieta, Frankenstein... son clásicos universales porque todos sabemos algo de ellos aun sin haberlos leído. ¿Qué idea teníais de Frankenstein antes de ver la película (o leer la novela)? ¿En qué ha cambiado vuestro impresión de este clásico? 

4. Una cuestión para el debate. ¿Con quién os habéis identificado más, con Victor Frankenstein o con su criatura? ¡Explicad por qué!

5. Os dejamos con una escena de la película que dirigió James Whale en 1931. Es una versión muy libre, ya que no respeta ni la historia ni el fondo de la novela original. El momento que refleja esta escena no aparece en el libro, la criatura es retratada como un personaje sin inteligencia, con un carácter muy primitivo, que actúa por capricho y sin saber cuáles son las consecuencias de sus actos. Por el contrario, la criatura de Mary Shelley es inteligente, sensible y cultivada, por más que termine causando el mal tras el trato que recibe.

6. Para terminar, os dejamos con los fragmentos seleccionados de la novela para que podáis deteneros y profundizar en algunos de los momentos de mayor tensión dramática y más hondas implicaciones morales, y que aún hoy nos interpelan.

Texto 1

Este fragmento narra el momento en el que el doctor Frankenstein, empujado por la ambición profesional y las ganas de pasar a la posteridad, decide crear en su laboratorio una vida humana.

Imbuido de estos sentimientos, comencé la creación de un ser humano. Dado que la pequeñez de los órganos suponía un obstáculo para la rapidez, decidí, en contra de mi primera decisión, hacer una criatura de dimensiones gigantescas; es decir, de unos ocho pies de estatura y correctamente proporcionada. Tras esta decisión, pasé algunos meses recogiendo y preparando los materiales, y empecé. 

Nadie puede concebir la variedad de sentimientos que, en el primer entusiasmo por el éxito, me espoleaban como un huracán. La vida y la muerte me parecían fronteras imaginarias que yo rompería el primero, con el fin de desparramar después un torrente de luz por nuestro tenebroso mundo. Una nueva especie me bendeciría como a su creador, muchos seres felices y maravillosos me deberían su existencia. Ningún padre podía reclamar tan completamente la gratitud de sus hijos como yo merecería la de estos. Prosiguiendo estas reflexiones, pensé que, si podía infundir vida a la materia inerte, quizá, con el tiempo (aunque ahora lo creyera imposible), pudiese devolver la vida a aquellos cuerpos que, aparentemente, la muerte había entregado a la corrupción. 

Estos pensamientos me animaban, mientras proseguía mi trabajo con infatigable entusiasmo. El estudio había empalidecido mi rostro, y el constante encierro me había demacrado. A veces fracasaba al borde mismo del éxito, pero seguía aferrado a la esperanza que podía convertirse en realidad al día o a la hora siguiente. El secreto del cual yo era el único poseedor era la ilusión a la que había consagrado mi vida. La luna iluminaba mis esfuerzos nocturnos mientras yo, con infatigable y apasionado ardor, perseguía a la naturaleza hasta sus más íntimos arcanos. ¿Quién puede concebir los horrores de mi encubierta tarea, hurgando en la húmeda oscuridad de las tumbas o atormentando a algún animal vivo para intentar animar el barro inerte? Ahora me tiemblan los miembros con solo recordarlo; entonces me espoleaba un impulso irresistible y casi frenético. Parecía haber perdido el sentimiento y sentido de todo, salvo de mi objetivo final. No fue más que un período de tránsito, que incluso agudizó mi sensibilidad cuando, al dejar de operar el estímulo innatural, hube vuelto a mis antiguas costumbres. Recogía huesos de los osarios, y violaba, con dedos sacrílegos, los tremendos secretos de la naturaleza humana. Había instalado mi taller de inmunda creación en un cuarto solitario, o mejor dicho, en una celda, en la parte más alta de la casa, separada de las restantes habitaciones por una galería y un tramo de escaleras. Los ojos casi se me salían de las órbitas de tanto observar los detalles de mi labor. La mayor, parte de los materiales me los proporcionaban la sala de disección, y el matadero. A menudo me sentía asqueado con mi trabajo; pero, impelido por una incitación que aumentaba constantemente, iba ultimando mi tarea. 

[...]

Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo.

¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos! ¡Santo cielo! Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios. 

Las alteraciones de la vida no son ni mucho menos tantas como las de los sentimientos humanos. Durante casi dos años había trabajado infatigablemente con el único propósito de infundir vida en un cuerpo inerte. Para ello me había privado de descanso y de salud. Lo había deseado con un fervor que sobrepasaba con mucho la moderación; pero ahora que lo había conseguido, la hermosura del sueño se desvanecía y la repugnancia y el horror me embargaban. Incapaz de soportar la visión del ser que había creado, salí precipitadamente de la estancia. Ya en mi dormitorio, paseé por la habitación sin lograr conciliar el sueño. Finalmente, el cansancio se impuso a mi agitación, y vestido me eché sobre la cama en el intento de encontrar algunos momentos de olvido. Mas fue en vano; pude dormir, pero tuve horribles pesadillas. Veía a Elizabeth, rebosante de salud, paseando por las calles de Ingolstadt. Con sorpresa y alegría la abrazaba, pero en cuanto mis labios rozaron los suyos, empalidecieron con el tinte de la muerte; sus rasgos parecieron cambiar, y tuve la sensación de sostener entre mis brazos el cadáver de mi madre; un sudario la envolvía, y vi cómo los gusanos reptaban entre los dobleces de la tela. Me desperté horrorizado; un sudor frío me bañaba la frente, me castañeteaban los dientes y movimientos convulsivos me sacudían los miembros. A la pálida y amarillenta luz de la luna que se filtraba por entre las contraventanas, vi al engendro, al monstruo miserable que había creado. Tenía levantada la cortina de la cama, y sus ojos, si así podían llamarse, me miraban fijamente. Entreabrió la mandíbula y murmuró unos sonidos ininteligibles, a la vez que una mueca arrugaba sus mejillas. Puede que hablara, pero no lo oí. Tendía hacia mí una mano, como si intentara detenerme, pero esquivándola me precipité escaleras abajo. Me refugié en el patio de la casa, donde permanecí el resto de la noche, paseando arriba y abajo, profundamente agitado, escuchando con atención, temiendo cada ruido como si fuera a anunciarme la llegada del cadáver demoníaco al que tan fatalmente había dado vida. 

¡Ay! Ningún mortal podría soportar el horror que inspiraba aquel rostro. Ni una momia reanimada podría ser tan espantosa como aquel engendro. Lo había observado cuando aún estaba incompleto, y ya entonces era repugnante; pero cuando sus músculos y articulaciones tuvieron movimiento, se convirtió en algo que ni siquiera Dante hubiera podido concebir. 

Pasé una noche terrible. A veces, el corazón me latía con tanta fuerza y rapidez que notaba las palpitaciones de cada arteria, otras casi me caía al suelo de pura debilidad y cansancio. Junto a este horror, sentía la amargura de la desilusión. Los sueños que durante tanto tiempo habían constituido mi sustento y descanso se me convertían ahora en un infierno; ¡y el cambio era tan brusco, tan total! 

De los capítulos 3 y 4 de la primera parte. 

1. Volvamos sobre la reflexión de Victor Frankenstein. "La vida y la muerte me parecían fronteras imaginarias que yo rompería el primero, con el fin de desparramar después un torrente de luz por nuestro tenebroso mundo. [...] Pensé que, si podía infundir vida a la materia inerte, quizá, con el tiempo (aunque ahora lo creyera imposible), pudiese devolver la vida a aquellos cuerpos que, aparentemente, la muerte había entregado a la corrupción"

2. Más allá de la reflexión que la novela ofrece sobre los límites morales de la creación de vida está la cuestión de la responsabilidad de Victor Frankenstein. ¿Está obligado el protagonista, una vez que ha creado a la criatura, a cuidarla y protegerla? ¿Tiene "derecho" a abandonarla? ¿Qué se supone que tendría que haber hecho? 


3. Uno de los temas que atraviesan el imaginario romántico, tanto en las artes plásticas como en la literatura, es el de la muerte. Haced una lluvia de ideas de todos los términos de este campo semántico que aparecen en el texto, así como los relativos a las sensaciones físicas y sentimientos que provoca su contacto con ella. 

4. Tras haber leído el fragmento de la novela, ¿qué caracterización os parece que es más fiel al texto, la de la película que habéis visto, en que Robert de Niro interpreta a la criatura, o esta que aquí aparece, a cargo del mítico actor Boris Karloff?   

Fotografía de Boris Karloff, actor protagonista de la versión de 1931

Texto 2

Frankenstein recibe una carta de su padre en la que lo informa del asesinato de William, su hermano pequeño. El estado de ánimo en el que se encuentra la familia es de abatimiento absoluto, por lo que el padre le suplica que vuelva a Ginebra para consolarlos. Atravesando los Alpes, Victor alcanza a ver, aunque sea de lejos, a la criatura, y esta situación lo lleva a una serie de reflexiones y conclusiones. 

El viaje fue triste. Al principio iba con prisa, pues estaba impaciente por consolar a los míos; pero a medida que nos acercábamos a mi ciudad natal aminoré la marcha. Apenas si podía soportar el cúmulo de pensamientos que se me agolpaban en la mente. Revivía escenas familiares de mi juventud, escenas que no había visto hacía casi seis años. ¿Qué cambios habría habido en ese tiempo? Se había producido de repente uno brusco y desolador; pero miles de pequeños acontecimientos podían haber dado lugar, poco a poco, a otras alteraciones, no por más tranquilas menos decisivas. Me invadió el miedo. Temía avanzar, aguardando miles de inesperados e indefinibles males que me hacían temblar.

Me quedé dos días en Lausana, sumido en este doloroso estado de ánimo. Contemplé el lago: sus aguas estaban en calma, todo a mi alrededor respiraba paz y los nevados montes, «palacios de la naturaleza», no habían cambiado. Poco a poco, el maravilloso y sereno espectáculo me restableció, y proseguí mi viaje hacia Ginebra.

[...]

Sin embargo, a medida que me iba acercando a casa, volvió a cernirse sobre mí el miedo y la ansiedad. Cayó la noche; y cuando dejé de poder ver las montañas, aún me sentí más apesadumbrado. El paisaje se me presentaba como una inmensa y sombría escena maléfica, y presentí confusamente que estaba destinado a ser el más desdichado de los humanos. ¡Ay de mí!, vaticiné certeramente. Me equivoqué en una sola cosa: todas las desgracias que imaginaba y temía no llegaban ni a la centésima parte de la angustia que el destino me tenía reservada.

Era completamente de noche cuando llegué a las afueras de Ginebra; las puertas de la ciudad ya estaban cerradas, y tuve que pasar la noche en Secheron, un pueblecito a media legua al este de la ciudad. El cielo estaba sereno, y puesto que no podía dormir, decidí visitar el lugar donde habían asesinado a mi pobre William. Como no podía atravesar la ciudad, me vi obligado a cruzar hasta Plainpalais en barca, por el lago. Durante el corto recorrido, vi los relámpagos que, sobre la cima del Mont Blanc, dibujaban las más hermosas figuras. La tormenta parecía avecinarse con rapidez y, al desembarcar, subí a una colina para desde allí observar mejor su avance. Se acercaba; el cielo se cubrió de nubes, y pronto sentí la lluvia caer lentamente, y las gruesas y dispersas gotas se fueron convirtiendo en un diluvio.

Abandoné el lugar y seguí andando, aunque la oscuridad y la tormenta aumentaban por minutos y los truenos retumbaban ensordecedores sobre mi cabeza. La cordillera de Salève, los montes de Jura y los Alpes de Saboya repetían su eco. Deslumbrantes relámpagos iluminaban el lago, dándole el aspecto de una inmensa explanada de fuego. Luego, tras unos instantes, todo quedaba sumido en las tinieblas, mientras la retina se reponía del resplandor. Como sucede con frecuencia en Suiza, la tormenta había estallado en varios puntos a la vez. Lo más violento se cernía sobre el norte de la ciudad, sobre esa parte del lago entre el promontorio de Belrive y el pueblecito de Copêt. Otro núcleo iluminaba más débilmente los montes jurásicos, y un tercero ensombrecía y revelaba intermitentemente la Môle, un escarpado monte al este del lago.

Admiraba la tormenta, tan hermosa y a un tiempo terrible, mientras caminaba con paso ligero. Esta noble lucha de los cielos elevaba mi espíritu. Junté las manos y exclamé: «William, mi querido hermano. Este es tu funeral, esta tu endecha.» Apenas había pronunciado estas palabras cuando divisé en la oscuridad una figura que emergía subrepticiamente de un bosquecillo cercano. Me quedé inmóvil, mirándola fijamente: no había duda. Un relámpago la iluminó y me descubrió sus rasgos con claridad. La gigantesca estatura y su aspecto deformado, más horrendo que nada de lo que existe en la humanidad, me demostraron de inmediato que era el engendro, el repulsivo demonio al que había dotado de vida. ¿Qué hacía allí? ¿Sería acaso me estremecía sólo de pensarlo–– el asesino de mi hermano? No bien me hube formulado la pregunta cuando llegó la respuesta con claridad; los dientes me castañetearon, y me tuve que apoyar en un árbol para no caerme. La figura pasó velozmente por delante de mí y se perdió en la oscuridad. Nada con la forma de un humano hubiera podido dañar a un niño. Él era el asesino, no había duda. La sola ocurrencia de la idea era prueba irrefutable. Pensé en perseguir a aquel demonio, pero hubiera sido en vano, pues el siguiente relámpago me lo descubrió trepando por las rocas de la abrupta ladera del monte Saléve, el monte que limita a Plainpalais por el sur. Rápidamente escaló la cima y desapareció. 

Permanecí inmóvil. La tormenta cesó; pero la lluvia continuaba, y todo estaba envuelto en tinieblas. Repasé los sucesos que hasta el momento había tratado de olvidar: todos los pasos que di hasta la creación; el fruto de mis propias manos, vivo, junto a mi cama; su huida. Habían transcurrido ya casi dos años desde la noche en que le había dado vida. ¿Era éste su primer crimen? ¡Dios mío! Había lanzado al mundo un engendro depravado, que se deleitaba causando males y desgracias. ¿No era la muerte de mi hermano prueba de ello?

Del capítulo 6 de la primera parte.  

1. La naturaleza tiene un enorme protagonismo en la literatura y el arte del Romanticismo, a menudo como proyección de los estados de ánimo de autores y personajes. Y, en este sentido, este texto es prototípicamente romántico. Digamos que Mary Shelley "decora" con un paisaje natural los sentimientos cambiantes del protagonista. Tratad de explicar esa relación mencionando qué elementos naturales expresan o influyen en el ánimo (agitación, calma, temor, angustia..) de Frankenstein. 


El mar de hielo 
Abadía en el robledal
Monje a la orilla del mar
El caminante sobre el mar de nubes

2. En estas palabras de Victor Frankenstein subyace una interesante reflexión, ¿habría sido consciente del alcance de sus actos al crear este ser si no hubiera vivido en carne propia las consecuencias? ¿Qué pensáis? 

¡Dios mío! Había lanzado al mundo un engendro depravado, que se deleitaba causando males y desgracias. ¿No era la muerte de mi hermano prueba de ello?

TEXTO 3

Una mañana, estando con su familia en el valle de Chamonix, Victor decide ir de paseo solo a la montaña. Nada más llegar a la cima, se encuentra con la criatura, quien deambula por la zona para cruzarse con su creador. Después de muchos ruegos, un Victor enfurecido y con ganas de venganza accede a escuchar la historia de la criatura, una historia dominada por la soledad, el rechazo y la infelicidad extremos. Tras el relato de su vida, el chantaje de la criatura es claro: accede a dejar de sembrar el mal a condición de que Víctor se preste a cumplir una petición muy concreta. 

La criatura terminó de hablar, y me miró fijamente esperando una respuesta. Pero yo me hallaba desconcertado, perplejo, incapaz de ordenar mis ideas lo suficiente como para entender la transcendencia de lo que me proponía. 

––Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito para poder existir. Esto solo lo puedes hacer tú, y te lo exijo como un derecho que no puedes negarme. 

La parte final de su narración había vuelto a reavivar en mí la ira que se me había ido calmando mientras contaba su tranquila existencia con los habitantes de la casita. Cuando dijo esto no pude contener mi furor.

 ––Pues sí, me niego ––contesté––, y ninguna tortura conseguirá que acceda. Podrás convertirme en el más desdichado de los hombres, pero no lograrás que me desprecie a mí mismo. ¿Crees que podría crear otro ser como tú, para que uniendo vuestras fuerzas arraséis el mundo? ¡Aléjate! Te he contestado; podrás torturarme, ¡pero jamás consentiré! 

––Te equivocas–– contestó el malvado ser––; pero, en vez de amenazarte, estoy dispuesto a razonar contigo. Soy un malvado porque no soy feliz; ¿acaso no me desprecia y odia toda la humanidad? Tú, mi creador, quisieras destruirme, y lo llamarías triunfar. Recuérdalo, y dime, pues, ¿por qué debo tener yo para con el hombre más piedad de la que él tiene para conmigo? No sería para ti un crimen, si me pudieras arrojar a uno de esos abismos, y destrozar la obra que con tus propias manos creaste. Debo, pues, respetar al hombre cuando éste me condena? Que conviva en paz conmigo, y yo, en vez de daño, le haría todo el bien que pudiera, llorando de gratitud ante su aceptación. Mas no, eso es imposible; los sentidos humanos son barreras infranqueables que impiden nuestra unión. Pero mi sometimiento no será el del abatido esclavo. Me vengaré de mis sufrimientos; si no puedo inspirar amor, desencadenaré el miedo; y especialmente a ti, mi supremo enemigo, por ser mi creador, te juro odio eterno. Ten cuidado: me dedicaré por entero a la labor de destruirte, y no cejaré hasta que te seque el corazón, y maldigas la hora en que naciste. 

Una ira demoníaca lo dominaba mientras decía esto; tenía la cara contraída con una mueca demasiado horrenda como para que ningún ser humano le pudiera contemplar. Al rato se calmó, y prosiguió. 

––Tengo la intención de razonar contigo. Esta rabia me es perjudicial, pues tú no entiendes que eres el culpable. Si alguien tuviera para conmigo sentimientos de benevolencia, yo se los devolvería centuplicados; con que existiera este único ser, sería capaz de hacer una tregua con toda la humanidad. Pero ahora me recreo soñando dichas imposibles. Lo que te pido es razonable y justo; te exijo una criatura del otro sexo, tan horripilante como yo: es un consuelo bien pequeño, pero no puedo pedir más, y con eso me conformo. Cierto es que seremos monstruos, aislados del resto del mundo, pero eso precisamente nos hará estar más unidos el uno al otro. Nuestra existencia no será feliz, pero sí inofensiva, y se hallará exenta del sufrimiento que ahora padezco. ¡Creador mío!, hazme feliz; dame la oportunidad de tener que agradecer un acto bueno para conmigo; déjame comprobar que inspiro la simpatía de algún ser humano; no me niegues lo que te pido. 

Me convenció. Sentía escalofríos al pensar en las posibles consecuencias que se derivarían si accedía a su petición, pero pensaba que su argumento no estaba del todo falto de justicia. Su narración, y los sentimientos que ahora expresaba, demostraban que era una criatura de sentimientos elevados, y ¿no le debía yo, como su creador, toda la felicidad que pudiera proporcionarle? El advirtió el cambio que experimentaban mis sentimientos y continuó: 

–Si accedes, ni tú ni ningún otro ser humano nos volverá a ver. Me iré a las enormes llanuras de Sudamérica. Mi alimento no es el mismo que el del hombre; yo no destruyo al cordero o al cabritilla para saciar mi hambre; las bayas y las bellotas son suficiente alimento para mí. Mi compañera será idéntica a mí, y sabrá contentarse con mi misma suerte. Hojas secas formarán nuestro lecho; el sol brillará para nosotros igual que para los demás mortales, y madurará nuestros alimentos. La escena que te describo es tranquila y humana, y debes admitir que, si te niegas, mostrarías una deliberada crueldad y tiranía. Despiadado como te has mostrado hasta ahora conmigo, veo sin embargo un destello de compasión en tu mirada; déjame aprovechar este momento favorable, para arrancarte la promesa de que harás lo que tan ardientemente deseo. 

––Te propones ––le contesté–– abandonar los lugares donde habita el hombre, y vivir en parajes inhóspitos donde las bestias serán tus únicas compañeras. ¿Cómo podrás soportar tú este exilio, tú que ansías el cariño y la comprensión de los hombres? Volverás de nuevo, en busca de su afecto, y te volverán a despreciar; renacerá en ti la maldad, y entonces tendrás una compañera que te ayudará en tu labor destructora. No puede ser; deja de insistir porque no puedo acceder. 

––¡Qué inestables son tus sentimientos! Hace sólo un momento te sentías conmovido, ¿por qué de nuevo ahora te vuelves atrás y te endureces contra mis súplicas? Te juro, por esta tierra en la que habito, y por ti, mi creador, que si me das la compañera que te pido, abandonaré la vecindad de los hombres, y para ello habitaré, si es preciso, los lugares más salvajes de la Tierra. No habrá lugar para instintos de maldad, pues tendré comprensión, mi vida transcurrirá tranquila y, a la hora de la muerte, no tendré que maldecir á mi creador. 

Sus palabras suscitaron en mí una sensación extraña. Le compadecía, y hasta llegaba en algún momento a querer consolarlo; pero cuando lo miraba, cuando veía esa masa inmunda que hablaba y se movía, me invadía la repugnancia, y mis compasivos sentimientos se tornaban en horror y odio. Intentaba sofocar esta sensación; pensaba que, ya que no podía tenerle ningún afecto, no tenía derecho a denegarle la pequeña parte de felicidad que estaba en mi mano concederle. 

––Juras le dije–– que no causarás más daños; ¿no has demostrado ya un grado de maldad que debiera, con razón, hacerme desconfiar de ti? ¿No será esto una trampa que aumentará tu triunfo, al otorgarte mayores posibilidades de venganza?

 ––¿Pero cómo? Creí haberte conmovido, y, sin embargo, sigues negándote a concederme lo único que amansaría mi corazón y me haría inofensivo. Si no estoy ligado a nadie ni amo a nadie, el vicio y el crimen deberán ser, forzosamente, mi objetivo. El cariño de otra persona destruiría la razón de ser de mis crímenes, y me convertiría en algo cuya existencia todos desconocerían. Mis vicios son los vástagos de una soledad impuesta y que aborrezco; y mis virtudes surgirían necesariamente cuando viviera en armonía con un semejante. Sentiría el afecto de otro ser y me incorporaría a la cadena de existencia y sucesos de la cual ahora quedo excluido. 

Reflexioné un rato sobre todo lo que me había dicho y sobre los diversos argumentos que había esgrimido. Pensé en la actitud prometedora de la que había dado muestras al comienzo de su existencia, y en la degradación posterior que habían sufrido sus cualidades a causa del desprecio y odio que sus protectores le demostraron. No olvidé en mis reflexiones su fuerza y sus amenazas; un ser capaz de habitar en las cuevas de los glaciares, y de zafarse de sus perseguidores entre las crestas de los abismos inaccesibles, poseía unas facultades con las cuales sería inútil intentar competir. Tras un largo rato de meditación, llegué al convencimiento de que acceder a lo que me pedía era algo que les debía a él y a mis semejantes. Consecuentemente, volviéndome hacia él, le dije: 

––Accedo a la petición, bajo la solemne promesa de que abandonarás para siempre Europa, y de que evitarás cualquier otro lugar que el hombre frecuente, en cuanto te entregue la compañera que habrá de seguirte al exilio. 

––¡Juro ––gritó––, por el sol y por el cielo azul, que si escuchas mis súplicas jamás me volverás a ver mientras ellos existan! Parte hacia tu casa y comienza tu labor; seguiré su proceso con inexpresable ansiedad. Y no temas; cuando hayas concluido, yo estaré allí.

Del capítulo 9 de la segunda parte.  

1. El texto comienza con la perplejidad de Frankenstein ante lo que considera una exigencia de su criatura: "Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito para poder existir". Recordad entre todos los argumentos en los que se apoya para convencer a su creador.  

2. Es a partir de este momento cuando la película se aparta claramente de la novela. 

Unas veces no lograba animarme a entrar en el laboratorio durante días enteros; otras, trabaja febrilmente día y noche, a fin de completar cuanto antes mi obra. Era, efectivamente, una tarea inmunda la que tenía entre manos. Durante mi primer experimento, una especie de frenético entusiasmo me había impedido ver el horror de mi trabajo; había mantenido la atención intensamente fija en la culminación de mis esfuerzos, y había cerrado los ojos al horror de mis manipulaciones. Pero ahora lo hacía todo fríamente, y mi corazón desfallecía a menudo ante lo que hacían mis manos. (...)

Terminamos con estas palabras que escribió Mary Shelley en el prólogo de 1831. 

Hasta hoy su deseo se ha cumplido y con vuestro conocimiento de la historia y su difusión podéis hacer que su criatura siga existiendo mucho tiempo más. 

Retrato de Mary Shelley realizado por Richard Rothwell 1840. 

"Pido a mi horrenda criatura que salga al mundo y que prospere. Siento afecto por ella, pues fue el fruto de unos días felices, en que la muerte y el dolor no eran sino palabras que no encontraban verdadero eco en mi corazón". 

Para saber más

Si os habéis quedado con ganas de saber más acerca de Mary Shelley, una extraordinaria escritora injustamente olvidada durante mucho tiempo, os recomendamos esta película estrenada en 2018 y titulada, precisamente, Mary Shelley. La película está dirigida por Haifa Al Mansour, la primera mujer directora de cine en Arabia Saudí, cuya trayectoria biográfica y artística guarda algunos paralelismos con la de la escritora británica.