Teatro

El Convite de Lola Mora

Obra de Teatro en tres actos

PRIMER ACTO

Escena Primera

Imagen en video (Quema de papeles y cartas) El fuego debe verse desde

varias pantallas o como fuego verídico mientras, alguien aparece incrementándolo.

Una mujer debatiéndose entre la vida y la muerte acostada en una cama. Tras la ventana, el inicio de un fuego y su evolución. Se trata de la quema de un baúl repleto de papeles, los que por efecto del calor vuelan inflamados.

Al vislumbrar el resplandor, Lola se incorpora gritando: -¡No lo hagan, por favor! ¡Que no lo hagan he dicho! (DESESPERADA) ¡Deténganse! No quemen nada. ¡No me hagan eso! (JADEANDO TRISTE Y ENTRECORTADAMENTE) Y yo aquí, impotente... Implorante. Llorando como jamás lo hice. ¡Lola Mora no ha muerto aún! Yo, Lola Mora, la que esculpiendo doblegué lo ingobernable me retuerzo de dolor sobre esta cama mientras me voy muriendo con las luces del día, como prometí. Sin haber imaginado... nunca... la concreción de este incendio, provocado sólo para borrar mi huella.

Escena Segunda (inmediata a la anterior).

Imagen en video, silenciosa, en la cual se observa el último segundo en la vida de Lola Mora. Exactamente cuando una enfermera le cubre el rostro, con la manta de la cama en donde muere acostada. (La película contiene estas dos escenas. Se pueden extraer de allí)

Fin del video

Escena Tercera (Optativa)

(Puede tener lugar cuando la obra se represente en un sitio abierto, así como, por ejemplo: la entrada de un museo, el de Arrecifes).

La misma transcurre en una cantina urbana en donde los parroquianos presentes explican algo, luego de llegar Casiano y Rita, su mujer, subidos a un carro que se detiene a pocos metros del escaño.

Casiano: ¿Podemos quedarnos? Habrá alguna picadita preparada para la

patrona y para mí, esta tarde? ¿Qué pasa, Ramón que está tan

callado?

Ramón: Pasan muchas cosas aquí, Casiano, digo, en la ciudad, pero lo

que me molesta y mucho es eso que pasa y que nadie nota porque

la misma gente, que sabe lo que pasó, tiende a callar.

Casiano: Pero don Ramón, yo de eso me enteré, sin embargo. De eso y de

otras cosas…Es como si la verdad se transformara en ginebra y

uno pudiera tragarla de a poco hasta conocerla toda. Aunque

algunos como el Jacinto puedan bebérsela de un solo saque. Son

los intuitivos. Así los llaman, no me pregunte por qué.

Ramón: Siguiendo con la Lola, la Mora; Esa, la Tucumana escultora… La

está pasando muy mal, desde hace tiempo. ¿Sabe? yo me acuerdo y

no me equivoco, vea, no miento, todavía quedaron pegados dos de

los panfletos con que inundaron Buenos Aires. Los tiraban por las

calles como papelitos y a las pancartas las sostenían atadas a los

faroles o adheridas con cola a la pared, como éstas, vea usted Rita.

Rita: Nadie podía dejar de leerlas y menos ella que le gustaba recorrer

las calles de a pie. Todo esto ha quedado como prueba de que no

mentís, Ramón. Y te lo digo porque a mí misma, me parece estar

escuchando, todavía, las voces de los canillitas y de la Lola

respondiéndoles.

A continuación entra Lola y comienza a leer en voz alta las pancartas que se visualizan pegadas a la pared. Son cortas y contundentes.

***

Lola: ¡Pero qué barbaridad!

Al encenderse, nuevamente, lenta y demoradamente las luces, tal como si estuviéramos presenciando la entrada en escena de la aurora, la imagen de un canillita vocifera los textos que sobre Lola Mora publica, cada mañana, el diario “La Nación“. A esa voz se suma luego la de algunos lectores que contestan a las preguntas que Lola les hace. Puntualmente, el canillita nos indica la noticia del día. La ciudad despierta a medida que el sol remonta sobre las casas de un barrio cuya colorida silueta sirve, como telón de fondo a Lola Mora, quien en primer plano y con los brazos extendidos bien abiertos, en actitud exaltada, se ve obligada a expresarse defendiéndose de los dichos referidos a su persona, siguiendo el orden y de manera inmediata. Habrán de escucharse por boca de Lola frases contestatarias contundentemente expresadas por medio de las cuales se perciba el fluir de su lirismo. El mismo que, agazapado, pujará, desde el inicio de la obra, por salir desde su interior con total naturalidad.

A lo largo del desarrollo de estas cortas escenas, Lola Mora piensa su parlamento escuchando entusiasmada su tácita aprobación. Cada artículo del diario expresado por el canillita, como adelanto, para conseguir su anhelada venta o proveniente de las voces de los mismos lectores de los diarios vendidos y su respuesta, corresponden a una pequeña escena delimitada sólo por el encendido y apagado sucesivo de las luces de escena en diferentes tonos. Como las frases de Lola resultan un tanto extensas, las mismas, siguiendo los movimientos de Lola habrán de surgir desde off, ya que se trata de pensamientos contestatarios concernientes al momento y a las circunstancias planteadas en cada instante.

Canillita:- ¡Una famosa escultora regresa al país! ¡Vuelve la Lola Mora! ¡La Lola Mora vuelve!

Voz de Lola: Y ¿qué dice el diario?

Lector:- La hermosa y talentosa joven Lola Mora, regresa hoy al país trayendo con ella una fuente de mármol puro, construida con alegorías mitológicas. Los críticos esperan su arribo con ansiedad, dado que la obra, creación de la artista, habrá de ser emplazada en algún parque o paseo importante de la ciudad de Buenos Aires.

Lola Mora:- Quisiera ser poderosa, dueña abarcadora de la perspectiva

necesaria, como para adelantarme a los hechos y entrever,

aunque más no sea veladamente, mi futuro. Tal vez pueda

hacerlo si tomando como base lo ya sucedido, consiguiera

observar el extenso panorama existente ante mis ojos. Hoy no

comprendo mucho, pero pronto entraré en el tiempo del

entendimiento consciente y categórico, ya verán.

Canillita:- ¡Lola Mora regala una fuente! ¡Se la regala al gobierno! ¡Para

una plaza, se la regala!

Voz de Lola:- Y el diario ¿qué dice?

Lector: La Fuente de las Nereidas, que obtuvo el primer premio en el

concurso organizado por los Zares de Rusia, ha sido ofrecida por

su autora en donación a las autoridades para ser emplazada

frente a la casa de gobierno.

Lola Mora:- Hoy sólo sé que estoy aquí y que, de alguna manera, soy un

poco, o pretendo serlo -porque me lo están ofreciendo- la

generadora de la imagen de mi país, al que me hicieron querer

con toda el alma en mi casa, en el colegio de la Virgen Niña y en

la Academia.

(Mientras caen desde arriba, exactamente desde el techo del teatro, papelitos fluorescentes con el texto que a continuación se transcribe, la voz de otro lector explica desde su lugar lo que, dice el diario sobre los sucesos ocurridos desde las últimas horas de la noche y primeras de la mañana, en las calles de algunos barrios y del centro de la ciudad de Buenos Aires.

Lector: Mientras la lluvia de anoche, que finalizó por suerte, caía

torrencialmente, fueron cientos

los volantes con los que se inundó la zona céntrica y algunos

barrios de la ciudad de Buenos Aires. Estos papeles que con el

título AVISO A LA COMUNIDAD aparecieron esta mañana sobre

sus calles mojadas, dicen textualmente:

AVISO A LA COMUNIDAD

ATENCION VECINOS: Las autoridades de nuestro gobierno

central han elegido el paseo más concurrido de esta ciudad

para concretar el emplazamiento del paradigma de la obscenidad:

la Fuente de Lola Mora, denominada, también, de Las Nereidas.

En consecuencia, habiéndose establecido, en reunión pública, que

ninguno de los niños, adolescentes y honestas mujeres

que la habitan y/o recorren, merecen tamaño desprecio,

PETICIONAMOS: Se revise la norma que ha dado lugar a tan

absurda medida, para dar fin, lo antes posible, a este singular

problema planteado. Mientras tanto, haremos oír nuestras quejas,

diariamente, si así hiciera falta, para revertir esta situación insostenible.

Firmado: La gente de bien de nuestra querida ciudad de

Buenos Aires; ciudadanos considerados todos prudentes y criteriosos.

Voz de Lola:- Y ¿Qué dice el diario?

Lector: La Fuente de las Nereidas, o de Venus, rebautizada desde su

arribo como la Fuente de Lola Mora, será emplazada en algún

lugar distante de la ciudad, seguramente en el Paseo de Julio,

al resguardo de las miradas de jóvenes y niños. Ello así, atento

a que las señoras representativas de la mayoría, consideran

que dicha obra, aunque bella, constituye un audaz ultraje al

pudor público.

Canillita:- ¡La fuente de la Mora trajo lío! (Mientras Lola concreta el futuro

parlamento, el canillita, alejándose, interfiere con el suyo al

que le da forma de letanía) ¡Polémica en las calles! ¡Las

madres se oponen! ¡No quieren que la fuente se ubique en la

ciudad!

Lola Mora:- La fuente no representa a la República, ya lo sé. Pero bien

ubicada podría embellecerla; constituir un bello motivo de

recordación. ¿Qué es entonces la Patria? ¿Es el bagaje de

sagrado respeto que acompaña a la idea que sirvió para

fundarla? ¿Y que te obliga a inaugurarla a cada instante, aún

cuando ella ni siquiera se atreve a empujarte con el aliento?

¿Atrapándote así, delicadamente, para dominarte y no dejarte

jamás? Me lo pregunto y vuelvo a preguntármelo. Mi insistencia

se colma de respuestas, muy especialmente cuando estoy en

Roma, porque allí la extraño. La Patria es esta nación mía, tan

recién nacida e inocente, que ni próceres tiene todavía, me

digo. ¡Pero tiene hombres, eso sí! Hombres y mujeres que la

están forjando en la vida política, en la historia y en el arte, que

es lo que a mí me importa. Hombres como José Hernández,

como Echeverría o Rafael Obligado, el de la sombra doliente

del Paraná de San Pedro, por ejemplo. Hombres que

manejaron el lenguaje nuestro como para demostrarles a ellos,

los que dejando lugares se apartaron de aquí, que América

también tiene lo suyo, que es propio, bien distinto y bien

diferenciado, pero ¿cómo hacer para detener el

manifiesto de separación total que se viene? ¡Que se viene no

más... y que se lo ve venir! Y el diario ¿Qué dice el diario?

Lector:- Que las piezas que componen la fuente cuestionada y que

constituyen, según algunos críticos, un canto a la belleza de la

mujer en medidas colosales, se encuentran depositadas en la

galería cerrada del antiguo Consejo Deliberante, esperando

aún la determinación de su emplazamiento.

Lola Mora:- Me acuesto ideando alegorías; descanso o duermo al acecho, como implorando el encuentro con rústicas texturas. Me descubro suavizando asperezas, soñando despierta monumentos colosales de mármol, de hierro, o de madera hecha piedra por los años...

Un arco de la patria bien criollo, para que no podamos olvidarla nunca. Un arco en cada intersección de carretera, hecho por mí, la Lola tucumana, para que siempre allí ¡Viva la Patria! ¿...Y por qué no? (Trágica) Que ella, la Argentina, sea una Patria Diosa, con pechos prominentes, rebosantes de leche tan sabrosa como espesa y tan blanca como para atraer a los millones de seres distantes y distintos que pretendan producir aquí lo que a sus tierras yermas de allá les vienen reclamando, sin conseguir con su trabajo nada.

Canillita:- ¡Ultimo momento! ¡El lío por la fuente se acabó! ¡Ya se

encuentran en el puerto las mujeres desnudas!

Voz de Lola: Y, entonces?

Lector: La moral pública impidió que los desnudos escalofriantes que componen la Fuente de las Nereidas, llamada también de Lola Mora o de Venus, se instalaran en el Paseo de Julio. En forma rápida, silenciosa y terminante, fue emplazada frente a las escalinatas de la Costanera Sur. Prudente medida, si consideramos que a dicho paseo no concurre nadie, debido a la distancia que lo separa del centro de la ciudad.

Voz de Lola: Los últimos serán los primeros. Dios lo quiera. ¿Quién podría

negarle al ser humano esperanzado, la posibilidad que genera un

simple anhelo? Un bello entorno habrá de circundarla algún día.

Mientras tanto, el Dock Sud, su turbio continente, interpretando el

rol de postergado, cumpliendo su enigmática consigna, deberá

esperar.

Se apagan las luces.

Escena Cuarta

Telón de fondo: Costanera Sur, balaustrada río, fuente, viento, luces y sombras.) (Se observa desde la platea la imagen de Lola Mora esfumada, sombreada y confundida en una niebla espesa, apoyada de espaldas, en la balaustrada que da al río. (Podría escenificarse a Lola sobre un andamio) Todo lo que ella dice proviene del off.

Una voz:- ¿La ven? Cada tanto vuelve. Recorre los lugares en donde desplegó su vida. Medita. Saca nuevas conclusiones sobre todo eso del destino...del libre albedrío, de los sinos, de los azares, los que a veces venturosos florecen demasiado rápido para luego desaparecer dispersos como la llovizna... así dice. De los azahares, sinónimos de suertes, también...

Lola Mora:- Porque a veces regreso, con cualquier edad, y en mis cortas estancias me escondo entre los muelles sin que nadie me vea; porque esta Costanera, la Sud, mi encubridora, pone brumas de invierno hasta en la primavera para cerrarle el paso a la misma luz mala, con la cual mi figura, al surgir contorneada, facilita su análisis a los observadores que, de alguna manera, pretenden descifrarla... Me parece verlos.

Por de pronto, quiero que aquellos que jamás hayan sabido algo de mí, por no haber escuchado ni siquiera el sonido de mi nombre, sepan que, efectivamente, nací. Que no soy un personaje de ficción como tantos de los que andan por ahí induciendo a error a los desprevenidos, no. Yo fui de carne y hueso, genoma humano en medio, como dicen ahora, al que me sometí sin miramientos ni reserva alguna. Especialmente cuando me tocó elegir, antes de haber tenido que desechar de mí a esa otra Lola, la que de haber crecido ella, no yo, podría haber llegado a ser científica o filósofa tal vez.

Por todas esas razones yo, Lola Mora, esa mujer que fui, siendo de carne y que de alguna manera hoy soy, siendo una sombra, o un espectro o simplemente una luz, me aboqué a la construcción de la gran obra, la llamada de arte arquitectónica. Esa (la señala), la que, según Paul Valéry, canta con viva voz cuando siente internamente que llegó a serlo, y la que sólo se logra, me consta, concretando los hechos con su culminación. (pausa) y a la que se le exige -Valéry lo reafirma- belleza consumada y solidez.

Se apagan las luces

Escena Quinta

Ella entra en su atelier y la ráfaga de viento que su energía levanta formando un círculo a su alrededor, la envuelve en la seda armada de su falda negra con aplicaciones de cintas entrecruzadas de raso crudo. En el mismo instante, la puerta, movida también por el ímpetu que su presencia genera, se cierra sola. La magia se ha instalado como siempre allí. Sus pantorrillas, muy bien formadas, se dejan ver entre el revuelo de encaje y tela, no sólo en la realidad íntima y solitaria de ese lugar, naturalmente suyo, sino, además, veladamente reflejadas en el amplio espejo (o cristal) biselado de la pared del fondo. Testigo incuestionable de momentos gloriosos y contenedor -dentro de su perfección insobornable- de sus vibrantes gozos, naturalmente adjudicados o conseguidos a fuerza de dolor. Atrapados con vida como lo están también, bajo su transparencia, sus recuerdos. Sin posibilidades, al parecer, de escape). (Lola, luego de recorrer impresionada ese extraño espacio considerado propio todavía, al ritmo de una música nostálgica regida sólo por los latidos del corazón de un viejo reloj, al que distingue acariciándolo con sus manos, arremangándose con ímpetu el espléndido vestido que luce, sube la escalera ubicada al lado de un gran caballo esculpido en rústico y comienza a trabajarlo primorosamente).

Lola Mora:- La magia se ha instalado aquí como siempre cuando vengo con proyectos... Y hoy los traigo!

¿Cómo puede ser posible que nazca algo sin que nada muera?,

Voz:- Observá un poco tu rostro, hoy, Lola Mora, en el cristal del fondo. Si necesitás muertos él puede cooperar. Prestá atención, Lola. ¿Escuchás? Un ruido persistente parece venir de su interior. Y... si viene del interior no pueden ser otros que los inquietos seres que el resguarda de la muerte segura. Eso sucede desde que te marchaste sin darles explicaciones. Si necesitas muertos él puede cooperar.

Lola Mora:- ¡Mis recuerdos! Son mis hermosos recuerdos! ¡Mis momentos de felicidad, mejor dicho! ¿Y me estas diciendo que él puede cooperar? ¿Con muertos, acaso puede cooperar este gran espejo? ¿Cómo hará para colaborar conmigo un cristal transparente? Yo sé que fue testigo de momentos gloriosos y sé también que dentro de su perfección insobornable guarda todavía mis vibrantes gozos, cuajados de dolor muchos de ellos. Pero sé, porque lo intuyo y siento miedo a la vez, que aún mantenidos con vida pero atrapados bajo su transparencia no quieren permanecer más. Quieren salir de allí para volver a mí y así desintegrarse cuando llegue el momento, atomizándose sobre el mundo, en libertad, manteniendo por tan sólo un rato el poco aliento tibio que les queda, sabiendo como saben que yo ya no puedo transmitirles ni una bocanada de aire más.

Voz:- ¡Cuidado Lola! ¡Esto es una explosión! ¡El ruido es infernal,

quieren salir. ¡Sí! (Estruendo) ¡Una brutal explosión!

(El espejo de rompe en mil pedazos. El bramido del ser múltiple, conformado por todos esos extraños seres memoriosos se confunde con la grotesca algarabía, emuladora de un gran coro griego, de los que componen el grupo).

Lola Mora:- ¡Oh! ¡Mis gozos y todos mis recuerdos, conservados hasta tras el cristal de mi conciencia, hoy ya están libres! (Corre hacia el balcón desde donde ella y el público los verán moverse, actuar, cantar y hablar en coro hasta desaparecer).

Voz:- Una cosa debes saber, hoy, Lola Mora: Que todos estos seres morirán muy pronto si nadie los recoge. ¡Ah! Y otra cosa más: Que por conocer las razones de sus causas, no se atreverán a mentir.

Lola Mora:- (Observándolos desde lo alto. El escenario entero ahora es esta

calle, donde los que ingresaron en ella, simulando un coro

griego, deambulan expresándose) -No pretenden ni aceptan ni desean mentir. Ya lo sé. Podrían pero saben que con su fuerte instinto representan al “SE.” Y que la misma esencia de ese SE COTIDIANO podría resentirse si ellos aceptaran, ahora, faltar a la verdad. Es que SE, en ese caso, dejaría de ser lo que por siempre fue: el genuino pensar de la majada, en rebaño social puro; la sociedad en pleno irrumpiendo en masa con su mayoritaria manera de expresar las cosas y los hechos.

Voz :- Hoy todos dicen: SE EXALTA; mañana dirán todos SE CONDENA.

(Desde cada uno de sus respectivos lugares Lola y el público, observan actuar al grupo, sobre la vereda y el empedrado, cumpliendo respetuosos el rol que cada uno va tomando).

Lola Mora:- (Dirigiéndose a la voz) Desde donde estás ubicado ¿podés observarlos tan claramente como yo lo estoy haciendo? (Silencio corto) Bueno, si no los ves te cuento: Desde aquí se los ve bailando audazmente La Morocha, cantando desafiantes su letra femenina como si se tratara de la primera vez. ¿Qué? Ya no puedo escucharte. Esa música no me deja. De todos modos no quiero distraerme. Es que... de golpe me estoy enterando... recién aquí me entero, de lo que significa el oscuro misterio que duerme en medio de ese fuego brutal y quejumbroso, llamado tango. (Pausa) Desde aquí percibo y participo del vibrar acompasado de las piernas de todos. Suavemente abandonadas en un lascivo rozar de carnes, pieles y ropas. Todos se muestran confundidos igual que yo y abrazados como serpientes.

(El coro grita, ríe, canta y baila y Lola retribuye desde lo alto con expresiones de alegría, ademanes y sonrisas amplias)

Coro feliz:- (Gritos de felicidad) -¡Lola, Lola, sos nuestra y tucumana! ¡El tango con su brillo, ya cerca del centenario, dejó el percal atrás! (Y explican) ¡La Argentina es de oro! ¡El trigo lo es también! (Responden otros). ¡Y el oro que es de Roca, mantiene su poder para que Lola Mora simbolice a su patria con formas de mujer! ¡Y de madre...! (grita otra mujer) ¡Y de madre soltera y hasta libre y puta (grita otra). Si lo quiere ser! (gritan todos a coro).

Lola Mora:- ¡Si lo quiere y puede... por Dios! (Repite Lola Mora asomada al balcón del primer piso de aquel atelier).

(Siguen, los integrantes del coro, alegres gritando y cantando)

Coro feliz:- ¡Y la pampa es de oro! ¡Y la Lola también! ¡Vengan todos a ver! ¡Observen!... ¡Hombres del mundo entero, esta es la buena nueva! ¡Nuestro suelo recibe a quien busque trabajo! Aprovechen ahora, que es gratis el buscar. ¡Quédense, aquí lo encontrarán!

(Las imágenes bulliciosas lentamente van perdiéndose en la

lejanía, las voces y los gritos también).

Lola Mora:- (Manteniéndose peligrosamente asomada mientras observa cómo el coro se aleja) (Tristemente) A ver, a ver... nadie piensa en detenerse. (Mirando hacia lo lejos) Tampoco en lo de Jansen.

Al llegar al Pigalle rociarán con champagne techos y alfombras, seguramente. Conozco, tanto como ellos, el liviano placer que ese fino rocío les depara. ¡Dios quiera! (implorante) ¡Que todo siga igual, por mucho tiempo! ¡Por mucho, mucho tiempo! (Silencio).

Se apagan las luces (para reacondicionar, rápidamente, el escenario).

Escena sexta

LOLA MORA CURSA SUS INVITACIONES (Al encenderse nuevamente las luces, in crescendo comienza a verse el atelier que Lola usó dentro de las instalaciones del Congreso. Vitraux, escalera suntuosa, cortinados, obras escultóricas. Todo se muestra veladamente. En “avant scene”: una gran mesa como elemento principal. Sobre la mesa un mantel blanco con sus dobleces de planchado bien marcado (al estilo del cuadro de la última cena de Leonardo Da Vinci. Sobre el mantel dos bols de cristal transparentes mostrando su confuso contenido: sangre y jugo de mora. Hojas de papel blanco y una pluma gigante de pavo real. Arriba, en el cielo, observada a través de un ventanal abierto: la luna, mantenida en su altísima posición por la mano de Lola de la cual sólo se verán los dedos. Todo eso amplificado, ubicado en un cielo nocturno. Mientras Lola escribe, de ser posible, debe escucharse el ruido del correr de la pluma.

Lola Mora:- (Explica, levantando la vista y la pluma del papel y mirando fijamente al público).

En el convite de Lola Mora, el que estoy poniendo en marcha, podrá tomar parte, en primer lugar, quién, poseyendo o no derechos, haya participado activa o pasivamente en los rituales de levitación. Creo, al fin y al cabo, que podrían tomar parte, sin embargo, todos aquellos que hoy se consideren dignos de ser mi comensal... “LOLA MORA invita a usted a...”

Se apagan las luces.

(Se encienden todas las luces para que Lola Mora, desde el

mismo lugar y con la misma escenografía, prosiga su

explicación).

Lola Mora:- Aquí fui feliz. Muy feliz. ¿Cómo no haber sido feliz aquí, en este lugar tan provisto? Todo huele a hierba en primavera, aquí; a patio con cielo de glicinas y césped con ramitos de violetas de amor.

Voz:- Y... ¿Por qué el convite, Lola?

Lola:- (Desde esta instancia, el texto de cada invitación, debido a la complejidad de los motivos que éstas encierran bien podrían provenir desde off, a la manera de pensamientos) Esa sí que es una buena pregunta. Tal vez porque hoy pienso que repasando y compartiendo mi vida -que es apenas un finísimo hilo de oro que pende del cielo- encontraré, sin duda, la fuerza necesaria como para insuflarla en cualquier descreído y además para demostrarles a todos ellos, mis convidados y a la posteridad también ¿por qué no? que la Providencia no puede hacer milagros antes de tiempo.

Hoy necesito, está visto, la presencia concreta de todos aquellos que han permanecido dentro de mi corazón, entrañablemente... como María de Mágdala, por ejemplo. La del deseo frutal. La que en el oasis de su propio cuerpo mitigaba; la que en llanto incontrolable quedó en la historia suplicando por el perdón de su único pecado. Ese, el de haber amado a Jesús. Nuestro Jesús… sin… (mueve la cabeza y no dice nada) Hoy su recuerdo me aproxima a ella en su infinita etapa de gestación porque fue la breve duración de su semblante justamente, la que me aleccionó sobre el destino de las cosas y la necesidad de la resignación.

Hecha polvo quedó un día entre mis manos. Mi cuerpo entero vibró con su derrumbe, cuando la fuerza de mi cincel buscaba en sus relieves los detalles de la perfección... (Silencio corto)

¡Ay, Baldomero! ¿Dónde te habrás metido? No sé si recordarte con todas las virtudes que mi amor depositó sobre tu corazón, por demás acelerado cuando me abrazabas, o dejarte morir junto al camino aquel, el que, por llevarte tan lejos, yo tanto le temía.

Es verdad. La espera es molesta. Insoportable y el amor es un juego muy cruel ¡Si lo sabré yo!... Todo iba muy bien, sin embargo, hasta que un día te fuiste y no volviste más.

¿Por dónde anduvo, todos estos años, tu mitad indivisa arrastrando la mía? (Silencio corto)

¡Luis Hernández! (Explicando) Cuando lo conocí su olor de macho en celo inquietaba mis días, desvelándome mis noches. Su mirada implorante, desde la profundidad de sus ojos tristes, me dictaba la ley, pero la ley del deseo no es como las otras, me decía a mi misma. Las otras no rompían barreras.

(Dirigiéndose, ahora, directamente a él, como si estuviera presente; a la manera de ensoñación) Quiero que me contestes hasta enfrentarme, como te gustaba hacerlo cuando estábamos juntos. Veinte años tenías cuando te conocí. Creo que no fuiste del todo bueno conmigo pero... no lo puedo negar... ¡Eras mi gloria!

(Luego de un silencio separador de pensamientos y de ideas) ¡Gabriele D´Annunzio! ¿Vendrás? ¡Qué maravilla! Aún recuerdo, Gabriele, nuestro primer tiempo, de encuentros, como si no hubieran pasado los años, nuestras apacibles charlas demoradas en aquel cafecito de la Vía Appia, mientras el ángel de cobre verde del Palazzo, a la intemperie, tomado de la cúpula, nos observaba, muy sonriente. Tratando de captar nuestra intención, tal vez. Me hablabas entonces del exilio de tu alma transgresora ¡bendito sea! De la exaltación de tus sentidos hasta hacerlos desembocar en el delirio, Te espero. Te espero ansiosa.

(Lola Mora retoma la pluma y jugando un poco con ella mientras observa al público, va hilando en voz alta su pensamiento).

-Luego de tanto tiempo, me he propuesto convocar hoy, al Espíritu Santo. Sí también a él lo invito. Fue el que siempre sobrevoló mi casa, sólo la mía. ¿Y quién otro podría haber sido? Intuyo que lo hizo para que yo me atreviera sin nunca sentir miedo. Para que esos bloques pesados de mármoles filosos que traía desde Roma, cargados con la angustia y el dolor del “no ser”, hablaran por mi boca como lo hacen ahora y seguirán haciéndolo. Es que…a mí, sólo a mí me han confiado a los próceres y yo en ese entonces les respondí: ¡sí!. Tal vez porque, enardecida, tenía siempre ganas de frotar mis manos sobre los mármoles, hasta hacerlas sangrar.

Espíritu Santo, ¿Vendrás, entonces, o te excusarás diciendo: yo no fui?

(Pensativa)(Luego de un silencio relativo, Lola comienza la

formulación de la última invitación que habrá de cursar).

¡Ay, Julio querido! Hoy yo te convoco con el alma y más,

deseando que fueras el primero en llegar. Y aunque no me digas

una sola palabra, tu presencia me bastará para confirmar,

mirándote a los ojos, que tu amor fue bueno y que el poder que

me ofreciste y yo acepté era tan bueno como ese amor. Hoy me

he levantado quejumbrosa. Y... no es para menos. El torrente de

sangre púrpura que en plena oscuridad transitaba por mi cuerpo

presionándolo, se ha calmado.

Ya no empuja. Ya no me obliga a jugarme, dejándome juzgar a

cada instante, ni a exponerme para salir airosa.

Cuando mi destino me impuso este camino perdí la calma. Mis

actitudes se volvieron solemnes porque mis fines se habían

tornado sagrados.

¡Cuánto hay que esperar para que el cuerpo no pida más! ¡Cuánto tiempo! Yo jamás pedía por haber sido ambiciosa. No, yo pedía, simplemente, para él, para mi cuerpo, porque no encontraba -en nada ni en nadie- la manera de saciarlo. Te lo juro, Julio. Primero fue el amor de Baldomero, el del intenso latido, el que se negó a quererme. Él se fue un día de mi lado y yo no logré comprender nunca por qué lo que todos llamaban virtud, me convirtió en perdedora, sólo porque no quise ser suya cuando me lo propuso Hace mucho que no duermo bien. Los sonidos que me llegan del pasado me lo impiden. Es entonces cuando entre mis memoriosas sábanas, noche a noche te me apareces tal cual eras: fuerte, viril, sin estridencias. Dándote a mí, vigoroso y con la carga de enérgica ternura que mi cuerpo necesitaba y vos dejabas dentro de mí, para que yo siguiera viviendo, libre, solitaria, silenciosa y colmada de amor, el que me duraba siempre, hasta la próxima vez.

SEGUNDO ACTO

Escena Primera

El escenario todo es ahora una instalación en donde, simbólicamente, están representados todos los objetos que fueron utilizándose en escenas anteriores. El barrio y su silueta con sus calles y ventanas podrán verse a través de uno de los ventanales de su lujoso atelier. Es de noche y la luna se verá aún más grande que en la escena anterior. Esculturas humanas, torsos, partes de caballos, escaleras, andamios y en el centro, cercana a la pared del fondo, sobre un desnivel alto al que deberá accederse por una grada circular, a la manera de otro escenario sobre el escenario, la mesa lujosamente servida, alrededor de la cual se encuentran ubicados ya, los seis invitados que concurrieron, instalándose en sus respectivos sitios, antes de encenderse las luces con iluminación brillante. Música de fondo. Vestimenta diversa, acorde con la realidad de cada uno. La sensación de lejanía y de retorno desde la eternidad de todos los espectros allí presentes deberá potenciarse con coincidencia en el tono respecto del color utilizado: violáceo-pastel, tal vez. Sobre el fondo: gran puerta ventana con vista a un amplio jardín que habrá de servir a los invitados como abertura de entrada y salida, Habrá una segunda puerta sobre uno de los costados. La circulación así habrá de mantenerse muy cómoda, especialmente para conseguir movimientos respecto de los personajes mientras, éstos, se encuentren apartados del diálogo.

Lola apareciendo desde el foro central, con una amplia sonrisa los saluda feliz. Todos se levantan al instante como para comenzar a abrazarla pero se detienen en el gesto cuando Lola comienza a hablar, acercándoseles amistosa

Lola:- (Dando una vuelta a la mesa, sin detenerse en ninguno ni

expresar admiración) ¡Creo que voy a enloquecer!. El deseo, la

música y ¡esta alma mía que no se sosiega! Por eso los hice venir.

Ella me demuestra con sus exigencias que es inmortal y yo quiero creerle. ¡Cómo no creerle! Todos han venido, ya veo. Bueno... todos los que, de alguna manera, me interesaban más. Los que fueron convocados por sus nombres. ¿Y ninguno más, verdad? No, por lo visto no. De todos modos, lo que importa de verdad es esto: que aquí estemos. (Los observa uno a uno sonriente) Pero... tal vez por la luz... o por los años que han pasado... no sé, ¿Cómo es posible que me ocurra esto? Me está resultando imposible recordar cierto semblante. Quizá no lo recuerde porque... no lo he visto nunca.. Ese, ese exactamente. A ver... a ver... ¡Pero no! yo al demonio no lo convoqué ¿Por qué está aquí, entonces?

Demonio:- Por favor, déjenme explicar. Yo he venido...

Lola:- Tiempo al tiempo, ya tendrás tu posibilidad de hablar para que nos

enteremos. (Le habla a él pero mirando a todos como

solicitándoles aprobación) Alguna razón habrás tenido, supongo.

Sin embargo y a pesar de tu presencia, inquietante, por cierto, me

siento muy feliz y les digo: porque los quise en mi convite los fui

invitando a todos y de distinta manera. Con tinta roja o sangre.

Con cada uno utilice la fórmula propicia. Sin embargo, en este

momento, francamente, no sé ni quiero saber a quién de los

presentes llegue a invitar con sangre y, si quisieran saber más,

tampoco me explico por qué.

Varios:- ¿Con sangre!

Uno:- (Mostrándole la tarjeta de invitación) Creo que a mí. Fijate bien.

¿Esto es rojo de sangre?

Otro:- A mí también, porque si no es tinta roja a mí me firmaste con

sangre.

Otro:- ¡Qué espanto!, con sangre dijo...

Lola:- (Todos pretenden acercarse a Lola para saludarla y abrazarla.

Remolino desordenado como consecuencia de la necesidad

general de darse a conocer para ser coincidentemente reconocido

por Lola la que desesperada por sosegarlos trata en vano de dar

inicio a la fiesta, ofreciendo el lunch de entrada para que cada cual

se acomode con su plato dónde guste y proponiendo

coincidentemente un brindis de iniciación. Cada uno se acomoda

tomando su lugar, formándose

inmediatamente pequeños grupos renovables, pendientes sólo de

las apetencias e intenciones. Cerca del Demonio, prestándole él

atención esmerada se encuentra Magdalena)

Demonio:- (Acercándosele) Lola: Quiero decirte antes de que todo esto empiece que yo tomé una invitación, que no era la mía, (se la muestra desde lejos, sin revelarle el nombre del verdadero destinatario) Está escrita con tu sangre, pero, en ella, no consignaste mi nombre sino el de otro, que, seguramente, detectarás muy pronto porque habrá de ser el único de los invitados especiales, te lo anticipo, que no vendrá. ¿Por qué me mandaste a llamar por “interpósita persona”. ¿Por qué de esa manera? ¿Por osadía, acaso? o por atrevimiento? Pénsalo, si querés. Tiempo es lo que hoy nos sobra, ¿verdad? Yo, por mi parte, pese a ser quien soy, y conocer muy bien tus invitados, tampoco quiero sacarle el turno a nadie. (Mientras este personaje habla, un invitado joven apartándose, lentamente, comienza a observar con detenimiento las esculturas, acariciando ostensiblemente sus texturas. Especialmente las que corresponden a pliegues de vestimentas. Otro de los presente, partícipes del convite, en el ínterin se acerca a Lola para preguntarle algo al oído).

Lola:- Si me permitís, de eso que nos concierne hablaremos luego. De todos modos te contestaré sin detenerme en eso de “interpósita persona”, pero si creés honestamente que podés sentirte honrado de estar aquí, te doy la bienvenida sin ponerte en el aprieto de explicarme nada respecto a cómo hiciste para que llegara a vos esa tarjeta. Bueno, los invité así y punto. Y no fue por atrevimiento, no. El atrevimiento es algo tan interno y ordinario que jamás debería quedar afuera. Eso pienso.

Demonio:- ¿Y por qué?, ¿a ver?

Lola:- Porque al carecer del grado de grandeza como para trascender,

es el cuerpo el que se muestra siempre cuando él actúa y al hacerlo con exageración, es cuando, el atrevido, justamente, fastidia. Más, da lástima.

Demonio:- Bien. Y de la osadía ¿qué me vas a decir?

Lola:- La osadía, en cambio es otra cosa. Y es otra cosa ¿sabés por qué? Porque al participar de las cualidades que detentan las virtudes del alma, el cuerpo del que con osadía se comporta, para no ser visto se volatiliza, que es mucho más que desaparecer. Absorbiendo, además, toda la luz que encuentra en su camino, para sublimarse, acaso.

Demonio:- Entonces debo informarte, Lola, que la mayoría de los que estamos hoy aquí no sólo fuimos sino que, además, seguimos siendo osados.

Lola:- (Brusca, desprendiéndose de todos los que queriendo presentarse

desean preguntar). Creo que ha llegado el momento de explicar y

recibir por mi parte explicaciones. Insisto ¡Qué hermosa locura,

ésta. La que entre todos estamos concretando!. (Solemne) (Luego

de un corto silencio) Si el tiempo ha pasado para todos, como

presiento que ha pasado, ustedes son espectros y es posible que

yo también lo sea. Espectros, luces o increíble alucinación. No sé

ni me importa ahora. Sólo sé que estamos juntos, como nunca lo

estuvimos antes.

Uno:- Sabemos que sos Lola Mora y que con nosotros habrás de ser

sincera.

Otro:- Sabemos para qué hemos sido convocados. Nuestras invitaciones

son todas iguales, lo acabo de constatar.

Otro:- Sabemos quienes somos. Nos hemos presentado mutuamente y

cada uno sabe a qué ha venido.

Otro:- Explicaciones. Explicaciones que quedaron truncadas un día.

Estamos para eso, para dártelas.

Otro:- Y para recibirlas, también.

Lola:- Alguien, sin embargo, hace sólo un instante, entre gritos sofocados,

mientras la música se prodigaba como en las fuentes de Roma,

me preguntó acerca de ese hombre, joven aún y hermoso

todavía. Quería saber quién era el que sin sacar sus ojos de las

obras las estudia, prestándole atención a cada detalle. Como

analizando cada pliegue de tela de las túnicas. (Observándolo a

la distancia).

Demonio:- ¿Y quién es ese hombre?

Lola:- A ver... A ver... ¡Pero si es Luis! El que se alejó un día, para

encontrarse a sí mismo. Así me dijo cuando se fue con mi modelo

viva.. Como si mi cercanía hubiera sido la causa de lo que le

sucedió. ¿Habrá logrado su objetivo?

(Dirigiéndose a todos los que en ese momento le estaban

prestando atención) (Triste)(nostálgica) Sin embargo, y pese a

todo, el sonido de su nombre, sin yo nunca proponérmelo, con el

correr del tiempo fue apagándose hasta no escucharlo más. Ni en

boca de otros, siquiera.

(Baldomero, masticando displicente el bocado que se había

llevado a la boca y con un vaso servido en la otra mano, desde

un ángulo de la sala se acerca a Lola con rústica elegancia. Al

reconocerlo inmediatamente, ésta cambia de actitud).

Lola:- (Sonriente) ¡Baldomero! ¡Qué alegría! ¡Cuantos años sin verte!

¿Qué fue lo que te pasó? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué te alejaste

de mi lado?

Baldomero:- Y... ya ves. Por fin pudimos encontrarnos. Me llamaste y

aquí estoy. Cosa e´mandinga, ¿no? O debemos llamarlo

milagro?

Lola:- Esto tiene que ver con el alma. Con el alma que no se calma con

nada y con la osadía, tal vez.

Baldomero:- ¿Osadía dijiste? Y ¿porqué no atrevimiento? A mi, por ejemplo, jamás se me hubiera ocurrido eso de la invitación. Tal vez porque no sé nada de arte, ni de lenguaje ya que jamás acerté con la palabra justa porque... ántes, fíjate, osadía y atrevimiento querían decir lo mismo y ahora resulta que no. Pero yo seguiré desconociendo la manera de diferenciarlas. Yo, querida Lola, era lo que se dice un ignorante. Pero en aquel tiempo sabía algo, algo muy pesado si querés. (pausa) En ese entonces yo... yo sentía que no era realmente un caballo, como vos pensabas, con el cual dar varias vueltas al día, alrededor de la plaza, llena de gente sólo dispuesta a detectar, en mi mirada, los indicios de mi mala intención. No, Lola, y ya te lo dije. Yo no era un caballo.

Lola:- Qué estás diciendo? ¿Estás enojado conmigo? ¿Qué eras, entonces? ¿A ver?

Baldomero:- Era... un brutal padrillo sin hembra. Y aunque al poco tiempo la tuve, ella no pudo suplantarte.

Lola:- ¿Con las que proseguiste tu camino, ¿no fue así?.

Baldomero:- Yo, Lola, o Lolita, como te llamabas para mí, quiero que sepas, porque no creo que hayas podido darte cuenta, nunca, que yo siempre lograba lo que me proponía con sólo la ayuda de mi propia fuerza y mi sonrisa fácil. Tan fácil, como pretendía que lo hubieras sido vos conmigo, sin haber podido conseguir eso jamás.

Lola:- Si, me di cuenta, claro que me di cuenta, sí, pero quiero informarte que la jugosa y apetecible mujer de dieciocho años que era yo cuando te fuiste, se ahogó, por mucho tiempo, en sus propios sollozos. Y custodiada de cerca y catequizada en las bondades de ser mujer de un solo hombre no era tan fácil para mí dejarme seducir por tu prestancia.

Baldomero:- Sin embargo... Tan simples como fáciles resultaban para mí todas

las cosas que yo hice a propósito y nada más que para que aflojaras.

Lola: - Cosas como... qué.

Baldomero:- Cosas. Como... cosas. Hasta dormir en la cama de Sarita para

que te enteraras. La más blanda de las camas que te hayas

podido imaginar. Tendida siempre por sus sirvientas con

sábanas de hilo y raso. ¿Sabés de quién estoy hablando ¿no?

(Pausa) ¿La conociste? (Lola hace una mueca moviendo un solo

lado del labio cerrado sin emitir palabra).

¿Y a ese extraño hombre del que no quería hablar pero

que un día, para mi sorpresa, terminó presentándomelo

como su padre?

Lola: - (Hablando rápido haciéndole entender, con esa actitud, que

conocía, en realidad, toda esa historia.) ¿Ese, del que se decía

que se pasaba la vida redactando leyes turbias y decretos complicados,

como para que nadie, aunque se lo propusiese, pudiera ponerlos en práctica?

Baldomero:- Ese, el mismo. Está bien no hablemos más de este asunto.

Lola:- (Insistente) ¡Es que había cada bestia en ese entonces dando

vueltas por el Norte! (Celosa, concisa, incisiva, midiendo

cada palabra perfectamente pronunciada) Durante el día, Sara,

que de romántica no tenía nada, le ayudaba a corregir papeles a

la bestia de su papá. Y durante la noche... (Con suma ironía)

seguramente se encerraría con vos.

Baldomero:- Sí, se encerraba conmigo en esa pieza con sábanas de lujo o en el enorme despacho, hasta el techo de libros, para hacerse la tontita concretando las cosas que nos gustaba hacer. Las mismas que unos pocos meses antes, por sucias, vos me negabas. Y yo, ¿sabés?, por vergüenza jamás te dije, que ni sábanas tenía. Recuerdo que cuando hacía frío, me tapaba con cueros de oveja. Los que me iban sobrando de entre carga y descarga de las chatas, de esa flota miserable y pobretona que fui comprando y de a poco.

Lola:- Bueno, bueno, Baldomero, dejemos eso.

Baldomero:- Eso qué, lo de mi pobreza o lo que yo hacía por lo que vos no

querías hacer? Porque... Vos no podés negar ciertas cosas

como... que... Que me ponías muy nervioso. Pero eso no era

todo. Hubo algo más... por si te interesa saberlo. (Pausa) Con

la niña Sarita tuve un hijo.

Lola:- ¡Un hijo!

Baldomero:- Póstumo, sí, así le dicen y al cual, por causa de mi muerte –

accidental, sin duda, ya que jamás quise morir tempranamente-

no pude reconocer. Pero, de todos modos, aún sin mí y sin

haber podido nunca brillar con mi apellido, ese niño logró igual

sobrevivir. Ella era rica. Pertenecía a esa clase de mujer que

pedía a su hombre siempre más. Y yo ¿cómo decirte ahora? Yo

fui un semental de raza pura con el cual, de haberte sometido,

como ordena la Biblia a las mujeres...

Lola:- Perdón, la Biblia ordena a las esposas...

Baldomero:- Sí, está bien pero dejarme terminar la idea. Te hubieras

transformado en madre. Soltera, tal vez, pero madre,

seguramente. Madre de verdad. No madre de cupidos de

mármol con ojos agujereados. Y bueno, te lo perdiste. Yo, casi

sin saber leer, te trastorné de tal manera que aun pasado el

tiempo que pasó, igual me convocaste. ¿Por qué? ¿Te

arrepentiste acaso de haberme dejado agarrotado y triste y solo

y con frío bajo la llovizna? Porque no sé si te acordás que eso

era lo que hacías conmigo cuando yo, sin darme cuenta, cubría

el rol de perro para vos.

Lola:- ¿Te dije o no te dije que lloré por vos hasta tragar las lágrimas?

Bueno, ¿Qué más querés que te diga? Bien te lo diré: Si bien mi

voluntad me transformó en perdedora ocurrió que mi llanto

duró, exactamente, hasta que la esperada reacción pudo

demostrarme lo que yo desconocía pero vos no. Vos, por lo

visto, te encontrabas muy al tanto: Que el amor no es sólo un

juego cruel sino, además, química pura.

Baldomero:- Bueno... Está bien. Ahora puedo, entonces contestarte con toda

libertad. Un día, ese día, cansado de esperar orgasmos, di la

media vuelta y me fui solo. Así, naturalmente. Pero me

quedaste aquí ¿ves? En la garganta. Y me fui a morir lejos,

muy lejos. Y realmente fue una pena. Tanta, que yo mismo lloro

aún mi propia muerte, por temprana e injusta y sin sentido.

¡Haber sido yo la única víctima en esa huelga ajena! ¡Qué ironía!

Lola:- ¡Todavía no lo puedo creer! Y yo llorando tu abandono, a mi

manera, casi te diría que hasta hoy.

Baldomero:- Y pensar que yo tenía planeado, con mis carretones

enganchados y cargados como nunca antes, llegar al Pago de

los Arrecifes, para quedarme allí, con vos, tal vez.

Lola:- ¡Adónde?

Baldomero:- Arrecifes, un paraje tranquilo con lomadas, justo como para mí. A

cuatro días de marcha, rodeado de pampa propia y sin más

atractivo urbano que una casa de ramos generales.

¡De ramos generales! ¡La hubieras visto! Una sola pero tan

grande que hacía las veces de banco. Con carpintería... almacén...

herrería... y fábrica de carruajes con corralón de adoquines parejitos,

como a mí me gustaban.

Lola:- (Sonriente y comprensiva) Para guardar allí tus carros por las noches, ¿no?

Baldomero:- Recuerdo que esa maravilla se llamaba Casa Blanco.

Por don Manuel, su baluarte. (Nostálgico) Y bueno... sí.

Evidentemente algo debía haber tenido el pago, para que yo

pretendiera quedarme allí... y con vos. ¿No?

(Baldomero continúa describiendo ese paraje como si lo estuviera soñando) Ah! Y otra cosa. A un paso del atrio de la Iglesia, camino real en medio, un ancho río tranquilo, sombreado de arboleda. Y sobre el río y la pampa un cielo tan estrellado por las noches, como jamás pude ver en otro lado. Estaba llegando a Zárate cuando una bala perdida me mató. ¡Lástima! ¡Te quise tanto, Lola! ¡Nunca pude olvidarte! Pero... ¿Qué cosas te ofreció la vida qué cosas te quitó, sin contar lo nuestro, para estar, hoy, aquí, tan cambiada?

(Instintivamente ambos se abrazan. Baldomero la mantiene tiernamente apretada por unos segundos al cabo de los cuales la posición, de levemente incómoda para Lola, se torna insostenible. Razón por la cual , mediante un amplio ademán al mejor estilo baile clásico Lola logra, con el cálido aporte de una amplia sonrisa, apartarse de esos brazos y desaparecer entre la gente).(Coincidentemente Luis, sosegado, luego de moverse sobre el escenario, compartiendo y abandonando la compañía de los allí reunidos. se ubica casi rozando el brazo de Lola, con el cual ésta, inmediatamente. lo sujeta como para no dejarlo escapar.

Lola:- Disculpame un minuto Luis, no te vayas quiero que hablemos un momento a solas, esperame por favor, pero antes permitime que acierte con cada uno de los que están aquí. (Luis la abraza cariñoso y complaciente, acerca su boca a la oreja de Lola la que inmediatamente, dejándose llevar, escucha atenta, hasta que los dos terminan el silencioso diálogo con el sonido estridente de una carcajada feliz.) (Lola palmotea las manos para llamar la atención.

Cada uno va dejando de lado el entretenimiento de charla u

observación en el que estaba inmerso, buscando la manera de

acercarse a ella, lo más rápidamente posible. Todos lo hacen

aligerando sus bocados, bebiendo de un solo trago el vino y

depositando el vaso vacío, espontáneamente, sobre la mesa y

demás superficies lisas, en actitud certera de sumisa entrega y

acercamiento.

Julio y Gabriel manejándose con más sobriedad van quedándose

atrás. Lola reconociéndolos regocijada, los nombra desde lejos).

Lola:- Ya localicé a Luis, que aquí está: mi único marido; el que se fugó

ya saben con quién.(Observándolo, ríen con malicia); a

Baldomero, también. (Buscándolo) Mi primer amor, el que

estaba hace un momento aquí, conmigo, y que ahora no sé

dónde se habrá metido (Indicándolo, al lograr localizarlo a la distancia) .

El que, pese a su impetuosa hombría, no consiguió

nunca despojarme de mi virginidad. (Encogiéndose de hombros).

Mis tías y la Virgen niña, por lo visto, se lo impidieron siempre.

Aquí llegan, moviéndose sin prisa, como señores que fueron, ¡Por Dios!... ¡Qué señores! Julio Roca, mi zorro y Gabriele, el gran D´Annunzio el que extraía poemas de mi cabellera negra eternamente enredada. Y ... Ahora... Miren a ese extraño ser de sombría tez y brillantes ojos. ¿Lo ven allí? Nos está observando a todos desde lejos. Como escondiéndose.

¿Qué estará tramando? ¿Por qué nos mira así?

¡Hermosa! María de Mágdala: Decime ¿Qué está haciendo el Diablo entre nosotros? El me asegura y delante de todos, que ha sido invitado pero yo estoy segura de haber invitado al Espíritu Santo pero el Espíritu Santo, hasta el momento, no ha llegado.

Magdalena: Entonces... Ahora caigo... El es el que no va a venir y el demonio concurrió con su tarjeta.

Lola: ¿Qué habrá pasado? Me dijo que me lo iba a explicar pero no sé por qué, por miedo, tal vez, le dije que esperara. (A Magdalena, coloquialmente) Quedate aquí, no te me apartes. (Todos comentan entre sí. Se dicen lo que piensan mientras Lola trata de ordenar todo lo que está comenzando a acontecer).

Luís:- Si, sí, es el Diablo. Demonios, es él.

Roca:- Debemos indagarlo inmediatamente.

Lola:- (Entretenida en otras cosas, escucha y contesta desde su ubicación) Recién cuando le llegue el momento, que ya le llegará, no teman.

Demonio:- (Dirigiéndose a D´Annunzio, refiriéndose a la radiante Magdalena) Mire usted, un poco. ¡Que bella es esta mujer! ¿Verdad? Lola quiso esculpirla pero no pudo.

D´Annunzio: A ¿no?

Demonio:- Según ella misma confesó le salía áspera, rústica, sin terminación.

Tal como la compaginación de la historia quiso mostrarla ¿No le

parece? Lola quiso ser la primera en oponer, a los designios de

esa historia, la fuerza correctora.

D´Annunzio:- Las mujeres actuaban intramuros, siempre, pero ella no

obedeció.

Demonio:- Así le fue. No le pudo ir peor. Ni santa ni redimida! Oscura como

Yo. Otorgando placer sin conocerlo. Por simple necesidad. Sin

hijos y sin obra.

D´Annunzio:- Sin envidia en su persona y soportando el peso del escarnio

ubicado sobre su espalda.

Demonio:- y con la enorme responsabilidad de haber otorgado el testimonio

sagrado de la más sagrada de las desapariciones. ¿Qué le

parece?

D´Annunzio:- Y cree usted todas esas cosas, especialmente la última?

Demonio:- Pero D´Annunzio, me extraña, cómo no voy a creerlas. Aquí ya

no es cosa de creer o no creer. ¡No! Aquí es cosa de aceptar o

no aceptar. Para ella y para mí, que constituimos los mejores

referentes -humano-celestiales, si quiere-, todo es verídico; todo

es absolutamente cierto. Más. Ella, como persona pecadora es

obra mía porque yo soy obra de El –me estoy refiriendo, como

usted sabrá muy bien, al Padre- El me necesitó a mí, por eso fui

creado. Para adquirir valor por contraste. Contraste del que

derivó en desprecio. Pero a mi eso ya no me importa nada.

¿Puede creerlo?...

Y a propósito, le pregunto: ¿La violencia desatada entre los

hombres, alguna vez fue más perversa que la que impera hoy?

(Lola, ubicada nuevamente en el centro de la escena luego de

su activo y diligente deambular, se dirige, ahora

expresamente a Magdalena, indicándola).

Lola: ¡Magdalena! ¡Inolvidable! Inconfundible te distinguía entre

tantos varones, cuando entré. ¡Cómo no reconocerte! Con los

ojos cerrados lo haría, adorable criatura mía. Vení (La lleva

aparte) Hecha escombros quedaste entre mis manos el día del

derrumbe.

Magdalena:- Del derrumbe, de la vandálica demolición no quiero acordarme

ahora. ¿No podríamos hablar de otra cosa, aquí?

Lola: Yo no me estaba refiriendo al mío sino al tuyo. A tu derrumbe,

ese, que en segundos te transformó en escombros Me asumí

como Magdalena, durante toda mi vida. Tal vez por eso a mi

imagen y semejanza te fui construyendo. Tuviste de mi todos

los desvelos con que pretendí honrarte. (Magdalena feliz,

sonríe, siguiendo el parlamento de Lola con muchísima

atención) (Lola habla con ensoñación) Señor, quiero leños, me

decía a mi misma. El invierno es muy frío y dura demasiado.

Quiero leños para mostrar mi alma en esta obra. Y para

que mi Magdalena hable alguna vez por mí. Cosa que no

pudiste hacer porque moriste para mí antes... de... ni siquiera

nacer. (Silencio corto)(Volviendo a la realidad) ¿Sabés una

cosa? Hoy sé que soy de mármol, como concluida lo ibas a ser

vos. También sé que son muchos los varones-leña que la vida

nos obligó a conocer. Por mi parte, a cada uno de ellos fui

pidiéndole sólo aquello que podían dar.

Magdalena:- No existieron nunca, legisladoras más prudentes que nosotras.

Lola:- Tal vez por eso, las leyes que nos hemos dado, siempre fueron

cumplidas. Jamás pedí peras al olmo ni vos tampoco, no es

cierto?

Magdalena:- Seguro

.Lola:- Mi padre, presintiendo no sólo mi ambición, sino la gran

necesidad que generaría mi futuro, me regaló un padrino. Y

yo, que aprendí con el tiempo a valorar la sombra conseguí, sin

mayor sacrificio, el logro de refrescarla, cuando arreciaba el

calor.

Magdalena:- (Desplazándose en compañía de Lola por el salón.

Conversando, llegan a un lugar con escasa iluminación)

Observa, Lola. Mira mi mano izquierda. Un simple detalle. Me falta un dedo.

Lola:- El que entero y sin posibilidad de anexión, se quedó ese día

entre mis manos. Él, en este instante, se encuentra en mi

bolsillo.

Magdalena:- Lo sé. Mejor dicho lo presiento. Siempre pendiente y aferrado

a ciertas llaves las que tantas puertas consiguieron abrir. Y yo,

ahí; ese trozo mío de mármol puro, tieso y helado, pegado a tu

mano tibia, blanca y suave, como para recordarte que no todo

iba a permanecer tan confortable de insistir con la

idea de trajinar los caminos aún no transitados.

Lola:- Las recriminaciones llegan siempre tarde.

Magdalena:- Yo lo había sentido en carne propia, algún tiempo antes de

ofrecer mi rosa a quien, por otra senda me llevó tras Él. Él, mi

Jesús… Sin permitirme recibir, de su cuerpo hermoso, nada

más que la luz de su mirada. (Recapacitando) ¡Y todo aquello

formó parte de mí! La rosa y un Dios al lado mío.

Lola: Y pensar que eras, también la concreta y popular fuente

expiatoria en donde los Apolos, al redimirse con tu cuerpo,

dejaban olvidadas sus nereidas, para sentirse puros por un

tiempo.

Magdalena:- Me fui de tu vida como de mi vida se fue Jesús, al que ofrecí

la rosa aquella, con la que El me marcó el camino, paralelo,

siempre paralelo al suyo.

Lola: Que lástima Magdalena. Sola y triste quedaste como quedé yo,

aquel día de luto y de dolor. Tus pedazos se quedaron en mis

ojos.

Magdalena:- Como los tuyos se quedaron en los míos, Lola.

Lola:- Lo sé, lo sé.

Mientras tanto, el grupo habla fuerte, cada vez más fuerte.

Magdalena:- Debo decirte y para eso vine, que desde allá, desde aquel lado

de las cosas, he viajado para quedarme tan sólo por un rato.

Hasta cuando, cansada y satisfecha, decidiendo partir, te alejes

para siempre de mi lado.

(Pausa) Ya ves, lo sé, no habrá más ocasiones como esta, la

que hiciste nacer al invitarme, empapando la pluma con tu

sangre para que eso resultara a mis ojos más trágico, patente y

funeral. Y si lo que estás buscando con todo este despliegue,

es que me exprese, hablaré sin rodeos. Pero delante de todos y

afuera, cuando llegue la ocasión.

(Mientras las luces decrecen lentamente, los invitados se

movilizan hacia el fondo-centro del escenario, dispuestos

todos a prestarle atención a Magdalena que se encuentra

emitiendo señas y palmadas para ser vista y tomada en

consideración, Luis, por su lado, ya se encuentra dispuesto a

reanudar nuevamente el diálogo que había quedado trunco en

medio del desorden. Lola, al instante, le pide a Magdalena,

con un gesto inconfundible, que espere para hablar, que se

detenga tan sólo un momento, el necesario como para que

Luis, logrando convencerla se rehabilite con ella, para

siempre).

Lola:- Te invité y viniste (Feliz) Ahora quedate a mi lado. Esto merece

un brindis pero de tono privadísimo, entre nosotros ¿te parece?

(Refiriéndose a Magdalena) Y tratá de esforzarte, de paso,

para no observarlas tanto. Ni a la escultura que, seguramente

te recuerda a mi modelo viva ni a ella, María de Mágdala, la que

hace tiempo fue de mármol pero ya no lo es. Además, ¿crees,

por ventura, que podría constituirse en mi rival? Ella no podría

jamás ser tuya, Luis. No olvides que me debe la vida. Y la

muerte, también.

Luis:- Por supuesto, mujer, no temas (Suspira).(Breve pausa) ¿Te

acordás... hablando de otra cosa, cuando mentimos las

edades en el Registro Civil por temor a las represalias? ¡Que

sombríos sigilosos se habían tornado los comentarios cuando

nos veían juntos!

Lola:- Y qué orgullosa de mi pertenencia me sentía yo cuando la gente,

observándonos caminar abrazados nos permitían escuchar el

rumor de la envidia, el que perforaba nuestra piel hasta

encontrar el alma, que para ese entonces, debo reconocerlo, la

mía era el doble de fuerte de lo que es ahora. A propósito...

(Risueña) Alguien me dijo hace poco algo tan cierto que me

obligó a sonreír, como ya casi no lo hago. Es que es verdad,

después de los cincuenta, lo único que se endurece es el

cristalino. (Ríen)

Luis:- Debo estar loco entonces, pretendiendo para mí el vigor de

entonces.

Lola:- Recuerdo que mi gusto por lo prohibido comenzó cuando Julio,

el que me infundía su poder de zorro, tigre y león a la vez, sin yo

comprender por qué lo hacía, me instó a enamorarte. Fue

mientras conversábamos, en la fiesta de homenaje a José

Hernández, tu tío. ¿Te acordás de cómo me dijo lo que me dijo?

Luis:- Sí, me acuerdo porque sentí que todo a mi alrededor se tornaba

extrañamente absurdo. (Breve pausa) Él te dijo que yo tenía

temperamento artístico y que... ámbos trabajábamos muy cerca

uno del otro en ese primer piso del Congreso.

Lola:- Sí, fue así. Y yo lo miré seria, porque no terminaba de entender.

¿Era una consigna? ¿Era un desafío? ¿O la expresión dicha en

voz alta de su intención de apartarme de su lado? (Breve pausa)

Julio está acá, ¿Lo viste?

Luis:- Sí, pero me tiene sin cuidado. Sucedieron ya tantas cosas!...

Lola:- ¡Que hermoso fue tenerte entre mis brazos, atrapada yo en los tuyos, no como si hubiera sido la primera, ya que eso nunca fue bueno para una mujer, sino la única o la última, por haber sido lo mejor que te pasara.

¿Tenía nuestro amor, habiendo llegado a lo sublime, posibilidades de crecer? Tal vez por eso pensaba en la muerte mientras te tenía.

Luís:- Sin embargo... nuestras historias tuvieron que seguir y no

precisamente juntas.

Lola:- Un muchacho muy joven y travieso, hermoso como el David de Miguel Angel y todo para mí. ¿Qué pretendían que hiciera?

Luis:- Y fue tan natural, tan bien vivido, tan necesario, tan inobviable...

Lola:- Te tomé con mis manos hacendosas, conocedoras de texturas, de formas, de relieves, de materiales maleables o por demás indómitos y me entregué a la tarea de expresar mi lujuria, la que en tu cuerpo dejé durante años, hasta que te llegó el momento de entregársela a otra. Y a propósito, Luis, debo ser franca, Julio, que podía ser mi padre, por mi intermedio, logró enseñarte lo que yo, que te doblaba en años, pude aprender de él.

Luis:- ¿Por qué hablar de él, justo en este momento?

Lola:- Porque de él aprendí, para aumentar tu gozo muchas cosas.

Luis:- ¡Ah! ¿Sí? ¿Muchas? ¿Cuáles?

Lola:- Muchas, sí. Aprendí que las caricias pueden concretarse no sólo con las manos, sino con cualquier parte del cuerpo. Aprendí a demorarme en donde el vibrar, haciéndose más intenso, me indicaba proceder con insistencia. Aprendí a usar mi boca en función de tu placer y con ella resbalar por los lugares húmedos, en donde mi saliva dejaba de existir por confusión. Arqueada, vibrante, latiendo entre temblores coincidentes, compartía tu éxtasis hasta alcanzar el mío, intensa, prolongadamente. Mi locura alejó la posibilidad de hacer comparaciones. Julio disparó al aire la flecha que, partiendo del arco fabricado con mi propio cuerpo, atravesó tu corazón para volver sobre sus pasos y traspasar el mío. Y allí...

Luis:- Allí, esa hermosa sensación, se quedó firme (Se abrazan tiernamente) tan firme que Julio Roca, el gran Julio Roca, el que por mil razones, aún considerándolo rival, me esforcé por admirar como maestro, comenzó a desplazarse, ubicándome a mí en su lugar, sin que nadie lo notara y sin que nadie sufriera.

Lola: Querido Luis: Qué poco duró todo. (Lola libre ya del abrazo, continúa en la búsqueda de aquellos con los cuales no ha podido hablar todavía).

(La música de fondo acompaña, con su fervor, la extraña atmósfera de nostálgica alegría generada). Se apagan las luces.

(Aquí, en la película, se agregó esta escena que transcurre en medio de un campo sembrado de trigo).

Roca: Sentados ambos, D´Anunzio escucha) Sabe qué pasa D´Annunzio toda esta riqueza que nos

rodea y que usted está viendo, es la riqueza de un país incipiente. Un país que se está haciendo.

De allí la importancia del ejército. Acá hace falta años de historia ¡Nada que ver con su país,

Italia, con más de tres mil años de historia! No se puede comparar con su país.

Lola: (Voz en off) Mi Zorro y mi Poeta. El convite es allá. Que están haciendo aquí,

nadando en la abundancia.

Fin de la Primera Escena

Segunda Escena

Al encenderse nuevamente las luces se observa a Magdalena, ya ubicada sobre la tarima dispuesta a hablar para que escuchen todos.

Lola:- Recompuesta, con forma de espectro rutilante y santo a la vez,

por si alguno de ustedes todavía no la ha reconocido, ella es

María de Mágdala, la Magdalena y... así como está hoy volvió a

la Tierra para homenajearme.

Magdalena:- Lo hago desde mucho más allá de donde estaba. Luego de

aquel golpe mortal.

Lola:- Y con el que dejé sepultados entre escombros nuestros

dolorosos llantos.

Magdalena:- Destrucción que al sobrevenir más tarde otra, llegada como

Duplicado de la primera, dejó también enterrada y por buen rato,

a la argentinidad. (Breve pausa) Por de pronto, así dijeron

muchos y yo les creí.

Demonio:- (Interviniendo) Aquella, la de Rosario, era una formidable

alegoría que la gente maligna hizo añicos, sin mi intervención, lo

juro.

(Dirigiéndose ahora a Lola) Ésa sí, la recuerdo bien. Su torso de mujer prolifera mostraba aquellos pechos, desbordantes de tibio néctar y amoroso encanto. Y sus brazos agitándose, invitaban como sólo una bandera, la argentina, podía haberlo hecho allí.

Lola:- Tal como la concebí. Bien sostenida en lo alto de la barranca y

resguardada por ese río, el Paraná, tan embarrado y triste

como patriota. Más...

Magdalena:- (A Lola) No, no sigas, te lo pido, No me interrumpas por más

tiempo, Lola. Dejame completar la idea, por favor. Es que toda

ella, esa Bandera en Rosario perdida... extraviada para el resto

del mundo, fue concebida con la misma energía exacerbada

que antes habías puesto en mí. Desesperación debías haber

denominado a ambas ya que para nosotras se hallaba

consignado ese presagio tuyo, oscuramente acariciado en

silencio, llamado “eternidad”. (Pausa) Pero ya ves, a mi me

destruyó un golpe certero de tu propia mano. Tal vez porque

estaba, como estaba marcado, que yo siguiera amando a quién

no pude tocar jamás.

Lola: (Tomando tiernamente a Magdalena de los pies) Ahora, por

favor, bajá. Quiero que olvides por un rato tus penurias.

Magdalena:- (Bajando despaciosamente de la tarima) Pero.¡Ayudame, Lola,

por favor! ¿Cuáles eran mis pecados?¿Constituía pecado mi

conducta? Si para agradarlo, haciendo sacrificios, más de una

vez trabajé por nada, hasta desmoronarme.

Lola:- Y Él lo sabía, sí, porque Él lo sabía todo.

Demonio:- Se las buscaba con desgano, sólo para aplacar ansias calmadas

y en actos considerados por todos, demasiado trabajosos. ¡Si lo

sabré yo!

Magdalena:- Por eso se tornaba incomprensible a mis ojos, esa ancestral e

higiénica costumbre de buscarme para gozar conmigo.

Demonio:- Es que gozar, lo que se dice gozar, siempre gozaban sólo que el

acto debía terminar como empezaban, sin dejar rastros,

intranscendentemente.

Magdalena:- Justamente por eso, en un arranque de férrea voluntad, me

encargué de conseguir que la consigna enseñada a las leñeras,

en mí, al menos, se cumpliera íntegra: Ni hombre propio ni

niños florecidos, nada-. Se apagan las luces.

Fin de la Segunda Escena

Escena Tercera

Al encenderse nuevamente las luces, Lola se encuentra ya ubicada muy cerca de Gabriele D´Annunzio mientras tanto Julio Roca y el Demonio, recorren el escenario, cada uno por su lado, prestándole muchísima atención a cuanto sobre él acontece).

Lola:- Querido, queridísimo, caro, carísimo Gabriele! (Tomándole

cariñosamente las manos) ¡Cuantas fueron las cosas que

hicimos juntos! Vos y yo, ¡Qué dupla peligrosa habíamos

constituido! ¿Verdad?

Gabriele:- Si, es cierto pero debemos reconocer que al final terminamos

transformados en presas de nuestras propias cacerías.

Lola:- Recorríamos el mundo en busca de nutrientes. ¡Por Dios!.

Podríamos haber terminado en una masacre. Devorados por

nosotros mismos... cada uno por el otro.

Gabriele:- Sin embargo parecía todo tan fácil: “Tu me regías ed io me

lasciaba réggere”. Lo nuestro, en realidad, fue una gran

metáfora.¿No lo crees así? Asociaciones, asociaciones y más

asociaciones de ideas.

Lola:- Sí, es verdad.

Gabriele:- Un tema generaba una espiral de cosas con las cuales

terminábamos aterrizando por separado, cada

uno en superficies distintas y dispares: papel y

mármol ¿Qué era lo que nos pasaba? ¿Podrías explicarlo?

Lola:- ¡Ay, Gabriele, qué difícil se me hace hoy explicar aquello. Nuestros lenguajes se buscaban, sin embargo, sin encontrar la forma que hiciera posible el descenso al descansado tono musical. Todo era un brioso juego jugoso y frutal. En suma apetecible.

Gabriele:- A propósito, pienso entonces que a ambos nos deleitaba el

alimento que nos nutría.

Lola:- Claro, clarísimo y seguramente ha de ser por eso que la

energía que producía ese alimento era en nuestras manos el

arma mortal más efectiva para conseguir lo que nos

proponíamos. De allí nuestra peligrosidad.

Gabriele:- Indirecta y por sobre todo, inconscientemente solapada.

(Pausa corta) ¿Cómo era eso de reírnos tanto? ¿Te acordás?

(En tren de parodia) : -¡Qué bien baila usted el tango, señorita!,

comencé diciéndote yo el mismo día que nos conocimos.

Lola:- -Yo no bailo el tango, Gabriele D´Annunzio, yo soy el tango

cuando lo bailo. Porque lo bailo, justamente cuando él,

atreviéndose, se mete dentro de mi piel de tal manera, que deja

de ser él para integrarme. ¿Qué tal? (Ríen)

Gabriele:- Tenías mucha imaginación Lola y ambos tuvimos mucha

suerte: la envidia no existía. Las letras eran mías, todas

mías. Las formas eran tuyas, todas tuyas, hasta las que

resguardabas, previendo sequías, en cántaros frescos sólo

para mí.

Lola:- Eso, porque mi cuerpo se extasiaba al lado tuyo.

Gabriele:- Y porque mi alma, entre tus brazos, pedía siempre más sin

contentarse.

Lola:- Tus ojos miraban mis pupilas reclamando, por más tiempo, el

calor que mis manos te otorgaban y yo no sabía cómo hacer para

pedirte que entraras en razón.

Gabriele: Pero vos no podías pedirme eso. Eso era imposible y

menos en el momento en que lo hacías.

Lola:- Bueno sí, está bien; pero vos tenías que saber..., vos tenías

que darte cuenta... que los leños necesarios para tu hoguera

no los podía proveer yo con mi cuerpo, porque yo, de

aceptar tu entrega, no hubiera podido detenerme. Porque

de eso se trataba, de tu entrega, no de la mía, en ese

entonces. Es que al fundirte –pensaba yo y te lo decía- el

fuego y el calor que proporcionaras, me harían olvidar, como

ocurrió mil veces, que eras poeta y que tu herramienta era

la palabra, con la que convencías y envolvías, como lo hiciste

conmigo tantas veces. Y lo olvidaría.

Seguro que lo olvidaría, porque siempre me olvidaba del leño

que apretaba entre mis brazos.

(Entran: Julio Roca y el Demonio y los tres generan con Lola

un amplio intercambio de ideas).

Gabriele:- Bien… pero… convengamos en que yo como delirante

exaltador del universo, estando fuera de mí, me sentía exiliado

trasgresor.

Lola: - Pero yo no ¿ves? Yo no lo era. Yo admiraba esas escuelas

académicas que enseñaban el misterio del contorno y las

bondades del engarce justo.

Gabriele: - Yo, que viví con el alma movilizada en revolución permanente

te entendía, sin embargo.

Lola:- Es que ¿No era que la patria que nacía y que yo debía retratar

con sus volúmenes, tenía que fundar su fortaleza con una

representación muy bien torneada?

Gabrielle:- Y… Sí, así debía ser.

Lola:- Y ¿No era todo eso, justamente, para que por los siglos de los

siglos y a partir de esa forma ya ocupada nadie osara cambiarla,

sustituirla, corromperla, sobornarla, ensuciarla, venderla,

entregarla en donación o en servidumbre?

Gabrielle:- Sí, Lola, sí. Así lo establecieron.

Lola:- ¿Que otra expresión podría tener la Patria, bajo la personalidad de

la Bandera, de la Libertad, de la Justicia, del porte

majestuosamente varonil de Juan Bautista

Alberdi o cualquier otra, que la que yo le di? Los expresionistas

¿podrían haberla hecho mejor?

(Mientras ellos hablan, el demonio escuchándolos con las

manos tomadas atrás en actitud de prudente pero atenta

parsimonia se les va acercando. La leve sonrisa levemente

dibujada en sus finos labios denota la existencia de la carta de

gran valor que muy pronto habrá de pretender jugar).

Demonio:- (Pequeña pausa) Ni Rodín, al que todos admiraron y admiran

todavía podría haberlas hecho mejor.

Gabriele:- (dirigiéndose al Demonio) Yo intuía...no sé... que sus Nereidas y sus

corceles habían sido generados con polvo de estrellas fugaces, no

sé bien por qué Y que en su composición habrían tomado parte las

plumas de todos los ángeles del cielo.

Demonio:- ¡No!, no, no. No se lo voy a permitir. Retire lo dicho

inmediatamente.

Una cosa es la poesía y otra muy diferente la realidad concreta, la

que no tardará en salir a la luz, créame.

Gabriele:- Es que yo... Yo sólo pensaba, conjeturaba, mejor dicho. No

quiero polemizar. Nunca fui discutidor. Pero sí su admirador.

Admirador activo de su piel sedosa y de su obra.

Demonio:- ¡No!, no, yo les explicaré. ¡Por Dios! Aquí no puede proseguirse

más con la distorsión existente. ¿Me dejarán hablar a mí, ahora?

Lola:- Para eso los he convocado a todos. A todos menos a vos. Que

quede claro. Para que hablen y se expresen y ... me quiten las

dudas, que fueron quedando sin dilucidar, en el corazón de la

mayoría de nosotros. Hasta Julio que se ha quedado atrás

mantiene intacta las suyas, seguramente. (Dirigiéndose a Julio

afectuosa pero rotundamente) Serás el último en hablar. ¿Estás

de acuerdo?

Julio:- ¿Cómo no estarlo? ¿No era que en este estado gozaríamos de

todo el tiempo del que dispone la eternidad? No sé por qué

fueron dándose así las cosas, tan atropelladamente.

(Dirigiéndose al demonio con un dejo de ironía) Hable usted.

Hable con naturalidad.

Aproveche que hoy se lo permiten. Pero no nos diga ninguna

estupidez.

(Dirigiéndose a todos los presentes que parecían estar

escuchando)

Demonio:- (Comienza a expresar algo como si de tratara de una larga serie de

divagaciones) Todo fue y hoy sigue siendo así, justamente

porque un ser humano, junto a otro ser humano, junto a muchos

seres humanos, ignorantes y tan indefensos y aterrorizados

como siempre lo estuvieron, se fueron otorgando, unos a otros,

por contención, el sentido de seguridad que desde el origen

ansiaban. Sin duda, porque les estaba haciendo falta.

Julio:- Pero…¿qué está diciendo?

Demonio: Eso. Si. Y cargando a cuestas, como todos vinieron y vienen

haciéndolo, la triste consecuencia de una actitud, a mi juicio,

lamentable: la sensación de haber sido abandonados a su

propia suerte dentro de un proscenio escandalosamente

amplio, como para impedirles el nacimiento de la idea de

pertenencia.

Julio:- ¿Por qué no habla más claro? Así terminamos antes ¿Quiere?

¿Qué es eso de proscenio?

Demonio:- (Ignorándolo) Todo pasa o sucede sobre un escenario ubicado a

su vez delante del telón que siempre hizo de fondo: el cielo.

El que por haber terminado siendo de todos, paradójicamente

también resultó ser mío, aunque a mí, desde el principio me

hayan negado en forma expresa la entrada en él.

Magdalena:- Bien, bien. Pienso que tenés razón pero considerá que yo no

puedo escuchar y entender cada cosa que decís tal como ellos la

escuchan y la entienden. Yo te conozco muy bien y por

eso mismo les digo a todos: ¡cuidado! Él está hablando del

misterio, de lo que por oculto nadie consigue

explicarse nada. Todo parece, pero no…

Demonio:- Y eso tal vez fue así, porque conmigo se exageró. Esa

minúscula irónica actitud mía no podía jamás

generar, en el pobre hombre común, tamaña pena.

Julio:- Quizás sea por eso, que al observar de cerca al hombre,

suelo encontrarlo siempre tentando una postura.

Gabriele:- Una digna manera de cruzar el vado ¿No le parece?. Las piedras

que encuentra en su senda le imponen un trabajo extra al que

no puede renunciar.

Julio:- Nadie logró convencerlo de las bondades del camino llano. Él

busca la huella. La profunda. La ignorancia lo hace trabajar o

ser violento, de allí la necesidad de la existencia del

ejército.

Demonio:- Sí, así es y prefiere rellenar, remodelar, entubar... Insiste. Todos

los hombres insisten, empeñados en lograr muy especialmente

el cumplimiento de esa única y extraña ley, la de la prosecución

inacabable de la especie, llamada también de la amortización

¿Se dan cuenta? Amortización que solamente se consigue con

trabajo repetitivo... Lento trabajo repetitivo o impregnado de

violencia para acelerar el trámite, y allá voy, Lola... o con obras

perdurables y dotadas de belleza, como las tuyas, que significan

lo mismo: trabajo acumulado.

Lola:- Si… horas de vida sometidas a él, o perdidas en él.

Demonio:- Es que el trabajo y sólo el trabajo, tranquilo o violento, no importa

eso, los ha hecho convivir dentro de mis dominios,

profundamente resentidos y hasta humillados. También

rezagados y sin salida. Porque debo decirles que tener mucho

trabajo, ser un caballo o un burro de carga y

retobarse o no tenerlo en absoluto, ser un paria desocupado y

retobarse también, significa, para mí, exactamente lo mismo:

Sentir al hombre atrapado dentro de un interminable suplicio

doloroso.

Julio:- Hoy, que estamos en la tierra, Satanás, me gustaría que usted

nos hablase de ese hombre, el del esfuerzo, el que merece

ciertamente lo mejor.

Demonio:- Es verdad, así es. (Pausa corta) Y es así porque para ese

hombre, el que comprueba que sus logros se deshacen,

mientras cree dirigirse hacia la prosperidad,

la lección es terrible.

Gabriele:- Terrible, sí... porque a partir de ese cúmulo de expectativas

frustradas ¿en quién podría confiar cómodamente?

Demonio:- Prometo que desde hoy, así como en su momento me preocupé

por vos, Lola querida, aunque no me creas me ocuparé

personalmente de este asunto y de la misma manera.

Lola:- Sería muy bueno que lo hicieras.

Demonio:- Es que el mal, recuerden, no somete rigiendo en los abismos. Él

rige y reina libre en las alturas para hacerlo bien. (Pausa)

Luis:- Siga que lo estamos escuchando aunque... no sé.. Me estoy

sintiendo un poco confundido.

Baldomero:- Y a mí no sé lo que me está pasando. No me canso de pensar

en ese pobre hombre inocente, el que multiplicándose forma

la humanidad.

Gabriele:- Sobre su espalda y su cabeza el cielo, con el cual la

Providencia le quita, sin embargo, toda posibilidad de vuelo.

Demonio:- Una eternidad es demasiada espera. Eso pensaba, no sé. Es la

espera sin esperanza.

Es la imposibilidad de salir de allí. ¿No lo cree? La eternidad,

sanción atroz, no ha sido creada por mí. Tal vez por eso a ese

extraño gravamen de conciencia no lo cargo, a Dios gracias.

Y aquí estoy, sin apuro, para decirles que la eternidad me

causa horror. ¡Ah¡ Y otra cosa, además, que ya olvidaba:

que miento. Que miento mucho.

Julio:- Miente, es verdad. Ya me había dado cuenta, pero... ¿Por qué

lo hace? ¿Se puede saber?

Demonio:- Miento y soy traicionero porque mi resentimiento, nacido del

Dolor de haber sido despojado de algo que, hasta el día de hoy,

no entendí, no me permite explicar jamás, quién soy a nadie. Y

es así, entonces, que he dejado de hablar. Ahora soy como Él,

como Dios. No porque sea como Él, sino porque como Él

me comporto.

Tampoco puedo aflorar con facilidad ni andar tranquilo afuera,

cuando salgo. Ni pedir me mojen cuando cruje mi piel

resquebrajada. Es que carezco de derechos y permisos.

Pero..., Lola ¿qué puedo decirte yo a esta altura de tu vida?

Lola:- Todo, quiero saberlo todo.

Demonio:- Como por naturaleza soy desobediente, cuando en las honduras

las rocas detienen mi andar, tomo de la dura tierra la extraña

energía que espera escondida y con ella emerjo. Y

en la superficie, miento, Lola, amor mío, miento. Miento para

hacer el mal, a aquellos que se lo merecen y a los que no se lo

merecen, también. ¿Por qué no?, me pregunto a tu manera.

Esto último, para que nunca nadie se atreva a reprocharme,

afirmando que yo no me preocupo por cumplir con mi deber.

Gabriele:- (Dirigiéndose a todos los congregados) Increíble. Si no lo

hubiera escuchado, no lo hubiera creído. Esto es demasiado, al

menos para mí que me tengo por muy sensible.

Demonio:- Te darás cuenta, Lola querida, que fue un error convocar al

Espíritu Santo para que tomara parte de tu convite. El que por

buenazo se dejó engatusar por mí. Tus conjeturas resultaron

falsas. Tu obra celestial, yo lo sabía, debía comenzar siendo

diabólica. ¿No lo creés así?

Lola:- Sí, sí, ¿cómo no creerlo?

Demonio:- Así, de esa manera, concretando lo imposible con la fuerza

bestial de lo maldito y el atractivo de todo lo prohibido, de lo

misterioso, de lo sobrenatural, lograrías arribar, como lo

hiciste, a la considerada región de lo divino para amasar tu

éxito agregando a tus fuegos las llamas de mi infierno.

Lola:- (Horrorizada) Ésto no me lo esperaba.

Demonio:- No, no te asustes. A veces también suelo jugar limpio. Y eso

sucede cuando asumiéndome libre, desisto por un rato, de

servir al mal, cansado de representar lo que me fue impuesto

un día desde afuera.

Lola:- (Asustada por lo que el Demonio le confesó)¡Ay Julio!. ¡Ay Gabriele!. ¡Ay Luis!. ¡Ay Baldomero!. ¡Ay mis

hombres queridos!, acérquense, abrásenme, tengo miedo,

ahora tengo el miedo que no tuve nunca. (Julio que está cerca

corre a abrazarla. Lo hace con vigor, acomodándola en sus

brazos mientras Lola, desesperada, concreta su parlamento)

-Fui loba confiada en mi fuerza, considerada inquietante o

sobrehumana por todos los que me miraban actuar sin poder

creerlo.

(Atrás, mientras Lola habla, el Demonio ríe; primero con

fuerza, a carcajadas, las que al sosegarse gradualmente se

transforman en llanto para terminan en tristísima letanía

superpuesta a la voz “in decrescendo” de Lola.

Demonio:- “Yo te amaba Lola”, “Yo te amaba”, yo te amaba con todo mi

corazón y te amo... te amo todavía y te amaré, estoy seguro,

por toda la eternidad”.

Lola:- (prosiguiendo) Los hombres con poder de decisión, como vos

Julio, me conformaban alentando mi búsqueda. Todo fue tan

tibio entonces, tan reconfortante el vaivén de mi cuna al calor

de ese fuego...

Demonio:- Con mi ayuda Lola. No lo olvides. No lo olvides nunca.

Julio:- ¡No lo escuches! ¿No acaba de decir que miente?

Lola:- ¡Qué puede importarnos hoy que el Demonio mienta o no! El es

él y seguramente ha de saber muy bien por qué hace lo que

hace. Hoy sólo quiero rememorar, abarcar y comprenderlos a

todos, sin excepción. (Silencio)

Julio:- No le escuches nada. Si miente es tan traidor por resentido como

pensamos todos que era el indio, para que entiendas.

Lola:- Sin embargo… Lo voy a escuchar…(Pausa silenciosa) Recuerdo

que ya arriba, en medio de ese cielo callado y

sugerente, mi entusiasmo y el pago complaciente de la

patria en moneda constante, me otorgaban el cenit del goce

del volar. O del permanecer flotando en esa clase especial de

brisa creadora de vendavales a los que yo consideraba mis

más fieles y feroces cómplices, cuando quedaban rugiendo

desatados cerca de mí.

Julio:- Y, no era para menos.

Lola:- Es así como pronto, me decía entonces, hoy, por ejemplo,

habré de deslizarme suavemente sobre la superficie frágil y

delgada de mi propia nostalgia, transformada en finísimo cristal.

¡Dios mío!

(Pausa breve)(Lola se incorpora y ya más repuesta prodiga a

Julio, con el cual no pudo, todavía, cruzar más de dos o tres

frases, una leve sonrisa como testimonio de profunda

felicidad por su concurrencia).

Lola:- ¡Y viniste... (Pausa larga).

Julio:- Vine por todo lo que significaste. Los momentos que pasamos juntos, de felicidad compartida, resultaron inolvidables para mí.

Lola:- Es que yo aceptaba todo, tratando de retribuir la maravilla, para

que no acabara pronto sino luego, más tarde.

Lola:- Estando al lado tuyo y viéndote en acción, pensaba que

la idea era algo tan concreto como un puente. (Pausa

breve).

Julio: Porque yo estaba convencido de que era un acto de fe. (Lola toma

a Julio por la cintura, éste acompañándola,

reacciona abrazándola efusivamente).

Lola:- Eras una cosa seria. Te explico: no quiero enumerarte frustraciones.

Tu poder se interpuso en el momento justo. Tal vez para darme el

brío del cual la mujer desconoció su manejo por años. Y

murmuraron, murmuraron...

Julio:- Al fin, después de tanto pensarte te encuentro Lola.

Demonio: Murmuraban dicen.

Julio:- Y contaban con una aliada fuerte: la calumnia. Pero...

(Molesto, fastidiado, dirigiéndose al Demonio ya cansado de

escucharlo) Basta ya ¿Podría dejarnos solos o

mantenerse callado mientras sea yo el que hable?

Lola: - No discutan. Total.... ¿Qué ganaríamos?

(Dirigiéndose a Julio) Pensá que los calumniadores nos

crearon con los fragmentos de los hechos que de a poco

pudieron detectar Y… nos convirtieron en héroes

trágicos. No tanto a vos, Julio, a quienes las habladurías

exaltaban tu condición.

Demonio:- (A Julio) Yo ya me voy, pero déjeme decirle antes que yo con

usted no quise meterme nunca. Por eso lo dejé librado a su

propia suerte.

(Con desprecio) En realidad no me importaba, usted, nada.

Tampoco sus ideas Y menos sus empresas, pasajeras todas.

¡Bah! Simples hechos políticos, históricos que le dicen,

carentes de expresión artística y de lenguaje conciliador.

Insensibles para con algunos seres, los aborígenes, por ejemplo.

Lola: - (Prosiguiendo con el hilo de su idea) Bueno, bueno, dejemos

eso. Dejemos a los indígenas, por ahora en paz. Porque,

mientras todo eso sucedía, yo sentía los prejuicios y nuestras

necesarias relaciones, como enredados entre los hilos de esa

conquista y todo acrecentaba mi desolación.

Demonio:- Aquí debo agregar algo. Permiso. La latente posibilidad trágica

fue desplomándose encima de Lola como un alud de mugre, sin

embargo.

Lola:- (Dirigiéndose a Julio, tristemente) Fue tratando de ayudarme

y para que me redimiera, te fuiste de mi lado.

Demonio:- Pero, bueno, convengamos que te repusiste rápido.

Lola:- (Pausa relativa) Claro que me repuse pero al contenido de mi

vida, jugoso y puro como mi apellido, lo mantuve reservado.

Porque al pudor, que es el respeto por la dignidad, propia y

ajena, siempre lo resguardé.

Julio Roca y Lola Mora quedan solos Cómodamente ubicados

comienzan a hablar embelesadamente . (El demonio se aleja

pero sigue escuchando a corta distancia de donde ellos se

encuentran).

Julio:- ¡Cómo no haber venido! Nada mejor que ser, hoy, tu invitado,

para encontrarme con esta posibilidad. La de acercar la

explicación de los hechos, mucho tiempo después de

producidos. Es que, ¿sabés Lola? cuando la conciencia,

justificándolo todo, no tranquiliza, genera un gran problema. El

problema que yo no tuve nunca.

Demonio:- (Al oído de Lola) ¿Te das cuenta Lola? Este es el prototipo del

hombre seguro de sí mismo.

Julio:- (Ignorándolo) Mi conciencia me marcó siempre, con su potente

reflector, los puntos a los que debía llegar, sin importar cómo.

(Repentinamente, dirigiéndose al Demonio) ¡No me diga que

con su intervención!

Demonio: ¿Debo repetirle nuevamente que no?

Julio:- Bien. (A Lola, prosiguiendo con la idea) Y una vez allí la

sagacidad, la estrategia, la intuición, el sino, la providencia o

como quieras llamarlo hacían el resto, para mantenerme en mi

lugar sin que nadie, ni el mismísimo Diablo, osara molestarme.

¡Es tan fácil tomar las decisiones estando uno instalado,

luchando en medio del campo de batalla!

Demonio:- La crítica histórica siempre estuvo condenada a quedarse atrás.

Atrás de todo. De los hechos, de los hombres y de las ideas que

cundían. ¿Hasta cuándo, entonces, seguir discutiendo

lo que no va a tener nunca solución? (El demonio se aleja).

Julio:- Es que la solución llega al hombre sólo cuando su alma, al

aceptarla, se calma. En mi caso, el primer problema que me tocó

de lleno, justamente estaba constituido por mi propio “yo”. Él era

el que me exigía pelear con maestría, para lograr, luego,

el disfrute de la paz ganada.

Lola:- Vos debías andas y yo no podía hacerme a la idea de

tu alejamiento pero... tampoco te podía seguir.

Julio:- Es que yo no debía andar para alejarme, no. Yo debía subir para

ubicarme arriba y desde allí, desde lo más alto del mangrullo,

dominarlo todo. (Pausa) Ahora yo sé bien que la tierra

es para los pasantes. Y yo lo fui y muy bueno, mientras allí

estuve.

Lola:- No me cabe la menor duda.

Julio:- Un esforzado pasante, cuya obligación consistió en

cumplir con lo establecido en la propia ley de

pasantía, en cuyo texto ningún ser humano pudo nunca tomar

parte en su redacción. Y yo tuve que cumplirla, asumiéndola, no

más. Como un soldado que de estúpido no tuvo nada. Al menos

en eso puse todo el esfuerzo que me fue posible generar.

Lola:- Como yo sabía todo eso, jamás se me ocurrió pedir explicaciones.

Julio:- Otorgué a mis causas, que fueron muchas, el ardor del fuego

de todas mis etapas. De allí la prontitud de la solución a mi

requerida. Por eso estoy aquí, mirándote a los ojos con calma

y satisfecho, además.

Lola:- Yo sabía, también, demasiado lo referido al “servicio de tus

causas justas”.

Julio:- La organización nacional y la ocupación civilizada de la pampa-

ésas eran mis “causas justas” como para que el terror se

consumiera hasta exterminarse, en medio de la noche

tenebrosa. No olvidemos que con el fuego del malón los indios

exterminaron nuestra paciencia. (Con énfasis) Y la mía fue la

primera en fundirse enardecida en el reclamo de las víctimas,

cautivas de tanta vejación. (Pausa) Puse en esa empresa todo mi

vigor. El mismo que, más tarde, también puse gustoso a tus pies,

tratándote de igual a igual. Porque eras mi igual.

Lola:- Hoy me siento feliz porque jamás pasó por mi mente la

posibilidad de que este día llegara y sin embargo, ya ves, hoy

te tengo aquí. Lo genuino es lo que me conmueve.

Julio:- Y a mí lo que me conmueve es lo inesperado. Por eso

aprovecharé este momento, para decirte que esa hermosa

relación que mantuvimos, íntima y pública a la vez; la que

llegó a turbar mi vida de una manera por demás

brutal, me obliga, a reconocer, hoy, que jamás pude conseguir

dominarla. Sin embargo, respecto de todo lo demás vivido

intensamente por mis años lúcidos que son todos los que yo

recuerdo, todavía me ocurre algo curioso: que por

temor a no poder decirlo todo, me haría falta la organización y

convocatoria a una conferencia de prensa multitudinaria.

Lola:- De especialistas. Pero eso de tan difícil se ha tornado imposible.

Convengamos, entonces, que fuiste para la Argentina no sólo

generador/impulsor de prosperidad sino, además, represor/

limitante.

Julio:- Sí, sí, de acuerdo. Fui represor limitante.. (Pausa) Para con los

intolerables criminales incendiarios, sin ley.

Lola:- Hoy renació la luz como la aurora. Mi invitación y tu presencia

armaron este momento, el que no terminó. Por milagro y

con tu ayuda, hoy no sólo puedo entrever, sino, también, aceptar

también el lado desprolijo del bordado, después de tantos años de terminada esa labor.

Julio:- Mis sesenta años buscaban tus ojos, los que, entrecerrándose,

me aceptaron siempre.

Lola:- Porque te amé con la alegría que tu alma me exigía y

Julio:- Para preservarme, en un principio te resguardé entre paréntesis,

pero... ¡qué ironía! fuiste transformándote hasta constituirte en

inevitable necesidad.

Tanto o más reparadora que mi paréntesis diario.

Lola:- ¡Tu cigarro!

Julio:- El fragante tabaco que disfrutaba a pleno cuando fumaba solo.

Clara estaba lejos ya.

Demasiado lejos para mis necesidades, con su muerte a

cuestas.

Lola:- Clara no estuvo nunca, Julio. Ella ya no estaba en tu vida

cuando te conocí.

Julio:- Y vos allí, pegada a mí, desfalleciente, distinta.

Atrayéndome bestialmente sin inmutarte con el

manejo formidable de tus impenetrables silencios

sugerentes. Excitándome como nadie llegó a hacerlo.

Lola:- De un modo carnal.

Julio:- Sí, de acuerdo, pero como sólo las elegidas por Dios para

reinar pueden hacerlo.

Lola:- A vos te toco ubicar las cosas como para que las

expectativas que yo generaba se cumplieran.

Julio:- Pero de vos dependió el resto. Libres ambos, hasta la

audacia, la felicidad compartida no podía nunca darnos pena.

Se apagan las luces.

Fin del Segundo Acto

Tercer Acto

(Consumación: Lola verterá su zumo)

(Al encenderse las luces, Lola se encuentra sola en medio de la sala vacía. La mesa sobre la cual se encuentran los restos del convite de las noche anterior muestra el mantel corrido hacia un costado y sobre el mismo: botellas, vasos y copas a medio llenar El desorden reina allí).

Lola:- No sé si habrá de consumarse mi propuesta. Demasiada nostalgia, sin embargo, ha quedado en la sala para acabar así. Tal vez le falte un acto, todavía, para abarcarlo todo. El ambiente del “antes” expresado con risas y alegrías, huyendo de ese cristal, carece todavía del “después”.

Voz:- La recesión, la crisis, los reclamos del hombre de trabajo inmerso en ese “se” social oscuro, triste, defendiendo ese mísero espacio que le fue arrebatado por los rápidos, parecen inexorable.

Lola:- Es que todavía no emergió ese “se”. Y lo estamos esperando con

temor. Aún se encuentran sus aullidos empañando el cristal que repusimos..

Voz:- Se hace incontenible la tensa expectativa del reventar del coro,

que ruge con más fuerza que una revolución.

Las moras eran dulces para la dulce Mora, en esos bellos años

¿Verdad Lola? (Pausa breve).

Lola: Sí, así fue.

Voz: Hasta que se tornaron amargas...

Lola: Hasta que se tornaron muy amargas.

(De pronto, desde el fondo del abismo generador del estruendo

de todas las explosiones pudo escucharse nítido un bramido.

Las penas, las desilusiones y todas los pesares juntos,

componiendo un gran coro triste, escapan por el centro del

cristal ubicado en la pared del fondo de la sala, cuyas filosas

esquirlas deben esquivar. El grupo repitiendo el trayecto del

primer coro se dirige, cantando tristemente, por la misma

calle a la cual recorren transitándola en la misma dirección.

Coincidentemente, se observa a Lola subir, rápidamente, por

la escalera que da al balcón desde donde habrá de observar y

escuchar no ya los gozosos y alegres recuerdos de la primera

época sino las frustraciones y lamentaciones del nuevo coro,

exteriorizados en dolientes canciones (Canto Gregoriano). Es el

sonido producido por el monstruo al sacar al exterior toda su

furia desde el abismo en donde se mantuvieron escondidos y sin

manifestarse hasta este momento. Constituyen las desilusiones

y los recuerdos de las frustradas esperanzas.

Lola:- Este bien podría ser llamado “el coro triste”, La bestia

Resentida, tal como sólo “se” en rebaño

social puro puede y sabe hacerlo, expresa su disgusto y hasta

su indignación por considerarse el más rezagado de entre los

olvidados de la Tierra.

(Comprendiendo, Lola, la terrible situación por la que se

encuentra atravesando el grupo y parangonándola, de manera

instintiva, con sus propias desilusiones y recuerdos,

comienza a llorar desconsoladamente, mientras el coro triste

de aleja). Se apagan las luces.

Lola:- (De pie, dentro de la sala vacía) Se ha roto ya el encanto. La

sala está vacía. Me busco en el cristal y no me encuentro. Este

rompimiento me ha llevado al abismo. La tierra hoy ha ganado

esta partida. Ahora soy feliz porque me siento sabia.

Hoy sé que “La Alumbrera” funciona. ¡Y cómo! No existen

más misterios para mí… Asciendo y bajo cuando quiero.

A partir de hoy, Magdalena, todo habrá de ser distinto para mí.

¡Te lo juro! (Pausa) Por de pronto te negarás a entregarte a

quién no ames. Y una vez ubicada en el cenit, el que se halla

sólo en las alturas, seguramente te encontrarás con ÉL, con

Jesús, tu Jesús…

(Pausa) Fue una brillante idea la del convite. Si te animás nos

Iremos con tus angelitos, los de tu guarda, ¿Los vez? Allá

van. ¡Cómo no verlos! ¡Vuelan como gorrioncitos!

(Levantando vuelo suavemente) Vamos… volar… flotar…

sentir….

Lola: ¡Qué maravilla...! Con mi cuerpo sin tocar la Tierra ya no temo a

nadie. ¿Quién podría lastimarme aquí. ¡Partir hasta alcanzar la

eternidad!. ¡Volar alto hasta alcanzar mi estrella. ¡Así!...

¡Gracias, Dios mío!

(A partir de este instante, nada podrá verse nítidamente.

Una niebla azul lo impregnará todo) (En medio de una

niebla espesa Lola y Magdalena

desaparecen)

Fin del Tercer Acto

**************************************************************

Variantes de este final del tercer acto. Grabamos con Jorge Pedro una pequeña frase que cuando filmamos la habíamos suprimido pero, al ver la escena (Cuando Lola se encuentra acompañada por Magdalena, con la sala vacía y la mesa revuelta. Vean cual de las frases va.

Lola: Se ha roto ya el encanto. La sala está vacía. Me miro en el

espejo y no me encuentro. Este rompimiento me ha llevado al

abismo. La tierra hoy ha ganado esta partida. Ahora soy feliz

porque me siento sabia.

No existen más misterios para mí.

Duermo para despertar, no para sentir que he muerto porque

despierta, como ahora lo estoy, asciendo a las alturas y bajo

cuando quiero.¡Qué maravilla...! Magdalena ¿estás ahí o ya te

has ido? ¡Con mi cuerpo sin tocar la tierra ya no temo a nadie!

¿Quién podría lastimarme aquí? (Aquí se transcriben dos estrofas

de un pequeño poema) (ver si se agregan)

¡Flotar! ¡Así! ¡Partir hasta tocar la eternidad! ¡Volar alto, bien

alto para alcanzar mi estrella! ¡Así...! ¡Gracias, Dios mío!

Fin del Tercer Acto

Fin de la Obra

Amanda PATARCA

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Fin de la Obra

Amanda PATARCA

VARIANTE DEL FINAL

Ahora soy feliz porque me siento sabia.

Hoy sé que “La Alumbrera” hoy funciona y cómo.

No existen más misterios para mí.. y vean…asciendo a las

alturas y bajo cuando quiero.

Magdalena: A partir de hoy, Lola, todo habrá de ser distinto para mí. ¡Te lo

juro! Por de pronto me negaré a entregarme a quién no ame. Y

una vez ubicada en el cenit, el que se halla sólo en las alturas,

seguramente me encontraré con ÉL, mi Jesús…

Fue una brillante idea la del convite. Si te animás nos iremos

con todos mis angelitos, los de mi guarda, ¿Los vez? Allá

van.

Lola: Sí, los veo. ¡Cómo no verlos! ¡Vuelan como gorrioncitos!

Magdalena: (Levantando vuelo suavemente) Vamos… volar… flotar…

sentir…

Lola: ¡Qué maravilla… con mi cuerpo sin tocar la tierra ya no temo a

Nadie. ¿Quién podría lastimarme aquí? ¡Partir hasta alcanzar la

eternidad! ¡Volar alto, bien alto, hasta alcanzar mi estrella.

Así…¡Gracias, Dios mío!.

(A partir de este instante, nada podrá verse nítidamente. Una niebla azul

lo impregnará todo .En medio de una niebla espesa Lola y Magdalena

desaparecen)

(Levantando vuelo suavemente) Vamos… volar… flotar…

sentir… ¿Te acordás Lola de aquel poema antiguo que

repetíamos mientras permanecíamos inmóviles y en silencio

allá? ¡Sí! Ese mismo el del volar.

Ambas juntas:-“¡Volar hasta morder la libertad...! ¡Flotar hasta el instante de

volver...! Subir a un haz de luz para no ver que el cielo también

guarda oscuridad!..

(A partir de este instante, nada podrá verse nítidamente. Una niebla azul

lo impregnará todo)

Lola: ¡Qué maravilla...! Magdalena (Pausa)¿Estás ahí o ya te has

ido? (Reencontrándola con la mirada) ¡Volemos! ¡No te

detengas, que ya pronto estaremos arriba! Con mi cuerpo sin

tocar la Tierra ya no temo a nadie. ¿Quién podría lastimarnos

aquí. Flotar… ¡Así!

Volar alto, bien alto hasta alcanzar mi estrella. ¡Así!... ¡Gracias,

Dios mío!

(En medio de una niebla espesa Lola y Magdalena

desaparecen)

Fin del Tercer Acto. Fin de la obra

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VARIANTE DE LOS DIALOGOS DEL PRINCIPIO

Canillita:- ¡Una famosa escultora regresa al país! ¡Vuelve la Lola Mora! ¡La Lola Mora vuelve!

Voz de Lola: Y ¿qué dice el diario?

Lector:- La hermosa y talentosa joven Lola Mora, regresa hoy al país

trayendo con ella una fuente de mármol puro, construida con alegorías mitológicas. Los críticos esperan su arribo con ansiedad, dado que la obra, creación de la artista, habrá de ser emplazada en algún parque o paseo importante de la ciudad de

Buenos Aires.

Lola Mora:- Quisiera ser poderosa, dueña abarcadora de la perspectiva

necesaria como para adelantarme a los hechos y entrever,

aunque más no sea veladamente, mi futuro.

Canillita:- ¡Lola Mora regala unas fuente! ¡Se la regala al gobierno! ¡Para

una plaza, se la regala!

Voz de Lola:- Y la gente ¿qué dice?

Lector: La Fuente de las Nereidas, que obtuvo el primer premio en el

concurso organizado por los Zares de Rusia, ha sido ofrecida por

su autora en donación a las autoridades para ser emplazada

frente a la casa de gobierno.

Lola Mora:- Hoy sólo sé que estoy aquí y que me están pidiendo ser la

generadora de la imagen de mi país, al que me hicieron querer, en mi casa, con toda el alma.

(Mientras caen desde arriba, exactamente desde el techo del teatro, papelitos fluorescentes con el texto que a continuación se transcribe, la voz de otro lector explica desde su lugar lo que, dice el diario sobre los sucesos ocurridos desde las últimas horas de la noche y primeras de la mañana, en las calles de algunos barrios y del centro de la ciudad de Buenos Aires.

Lector: Mientras la lluvia de anoche que finalizó, por suerte, esta

mañana caía torrencialmente, fueron cientos

los volantes con los que se inundó la zona céntrica y algunos

barrios de la ciudad de Buenos Aires. Estos papeles que con el

título AVISO A LA COMUNIDAD aparecieron esta mañana sobre

sus calles mojadas, dicen textualmente:.

AVISO A LA COMUNIDAD

ATENCION VECINOS: Las autoridades de nuestro gobierno

central han elegido el paseo más concurrido de esta ciudad

para concretar el emplazamiento del paradigma de la obscenidad:

la Fuente de Lola Mora, denominada, también, de Las Nereidas.

En consecuencia, habiéndose establecido, en reunión pública, que

ninguno de los niños, adolescentes y honestas mujeres

que la habitan y/o recorren, merecen tamaño desprecio,

PETICIONAMOS: Se revise la norma que ha dado lugar a tan

absurda medida, para dar fin, lo antes posible, a este singular

problema planteado. Mientras tanto, haremos oír nuestras quejas,

diariamente, si así hiciera falta, para revertir esta situación insostenible.

Firmado: La gente de bien de nuestra querida ciudad de

Buenos Aires; ciudadanos considerados todos prudentes y criteriosos.

Voz de Lola:- Y ¿Qué dice la prensa?

Lector: La Fuente de las Nereidas, o de Venus, rebautizada desde su

arribo como la Fuente de Lola Mora, será emplazada en algún

lugar distante de la ciudad, seguramente en el Paseo de Julio,

al resguardo de las miradas de jóvenes y niños. Ello así, atento

a que las señoras representativas de la mayoría, consideran

que dicha obra, aunque bella, constituye un audaz ultraje al

pudor público.

Canillita:- ¡La fuente de la Mora trajo lío! (Mientras Lola concreta el futuro

parlamento, el canillita, alejándose, interfiere con el suyo al

que le da forma de letanía) ¡Polémica en las calles! ¡Las

madres se oponen! ¡No quieren que la fuente se ubique en la

ciudad!

Lola Mora:- La fuente no representa a la República, ya lo sé. Pero bien

ubicada podría embellecerla. (Pausa) Me pregunto:¿Qué es

la Patria? ¿Es el bagaje de sagrado respeto que acompaña a la

idea que sirvió para fundarla? ¿Y que te obliga a inaugurarla a

cada instante?

La Patria es esta nación mía, tan recién nacida e inocente, que

ni próceres tiene todavía, me digo. ¡Pero tiene hombres y

mujeres, eso sí! ¡Que la están forjando que es lo que a mí me

importa. ¿Podría alguien detener el manifiesto de separación

total que se viene y que se lo ve venir?

Lola: Dice algo el diario o sólo hablan de mi fuente?

Lector:- Que las piezas que componen la fuente cuestionada y que

constituyen, según algunos críticos, un canto a la belleza de la

mujer en medidas colosales, se encuentran depositadas en la

galería cerrada del antiguo Consejo Deliberante, esperando aún la determinación de su emplazamiento.

Lola Mora:- Me acuesto ideando alegorías; descanso soñando despierta monumentos colosales. Un arco en cada intersección de carretera, hecho por mí, la Lola tucumana, para que siempre allí ¡Viva la Patria! ¿...Y por qué no? (Trágica) Que ella, la Argentina, sea una Patria Diosa.

Canillita:- ¡Ultimo momento! ¡El lío por la fuente se acabó! ¡Ya se

encuentran en el puerto las mujeres desnudas!

Voz de Lola:-Y, entonces?

Lector: La moral pública impidió que los desnudos escalofriantes que componen la Fuente de las Nereidas, llamada también de Lola Mora o de Venus, se instalaran en el Paseo de Julio. En forma rápida, silenciosa y terminante, fue emplazada frente a las escalinatas de la Costanera Sur. Prudente medida, si consideramos que a dicho paseo no concurre nadie, debido a la distancia que lo separa del centro de la ciudad.

Voz de Lola: Los últimos serán los primeros. Dios lo quiera. Un bello entorno

habrá de circundarla algún día. Mientras tanto, el Dock Sud, su

turbio continente, cumpliendo su enigmática consigna, deberá

esperar.

Se apagan las luces.

Escena Cuarta

Telón de fondo: Costanera Sur, balaustrada río, fuente, viento, luces y sombras.) (Se observa desde la platea la imagen de Lola Mora esfumada, sombreada y confundida en una niebla espesa, apoyada de espaldas, en la balaustrada que da al río. (Podría escenificarse a Lola sobre un andamio) Todo lo que ella dice proviene del off.

Una voz:- ¿La ven? Cada tanto vuelve.

Lola Mora:- Porque a veces regreso, con cualquier edad, debo decirles algo: Por de pronto, quiero que aquellos que jamás hayan sabido algo de mí, sepan que, efectivamente, nací. Que no soy un personaje de ficción como tantos de los que andan por ahí induciendo a error a los desprevenidos, no. Yo fui de carne y hueso. Cuerpo al que me sometí sin reserva alguna. Especialmente cuando me tocó elegir, antes de haber tenido que desechar de mí a esa otra Lola, la que de haber crecido ella, no yo, podría haber llegado a ser científica o filósofa tal vez.

Por todas esas razones yo, Lola Mora, esa mujer que fui, siendo de carne y que de alguna manera hoy soy, siendo una sombra, o un espectro o simplemente una luz, me aboqué a la construcción de la gran obra. Esa (la señala), la que, según Paul Valery, canta con viva voz cuando siente internamente que llegó a serlo.

Se apagan las luces

Escena Quinta

Ella entra en su atelier y la ráfaga de viento que su energía levanta formando un círculo a su alrededor, la envuelve en la seda armada de su falda negra con aplicaciones de cintas entrecruzadas de raso crudo. En el mismo instante, la puerta, movida también por el ímpetu que su presencia genera, se cierra sola. La magia se ha instalado como siempre allí. Sus pantorrillas, muy bien formadas, se dejan ver entre el revuelo de encaje y tela, no sólo en la realidad íntima y solitaria de ese lugar, naturalmente suyo, sino, además, veladamente reflejadas en el amplio espejo (o cristal) biselado de la pared del fondo. Testigo incuestionable de momentos gloriosos y contenedor -dentro de su perfección insobornable- de sus vibrantes gozos, naturalmente adjudicados o conseguidos a fuerza de dolor. Atrapados con vida como lo están también, bajo su transparencia, sus recuerdos. Sin posibilidades, al parecer, de escape). (Lola, luego de recorrer impresionada ese extraño espacio considerado propio todavía, al ritmo de una música nostálgica regida sólo por los latidos del corazón de un viejo reloj, al que distingue acariciándolo con sus manos, arremangándose con ímpetu el espléndido vestido que luce, sube la escalera ubicada al lado de un gran caballo esculpido en rústico y comienza a trabajarlo primorosamente).

Lola Mora:- La magia se ha instalado aquí como siempre cuando vengo con proyectos... Y hoy los traigo!

¿Cómo puede ser posible que nazca algo sin que nada muera?,

Voz:- Observá un poco tu rostro, hoy, Lola Mora, en el cristal del fondo. Si necesitás muertos él puede cooperar. Prestá atención, Lola. ¿Escuchás? Un ruido persistente parece venir de su interior. Y... si viene del interior no pueden ser otros que los inquietos seres que el resguarda de la muerte segura. Eso sucede desde que te marchaste sin darles explicaciones. Si necesitas muertos él puede cooperar

Lola Mora:- ¡Mis recuerdos! Son mis hermosos recuerdos! ¡Mis momentos de felicidad, mejor dicho! ¿Y me estas diciendo que él puede cooperar? ¿Con muertos, acaso puede cooperar este gran espejo? ¿Cómo hará para colaborar conmigo un cristal transparente? Yo sé que fue testigo de momentos gloriosos y sé también que dentro de su perfección insobornable guarda todavía mis vibrantes gozos, cuajados de dolor muchos de ellos. Pero sé, porque lo intuyo y siento miedo a la vez, que aún mantenidos con vida pero atrapados bajo su transparencia no quieren permanecer más. Quieren salir de allí para volver a mí y así desintegrarse cuando llegue el momento, atomizándose sobre el mundo, en libertad, manteniendo por tan sólo un rato el poco aliento tibio que les queda, sabiendo como saben que yo ya no puedo transmitirles ni una bocanada de aire más.

Voz:- ¡Cuidado Lola! ¡Quieren Salir! ¡Si no rompés pronto el cristal la

explosión será terrible! ¡El ruido es infernal. (Inmediatamente, se

observa una masa manejada por alguien que permanece en las

sombras, rompiendo el cristal, mientras se escucha el

estruendo de la rotura).

(El cristal de rompe en mil pedazos. El bramido del ser múltiple, conformado por todos esos extraños seres memoriosos se confunde con la grotesca algarabía, emuladora de un gran coro griego, de los que componen el grupo)

Lola Mora:- ¡Oh! ¡Mis gozos y todos mis recuerdos, conservados tras el cristal de mi conciencia, hoy ya están libres! (Corre hacia el balcón desde donde ella y el público los verán moverse, actuar, cantar y hablar en coro hasta desaparecer)

Voz:- Una cosa debes saber, hoy, Lola Mora: Que todos estos seres morirán muy pronto si nadie los recoge. ¡Ah! Y otra cosa más: Que por conocer las razones de sus causas, no se atreverán a mentir.

Lola Mora:- (Observándolos desde lo alto. El escenario entero ahora es esta

calle, donde los que ingresaron en ella, simulando un coro

griego, deambulan expresándose) -No pretenden ni aceptan ni desean mentir. Ya lo sé. Podrían pero saben que con su fuerte instinto representan al “SE.” Y que la misma esencia de ese SE COTIDIANO podría resentirse si ellos aceptaran, ahora, faltar a la verdad. Es que SE, en ese caso, dejaría de ser lo que por siempre fue: el genuino pensar de la majada, en rebaño social puro; la sociedad en pleno irrumpiendo en masa con su mayoritaria manera de expresar las cosas y los hechos.

Voz :- Hoy todos dicen: SE EXALTA; mañana dirán todos SE CONDENA.

(Desde cada uno de sus respectivos lugares Lola y el público, observan actuar al grupo, sobre la vereda y el empedrado, cumpliendo respetuosos el rol que cada uno va tomando).

Lola Mora:- (Dirigiéndose a la voz) Desde donde estás ubicado ¿podés observarlos? (Silencio corto) Bueno, si no los ves te cuento: Desde aquí percibo y participo del vibrar acompasado y lascivo de las piernas de todos. Se los ve abrazados como serpientes, bailando audazmente La Morocha, cantando desafiantes su letra femenina. ¿Qué? Ya no puedo escucharte. Ese fuego brutal y quejumbroso, llamado tango, no me deja.

(El coro grita, ríe, canta y baila y Lola retribuye desde lo alto con expresiones de alegría, ademanes y sonrisas amplias)

Coro feliz:- (Gritos de felicidad) -¡Lola, Lola, sos nuestra y tucumana! ¡El tango con su brillo, ya cerca del centenario, dejó el percal atrás! (Y explican) ¡La Argentina es de oro! ¡El trigo lo es también! (Responden otros). ¡Y el oro que es de Roca, mantiene su poder para que Lola Mora simbolice a su patria con formas de mujer! ¡Y de madre...! (grita otra mujer) ¡Y de madre soltera y hasta libre y puta (grita otra). Si lo quiere ser! (gritan todos a coro).

Lola Mora:- ¡Si lo quiere y puede... por Dios! (Repite Lola Mora asomada al balcón del primer piso de aquel atelier)

(Siguen, los integrantes del coro, alegres gritando y cantando)

Coro feliz:- ¡Y la pampa es de oro! ¡Y la Lola también! ¡Vengan todos a ver! ¡Observen!... ¡Hombres del mundo entero, esta es la buena nueva! ¡Nuestro suelo recibe a quien busque trabajo! Aprovechen ahora, que es gratis el buscar. ¡Quédense, aquí lo encontrarán!

(Las imágenes bulliciosas lentamente van perdiéndose en la

lejanía, las voces y los gritos también).

Lola Mora:- (Manteniéndose peligrosamente asomada mientras observa cómo el coro se aleja) (Tristemente) A ver, a ver... nadie piensa en detenerse. (Mirando hacia lo lejos.) Al llegar a lo de Jansen o al Pigalle rociarán con champagne techos y alfombras, seguramente. Oh… Vibra con mi ser el liviano placer de ese rocío. ¡Dios quiera! (implorante) ¡Que todo siga igual, por mucho tiempo! (Silencio)

Esta es la versión corta de la escena de la pelicula cuando Lola se ve, ya en el final, dentro de la sala vacía, sin invitados y con la vajilla sucia.

Lola: Se ha roto ya el encanto. La

sala está vacía. Me miro en el espejo y no me encuentro. Este

rompimiento me ha llevado al abismo. La tierra hoy ha ganado

esta partida, haciéndome olvidar tanto infortunio. Justo a mí,

que nunca he podido llegar hasta su entraña, aunque lo he

pretendido. ¡Y cómo! Ahora soy feliz porque me siento sabia;

recuerdo y profetizo porque soy lo que soy y, además, hoy sé

que sé. No existen más misterios para mí. Pero cuando me

aparto del fulgor que partiendo de la luz a veces me

enceguece, cobijándome entonces del lado oscuro de la luna,

duermo.

Duermo para despertar, no para sentir que he muerto porque

despierta, como ahora lo estoy, asciendo a las alturas y bajo

cuando quiero. ¡Cómo me gusta esto de poder volar tan alto

para alcanzar al destino..!

¡Qué maravilla...! Magdalena ¿estás ahí o ya te has

ido? ¡Con mi cuerpo sin tocar la tierra ya no temo a nadie!

¿Quién podría lastimarme aquí?

¡Flotar! ¡Así! ¡Partir hasta tocar la eternidad! ¡Volar alto, bien

alto para alcanzar mi estrella! ¡Así...! ¡Gracias, Dios mío!

Luego del diálogo con Luis: Roca: Sentados ambos, D´Anunzio escucha) Sabe qué pasa D´Annunzio toda esta riqueza que nos

rodea y que usted está viendo, es la riqueza de un país incipiente. Un país que se está haciendo.

De allí la importancia del ejército. Acá hace falta años de historia ¡Nada que ver con su país,

Italia, con más de tres mil años de historia! No se puede comparar con su país.

Lola: (Voz en off) Mi Zorro y mi Poeta. El convite es allá. Que están haciendo aquí,

nadando en la abundancia.

* * * * * * * * * * * * * * * * * *

Monólogo del Demonio.

Primera Parte.

Demonio: -Al convite de los espectros, ese que Lola Mora. convocó hace muy poco, yo concurrí. Ella, a la voz de su conciencia que le preguntaba ¿Y por qué el convite? Respondió:

Voz desde off de Lola: -Tal vez porque pienso que repasando y compartiendo mi vida -que es apenas un finísimo hilo de oro que pende del cielo- encontraré, sin duda, la fuerza necesaria como para insuflarla en cualquier descreído. Y, además, para demostrarles a todos que la Providencia no puede hacer milagros antes de tiempo.

Demonio: -¡Eso! Me dije. La Providencia no puede hacer milagros antes de tiempo.

Yo estaba pegado a ella mientras escribía las invitaciones. Y cuando le escuché decir, mojando la pluma con su sangre: Espíritu Santo, ¿vendrás o te excusarás diciendo: yo no fui? ¡Me estremecí! ¡Lo juro por Dios!

(Se apagan las luces. Música patética y fuego proyectado como telón de fondo)

En la fiesta estábamos todos, no faltó ninguno de los que tomabamos parte en sus rituales de levitación, previos a la creación de cada obra suya. Por eso pude observar y oir cómo se intercambiaban explicaciones. En realidad, eso era lo que ella quería. Para éso los había convocado. Allí me encontré con la Magdalena real, la que un día fuera de carne y hueso; la que estaba llamada a ser de mármol, por el paralelismo que había encontrado Lola en buena parte de lo acontecido por sus propias actitudes. Y a la que dejó hecha escombros, buscando la perfección de sus formas, mientras la esculpía, sólo pensándola; imaginándola, mejor dicho. Ambas se habían asumido, en vida, como leñeras; legisladoras perfectas cuyas resoluciones inexorables se cumplían porque aprendieron ¡y cómo! a no pedir jamás peras a un olmo.

Recuerdo que Invitó, también, a su primer novio: Baldomero, del que recordaba el latir acelerado de su corazón cuando la abrazaba.

Baldomero le explicó, rústicamente, que desapareció de su vida por haber muerto tempranamente en una huelga ajena. Una bala perdida, dijo.

A su único marido Luis ¡su David de Miguel Angel, su gloria! El que se fue de su lado para encontrarse a si mismo, llevándose consigo a su modelo viva.

A Gabriel D´Annunzzio, el poeta que extraía de su cabellera enmarañada los poemas que componía.

Y a su gran amor, su zorro, el gran Julio Roca, inolvidable hombre fuerte y seguro de sí mismo, generador de prosperidad para la Argentina y represor limitante, al mismo tiempo. Así se lo escuché decir a ella, cuando se encontraron a solas.

Ese día, ya dije, estábamos todos. Todos, menos el Espíritu Santo. (Pausa) Convengamos que él no podía presentarse. En realidad no tenía derechos suficientes. El sabía que jamás había sobrevolado su casa cuando esculpía. ¡He aquí la equivocación de parte de ella!

Por eso no fue. No tuvo cara. Distraído, dejó sobre el altar de los perfumes del Apocalipsis, lugar al que diariamente y por puro gusto frecuentaba, la tarjeta de invitación y yo se la robé, sí, ¡se la robé! ¡Claro que fue un abuso de confianza! Y si no ¿Cómo entraba yo al convite, sin tarjeta? Allí, cuando me detectaron, porque yo no siempre me dejo ver, causé un gran revuelo. Pero luego se fueron sosegando gracias a mis explicaciones. El problema surgió conmigo cuando de entrada nomás le dije a Lola: Y sí, soy yo, el Demonio, pero vine y me hice visible para que supieras, por mi propia boca, que tu obra para llegar a ser celestial, como terminó siendo, debió comenzar siendo diabólica, con mi ayuda. Por eso y porque yo te amaba y te sigo amando con locura todavía, puse a tu pies todos los fuegos de mi infierno. Todos, todos ¡Amor, mío!.. Así, de esa manera, concretando lo que parecía imposible con la fuerza bestial de lo maldito y el atractivo de todo lo prohibido… de lo misterioso… de lo sobrenatural… lograrías arribar, como lo hiciste, a la considerada región de los que reinan. Así le dije.

Lo primero que hice, recuerdo, fue acercarme a D´Annunzzio, el poeta y mientras tomábamos champan dulce y hablabamos de las necesidades del hombre de hoy ¡Pobre hombre de hoy! Se nos acercó Magdalena.

-Mire usted, un poco, le dije. ¡Que bella es esta mujer! ¿Verdad? Lola quiso esculpirla pero no pudo.

-¿A no? me dijo mirándome fijamente.

-No. le contesté. -Y según ella misma confesó le salía áspera, rústica, sin terminación, completé. Y proseguí: Tal como la compaginación de la historia quiso mostrarla ¿No le parece? Lola quiso ser la primera en oponer, a los designios de esa historia, la fuerza correctora pero…las mujeres debían actuar intramuros, siempre, pero ella no obedeció y así le fue. No le pudo ir peor. Ni santa ni redimida! Oscura como yo. Otorgando placer sin conocerlo. Por simple necesidad. Sin hijos y sin obra y sin envidia en su persona y soportando el peso del escarnio ubicado sobre su espalda. (Pausa) Y con la enorme responsabilidad de haber otorgado el testimonio sagrado de la más sagrada de las desapariciones. ¿Qué le parece? A lo que el poeta, preocupado me preguntó: ¿Y cree usted todas esas cosas, especialmente la última? Entonces… al darme cuenta de que se había olvidado de con quién estaba hablando, no pude más que contestarle, tal vez un tanto abruptamente: ¡Pero D´Annunzio, me extraña, cómo no voy a creerlas. Aquí ya no es cosa de creer o no creer. ¡No! Aquí es cosa de aceptar o no aceptar. Para ella y para mí, que constituimos los mejores referentes -humano-celestiales, si quiere, todo es verídico; todo es absolutamente cierto. Más. Ella, como persona pecadora es obra mía porque yo soy obra de El -me estoy refiriendo, como usted sabrá muy bien, al Padre. El me necesitó a mí, por eso fui creado. (Pausa) Para adquirir valor por contraste. Contraste del que

derivó en desprecio. Pero a mi eso ya no me importa nada. ¿Puede creerlo?... Y a propósito, proseguí: ¿La violencia desatada entre los

hombres, que se dicen libres, alguna vez fue más perversa que

la que impera hoy? ¿Qué piensa usted?

¡Me preguntaron todos tantas cosas!… Y les contesté tantas que hasta me arrepentí, pero ya estaba. Al instante me di cuenta de que no podía volver atrás. Las palabras dichas y escuchadas son así ¡IRRETROTRAÍBLES!

Por de pronto les dije que Dios sabía todo porque, no quiero afirmarlo pero así parece, Él se encuentra en todas partes. Sabía que Magdalena para agradar a Jesús, que también es Dios, aunque de Él no tengo ganas de hablar hoy, haciendo sacrificio, más de una vez trabajó por nada hasta desmoronarse. También sabía que sólo a los hombres les era permitido aferrarse a ese juego, el del amor, de manera animal, exasperante… y sin reparos y hasta entre ellos. Y llegue a decirles, también, que sabía ¡y muy bien! que las mujeres de la talla y condición de Magdalena no eran demasiado requeridas

Así que… bueno…Se las buscaba con desgano sólo para aplacar ansias calmadas, en actos considerados por todos demasiado trabajosos y hasta incomprensible a mis ojos. Ya que ¡que quieren que les diga! yo nunca logré entender esa ansestral e higiénica costumbre de buscarla para gozar con ella…

Es que el acto… les dije, debía terminar como empezaba, sin dejar rastros, intrascendetemente. De allí la consigna que, con férrea voluntad, ella consiguió cumplir, a lo largo de su vida. “Ni hombre propio ni niños florecidos”.

(Se apagan las luces, música patética y fuego proyectado, como telón de fondo).

Segunda Parte separada de la primera con sólo una pausa y las expresiones, movimientos y dichos más exagerados.

Y todo eso… ahora les digo a ustedes que están allí, escuchandome, tal vez fue así, porque al llegarse, en lo que a mí respecta, tan lejos como se llegó, pienso que se exageró. Es que esa minúscula causa de irónica actitud mía, para con Él, no podía generar nunca tamaña pena. Por eso el hombre siempre se encuentra tentando una postura. Cada uno inmerso en lo suyo o con lo suyo. (Pausa).

Una digna manera de cruzar el vado ¿No les parece?

Las piedras de su senda halladas o colocadas le imponen un trabajo extra al que no puede renunciar. Nadie logró convencerlo de las bondades del camino natural. Él busca la huella. La profunda. La dejada por él. La ignorancia lo hace trabajar o ser violento, de allí la necesidad de la existencia del ejército, como lo expresó, muy bien, Julio Roca, un día. Él, el hombre, prefiere rellenar, remodelar, entubar... Insiste. Todos los hombres insisten, empeñados en lograr muy especialmente el cumplimiento de esa única y extraña ley, la de la prosecución inacabable de la especie, llamada también de la amortización. Amortización porque a la vida hay que amortizarla. ¿Se dan cuenta? ¡Amortización! La que solamente se consigue con trabajo repetitivo... Lento trabajo repetitivo, pacífico o impregnado de violencia para acelerar el trámite... o con obras perdurables y dotadas de belleza, como las de Lola, que significan lo mismo: trabajo acumulado.

Es que el trabajo y sólo el trabajo, tranquilo o violento, como digo, sépanlo, es el que los ha hecho convivir dentro de mis dominios, profundamente resentidos y hasta humillados.

La posesión o la carencia de esa actitud vital y necesaria, no cambia, en nada, la sensación que produce en el hombre la desprotección de ambos extremos: tener mucho trabajo; ser un caballo o un burro de carga y retobarse o no tenerlo en absoluto; ser un desocupado o un paria, que es lo mismo y también retobarse. Rezagados. Sin salida.

Siempre inmersos los veo dentro de un mismo interminable suplicio doloroso.

¡Ah…! ¿Y ustedes me preguntan y quieren que les hable de ese hombre, el del esfuerzo?, ¿El que, adherido a la tierra por las plantas de sus pies cansados, merece ciertamente lo mejor? Y sí, es verdad, así es. (Pausa corta) Merece lo mejor, porque para ese hombre, el que comprueba que sus logros se deshacen, mientras cree transitar la senda que lo conduce a la prosperidad, ¡la lección es terrible!. Entonces yo les pregunto a los que piensan: ¿En quién podría confiar cómodamente ese hombre, si supiera la verdad?

Prometo que desde hoy, así como en su momento me preocupé de Lola, mi Lola Mora querida, aunque no lo crean me ocuparé personalmente de este asunto y de la misma manera. Es que el mal, recuerden, no somete rigiendo en los abismos. Él rige y reina libre en las alturas para hacerlo bien. Cuando se hace al enemigo el mal, tal cual tuve que hacerlo yo, para contrarrestar infames detractores, cerradores de puertas, destructores de obras por envidia, o simplemente represores de vengadores... trepado como estuve para hacerlo, en la cima de un cerro, una vez neutralizados los violentos hedores de ambos males, el mío y el de ellos, el bien que concreté al aniquilarlos luego, se acurrucó feliz vibrando satisfecho en el centro de algún alma ya sosegada. Fue un bien hecho con mal, que sólo el gran dolor de algún pobre mortal me sugería. No lo olviden nunca. (Pausa)

Veo que se están sintiendo ya un poco confundidos. (Pausa) Estan pensando, todos, en ese pobre hombre inocente y completamente aislado, el que multiplicándose, forma la humanidad. (Pausa larga) Sobre su espalda y su cabeza el cielo, con el cual la Providencia le quita a él y a todos, la posibilidad de vuelo, como lo hizo conmigo. sin otorgarle a nadie ninguna fórmula contra la perdición. (pausa) Una eternidad es demasiada espera. Es la espera sin esperanza. ¿No les parece? Piénsenlo. Piénselo un poco. Es la imposibilidad absoluta de salir de allí. ¿No lo cree? La eternidad, sanción atroz, no ha sido creada por mí. Tal vez por eso a ese extraño gravámen de conciencia no lo cargo, a Dios gracias. Y la crítica histórica conjetural, la de los hombres, siempre llega después de sucedidos los hechos. ¡Tarde, José!, como dirían, en Arrecifes, los amigos de ustedes.

Hoy he venido, sin apuro, a explicar por qué la eternidad me causa horror. ¡Ah¡ Y otra cosa además que ya olvidaba: vine a decirles a todos que tomen sus recaudos, cuando se ubiquen frente a mí o crean, simplemente, que están conmigo. Porque miento, miento mucho. (Pausa) Y ¿Por qué lo hago? Les contestaré: Miento porque mi resentimiento, el que se ha instalado bajo mis pies como un dolor creciendo con la savia de mi ser a modo de raíz, no me permite explicar, jamás, quién soy a nadie. Y es así, entonces, cómo fue sucediendo haciéndose posible, que esa fecunda y trascendente historia, sofocada, escondida, por haberse encontrado desde el inicio de los tiempos cercada con los siete círculos concéntricos de hierro, tan áspero como resistente y tan profundamente colocados, me quitó hasta la razón de mi lenguaje. He dejado de hablar y para siempre. Ahora soy como El, como Dios y como El me comporto, aunque hoy, por excepción me haya decidido a hablar, con ustedes. Con nadie más que con ustedes. Que conste. Tampoco puedo, debido a esa raíz de sufrimiento, aflorar con facilidad ni andar tranquilo afuera, cuando salgo. Ni pedir me mojen cuando cruje mi piel resquebrajada. Es que carezco de derechos y permisos. Y como por naturaleza soy desobediente, cuando en las honduras los hierros de los círculos y las rocas detienen mi andar, cosa que ocurre bastante a menudo, por suerte para mí aunque no para todos, tomo de la dura tierra la extraña energía que espera escondida y con ella emerjo. Y en la superficie, miento. No sé hacer otra cosa. Uso la mentira como arma. La más eficaz. La que mejor sirve porque mejor se adapta para hacer el bien, a aquellos que se lo merecen. Me refiero a ese bien que tengo prohibido hacer, por imposición de mi libre albedrío. Miento para hacer el bien también a aquellos que no se lo merecen. Miento, como ustedes saben, para hacer el mal a quienes se lo merecen ¿Por qué no?, me pregunto a veces. ¿No está bien hacer eso? Y miento para hacer el mal a quienes no se lo merecen. Esto último, para que nunca nadie se atreva a reprocharme, afirmando que yo no me preocupo por cumplir con mi deber, el de desconcertar. ¡Increíble! ¿verdad?

No, no se asusten. A veces también suelo jugar limpio. Especialmente cuando no tengo que expresar ningún cumplido. Cuando con mucho gusto, asumiéndome libre, desisto por un rato, de servir al Mal, el cual como imperativo categórico debe fluir eternamente de mi fuente interna. Pero… ¿Sabén? A veces me canso de representar siempre el mismo papel.

Entonces… Transformando las ondas de muchos de ustedes en potencias vitales voy agregando a los lánguidos fuegos detectados las llamas portentosas existentes sólo dentro de mi dimensión. Para crear, de a poco esa nueva tendencia que llaman infernal. ¡Y lo consigo! (Llorando) ¡Y lo consigo! ¡Dios mío!

Y ahora me voy, me tengo que ir. De lo contrario me quedaré afuera. Afuera hasta de la eternidad y, lo que es peor, por toda la eternidad. Me acurruco… ¿Ven? Así… para volatilizarme y llegar al lugar de donde vine. ¡Mejor no quieran conocerlo! (Riendo y abriendo bien los ojos, en franca expresión de complicidad) ¿O sí?

Se apagan las luces. (Fuego y Música acorde).

FIN

Amanda Patarca 11 de diciembre de 2010


La Conjetura

Obra dramática en tres actos.


Si la obediencia es sumisión... ¿A quién obedecer, entonces? ¿A la ley cuando es clara y se ajusta a la realidad, según hoy proclama el temperamento femenino?

¿A la autoridad, según aceptaron muchos varones comprometidos?

¿Al instinto como muchos piensan aunque pocos se atrevan a reconocerlo?

La mayoría dice: A Dios. Mayoría que podía estar constituida por mujeres.

Constituida por mujeres. ¡Al fin pudo, hoy; reconocerse, justamente eso!

Por mujeres que a] haber comenzado a estar atentas, vigilantes, inquietas, expectantes, se atreven a sacar sus pensamientos a la luz. ¿Y por qué no?


EXPLICACIÓN

Los perros guardianes, en cuanto a su significación, guardan relación con los personajes que han existido en los albores de la institución Estado al solo efecto de facilitar la preservación y continuación del sistema.


RECOMENDACIÓN

Esta obra ha sido concebida para ser tratada con el mínimo de elementos, montados la mayoría sobre pequeñas ruedas para agilizar el deslizamiento.

Los telones habrán de ser negros o decorados con diseños de pintura mural, los que subirán y bajarán en plano vertical o se deslizarán plegándose y desplegándose en el plano horizontal por medio de alambres y resortes para acelerar el movimiento.

Las aberturas, puertas, ventanas y claraboyas colgantes, en la mayoría de los casos jugarán como elemento de contraste junto al telón utilizado. La luz proyectada a través de ellas cobrar, de esta manera y según su intensidad, la fuerza necesaria en cada escena.


ESCENA DE INTRODUCCIÓN


Al abrirse el telón una máquina de complicada y sofisticada tecnología abarca gran parte del telón de fondo. Varias personas manejan su instrumental separado en áreas de distintos colores. Hablan en lenguaje cifrado incomprensible. Enchufan y desenchufan terminales de diferentes formas. Conectan y desconectan conmuta dores y transformadores. Mueven cables, muchos de ellos enredados en lámparas que prenden y apagan. Los operarios son seres indiferencia dos, vestidos uniformemente de un mismo color. Llevan capuchas ajustadas de microtul con las que ocultan sus rasgos. Diferenciada y sobresaliente se ve la tecla mayor de esa maquinaria. Todos deben dar a entender que se esfuerzan por no tocarla exagerando sus gestos al acercarse a ella. Por uno de los costados aparece el jefe de todo ese personal. Viste de otro color ocultando asimismo sexo y rasgos. Al ubicarse en medio de la escena y levantar las manos, en actitud de espera en la dirección orquestal, todos guardan silencio, instantáneamente, inmovilizándose en el gesto emprendido segundos antes.

JEFE.— En tren de domesticarlos, una vez más, como vengo haciéndolo todos los días, desde que comenzamos a utilizar este magnífico mecanismo de defensa, debo recordar, advertir, recomendarles lo mismo.

UN PERRO GUARDIÁN.— Muy bien, Jefe.

OTRO PERRO.— Ya estamos listos para escuchar.

OTRO PERRO.— Adelante.

JEFE.— Recordarles que nuestra misión aquí es GUARDAR LA SEGURIDAD.

PERROS.— (Todos al unísono.) Nuestra misión aquí es simplemente GUARDAR LA SEGURIDAD.

JEFE.— ¡No! ¡No! Simplemente no. ¿De dónde sacaron la palabra simplemente, si nunca antes la habíamos mencionado en estas circunstancias? ¡Señor!...

PERRO 1.— Simplemente quiere decir: así de fácil. Y así de fácil (Haciendo ruido con los dedos pulgar y mayor.) nos es a todos entender, saber, comprender, aprehender.., que nuestra misión aquí es como usted lo dice: guardar la seguridad.

JEFE.— Bien, dejémoslo así. Ya hemos recordado, ahora debo advertir. Advertirles que hasta que no escuchen la clave

precisa y clara que todos ustedes conocen y que reconocerán en el momento oportuno, está terminantemente prohibido tomar contacto personal con la tecla mayor llamada del bien y del mal.

UN PERRO.— ¿Tomar contacto personal quiere decir tocar?

JEFE.— Sí hombre, pero cómo es posible que recién hoy me lo preguntes. ¿Es posible que desconozcan el significado de algunas palabras?

PERRO 2.— Lo que pasa Jefe es que necesitamos comprenderlo plenamente. Usted nos dice las cosas como para hacernos pensar en consecuencias indescriptibles.., insoportables... Sin embargo (Dirigiéndose a sus compañeros.) no teman, no voy a dar nombres. Uno de nosotros limpiando.., sí, limpiando la tocó.

JEFE.— (Gritando.) ¡Entonces desde hoy está prohibido terminantemente limpiar! (Pausa para tranquilizarse.) Para terminar por hoy debo recomendarlas... (como entregado) no acercarse demasiado a ella.

PERRO 3.— (Dirigiéndose a los otros perros.) Todavía falta lo de confío...

JEFE.— La curiosidad no podrá jamás vencerlos. Confío en ustedes... Todos están entrenados. Son austeros, consecuentes, decididos, prudentes y por sobre todo honorables.

PERRO 4.— Pierda cuidado Jefe. Nosotros ya sabemos lo que es un misil.

OTRO PERRO.— Nosotros ya sabemos lo que es un sistema.

OTRO PERRO.— Lo que es el bien.

OTRO PERRO.— Y el mal.

JEFE.— ¿Mejor que aquellos?

PERRO 3.— Mejor. Mucho mejor que los del paraíso. Ellos eran unos ignorantes.

PERRO 4.— Y lo que es más importante Jefe, nosotros sabemos qué es un accidente... (Bajando el tono de la voz.) Lo que no sabemos es cómo evitarlo.


PRIMER ACTO


PRIMERA ESCENA


María y José se encuentran en una habitación vacía. A un costado una antigua cómoda con alzada luce en su centro un oscuro candelabro apagado. Los cajón cites de la alzada abiertos y en desorden. Desde una ventana la luz del sol se va apagando. Lentamente, se escucha el tañír cercano de campanas llamando a oración.

MARÍA.— (Embarazada.) Aquí no está. Las campanas del convento llaman a oración. Dentro de unos minutos se habrá hecho de noche y sólo encontramos botoncitos de nácar y puntillas desteñidas.

JOSÉ.— Si te parece prendo el candelabro. No vaya a ser que por no tener entre tu ropa al bendito escapulario el día del parto te descontroles. ¿Te parece que lo necesitarás realmente?

MARÍA.— Sí, lo necesitaré.

JOSÉ.— (Revolviendo.) Mmmm.. El escapulario del Santo Sepulcro. La tanada. ¿No será sugestión?

MARÍA.— ¿Sugestión? Por favor no me vengas con eso. Justo ahora que estamos casi al final. ¿Querés hacerme dudar?

JOSÉ.— ¿Y quién puede asegurar que sea realmente del Santo Sepulcro?

MARÍA.— (Cariñosa) Dejate de embromar, José. Lo necesitará y mucho.

JOSÉ.— Decime. ¿Te acordás de haberlo visto alguna vez?

MARÍA.— Claro que lo vi. Lo vi antes de morir la nona. Cuando Ángela y Mariana tuvieron familia. Yo misma se lo prendí a Mariana del camisón. Ayuda en los partos, eso es todo, y ahora yo quiero tenerlo conmigo como lo tuvo mamá... Y la nona antes que ella. Estoy en mi derecho ¿no? (Buscando.) Dónde estará...

JOSÉ.— ¿Cuánto hace que esta casa no se abre? (Buscando y revolviéndolo todo.) Años seguramente.

MARÍA.— (Distraídamente mientras da vuelta uno a uno los cajoncitos más pequeños.) Quién me habrá mandado a mí dárselo a ella cuando ya estaba tan viejita... Y para colmo ciega. Pobrecita. Dónde lo habrá metido. (Se agacha para conseguir más comodidad.)

JOSÉ.— (En penumbras.) Prenderé el candelabro así podremos quedarnos un poco más.

MARÍA.— Tendré que levantarme. No puedo más en esta posición. Creo que tengo contracciones. Estoy tan cansada...

JOSÉ.— (Enciende las velas del candelabro para utilizarlo luego como reflector. Al cabo de un instan te encuentra un paquetito confeccionado con tela blanca ya amarillenta. Lo muestra a María y al público.) ¿No será esto?

MARÍA.— (Entusiasmada.) ¡Sí! ¡Es éste! Prendémelo, José.

JOSÉ.— Esperá, lo voy a abrir.

MARÍA.— (Imperativa.) ¡No! ¡No podés! Dicen que abrirlo trae mala suerte. Alguien me habló de...

JOSÉ.— (Interrumpiéndola en el preciso momento en que tajea su borde con un cortaplumas.) Tarde María... Chorrea.

Parece sangre. Sangre pegajosa...

MARÍA.— (Prosiguiendo con la frase que comenzó José.) ¡De un corazón! (Pausa.) ¡Que late! (Grita con horror.)

JOSÉ.— Apurate... Corré. Traé una fuente de la cocina. Rápido que parece que se está agrandando. (Sacando de entre Ja tela un pequeño papel muy manchado.) Pero ¿qué es esto? (Lo lee en silencio.)

MARÍA.— ¿Qué hacemos ahora? ¿Lo guardamos? Tengo tanto miedo. (Las campanas vuelven a sonar.)

JOSÉ.— No te preocupes demasiado. (Con voz segura.) La nota dice que en sólo instantes nos olvidaremos de todo, hasta del corazón que desaparecerá pronto sin duda. (Sonriéndole forzadamente.) Hasta que la oportunidad del recuerdo consiga su lugar. (Abrazando cariñosamente a su mujer.) También nos olvidaremos de que hoy sabemos que será mujer, que se llamará Lisa y que nacerá de un parto estupendo!

MARÍA.— ¿Que se llamará Lisa? Me gusta Lisa.

FIN DE LA PRIMERA ESCENA


SEGUNDA ESCENA


En el centro del escenario se encuentra una extraña máquina computadora Siemens Commodore con visor exterior y botones de diferentes medidas, formas y colores correspondientes éstos a su mecanismo de manejo digital. María y José ubicados cada uno a un costado de La máquina se miran por sobre ella en actitud de complicidad. Ambos muy sonrientes y con el dedo Indice en alto.

JOSÉ.— (Cariñoso.) Bueno, está bien. Por ser la primera vez empezá vos. Apretá la tecla de ON y después dejanie a mí.

MARÍA.— Eso es... (Apretando la tecla la máquina enciende su visor con una luz blanquecina y comienza a hacer ruidos extraños.) A ver.., apreté las teclas de arriba que yo me ocuparé de las de abajo. Así.

JOSÉ.— Dejame ver un poco.

MARÍA.— ¡Qué maravilla! ¡Todo lo que se ve! Miré un poco vos porque cuando empiece el sonido nítido dice el manual que la pantalla debe verse en blanco.

JOSÉ.— ¡Dejame de embromar! Esto es muy complicado para mí. Casi te diría que me estoy por arrepentir de haberla traído.

MARÍA.— Silencio, José, que ya estoy escuchando algo. Sh... Presté atención.

JOSÉ.— (Apretando juntas todas las teclas superiores.) Atención. José llamando. Llamando, contesten por favor. Cambio.

MARÍA.— Che, esto no es una radio. No podés tratar como si fuera un simple aparato de radio a una genuina Siemens. Commodore. Ella se comportará como debe sólo si vos te sometés a las normas del reglamento de uso.

(En ese instante la máquina hace un ruido y la pantalla se colorea pasando por todas las gamas hasta quedar estéticamente iluminada con una intensa luz blanca, casi enceguecedora. A continuación comienza a escucharse, proveniente de su interior, una voz pa usada y profunda.)

VOZ.— De concretarse un hecho muy particular, aún latente, Lisa habrá de desempeñar en este mundo el rol de Salvadora de la Humanidad.

(María y José instantáneamente se abalanzan sobre la máquina con el único propósito de apretar el botón de 0FF. Una vez hecho esto quedan ambos mirándola.)

MARÍA.— Dijo Lisa. Yo escuché bien, nombró a Lisa y ya no me gusta.

JOSÉ.— Sí, yo también escuché, pero ¿por qué no dejar que siga hablando? Después de todo es sólo la voz de una máquina de entretenimiento casero. Dijo algo extraño, de acuerdo, pero... ¿De verdad querés apagarla?

MARÍA.— Si, me da miedo. Cuando la compramos me pareció bárbara. ¡Entrar a un juego de rompecabezas apretando suavemente la tecla “R”! ¡Un rompecabezas que se transformara en tarot con sólo mover una llavecita! Pero ahora...

Para qué la habremos traído.

JOSÉ.— Creo que tenés razón. Si la hubiéramos dejado en Francfort hubiéramos ganado en tranquilidad. Sin embargo... Perdoname pero yo quiero escuchar. (Apretando resueltamente la tecla “ON").

MARÍA.— (Adelantándose a la máquina.) A ver, a ver señor. ¿Por qué usted nombré a Lisa, a ver? ¿Por qué?

VOZ.— Porque ella habrá de equilibrar, con su accionar sorpresivo, la humillación que significó para Cristo, hecho hombre no mujer, su inmolación.

MARÍA.— ¿Por qué dice usted equilibrando? ¿Por qué dice usted que justo nuestra hija está llamada a ser la salvadora y nada menos que con un accionar sorpresivo? ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurrirá? (Como para sí.) Yo no entiendo nada.

(Como dudando.) Si esto es un tarot, José...

JOSÉ.— Sh, dejalo hablar. Aprendé a escuchar un poco. ¿No te das cuenta de que está dispuesto a explicar?

(Se escuchan ruidos.)

VOZ.— Porque ninguno de ustedes se ha dado cuenta todavía que.. - (La máquina dejo de funcionar. José comienza a mover todas las teclas juntas, termina pateándola, se pone como rabioso. María lo apacigua.)


FIN DE LA SEGUNDA ESCENA


TERCERA ESCENA


Se observan los detalles de un comedor diario. Una puerta entreabierta deja ver parte de la cocina, más hacia el centro otra puerta entreabierta permite imaginar, por los detalles dispuestos, que se trata de una habitación infantil. Más alejada la puerta cerrada del baño y sobre el otro latera] de la entrada también cerrada. En escena la dueña de casa.

MARÍA.— (En pleno trajín, con la cafetera humeante en la mano y la panera en la otra, tratando de encontrarles un lugar en la mesa que está armando. Se dirige hablándole al que se supone se encuentra del otro lado de Ja puerta cerrada del baño.) La máquina inteligente. La máquina inteligente. No hay otro tema en esta casa. Y bueno, como no existe otro tema, cuando le pregunté a Esteban me contestó que todo cuanto yo le había dicho no tenía ni pie ni cabeza porque la máquina, cualquiera sea, no contesta si previamente no ha sido cargada con la respuesta... (Como para sí.)

Esta, en realidad, comenzó a hablar sin que nosotros le preguntáramos nada. ¿Te acordás? (Pa usa.) Comenzó a hablar simplemente cuando apretamos la tecla ON... Y yo le contesté. Entonces, ¿vos no creés en las que hacen de alguna manera asociaciones de ideas? Entonces él me contestó: de ninguna manera, eso es justamente lo que están buscando los japoneses. Entonces yo volví a insistirle... ¿Me estás escuchando, José?

JOSÉ.— (Entreabiendo la puerta.) Claro que te estoy escuchando.

MARÍA.— Como no contestabas... Creí que te habías ido por la puerta de atrás.

JOSÉ.— ¿De qué puerta de atrás me estás hablando, si este departamento no tiene puerta de atrás? Vamos, María... ¿Estás bien? ¿Estás hablando en serio o en broma?

MARÍA.— ¿Todavía no sabés cuándo hablo en serio o en broma?

JOSÉ.— (Abriendo la puerta completamente y apareciendo en escena con un jabón en la mano y frotándose el cuello con la toalla.) No, sinceramente no.

MARÍA.— ¿No te hace falta a vos una pequeña dosis de humor?

JOSÉ.— Sí, pero tené en cuenta que esto que está pasando no es nada gracioso.

MARÍA.— (Comprensiva.) Claro. Y eso te pone serio. Digo... Esto que está pasando y la tensión que produce. Sin embargo... (Cambiando de actitud.) Yo creo que deberíamos festejar todo esto.

josÉ.— (Enjabonándose Ja cara Ja mira desde adentro sin contestar.)

MARÍA.— Festejarlo haciendo el amor por ejemplo... Bueno... No te puedo urgir, va sé que es necesario motivarse antes.. -pero... ¿Para qué otra cosa fuimos puestas en el mundo las mujeres sino para levantar el ánimo de los hombres?

JOSÉ.— Ah... Ahora estás así... Toda descocada... Pero el otro día cuando conectamos la máquina rompecabezas no estabas así. Estabas de otra manera. (Volviendo a salir del baño palmoteándose la cara con la toalla.)

MARÍA.— (Como burlándose.) ¿Yo? ¿Y vos que hasta la pateaste?

JOSÉ.— (Ya afeitado, acercándose a la mesa.) Seguí contándome que me interesa lo que te dijo tu hermano, el especialista... En computadoras.

MARIA.— (No haciendo caso a la ironía.) Me dijo muchas cosas. Que se está investigando pero que todavía no pudieron dar con la tecla de la toma de decisiones. Tampoco con la de adivinación y menos con la de predicción.

JOSÉ.— Entonces no me explico quién puede haber sido el que salió hablando de Lisa.

(Desde adentro de la habitación infantil se escuchan el llanto y los gritos histéricos de su hijita Lisa llamándolos. María y José entran corriendo en la habitación desapareciendo de la escena. Sólo se escuchan las voces confundidas en la confusión.)

MARÍA.— ¿Qué pasa chiquita mía, qué ha ocurrido? Por favor hablá. Contale a mamá. Contale.

JOSÉ.— Esto es un ataque de nervios. Por Dios. Tenele las piernas. Fuerte, más fuerte. María... ¿No estaba jugando con la computadora? A mí me pareció que estaba con el rompecabezas cuando entré en el baño. Me parece que nos equivocamos con esa máquina.

MARÍA.— (Habla a los gritos para tapar el llanto de su hija.) Hicimos muy mal José en traerla. Ese horrible artefacto debió haber quedado en Francfort. (Llorando también.) En ese supermercado Bienker también horrible.

JOSÉ.— Tenela apretada. Así... Yo voy a buscar al médico de arriba. (Decidido, desaparece por la puerta de entrada situada en el fondo. Mientras el llanto persiste se apagan las luces.)


FIN DE LA TERCERA ESCENA


CUARTA ESCENA


Al encenderse nuevamente las luces se ve la misma escenografía anterior pero en esta oportunidad la luz alcanza también a la máquina que está ubicada sobre el otro frente. María y José se encuentran sentados, al parecer desayunando. Él lee el diario. Ella se come las uñas en actitud de espera. El silencio se hace largo.

MARÍA.— ¿Antes de irte no querés que la pongamos en funcionamiento?

JOSÉ.— ¿Te parece? ¿No nos traerá otro lío? MARÍA.— (Lo mira pero no contesta.)

JOSÉ.— Ma... Casi que si. Pero un ratito... Hasta que la nena se despierte... Aunque la nena va a tardar un poquito, creo, en despertarse. Las pastillas de Valium que le recetó el médico no eran de las más chiquitas.

MARÍA.— Eran más bien grandes...

JOSÉ.— Quizá, no sé... Creo que como para dormir un día entero...

MARÍA.— ¡Qué barbaridad! ¿Se despertará?

JOSÉ.— Mujer ¿cómo no va a despertarse? Está medicada, eso es todo. (Pausa.) Lo que no me explico es lo que puede haberle pasado. Yo la vi tan tranquila jugando con el rompecabezas... ¿No habrás dejado a su alcance la llavecita, no?

MARÍA.— ¿La llavecita? No sé. (Buscando.) No me acuerdo de haberla guardado. ¿No la tendrás vos?

JOSÉ.— La última vez que esa maldita máquina fue usada como tarot fue con los Belzaguy. ¿Te acordás? Dimos vuelta la llavecita para neutralizar el rompecabezas y desapareció de mi mente.

MARÍA.— (Saliendo de la habitación de Lisa con la pequeña llave en la mano.) Aquí está. Ya no caben dudas de que maniobrando conectó, sin saber, el horrible mecanismo del juego de las predicciones.

JOSÉ.— Tengo el presentimiento de que pronto desentrañaremos el misterio. Por de pronto hoy voy a aprovechar un rato mientras la nena duerme. (Dirigiéndose a María.) Vení María. Acercate. Miré un poco. (La invita a mirar por el visor.)

MARÍA.— Yo ahora sólo deseo llegar a explicarme el porqué de semejante revuelo.

JOSÉ.— (Vuelve a apretar todas las teclas de arriba juntas) Ahora vas a ver...

VOZ.— De concretarse la posibilidad latente de ese hecho tan particular Lisa será la encargada de equilibrar la inmolación de Cristo, el que entregó su vida para la salvación de los apasionados.

MARÍA.— ¿Apasionados? ¿Qué apasionados?

VOZ.— De los apasionados puestos al servicio de la violencia y también de los pacíficos.

JOSÉ.— ¿Pacíficos? ¿Qué pacíficos?

VOZ.— Sí, de los pacíficos. Así como lo oyen, porque Cristo fue inmolado también para conseguir la salvación de los pacíficos puestos al servicio de la indiferencia.


SEGUNDO ACTO


PRIMERA ESCENA


Al encenderse las luces Agatha y Lisa se encuentran sentadas en una mesa de café ubicado enfrente de la casa de] escritor y filósofo Be urdió, de la cual el espectador puede ver claramente una parte del hall y la puerta de entrada. Mientras hacen tiempo, las mujeres conversan animadamente.

LISA.— Tía Ágatha, qué suerte que la casualidad hizo que hoy nos encontremos.

ÁGATHA.— Vos no lo vas a creer pero te estaba extrañando.

LISA.— Debe haber sido premonición.

ÁGATHA.— Cierto, porque me estaba acordando de vos cuando nos cruzamos.

LISA.— O te veo todos los días hasta cansarme o desaparecés. (Bien.)

ÁGATHA.— De a dos es más fácil hacer tiempo.

LISA.— Y este lugar me parece estupendo porque de paso lo espiás.

ÁGATHA.— ¿Estaré?

LISA.— Quién sabe... De todos modos vigilaremos hasta las cuatro.

ÁGATHA.— Sí, sí, hasta las cuatro. Ésa ya me parece una hora prudente.

LISA.— ¿Te cité?

ÁGATHA.— ¿Citarme? Lisa, no. Jamás hablé con él. En realidad poco importaría que estuviera o no en la casa porque lo que yo pensaba hacer era dejarle el libro nada más.

LISA.— No te entiendo. ¿Dejarle el libro y luego venir a buscarlo?

ÁGATHA.— Claro, porque lo que yo pretendo verdaderamente es su firma, no entrevistarlo.

LISA.— ¿Y si él no firmara?

ÁGATHA.— ¿Si firmara otro por él, querés decir?

LISA.— (Asintiendo con un leve movimiento de cabeza.) Quizá.

ÁGATHA.— No lo había pensado. ¿Para qué me lo dijiste? A veces es mejor tener fe. Imaginar que es verdad sin dudas ni titubeos...

LISA.— Claro, es mejor, pero en ese caso, ¿qué harás de firmar otro por él sin vos saberlo?

ÁGATHA.— Creer, querida. No me quedaría otro remedio. Me convertiría en una más entre las tantas personas obligadas, por su forma de ser, a custodiar falsedades.

LISA.— ¿Aun sabiendo que puede ser una mentira? No te entiendo, tía.

ÁGATHA.— No me entendiste. Yo quise decir que es mejor tener fe que dudar, que es otra cosa. ¿O no? (Ríen.) Mira, Lisa. Lo admiro tanto que si firmara otro me transformaría en triste agente guardián de una también triste falsedad. Qué querés que te diga.

LISA.— (Guiñándole un ojo exageradamente.) Nada, tía. Nada. Hoy estoy en mi primer día ¿sabés? Así que ando de muy mal humor. Si, de verdad, aunque eso no viene al caso... ¿Querés saber algo de mí? (Sin esperar la respuesta.) Te cuento: estoy preparando literatura vanguardista y ahora... (Ríen juntas.) Ahora estoy aquí.

ÁGATHA.— ¿Ibas para tu casa?

LISA.— Sí, así que tenemos para estar juntas todo el tiempo del que vos dispongas.

ÁGATHA.— ¿Sí? ¿Me esperarás entonces? (Pausa.) A propósito (Busca entre los libros que trae con ella.) Compré este libro de filosofía existencial y voy a aprovechar para regalártelo. El libro de las conjeturas. Como sé que a vos también te gusta.

LISA.— Tiíta, sos un amor. (Se levanta de la silla para besarla.) Diste en la tecla. El gran Bourdié me fascina como Wagner.

Si mi generación no estuviera separada de la de él por tantos años... Si nuestras juventudes se hubieran rozado tan sólo en un punto, me refiero a la del “gran” y a la mía, y yo no me estuviera guardando como me guardo para el que algún día será mi marido, me hubiese gustado de alma, tía, haber tenido un hijo con él. (Ríen sin darle importancia a la frase.)

ÁGATHA.— ¿Tanto lo admirás vos también? Creeme que ahora soy yo quien te admira pero por lo primero que dijiste.

¿Querés creer que ya son las cuatro?

(Agatha dejo a Lisa, encaminándose luego, resueltamente, hacia la casa del gran Bourdid. En el preciso instante en que esta toca el timbre de la puerta de entrada las luces iluminan plenamente esa escena mientras la anterior desaparece en la oscuridad. Ágatha, portando un libro bajo el brazo, insiste con el timbre. La puerta se abre pudiéndose escuchar sólo la voz del que recibe. Más tarde se le verá de espalda.)

ÁGATHA.— No lo puedo creer... Usted... Es el señor Bourdié, ¿no?

BOURDLÉ.— Si, así es. ¿Nunca pensó que yo pudiera atender la puerta?

ÁGATHA.— No sé. Estoy tan turbada. Mejor dicho emocionada... ¡Pero qué barbaridad!

BOURDIÉ.— No puedo verle la cara pero por su voz intuyo que viene cargada de ternura y hasta podría agregar, sin temor a equivocarme, que lo que la trae por aquí es su juventud y su gran admiración que no merezco. Pero... Pase usted.

ÁGATHA.— Sí. Sí. Sin duda.

BOURDIÉ.— Admiración injustificada porque yo no soy el hacedor de lo que ustedes llaman mis maravillas. La naturaleza toda es mi compinche y... mi testigo silenciosa. La naturaleza toda. Ella y sólo ella es mi cómplice en el más vil de los delitos.

ÁGATHA.— (Curiosa y más tranquila.) ¿Delito? (Pausa.) ¿Cuál?

BOURDIÉ.— La profanación de su silencio, especialmente cuando me propongo rebajarla disfrazando de verdad a la

conjetura imprudente.

ÁGATHA.— He venido para que me firme sus obras completas. Le aseguro que estaba dispuesta a dejarle el libro para retirarlo el día indicado por quien me hubiera atendido pero... ya ve. Las cosas no son siempre como uno se las imagina, ni como las planea.

BOURDIÉ.— A veces son mejores... No sé, digo.

ÁGATHA.— Su rostro, por ejemplo. Es bello y posee la placidez de los que se acercan de alguna manera a la verdad por medio de la reflexión profunda.

BOURDIÉ.— ¿Estudia usted?

ÁGATHA.— Estudio medicina genética. Mejor dicho me estoy especializando. Soy parte de un equipo médico que

profundiza estudios relacionados con el líquido amniótico en el centro Baires de inseminación artificial humana.

BOURDIÉ.— Pero lo que la trajo aquí, supongo que habrá sido la literatura, ¿no? ¿O me equivoco?

ÁGATHA.— No, no se equivoca. Mis inquietudes literarias son otra historia. Paralela quizá.

BOURDIÉ.— Inseminación artificial. ¡Qué increíble! ¡Un hijo traído al mundo artificialmente! (Ríen.) A eso hemos llegado. (irónico.)

ÁGATHA.— SI. Todo eso ya es un hecho. Mejor dicho muchos hechos... Habrá leído usted...


BOURDIÉ.— (Interrumpióndola.) No, últimamente no leo... Me gustaría... Que usted... Si pudiera disponer de algunas pocas horas semanales. Horas libres por supuesto. No sólo leyera algunos textos para mí sino que de alguna manera me informara sobre esa maravilla de la medicina genética tan lejana de mis cavilaciones... Como eso otro que usted nombró. (Pausa.) La inseminación artificial. Lo que puede la mente... (Ríe.) Un hijo de Bourdié. El único hijo de Bourdié. El único hijo de Bourdié concebido por el nuevo método. ¿Quiere que le diga una cosa? Mi boca se niega a nombrar la palabra. Sin embargo mi espíritu pareciera estar dispuesto a tolerarlo. ¿Cómo dijo que se llama usted?

ÁGATHA.— Todavía no le dije cómo me llamo. Me llamo Ágatha Phatos.

BOURDIÉ.— Vuelva. Se lo ruego. Si no la atiendo yo hágase anunciar. Estaré esperándola. No olvide que yo no tengo hijos y que su falta recién se nota cuando los amigos comienzan a morir.


(Apagón.)


FIN DE LA PRIMERA ESCENA


SEGUNDA ESCENA


Cuando se encienden las luces la escena muestra las dos habite clones contiguas que componen la recepción del

departamento de Ágatha. Ésta con versa, animadamente, con sus dos compañeros de laboratorio, en la ubicada en la parte posterior.

ÁGÉiTHA.— Gregorio, lo he pensado mucho. Todos están de acuerdo, hasta el doctor Dresler que es el que más me

interesa, sabés bien por qué.

GREGORIO.— ¿Y quién corre con la responsabilidad?

ÁGATHA.— Yo corro con la responsabilidad. Con toda la responsabilidad... Total... ¿Qué mal podemos hacer?

GREGORIO.— Ninguno. Pero tené en cuenta que jurídicamente eso no está bien. No sé bien por qué pero no está bien. Yo lo creo así... Qué querés que te diga.

ÁGATHA.— Si la acción no está penada, no es delito. Así que... Miedo no tenemos que tener.

GARRIDO.— ¿Y la chica? ¿No tenés miedo de que después te haga un lío la madre.., o el padre? Qué sé yo. Si yo fuera el padre de tu sobrina y me entero de esto te asesino. Con ácido te asesino. Sin tener motivo válido, como vos decís, te tiro a la pileta del laboratorio. Te desintegro en un ratito... Es que es muy grande la macana.

ÁGATHA.— Quiero que sepan que esto no es una macana. (Solemnemente.) Gregorio, Garrido, escúchenme por favor. Esto está llamado a ser un acto trascendental. Un genio y una virgen. Inimaginable. Vamos doctores... Ahora no pueden echarse atrás. Recuerden por favor. La consigna debe ser: no hacer daño. No perder tiempo ni permitir que se dé cuenta. Tal como se hizo con él.

GARRIDO.— ¿Estás segura de que a pesar de todo él hoy nos espera nuevamente, sin sospechar?

ÁGATHA.— A todos, sí. Hoy quiere conocer a todo mi equipo. Al equipo que intentará cambiar un destino ignorándolo el destinatario, ganándole al futuro un mísero ser humano más. Una impensable criatura de Dios pero contrabandeada.

(Pausa.) Tenemos tiempo. (Mirando su reloj) Aún tenemos bastante tiempo. (Dirigiéndose a sus dos compañeros.)

Cuando Lisa llegue no se les ocurra hacer ruido. Recuerden que no quiero dar explicaciones. Tampoco se vayan a

asomar. ¿Entendido? Cuando se tome íntegramente el té y la domine entonces el sueño profundo yo los llamaré.

GARRIDO.— De todos modos si hace falta la anestesiamos como hicimos con él.

ÁGATHA.— Se hará todo lo que deba hacerse. ¿Entendido? GARRIDO.— Las fechas coinciden. ¿No?

ÁGATHA.— Eso ya está calculado. Las fechas de su ciclo son las correctas... Recuerden por favor...

GREGORIO.— Sí, que la consigna es: no hacer daño, no perder tiempo y no permitir que se dé cuenta.

(Suena el timbre. Algatha abre la puerta frontal por la que su sobrina Lisa entra naturalmente a la casa. Sonríe. Besa a su tía y resueltamente se dirige al sofá en donde sin titubear toma asiento. Los científicos que están haciendo tiempo en la sala contigua beben. Más tarde enciende cada uno un cigarrillo tratando, desde su posición, de escuchar la con versación que las mujeres inician en la otra sala, pero inmediatamente descarten la idea porque la distancia, que es mucha, y la pared divisoria se oponen a dicho propósito. Desde la penumbra Garrido invita a Gregorio a acercarse más a 41 con un leve movimiento de la mano. Sintiéndose ya seguros en esa ubicación los dos hombres comienzan a espiar a las mujeres abiertamente. Ambas habitaciones al estar lo suficientemente iluminadas permiten al espectador enterarse, en forma simultánea, de todo lo que en ellas va sucediendo. Téngase en cuenta que las mujeres hablan entre sí pero en la habitación contigua.)

GARRIDO.— (Observando detenidamente a Lisa.) ¿La conocías?

GREGORIO.— (Observándola detenidamente también.) No, jamás la había visto antes. Quizá por eso acepté tomar parte en esta crueldad.

GARRIDO.— ¿Todavía te parece una crueldad después de todo lo que hemos hablado? Para nuestra civilización occidental y cristiana, crueldad sería tomar parte en un aborto, cosa que verdaderamente no haría, pero no en una inseminación.

ÁGATHA.— (Recibiendo a Lisa) Te estaba esperando. Me gusta tenerte en casa.

LISA.— (Se besan.) ¿Cómo estás, tía? (Sonríe observándolo todo.)

ÁGATHA.— Creo que deberías venir más seguido, Lisa. (Desaparece por la cocina para volver con la tetera entre las

manos.)

GREGORIO.— (Contestando a Garrido.) Yo tampoco tomaría parte en un aborto. Me conocés bien.

LISA.— (Contestando a Algatha.) ¿Te parece...? ¡Estás siempre tan ocupada! Y yo, no te digo nada. Con la literatura, la

facultad y la lectura de las obras del gran...

ÁQATHA.— ¿Bourdié? ¿Te sigue interesando tanto Bourdié? GARRIDO. — (A Gregorio.) ¡Qué mujer... Gregorio! (Pausa.)

LISA.— (Contestando a Algatha.) ¿Que si me sigue gustando? ¡Ay, tía! ¿No te dije ya que me apasiona? Su literatura, su

forma de escribir, su espíritu, su temperamento. Qué no daría por frecuentar su casa... Hablar con él. Aprender de él.

(Pausa.)

GREGORIO.— Y pensar que dentro de un momento, no más, tendré que inseminarla.

LISA.— (Prosiguiendo con Ja frase.) ¿Es verdad que vos lo visitás semanalmente?

ÁGATHA.— Sí. Voy a leerle. ¿A vos te interesaría? (Mirándola detenidamente.) Tengo un encargo de él para vos.

GARRIDO.— (A Gregorio.) Te la encargo. (Prosiguiendo con la frase anterior.) En cuanto termine todo voy a obligar a

Ágatha a adelantarme la próxima etapa del plan. Nada de escuchar que ella se hace responsable. Aquí todos vamos a

ser responsables.

ÁGATHA.— (Pensativa, titubeante pero al mismo tiempo rápida en su resolución final.) Por el momento... No puedo

adelantarte nada, así que no me preguntes nada porque no puedo hablar más.

GARRIDO.— (Prosiguiendo con la frase anterior.) La voy a obligar a dejar de lado sus misterios.

LISA.— Vos siempre con tus extraños misterios.

GREGORIO.— Miré que hicimos trabajos juntos ¿eh Garrido? Trabajos constructivos para suerte nuestra.

LISA.— (Prosiguiendo con la frase anterior.) Volviendo a Bourdié. ¿Sabés lo que me pasa con él? Cuando lo leo dema.

siado me hace mal. Quedo como vibrando. Sus textos siempre me parecieron inspirados, y así lo dije, para hacer felices plenamente sólo a seres de otras dimensiones. Seres especialmente dotados para abarcar su pensamiento en su totalidad. ¿Seré yo de otra galaxia, tía? ¿Habré logrado acceder al punto de coincidencia como imagino?

GARRIDO.— (A Gregorio.) Trabajos constructivos que sólo generan premios que honran a la clínica y a nosotros, por

supuesto, pero sin ningún valor económico mientras que los realizados por el equipo Custot, los destructivos... ¡Bah! Los

destructivos que a veces no destruyen nada... (Mirándolo fijamente.) Vos sabés a qué tipo de trabajo me estoy refiriendo. ¿No?

GREGORIO.— Pero cómo no voy a saber. Che... Exactamente a ese tipo de trabajo que permite a sus miembros, que no somos nosotros, nadar en dinero... Y paro porque estoy hablando como un resentido.

ÁGATHA.— A mí me está pasando lo mismo. Su prosa... Hasta la más complicada me resulta sublime.

LISA.— Sin embargo, tía, pongámonos contentas. Más de una vez nuestro empecinamiento nos llevó, sin ninguna ayuda, a la clave, a la verdadera clave con que pudimos demostrar a los escépticos la existencia de todo un sentido en su obra.

GARRIDO.— Nadar en dinero. Bien dicho. Nadar... Y mantener a toda la clínica con lujo y tecnología de primer orden.

GREGORIO.— (Reflexionando con la cabeza gacha y las manos en sus bolsillos. Con tono melancólico.) ¡Cómo no van a nadar en dinero si allí, en su área, nadie investiga! Se cobra. Hasta para hacer desaparecer lo inexistente se cobra. Y a nosotros nos consta. ¿llegaron o no llegaron a practicar abortos de retenciones?

ÁGATHA.— Me preocupan los detractores que insisten en decretar la inexistencia de ese sentido.

LISA.— A mí no. Esos seres no me preocupan demasiado.

ÁGATHA.— Pensándolo bien a mí tampoco deberían preocuparme porque... A ver... Cómo decirlo. Presté atención para poder corregirme. El sentido esencial de toda obra bien hecha que pretenda trascender...

LISA.— Ya sé: primero debe ser captado y luego debe ser comprendido por el hombre. ¿Sí?

ÁGATHA.— Sí, pero ¿cuándo comienza a ocurrir cada cosa? A eso quiero llegar.

LISA.— El sentido se capta cuando comienza a esclarecerse... Y se comprende recién al final, cuando se torna evidente.

ÁGATHA.— ¡Sí! ¡Sí! Pero qué densas estamos. (Ríen con ganas.)

LISA.— (Poniéndose otra vez seria.) Tía... Te fijaste... Volviendo a Bourdié...

ÁGATHA.- ¿Qué?

LISA.— Nada, sólo estoy pensando en voz alta. Dios le dio genialidad para concebir una brutal obra filosófica y le negó por el otro lado la alegría de la compañía de un hijo. La continuidad material...

GARRIDO.— (Mirando a Lisa que se levantó de su sitio.) ¡Qué cuerpo tiene!

GREGORIO.— ¿Te referís a Lisa?

GARRIDO.— A quién me voy a referir si la tenemos justo enfrente. ¡Qué barbaridad! Y pensar que es virgen y que dentro de un ratito... lo vamos a comprobar.

ÁGATHA.— (Dirigiéndose a Lisa.)Lástima, sí.

GREGORIO.— ¿Querés que te diga una cosa? Si yo fuera Agatha me las arreglaría de alguna manera para meter a Lisa en el asunto. Explicándole. Qué sé yo... Preguntándole...

GARRIDO.— ¿Si quiere entrar en el asunto? ¿Te volviste loco?

ÁGATHA.— (A Lisa prosiguiendo con la idea de la frase anterior.) ¿Lisa? ¿Volverías a repetirme eso de que te hubiera

gustado mucho tener un hijo de él?

GREGORIO.— (A Garrido, prosiguiendo con la idea de la frase anterior.) ¿Te imaginás el lío que puede llegar a armar esa “criatura” cuando se entere y no le guste? Porque Ágatha dijo y yo no olvido que puede no gustarle nada todo esto.

LISA.— (Contestando a Agatha.) Vos sabés bien, tía, que a pesar de la época en que vivimos yo me sigo guardando para el que algún día será mi marido... ¿Por qué esa insistencia? (Respirando hondo.) ¿Por qué la repetición? ¿No te bastó escuchar esa especie de confesión extraña una vez? Él ahora se ha vuelto tan... Digo... Se ha convertido en... Es tan...Anciano. Aunque... No sé... Tal vez si hubiera algún método especial ¡ah! Pavadas tía. Pavadas.

GARRIDO.— (A Gregorio.) Creo que nos vamos a salvar todos. Le va a gustar.

ÁGATHA.— (A Lisa.) Ya lo sabía yo.

GREGORIO.— ¿Por qué lo decís?

GARRIDO.— Porque esto es muy serio... Porque integramos un equipo con el cual conseguimos dos premios... Porque acabo de tener un presentimiento... Porque está Ágatha de por medio.

GREGORIO.— Y Dresler, nuestro director.

GARRIDO.— Y vos... Y porque dentro de media hora a lo sumo va a estar dormida como una muerta porque si no...

(Cambiando su actitud seria por una sonrisa pícara.) ¡Qué inseminación artificial ni qué ocho cuartos!

LISA.— (Insistiendo a su tía.) ¿Qué decías?

ÁGATHA.— Nada. Nada querida. Tomá tu té que se te enfría y si querés más la tetera está llena. Voy a la cocina a traer más torta. Esperame, ya vuelvo. Un minuto nada más.

GREGORIO.— (A Garrido, extrañado.) ¿Lo decís en serio? GARRIDO.— (Le contesta con un gesto como de resignación.)

GREGORIO.— Ya me estoy poniendo nervioso. Por favor no se te vaya a ocurrir desnudarle los pechos ¿eh?

GARRIDO.— Te prometo que no. Pero ¡qué mal te tiene! GREGORIO.— Puedo llegar a morirme.

GARRIDO.— Sin embargo yo presiento que son las piernas, las que pueden llegar a ser sensacionales.

(Cuando Algatha se aleja Lisa cae dormida sobre el sillón.)

GREGORIO.— ¡Sh! Esto es ciencia, ciencia pura. Aquí debe estar Dios hoy. Convoquémoslo. ¡Ya! (Dirigiéndose hacia Lisa cautelosamente.)

GARRIDO.— Manos a la obra. ¿La llevo yo? ¿O querés hacerlo vos? El trayecto es corto y ella delgada.

GREGORIO.— Esperá Garrido. Esperá. ¿Te molestaría mucho que este trabajo lo hiciera yo solo?

(Se apagan las luces.)


FIN DE LA SEGUNDA ESCENA


TERCERA ESCENA


Consultorio del doctor Crocce. Una camilla, un escritorio, dos sillas y un biombo componen la escena.

DR. CROCCE.— (Saludando a Lisa al verla entrar.) Lisa, ¿cómo estás? ¿A qué se debe tu visita?

LISA.— (Sonriente.) Nada de importancia, creo. ¿Cómo está doctor?

DR. CROCCE.— ¿Qué te anda pasando, se puede saber?

LISA.— (En actitud de preocupación.) He venido a usted... Primero porque lo siento cerca. No tengo más que subir un piso para estar aquí en su querida compañía, doctor y segundo... porque me siento mal. Desde hace más de un mes.

Exactamente desde que tomé un té en casa de tía Ágatha, que me hizo bajar la presión hasta casi perder el sentido.

DR. CROCCE.— Qué extraño. ¿Me querés explicar por qué no viniste antes si te sentiste tan mal?

LISA.— Porque no le di demasiada importancia. Estaba justo en el remolino de mis exámenes y no podía parar, pero

ahora... (Sonríe suavemente.) Espero que no sea demasiado tarde doctor.

DR. CROCCE.— (Siguiéndole el juego.) Eso espero yo también. A ver. ¿Qué síntomas tenés?

LISA.— ¿Síntomas? Siento desasosiego. Vivo desganada. Me la paso vomitando porque no hago la digestión y lo que más me preocupa... (El público no debe oír más porque acercando su boca al oído del médico se supone que le confía algo pero en secreto.)

DR. CROCCE.— ¿No estarás embarazada? Creo que debería revisarte.

LISA.— (Soltando una carcajada pícara.) No va a ser posible porque... Porque soy virgen todavía. (Como con vergüenza.) Sí doctor, me estoy reservando para el matrimonio. Me da un poco de vergüenza confesárselo pero créame que es así.

DR. CROCCE.— (Mirándola detenidamente.) De manera que...

LISA.— De verdad... No hay peligro. No se lo comente a nadie, todavía no conozco hombre pero por favor no vaya a tener lástima de mí porque lo que sucede es consecuencia propia de mi voluntad.

DR. CROCCE.— ¡Criatura! Está bien. Comenzaremos con unos análisis. ¿Qué químico atiende a tu familia?

LISA.— Vamos todos a la clínica donde trabaja la tía Agatha. Al departamento de análisis clínicos. Hay uno solo.

DR. CROCCE.— (Escribiendo.) Cuando los tengas listos volvé.

LISA.— Para que nadie se preocupe ni piense que estoy enferma registraré este análisis con nombre supuesto.

DR. CROCCE.— Me parece bien. Estás en todo tu derecho. Pero como de todos modos yo me voy a enterar porque

quedará consignado en el sobre y en el detalle, me gustaría ser el primero en conocer ese nombre. ¿Podrá ser posible?

LISA.— Cómo no va a ser posible doctor, me extraña, para usted no tengo secretos. Me llamaré Norma Cavan. ¿Le gusta?


FIN DE LA TERCERA ESCENA


CUARTA ESCENA


Al encenderse las luces el espectador vuelve a ver la misma imagen del comedor diario en casa de María y José. La puerta que corresponde al baño se halla entreabierta. Apoyada en la parte interior de/marco de la puerta de entrada ubicada en un lateral, María despide a alguien.

MARÍA.— (Dirigiéndose a la persona que se halla del otro lado de la puerta.) ¿Entonces no va a entrar?

VOZ DE HOMBRE.— (Como un murmullo no muy claro.) Discúlpeme, María, con su marido. Debo irme. Estoy muy apurado.

MARÍA.— Ya entiendo... Comprendo su apuro pero, por favor... Creo que merecemos otro tipo de explicación, quizá más detallada.

VOZ.— Los espero en mi consultorio. Llámenme. Estaré a su disposición.

MARÍA.— Ya, si nos permite. En cuanto José termine de afeitarse subimos. ¿Podemos?

VOZ.— Perfecto. Yo no me iré hasta que ustedes vayan. Estaré esperándolos.

(María estira la mano derecha como para concretar el apretón de despedida y cierra la puerta entreabierta de/baño. Hace un gesto como de intentar golpear pero se arrepiente. Se dirige a la cocina. Trae de allí la cafetera y algunas tazas, las que deposita sobre la mesa a medio tender. Se supone que está preparando todo para servir el desayuno. Deja todo a medio hacer y se sienta con los codos apoyados sobre la mesa y las manos soportando el peso de su cabeza.)

JOSÉ.— (Saliendo del baño con el jabón en la mano y la toalla alrededor del cuello.) Qué. ¿Pasa algo? ¿Quién vino?

(Pausa.) Vamos che, hablé... Quiero enterarme yo también. Tengo derecho. Yo también vivo aquí.

MARÍA.— (Apesadumbrada.) Pobre hija... Creo que pronto habrá de cumplirse la profecía. El que acaba de irse, nos está esperando arriba es Crocce. El doctor Crocce. (Pausa.) Vino a decirnos que... Lisa es virgen.

JOSÉ.— (Interrumpiéndola nerviosamente.) Chocolate por la noticia. ¡Qué bien! ¿Y eso vino a decirnos?

MARÍA.— Cómo voy a terminar de decirte todo si me interrumpiste.

JOSÉ.— Cómo andará el mundo para que Crocce nos toque el timbre a esta hora para... ¿Vino a felicitarnos?

MARÍA.— Paré, José. Esto es muy serio y como te conozco sé que te estás haciendo el alegre. Paré y escuchame. ¿No era que querías saber?... Creo que deberíamos empezar a acordarnos de Dios... De aquel Dios. Del que nos hablaba,

porque Crocce vino a decirnos, precisamente no sólo que Lisa es virgen y que él lo sabe porque no tuvo más remedio

que constatarlo, sino que además está esperando un hijo.

JOSÉ.— ¿Que es virgen y que esté embarazada? ¿Y cómo se explica esto?

MARÍA.— Nos está esperando justamente para unificar criterios, como él dice.

JOSÉ.— ¿Y cómo se enteró? ¿Lisa fue sola a hacerse revisar? ¿O vos sabías algo?

MARÍA.— Parece que Crocce se enteró porque como el asunto le interesó pidió a la clínica la anticipación del resultado de los análisis que le mandó a hacer. Todavía no están todos pero éste dio positivo, como los doce de ese tipo que se hicieron ese día.

JOSÉ.— ¡Qué barbaridad! ¿Y desde cuándo todo eso? Quiero decir.., de cuánto tiempo.

MARÍA.— Alrededor de cincuenta días.

JOSÉ.— ¿Vos creés en tu hija?

MARÍA.— Por supuesto. Recordé además la profecía.

JosÉ.— Entonces lo primero que debemos hacer es conservar la calma.

MARÍA.— Hablaremos los dos con el médico y recién, según lo que él nos diga concretamente, hablaremos con ella. ¡Pobre hija!

JOSÉ.— No nos queda más remedio que esperar. Pero... ¿Por qué justamente a nosotros? (Preocupa do.) Por qué esto que parece más una deshonra que otra cosa. ¿Por qué nos tiene que suceder justamente a nosotros?

MARÍA.— Y lo peor es que si bien reconocemos con bastante calma que la situación es muy delicada, desconocemos hasta qué punto se agravará cuando le confesemos a Lisa que pronto se convertirá en la protagonista de un suceso grandioso.

¡Qué miedo tengo, José!

(Suena el teléfono. Atiende José.)

JOSÉ.— (Tapando el auricular.)Es Ágatha. Pregunta por todos. Quiere hablar con Lisa. Creo que tendríamos que contarle. ¿No te parece? Está tan cerca nuestro siempre...

MARÍA.— SI. Decile que queremos verla y pronto. Nosotros solos no vamos a poder guardar de ahora en adelante

semejante secreto.


FIN DE LA CUARTA ESCENA


QUINTA ESCENA


La escena muestra una sala de laboratorio totalmente blanca. Al fondo, detrás de un escritorio del mismo color se encuentra el doctor Dresler de pie. A los costados dos rectángulos también blancos sobre cuyas tapas puede leerse claramente la palabra “ácido” Sobre cierta cantidad de soportes extraños se ven algunas pipetas y alambiques de formas variadas. De los tubos de ensayo sale vapor y humo.

AGATHA.— (Entrando resuelta y risueña.) ¡Doctor Dresler! Vengo para hacerle saber cómo van las cosas. Hoy quisiera

poner en orden las ideas porque intuyo que nuestro plan, de ahora en más, habrá de complicarse y mucho. Es probable que nuestro anhelo una vez hecho realidad, concretado o si prefiere cumplido sea considerado por muchos una colosal irreverencia.

DR. DRESLER.— Mmm... Yo no diría eso. Yo dina...

AGATHA.— (Interrumpiéndolo.) Permítame doctor. Déjeme terminar la idea. Después hablaré usted, si gusta, y yo

sumisamente enmudeceré. (Le sonríe para desbaratar su seriedad.) De todos modos sea o no sea tomado esto como

una irreverencia, el grande, el divino ya está en conocimiento del asunto y créame que le fascinó la idea.

DR. DRESLER.— Siga, doctora. ¿O prefiere que la llame Ágatha? (Su tono es afectivo.)

ÁGATHA.— Todos me llaman Ágatha menos usted. Llémeme Ágatha, me gusta.

DR. DRESLER.— Hable entonces usted, Ágatha. Me interesa.

ÁGATHA.— Sigo entonces... Cuando le comuniqué al gran Bourdié que mi hermana justamente ayer me había confirmado lo del embarazo de su hija Lisa, sonrió entusiasmado. Asegurándome que se sentía muy feliz. Tan feliz que estaba dispuesto a prometerme que pronto destruiría el original del poema por medio del cual denunciaba ante el mundo entero su ineptitud respecto a la felicidad.

DR. DRESLER.— ¿Quiere decir que su sobrina, la hermosa virgencita elegida, esté ya embarazada comprobadamente del gran Bourdié?

ÁGATHA.— Sí, doctor.

DR. DRESLER.— ¿Sabe ella?

ÁGATHA.— No, doctor...

DR. DRESLER.— ¿Conoce él esta circunstancia? ¿Está enterado de que ella aún desconoce todo?

ÁGATHA.— Él preguntó pero aún no se le respondió concretani ente.

DR. DRESLER.— Muy bien, muy bien. Quiere decir que nuestro equipo cumplió con su cometido. Espéreme un momento, Ágatha, voy a desconectar un reactor. Está sonando la alarma. (Llegando desde adentro.) Mi querida doctorcita. Gracias por haber venido. Gracias por haber sido la portadora de la buena noticia. ¿No cree usted que ya ha llegado la hora de poner todo en claro?

ÁGATHA.— Justamente eso también he venido a comunicarle. (Seria.) Me marcho entonces haciéndole saber que a partir de este instante se está poniendo en marcha la tercera y última etapa.

(El doctor Dresler acompaña a Algatha hacia la puerta de salida. En el preciso instante en que éste desaparece, Lisa,

majestuosamente altiva, haciendo su aparición por la puerta en cuyo centro se lee claramente la palabra ENTRADA, se presenta al doctor Dresler tendiéndole la mano derecha, luego de quitarse e/guante lenta y sensualmente.)

LISA.— Me llamo Norma Cavan. La verdad es que yo quería hablar a solas con usted pero en su consultorio, no en un

laboratorio. Lamento importunarlo. Esto parece un lugar consagrado y yo no soy quién para profanarlo...

DR. DRESLER.— Mucho gusto. Encantado de conocerla señorita... Cavan.

LISA.— Señora Cavan.

DR. DRESLER.— Señora Cavan. No se lamente por favor, usted no profana nada. Al contrario, está usted compartiendo, por azar, el momento más feliz de mi carrera. Es más, festejando su equivocación me someto a usted. Es decir me pongo a su entera disposición.

LISA.— Sé que ésta es una clínica integral. Que todo cuanto es posible hacer en función de la mujer aquí se hace. Todo. Amigos míos me pusieron al tanto. Por eso he venido.

DR. DRESLER.— (Muy serio y misterioso)Al mirarla a los ojos así, como lo estoy haciendo, leo en su mirada que lo que

usted necesita de mí es simplemente que yo ponga en funcionamiento, por un rato exclusivamente para usted, la parte POSITIVA o NEGATIVA (Deben escucharse claramente emitidas) de nuestro aparataje científico.

LISA.— Quizá. Por ahora sólo he venido a hablar.

DR. DRESLER.— No tema, por favor. Aquí nadie exige celeridad. Su panorama se aclarará lentamente. Se lo prometo.


(Lisa no contesta. Lleva una mano al mentón y la mirada al piso. Su actitud ahora es de preocupación.)

DR. DRESLER.— (Disuadiéndola.) Ha llegado a mí en muy buen momento, señora Cavan. Hablaremos en mi consultorio y ahora mismo.

LISA.— (Reponiéndose.) ¿Cree en Dios, doctor?

DR. DRESLER.— No sé adónde quiere llevarme con esta pregunta pero le contestaré. SI, creo en Dios... Y créame que

tengo mis buenos motivos para creer en Él.

LISA.— Por favor confíeme tan siquiera la síntesis de uno.

DR. DRESLER.— Trataré de hacerme entender. Le cuento. Tengo fe o mejor dicho creo en su existencia quizá porque no puedo terminar de comprender el motivo por el cual me ha dado tantas muestras de complicidad...

LISA.— ¿Complicidad?

DR. DRESLER.— SI, como le digo, complicidad, poniendo siempre a mi disposición los resultados asombrosos que como usted ya sabe aumentan día a día mi prestigio como científico.

LISA.— Eso es hermoso. ¿Pero qué ocurre dentro suyo? Habla usted de “complicidad”, eso quiere decir que se resiste a reconocer como un premio el éxito que últimamente lo acompaña y que tanto lo halaga.

DR. DRESLER.— Seguramente. ¿Y sabe por qué? Porque cuando comienzo una investigación o un experimento extraño me encomiendo a Él. Me encomiendo a Él porque hasta ahora jamás me ha defraudado. Él es el que me indica el camino correcto, sin duda, aun sabiendo, como sabe, que yo vivo resguardando mi imagen de bienhechor delegando en otros, abiertamente inescrupulosos, la efectivización de acciones consideradas inmorales.

LISA.— Entonces... Intuyo que me delegará usted.

DR. DRESLER.— Vamos. Éste no es el lugar apropiado para una conversación o una consulta. Además, jamás podría, yo, delegarla al doctor Custot.

LISA.— ¿Custot, dijo?

(Se apagan las luces.)


FIN DE LA QUINTA ESCENA


SEXTA ESCENA


La escena muestra el comedor diario de la casa de María y José.

Entra Algatha en actitud de exaltación. Abre Ja puerta de entrada y respira hondo, descansando con las manos apoyadas en cada lado del mareo.

ÁGATHA.— (Llamando insistentemente.) ¡María!... ¡Lisa!... ¿No hay nadie en esta casa?

LISA.— ¿Qué pasa tía? ¿Te ocurre algo?


ÁGATHA.— No... No. A decir verdad a mí no. Por favor Lisa teneme un poco de paciencia. Necesito calmarme porque lo que voy a decirles es muy importante. ¿Dónde está tu madre? ¿Y tu padre?

LISA.— Mamá está enferma. Hace dos días que no se levanta. Tampoco habla. Sólo lo estrictamente necesario... Papá salió pero enseguida vuelve. Pero ¿me querés decir qué es lo que te está pasando?

AGATHA.— Lisa. Tu madre no habla porque yo le pedí ayer encarecidamente que no te comentara el problema surgido hasta que yo no viniera expresamente a esclarecerte la situación... Y ella por lo visto cumplió.

MARÍA.— (Apareciendo pálida.) Cumplí. Claro que cumplí. Me estoy muriendo por cumplir. Agatha, no es tan fácil explicar esto... (Sufrida.) Tanto José como yo tenemos fe en Lisa y es por esa fe en su virtud que te esperamos. Creemos que con tu ayuda todo va a ser más fácil. Estamos seguros de que ella comprenderá todo. (Dirigiéndose a Lisa.) En cuanto venga tu padre él y yo vamos a explicar todo. Todo lo referente a la profecía.

LISA.— ¿Profecía? ¿Qué estás diciendo? Mamá... ¿Qué dice? Tía... ¿Qué es lo que dice?

ÁGATHA.— El problema sos vos pero tranquilizate. Vos misma pronto te darás cuenta de que esto que está sucediendo no es más que una estupenda maravilla... Lisa... Por si no lo intuiste siquiera... quiero ser yo, la persona que más te quiere después de tus padres... la que te informe que... estás embarazada.

LISA.— Ah no... (Fuera de sí.) Conmigo no... No se metan conmigo. Nunca más se metan conmigo. Lo lamento pero debo decirles que se olvidaron de algo muy importante. De hacerme partícipe porque yo ya no soy una niña y por suerte puedo demostrárselo.

JOSÉ.— (Que había escuchado parte de la conversación desde la puerta de entrada, interviniendo en actitud de apaciguar.)

Calma. Calma Lisa. ¿No te estamos dando explicaciones? Dejá que te expliquen. Tu madre y yo estuvimos esperando a Agatha justamente para eso. Tené en cuenta que lo que tenemos que decirte no es fácil comunicártelo. (Dirigiéndose a María.) Creo que llegó el momento. Hablá, María.

AGATHA.— (Mirándolo extrañado e interrumpiéndolo bruscamente.) No entiendo nada... Si la que tengo que hablar soy yo. Para eso he venido.

LISA.— (Cortante.) Aquí la única que tiene derecho a hablar soy yo porque ya no estoy embarazada. Aborté. Sí... como lo oyen. Aborté. Aborté en la clínica del doctor Dresler. Él en persona puso en mi camino al doctor Custot y éste con la

colaboración de su equipo operó a Norma Cavan para que nadie tenga ningún motivo por el cual temer. Y lo hice

convencida no sólo porque soy dueña de mí misma desde hace bastante tiempo sino porque sin ninguna duda...

MARÍA.— (Interrumpiéndola, fuera de sí) La profecía. Ya no podrá cumplirse la profecía.

LISA.— (Llorando.) He sido víctima de un nuevo delito, mamá. ¿Quién me iba a creer hoy que éste era hijo del espíritu

grandioso, concebido por él?

AGATHA.— (Tapándose la cara con las manos.) Justamente en la clínica Dresler. ¡Qué paradoja! Lo que pasa es que están todos locos... Y yo también. Mejor dicho, la primera loca. Embarcarme en esto...

LISA.— Tía, por favor, calmate. ¿Qué tenés que ver vos en todo esto?

(En ese momento comienza a verse fuego a través de las ventanas. Se escuchan gritos provenientes del exterior.)

MARÍA.— (Gritando.) ¡Es el castigo de Dios! (Dirigiéndose a Lisa.) Mataste a Dios. Mataste a Dios y sin Dios no podremos seguir viviendo.

ÁGATHA.— No entiendo qué es lo que puede haber sucedido para que llueva fuego. Verdaderamente esto parece un

cataclismo. Salgamos mientras la lluvia de fuego no se intensifique. ¡A cobijarse en la fortaleza del poeta! ¡Esta casa no resistirá!


(Mientras se apagan las luces se produce la llegada desesperada de Gregorio reclamando a Lisa.)


GREGORIO.— ¡Lisa! Amor mío... Ya no puedo callar más... Por favor creéme, Lisa. Necesito que me creas... Aquel día... No pude tocarte. No pude Lisa. Yo no te inseminé.


FIN DE LA SEXTA ESCENA


TERCER ACTO

UNICA ESCENA


Detrás de las ventanas la luminosidad en aumento de la lluvia de cobre incandescente otorga al espectador la idea exacta de la dramaticidad del momento.

La escena muestra, en el frente, un gran cartel que permite esclarecer la situación: Se trata del interior de La Fortaleza del Poeta Leopoldo Ele. Al costado, un corte transversal permite la observación de parte del baño en donde, a] fondo, metido dentro de una bañadera antigua, un hombre, ya anciano, al disponerse a beber, en silencio, el rojo contenido de una pequeña botella labrada, es abruptamente interrumpido.

OFICIAL.— (Vestido de fajina.) ¡Miserable! Ya me lo palpitaba. Menos mal que te espié. No esperabas que te espiara ¿no? (Arrebatándole la botella.) Traé esto, querés. ¿Y las recomendaciones?

POETA.— Eso es autoritarismo. ¿Ves? ¿Por qué, miserable? (Para sí) Otra vez la fuerza. Siempre la ley de la fuerza. Por

favor. No me lo quités. Dejame cumplir con mi última decisión.

OFICIAL.— ¡Veneno! Ya me parecía. Sabía que no podías estar haciendo nada constructivo. A la muerte, mi querido amigo, hay que ganarla, pero no creas que es tan fácil como parece obtenerla. Te lo digo yo. Si, yo, que pasé gran parte de mi entrenamiento en la guerra de guerrilla, entre muertos y mutilados.

POETA.— Dejame y andate. No tengo ganas de discutir. Menos con vos. Por respeto, dejame. ¿No ves que ya soy viejo?

OFICIAL.— ¿Así que una lluviecita te hace temblar...? La muerte repentina no puede llegarle a un simple ser desprovisto de heroísmo. No puede llegarle así porque sí al simple producto de la paz sencilla; a la imagen representativa de la triste vida cotidiana.


POETA.— (Pausa.) ¿Constructivo es lo mismo que útil para vos? No. Mejor no me contestés. Ya es tarde para polemizar. Te conozco demasiado. Está bien, jamás me jugué la vida. La amé demasiado, lo reconozco. A eso llaman ustedes, los violentos, cobardía.

OFICIAL.— ¿Violentos? ¡La herramienta perfecta! Querrás decir. Combatiente puesto al servicio de la limpieza, del blanqueo y del orden... Del bien común.

POETA.— Sí, es verdad. Yo no ayudé a matar, pero ayudé al ser humano a reflexionar, a sacar conclusiones. Yo, el

reposado, sin querer coloqué el obstáculo que vos, el temperamental, se llevó varias veces por delante. Pero dejemos

eso. Dame el vino, querés. Te prometo que lo guardaré. Además no se puede uno suicidar en estas condiciones. En

público. Mi suicidio, para convertirse en símbolo de la tragedia universal deberá ser silencioso y solitario. Sólo así

adquirirá la cuota necesaria de tristeza. (Cerrando los ojos y exagerando el gesto, impidiéndose la posibilidad de mirar ocultándose el rostro con el brazo.) M... Me parece estar viéndolo.

OFICIAL.— ¡Loco! ¡Poeta y loco!

POETA.— Cómo es posible que no puedas comprenderme. Pensar que todo se acababa ya y un hálito venido desde quién sabe dónde a través de tu persona me mantiene aún vivo. No quiero agradecerte. ¡No quiero vivir más! Me aterra tener que seguir viviendo lo que estoy viviendo desde hoy.

OFICIAL.— Y más te aterrarás cuando obligado, tengas que ver, por obra de mi osadía, lo que seguirá sucediendo

seguramente.


POETA.— Aparte de romper mi promesa, obligándome a mantenerme vivo hasta el final, me querés decir: ¿qué te hice yo en forma personal, para mantener este ensañamiento de tu parte? A Dios ya lo invoqué. Le imploré, le pedí que en el momento oportuno, iluminara mis facultades para poder reconocerlo cuando se presentara ante los hombres. No quiso hacerlo. Le pedí explicaciones... Tampoco me las dio. Ahora soy yo el que quiere ir espontáneamente hacia Él. Necesito comprenderlo o desaparecer.

OFICIAL.—¿Con esto, Poeta, le pediste explicaciones? (Leyendo un folio que retiró de la mesa):Yo no exijo, sugiero

solamente. (Pausa.) ¡Bah!

POETA.— Si lo querés leer, leélo, pero bien... Sin burlarte ¿querés?

OFICIAL.— (Leyendo ampuloso.)

Yo no exijo, sugiero solamente:

Si ha habido más de un Dios antiguamente

los cuales estarían sepultados.

Estando vos rigiendo en el presente

dejándote llamar omnipotente

debieras de tenerlos informados.

No está mal. Estéticamente es una obra válida pero tenés que reconocer que careció de utilidad. Es sólo una expresión de deseo.

POETA.— Son demasiados mis interrogantes y demasiado profundos mis silencios. Para qué preguntarse. Ya no puedo contestarme metido en este pozo completamente a oscuras sin una mísera piedra para poder trepar y ahora sin ganas. ¿A quién preguntar? ¿A vos? ¿Qué me podrías contestar vos desde tu soberbia arrogancia, subido como estás en esta plataforma tan alta y con precipicios alrededor tan lisos como las paredes de mi pozo? ¿Cómo podríamos mantener una conversación coherente si apenas nos hemos aproximado en la vida y jamás nos hemos escuchado el uno al otro?

OFICIAL.— Mi postura frente al fenómeno es clara y terminante, poeta: No dejaré de ser objetivo. Sí, eso espero porque para eso me ejercité durante toda mi vida. No para pedir explicaciones vejatorias, con preguntas que hicieran resaltar mis limitaciones frente al amo; frente a la naturaleza o a la energía total, que no por femeninas dejan de ser tan fuertes como tu dios redondo y acabado. No quiero dejar de ser objetivo para seguir encontrando dentro de los valores defendibles a los que me hagan matar encolerizado para defender la libertad o a los que me hagan reducir a un ser humano a la más humillante esclavitud, si hiciera falta, para defender la vida.


POETA.— Sigo sin entender, ahora estás atentando contra mi libertad porque pretendés defender mi vida aún sabiendo que estamos condenados.

OFICIAL.— Claro que estamos condenados, lo sé. Condenados a volver al lugar desde donde vinimos. ¿Es eso estar

condenados? ¿Y qué derecho tiene el ser humano de quedarse indefinidamente aquí o en cualquier parte, perjudicando la renovación? Hoy presiento que ya rae he convertido en tu torturador opositor. Sé que sufrirás porque te sé sensible especialmente ante la adversidad y bien... mi objetivo es simple: impedir que mueras. Yo soy tu escollo. Ahora me toca a mí serlo.

MARÍA.— (Que ha estado hasta ese momento en el sótano, aparece desde la oscuridad de un rincón.) ¡Eh! ¡Qué pasa aquí?

¿No tienen otra cosa que hacer que gritar?

POETA.— ¿Quién es usted?

MARÍA.— Otro ser humano tembloroso. Pero poeta... ¿No me reconoce? Soy María, su vecina, la mujer de José.

OFICIAL.— (Dirigiéndose al poeta.) Presentame, poeta, a la señora. Presentame como al encargado de que la acción

dramática de tu existencia no decaiga. (Dirigiéndose a María cordialmente extendiéndole la mano.) ¿Sabe? Estoy

dispuesto a todo menos a matarlo. He aquí el contrasentido de un soldado frente a su adversario. Nada menos que un poeta y algo peor aún, suicida.

POETA.— De verdad no la reconocí, María. Gritábamos porque creíamos habernos quedado solos en el mundo.

Imagínese. Para colmo dos hombres... Y tan distintos.

OFICIAL.— Estábamos defendiendo los intereses de la especie.

MARÍA.— ¿Gritando y en idiomas distintos? ¿Cómo se van a entender así?

OFICIAL Y POETA.— ¿En idiomas distintos?

MARÍA.— Sin duda. Gritaban en idioma extranjero incomprensible. Preparémonos los tres, así. (Se arrodilla.) Creo que debemos rezar.

OFICIAL.— ¿Para qué rezar? Ya nuestra discusión fue un rezo para Dios.

MARÍA.— No es verdad. Un rezo para ser verdaderamente rezo debe estar henchido de esperanza. Un rezo sin esperanza no es un rezo.

POETA.— Es verdad, recemos. Jamás pensé que mi casa se convertiría en el último reducto de la especie humana en esta ciudad. No quiero ni pensar que esté cayendo cobre en todos lados. Es demasiado grande y hermoso el mundo como para quedar desocupado por nosotros para siempre.

MARÍA.— En la oscuridad embriagadora de tu bodega quedan algunos vivos. Entre ellos mi hija Lisa pero no pueden subir por el momento. Están tirados, parecen muertos pero sólo están borrachos.

OFICIAL.— Se están salvando entonces. A ellos los defiende el vino.., a nosotros la conversación.

POETA.— Por ahora.

OFICIAL.— Todavía estamos vivos. ¡Por ahora! (Gritando.) Y les comunico solemnemente que he tomado sobre mi espalda la obligación, la responsabilidad o la carga, como quieran llamarle, de que nadie de los que estamos cobijados dentro de esta fortaleza muera por su propia voluntad.

MARÍA.— Aleluya. El Señor quiere estar aquí, con nosotros entonces. Qué bueno debe ser usted. Tan gentil, tan valiente, tan generoso, tan... espontáneo.

OFICIAL.— No tanto. No tanto. Espontáneo sí pero más que espontáneo comedido, porque nadie me lo ha pedido... En realidad debería decir espontáneo y comedido.

POETA.— El término comedido no me parece el apropiado. ¿Comedido dijiste?

OFICIAL.— Sí, comedido como cualquier ser que desea demostrar algo sin que se lo pidan.

MARÍA.— Ejemplos. Queremos ejemplos para poder entender mejor. Usted se expresa muy bien pero con eso no basta. ¿Los comedidos siempre desean demostrar algo?

OFICIAL.— Siempre, sí señora y cuando no los dejan se transforman en resentidos, como les pasa a los que estando a

punto de demostrar su valentía, su vigor, su audacia... se ven obligados un buen día a vivir en constante paz. Como me pasa a mí.

MARÍA.— (Con soma.) Justamente y cobrando estupendos sueldos. ¿Eso quiere decir?

OFICIAL.— ¡No! ¿No se da cuenta de que está mezclando las cosas? Ya no me cabe la menor duda. La sociedad se divide en dos, por una parte los perseverantes y por la otra los indolentes, o lo que es lo mismo, por una parte los combatientes y por la otra los no combatientes.

POETA.— No señor. La sociedad se divide en sensibles e insensibles.

MARÍA.— En creyentes y no creyentes.

OFICIAL.— Los no combatientes se dicen pacifistas, pero en realidad son ellos los que hacen posible la fermentación de las cosa acelerando el estallido de la guerra o de la violencia, que es lo mismo.

MARÍA.— Si la fermentación se lograra simplemente con menosprecio tendré que reconocer que tiene usted razón.

POETA.— ¿Menosprecio? ¿A qué menosprecio se refiere? ¿O mejor dicho de qué menosprecio me habla?

MARÍA.— Menosprecio de la virtud en latencia, ubicada detrás de cada probable combatiente.

OFICIAL.— No sé, señora, si será ese rechazo de los civiles el motivo de nuestro resentimiento o el sueldo transformado últimamente por ustedes en dádiva inmerecida e indignamente aceptada por nosotros... O la exigencia de tantos sectores; las normas de obediencia, consecuencia de nuestra estricta idea del deber, las que sirvieron nada más que para transformarnos en seres envilecidos por el sometimiento, rebajados como lo estamos hoy a la altura de la irresponsabilidad.

MARÍA.— Que los salvó del juicio del pueblo más de una vez seguramente querrá agregar.

OFICIAL.— ¡No me interrumpa! (Pausa.)No sé si será, quizá, el odio que debemos llevar agazapado dentro de nuestro

cuerpo para descargarlo sobre los enemigos... Sólo sé que hoy los quiero a todos vivos para poder verlos jadear de sed, llorar de espanto, suplicar la presencia del responsable o confesarse miserablemente responsable de todo para salvarse.

POETA.— Por eso ahora más que nunca quiero morir por mis propios medios. Antes de que el fuego purifique todo. Quizá porque considero que ya no tengo más cabida aquí. Vivo tapándome. Me avergüenza mi vejez, mis carnes flojas, mi sexo empecinado en demostrarme que no hay en esta vida nada más atractivo que un manjar apetitoso.

OFICIAL.— Menos mal que en algo creés, porque lo que es yo de tanto pensar que soy un soldado ejercitado en defender lo indefendible no tengo va un solo resquicio por donde pueda entrar en mí el menor grado de sensibilidad.

POETA.— ¿Y dónde está tu honra, entonces? ¿En qué consiste?

OFICIAL.— Mi honra es el fiel cumplimiento del principio de mi ejército; la defensa de sus valores por medio del exterminio de sus enemigos. Por eso, porque fui desde siempre la herramienta incondicional y perfecta del responsable de todo esto es que estoy aquí y con ustedes de testigo, esperándolo a Él.

(Saliendo medio atolondrada del sótano, una prostituta pintarrajeada se agrega al grupo, mientras en el ángulo opuesto pero a un nivel más alto se va iluminando otra escena, la que tiene lugar en la planta principal de la fortaleza.)

PROSTITUTA.— Permítame que le diga, soldado, que yo también fui su herramienta pero sin exigirle ni esperar nunca nada de Él. (Señalando con el dedo en ademán rápido hacia arriba.) Fui su humilde servidora, nada más. Y no pedí quizá porque nunca supe a ciencia cierta qué era lo que me correspondía.

OFICIAL.— Si lo que usted hacía era un trabajo, lo que le correspondía era la paga.

PROSTITUTA.— Sí, pero la mirada dura de la mujer honesta a veces me hacía dudar. A veces, no siempre. (Pausa.) Porque cuando eso sucedía mi propia conciencia buscando el momento propicio para quedarse a solas conmigo trataba siempre de convencerme de que era necesaria. Más que eso. (Con pena.) imprescindible...

OFICIAL.— (Enterneciéndose.) El mundo es inexplicable, señora...

PROSTITUTA.— Me llamo Alfar o Lidia. Dígame Alfar, me gusta. El mundo es... así... muy injusto. Por eso seguramente hoy está lloviendo cobre... A mí algunos me pagaban mucho. Mucho más de lo que yo creía valer y otros... Otros se fueron sin pagar.

MARÍA.— ¡Qué insolencia! ¡Pretender cobrar! Lo que debemos escuchar antes de morir. Dios.

PROSTITUTA.— (Ignorando a María. Recobrando la alegría) Pero ¿quiere que le diga algo? Los que se fueron sin pagar

fueron justamente los que me enseñaron a cobrar por adelantado porque, mire, los políticos en tren de confidencias me dijeron siempre que lo que yo hago tiene mucho que ver con la seguridad pública y muchos padres al confiarme a sus hijos me recomendaban mil veces que tuviera cuidado con eso del afianzamiento de la personalidad. Por todo eso yo lo entiendo a usted. Nadie más que yo para entenderlo, soldado.

OFICIAL.— ¿Justifica entonces usted, cobrar anticipadamente la batalla que quizá no llegue nunca?

PROSTITUTA.— Es que tarde o temprano llega como, sin ninguna duda, tarde o temprano llega, para el ser humano, la eternidad.

OFICIAL.— (Castañeteando los dedos en alto, en señal de aprobación y simpatía) ¡Justo! Pero qué tipa... Cómo lamento haberla ignorado.

PROSTITUTA.— Dejemos eso ahora... No vale la pena. Mire, por todo eso del adiestramiento, de los militares y de los... cuarteles... Cuando mi conciencia...

MARÍA.— (Tratando sin lograrlo de interrumpirla.) La conciencia.., como si tuviera conciencia.

PROSTITUTA.— .. .se quedaba a solas con mi pensamiento tratando de convencerme, me hacía dar vueltas siempre sobre la misma idea: si los militares, me decía, justificados sólo en el adiestramiento, cobran anticipadamente la batalla que quizá no llegue nunca, ¿por qué no cobrar anticipadamente la colaboración en la ejercitación para la eternidad?

POETA.— (Convencido.) Claro. Pero esa eternidad de la cual usted habla, garantizada como está por la evidencia... Al

menos para los poetas como yo... No tiene precio. Al menos por ahora.

PROSTITUTA.— Entonces... ¿cuál sería para usted el precio justo? Aquí estamos tratando de darle valor a la ejercitación, no a la eternidad.

OFICIAL.— (Interrumpiéndole al Poeta su contestación) Millones, señora, millones...

MARÍA.— Permítame que le diga, señora Alfar, que usted merece nuestro respeto por los años ajetreados que carga sobre sí, pero de allí a tener que reconocer que fue imprescindible... Bueno... Si yo no me considerara una persona respetable y educada le diría que se dejase de embromar.

OFICIAL.— (Dirigiéndose a María despóticamente.) Usted ya se está callando. Si la señora Alfar dice que fue imprescindible, fue imprescindible. En mi larga trayectoria supe de la existencia de infinidad de casos en los cuales tomaban parte muchas personas que se tornaron imprescindibles para sí mismos, pero ninguno de aquellos tiene nada que ver con este caso. No les haga caso... Los hombres de este pueblo le damos las gracias por esa ejercitación. Especialmente los que hemos pasado por el cuartel.

POETA.— Estoy en un todo de acuerdo. ¿Sabe? Jamás se me había ocurrido eso de la eternidad.

OFICIAL.— Y por preservar la imagen del nido perdido.

POETA.— Y por haber tratado de completar la comprensión que todo ser humano exige íntimamente para sí. (Pausa.)

María, comprenda... Si José estuviera, también le hubiera dado las gracias. (Como avergonzado) Hicimos el primario

juntos y...debutamos el mismo día y en idéntico lugar, con la misma mujer. ¿Puede creerlo?

PROSTITUTA.— No saben lo feliz que me hacen. Ha pasado tanto tiempo desde mi iniciación y tuve que interpretar un mismo acto en tantos idiomas que ya no puedo reconocerme. Soy como la última traducción luego de una serie de traducciones de traducciones. Ya puedo morir tranquila. Fui útil, eso es lo que cuenta para mí hoy.

MARÍA.— Hoy sólo el apocalipsis puede justificar lo que estoy oyendo. ¿Por qué tener que contaminarme si viví apartada de la maleza a propósito? ¿Por qué esta luz que traspasa los oscuros cristales para hacerme enterar aclarándolo todo sin tener que andar, si yo no estoy reclamando la verdad?

OFICIAL.— Ponga un poco de buena voluntad. ¡Por favor! Esfuércese por comprender. En una de esas el cielo se despeja y no tendremos más remedio que ponernos a elaborar otra conjetura. Diferente, contraria a todas las que nos sirvieron hasta ahora.

MARÍA.— Yo confiaba. Confiaba en todos... A José no quiero nombrarlo. Vaya a saber dónde estará en este momento.

Confiaba en mi hija pero me defraudó para que yo usara la palabra defraudar, de uso exclusivo de padres defraudados llenándome la boca como todos. Ella, después de su horrendo crimen no podrá ser nunca la salvadora de la humanidad.

PROSTITUTA.— ¿Salvadora?

OFICIAL.— ¿Y de dónde sacó eso?

MARÍA.— (Mirándoles alocadamente.) No quiero explicar. No podría aunque quisiera... No puedo, como tampoco puedo esperar tanto. (María inicia allí su carrera hacia la puerta abierta que comunica el amplio hall con la lluvia de fuego. El oficial trata de alcanzarla. Logra rozarla con las manos pero se le escapa. Los testigos gritan. María horrorizada se detiene en el marco.)

PROSTITUTA.— Si tiene que morir por su propia voluntad no lo haga todavía, por favor escuche el porqué de mi pequeña sabiduría, insignificante., la que me hace aceptar las cosas con alegría, no con resignación.

(Mientras la prostituta habla, las luces se van apagando para dar lugar a la escena del raconto. Escena que debe estar

envuelta en una tenue neblina de colores ilusorios (violetas, lilas, fucsias), en el centro una cama camera y a un costado la puerta. La prostituta, vuelta a los años de juventud, teatraliza los diálogos mientras su voz guía la representación desde off).

VOZ DE LA PROSTITUTA.— Un día me propuse saber, entender la cosa. Había trabajado más de diez horas seguidas. Me dolían los riñones. Casi no podía caminar. De repente, largándome de la cama cerré la puerta con llave y mientras los clientes que esperaban golpeaban y golpeaban me puse a rezar. ¡Rezar! Mejor dicho, a repetir como lora todas esas cosas que dicen los rezos pero que no dicen exactamente lo que queremos de verdad decir. Y cuando escuché esas terribles cosas extrañas como por ejemplo: “y después de este destierro

PROSTITUTA JOVEN.— (Teatralizando el rezo con las manos unidas sobre la cama, mirando el cielo.) Ocle-mentísima

opia-dosa.

VOZ DE LA PROSTITUTA.— Me pregunté cómo era posible que yo estuviera rezando allí sin saber lo que estaba diciendo. Entonces se me ocurrió preguntarle directamente a Dios...

PROSTITUTA JOVEN.— ¿Qué quiere decir ocie?

VOZ DE LA PROSTITUTA.— Y se quedó callado.

PROSTITUTA JOVEN.— ¿Y qué quiere decir opia?

VOZ DE LA PROSTITUTA.— Tampoco me contestó. Pero como al rato me transformé y el sacerdote al darse cuenta me dijo que eso era bueno. Me refiero al arreglo del que permite la transformación en su interior, me comulgó.

VOZ DEL SACERDOTE.— Te comulgo porque ha llegado a ti la luz de la verdad y la vida. Prométeme que harás todo cuanto sea posible por redimirte.

PROSTITUTA JOVEN.— ¿Redirnirse?

VOZ DEL SACERDOTE.— Sí. Salvarte. Así lo quiere y lo pide Dios.

PROSTITUTA JOVEN.— ¿Por qué Dios pedirá las cosas hablando en difícil?

VOZ DEL SACERDOTE.— Prométeme entonces que harás cuantas veces puedas algún sacrificio en honor de Dios. Para acrecentar su gloria.

PROSTITUTA JOVEN.— Y te prometo: cuando esté cansada haré pasar a un hombre más, sin cobrarle.

OFICIAL.— (Como para SL) Pensar que varias veces a mí no me cobraron... jQué imbécil fui!

PROSTITUTA JOVEN.— Los viernes de vigilia comerá carne porque me gusta demasiado el pescado y... ¡no dejaré de

ejercer esta profesión hasta que mis piernas se caigan a pedazos!

(Se apagan las luces. Mientras la escena anterior correspondiente al gran hall va reapareciendo lentamente, una tenue luz envuelve a María que llora aferrada del marco de la puerta.)

MARÍA.— No puedo esperar más y sin embargo no me animé a traspasar la puerta. (Llorando.) ¡Soy una cobarde!

OFICIAL.— Es que no es tan fácil suicidarse en frío. Espere. Tenga un poco más de paciencia. Si esto es el fin como

parece, Él debería venir porque Él todo lo puede.

MARÍA.— ¿Quién?

OFICIAL.— ¿Cómo quién? Él, Él, el que no quiero nombrar. No vaya a ser...

POETA.— (Interrumpiéndolo.) Pero no se olvide que puede querer y hasta puede no querer.

OFICIAL.— Creo que deberíamos reflexionar sobre otro problema surgido. ¿Se preguntaron alguna vez cómo habrá de presentarse si decidiese venir? Pues bien, puede haber querido ser, evidenciándose antes de la creación para

después... desaparecer... de nuestra vista.

POETA.— Confundido dentro de toda la naturaleza. ¡Mimetizado!

MARÍA.— Sin embargo tiene que venir. De cualquier manera. Tomando la personalidad que desee, la que crea conveniente.

(Mientras habla hojea un libro encontrado casualmente entre las muchas cosas que desordenadas pueden verse sobre la mesa) A propósito. ¿Se acuerdan de la historia del padre de la fe? (Los presentes se miran.) ¿No se acuerdan? Bueno, yo se las contaré... Dios le pidió un día a Abraham que participara en un sacrificio y cuando llegó al lugar indicado, creyendo que se trataba de la muerte de un cordero, se dio cuenta horrorizado de que el que tenía que morir sacrificado y bajo su propia hacha era su hijo.

OFICIAL.— Yo jamás escuché esa historia.

POETA.— Me acuerdo. Me acuerdo de haberla leído... ¿Kierkegaard? Sí, creo... De todos modos yo va no tengo paciencia.

No puedo esperarlo más. (Lentamente se dirige hacia la puerta seguido de cerca por el oficial, el cual con una soga que lleva envuelta alrededor de una mano se apresta a atarlo.)

MARÍA. — (Prosiguiendo sin interrupción su historia.) La historia dice... (Da vuelta varias páginas del libro que tiene entre sus manos, hasta encontrarla, leyendo ampulosamente.) En el mismo instante en que ya hacha en mano y en pleno envión ascendente se disponía a cumplir con la ciega aceptación, una fuerza más potente neutralizó la de su brazo acrecentando con ella la gloria de Dios.

PROSTITUTA.— Oiga... ¿Qué libro es ése?

MARÍA.— Es la Biblia. Mi abuela siempre tenía la suya sobre la mesa de luz. En fin.

OFICIAL.— (Terminando de atar al poeta, e] que sumisamente acepta ser atado a una columna. Pausa luego de la cual se dirige al grupo.) ¿Qué quieren que hagamos con él? ¿Que lo dejemos atado y que la voluntad de Dios lo desate o al

revés: que quede libre para traspasar la puerta y que la voluntad de Dios lo detenga? No sé si hacer como Pilatos o dejarlo atado para protegerlo aumentando su seguridad. ¿Qué dicen ustedes?

MARÍA.— Para mí ya todo es lo mismo. Alrededor nuestro sólo quedan cenizas. En caso de vivir... Digo... Si cesara. ¿A esto se le puede llamar salvación? Yo lo dejaría libre porque si tiene que morir, morirá de todos modos. Todo depende del obstáculo que encuentre o busque, que para el caso es lo mismo. (Mientras habla comienza a desatarle ante los ojos de todos los que por un momento han quedado inmóviles, cada uno en su posición.) Yo... quiero volver a Dios sin que se note demasiado. Adiós, amigos. (Con movimientos lentos se desplaza por la habitación sigilosamente, hasta desaparecer arrojándose por la ventana. Detrás de María salta el poeta. Se escucha ruido de carne chamuscada en cada caso. Estupor por parte del oficial y la prostituta, únicos sobre vivientes en esa instancia.)

PROSTITUTA.— Por lo visto Él no quiso retenerlos vivos. Las cosas suceden porque Él permite que sucedan. Creo que ya estamos de verdad en los últimos instantes. ¿Qué me dice oficial? ¿Nosotros somos o no somos parte de la naturaleza?

OFICIAL.— Claro que somos parte de la naturaleza pero... ¿Me quiere decir a qué viene eso?

PROSTITUTA.— Si Dios estuviera confundido en nosotros. Quiero decir dentro de nosotros...

OFICIAL.— De nosotros y de todo querrá decir.

PROSTITUTA.— Es que nosotros somos todo, ahora. Y quizá alguno que siga vivo allá abajo.

OFICIAL.— No, querida, no. Nosotros seríamos todos pero no todo. ¿Y las fuerzas? ¿O se olvidó de las fuerzas?

PROSTITUTA.— Sí. Tiene razón, me olvidaba de las fuerzas. De todos modos me da lo mismo... Por eso justamente. Por eso de las fuerzas de la naturaleza es que quería preguntarle qué le parecía la idea de que usted, un soldado de la patria, con rango, eso sí, fuera nombrado por mi representante. de Dios aquí en la tierra. (Temerosa.) Por hoy nada más.

Sólo como para que su presencia nos quitara el miedo, nos infundiera valor. Como Él no viene y la imaginación no

basta...

(Comienzan a apagarse las luces mientras se va iluminando una escena surrealista a simple vista más elevada que la

anterior. El humo apenas permite entrever imágenes borrosas, confusas. Un letrero fluorescente indica la entrada de la Morada el Otro Mundo una gran sombra parlante indica la presencia de Dios en ese lugar. Indiferenciadas, varias personas trabajan dando vueltas a una fragua. Se comportan como si tuvieran mucho calor. En el mismo nivel otras personas trabajan enviando hacia la tierra aire por medio de grandes secadores de pelo.)

VOZ DE DIOS.— ¡Sh! ¡Cuidado! ¡Cuidado, hombre! Porque te hice libre y mantengo mi palabra es que te pido que recapacites antes de aceptar. Por si no lo sabes yo nunca deseé delegar. De aceptar serías un representante sin poderes.

OFICIAL.— (Contestando a Dios desde su lugar.) ¿Por qué?

VOZ DE DIOS.— ¿Por qué? Creo que sería demasiado larga la explicación para intentarla. Sólo puedo decirles que

cualquiera se cansaría pronto de un Dios sin poderes. Se cansarían tanto como me aburría y me cansaba yo con el

hombre cuando tenía que entretenerlo en su primera época, en la que careciendo aún de la posibilidad de procrear, su memoria apenas se insinuaba y yo tenía que vivir vigilándolo todo cuando la mayoría de las cosas se perdían de mi

vista.

OFICIAL.— ¿De qué época me estás hablando? ¿Años luz para atrás?

VOZ DE DIOS.— M... Déjame pensar... Sí... De la época anterior a la total y definitiva puesta en marcha de la ley de

gravedad. (Pausa. Desentendiéndose de lo que pasa en la tierra, Dios parece interesarse, a partir de ese momento, en lo que sucede con los seres que se encuentran cerca de Él.)

VOZ DE DIOS.— África a la vista... Apunten, fuego... ¡Digo, calor! Vamos, apuren. Todo debe dar la sensación de

continuidad. El calor debe ser parejo. Fuerte y parejo. El contingente pasado, ése sí que era un excelente contingente...

Lástima que ya desaparecieron de mi vista... Ya habrán entrado en el más allá, seguramente.


PERSONA TRABAJANDO.— ¿En donde los trabajos son más variados, no?

VOZ DE DIOS.— Sí, sí, mucho más variados. Como después tienen que entrar en la eternidad... Allí, ya hay paz. Mucha

paz.

PERSONA TRABAJANDO.— (Como reflexionando, pero dirigiéndose al trabajador más próximo.) Pensar que tenía tanto miedo. Me hablaban del otro mundo y yo comenzaba a temblar.

PERSONA TRABAJANDO II.— Te creo porque a mí me sucedía exactamente lo mismo. ¿Querés que te cuente lo que me pasó a mí?

PERSONA TRABAJANDO I.— Sí, contá.

PERSONA TRABAJANDO II.— Lo que más me extrañó no fue llegar a un lugar como éste. No. Eso ya me lo venía

palpitando. Lo que sí me extrañó y me sigue extrañando todavía, fue la existencia de un trabajo estable, continuo y

ordenado al que todos, incluyéndome, se someten sin decir esta boca es mía.

PERSONA.— Bueno, no debes olvidar que esa boca ya no es más tuya.

PERSONA TRABAJANDO II.— Es apariencia, lo sé, pero volviendo a lo nuestro, otra cosa que me extrañó y que me extraña todavía, es este gusto mío por el trabajo asignado... Me apenaría tener que cambiarlo por el de hacer llover o fabricar hielo por ejemplo.

VOZ DE DIOS.— (Dirigiéndose al público.) Todas las generaciones tienen las mismas fallas o cualidades, según como se las mire. Pareciera que antes de desaparecer de mi vista se empeñaran en querer hacer cuatro o cinco cosas nada más.

Los japoneses insisten en los maremotos y una vez especializados no los puedo sacar de sus puestos. Otro tanto ocurre con los que se engolosinan con la fabricación del calor y del color, los africanos por ejemplo, llegan a esta morada, los ubico más o menos como para tener cierto orden en todo esto de las fuerzas de la naturaleza, cuando me descuido, ¡zas! Allí están sobre el mismo lugar donde vivieron siempre, esforzándose por caldear y caldear. Caldear tierra, flora, fauna, ánimos... Exageran. Yo sé que exageran pero ¿qué puedo hacer? Les gusta. Los de Laponia, los de la Antártida, los del Ártico, los finlandeses... Ninguno se cansa de fabricar hielo y yo... Yo me canso de reprenderlos. Trato pero no logro encontrar la forma para que entiendan de una vez por todas que eso de la libertad ya no es cosa de este mundo.

No sé como convencerlos de que aquí, por sobre todas las cosas reina la seguridad llamada paz. Pobres... Sin embargo no me puedo quejar de ellos... Lo que pasa es que llegan aquí aferrados a las últimas hilachas de su libertad

domesticada...

PERSONA.— (A la otra.) ¿Lo escuchaste? Insiste en hablar en difícil... ¡Libertad domesticada!

VOZ DE DIOS.— (Dirigiéndose al público.) ¿Quieren saber también ustedes qué entiendo yo por libertad domesticada?

Bueno, tratará de ponerme a la altura de las circunstancias.

Ya está. (Pausa.) Veamos. Así como a mayor libertad menor seguridad. A mayor sometimiento menor responsabilidad, y menor libertad también. Libertad dominada.., por el miedo de vivir.., de hablar... de volar.., de morir...

(Simultáneamente al desarrollo de la escena surrealista por medio de la cual el espectador se entera de lo que está

ocurriendo en la morada “el otro mundo’ dos escenas se suceden, una a continuación de otra. La primera corresponde a la escena final del hall en penumbras, en donde la prostituta para quitarse el miedo, según sus propias palabras, bebe de un solo trago el contenido de la botella labrada.)

PROSTITUTA.— (Apropiándose de la botella dejada momentos antes por el oficial en un rincón apartado.) ¡Vino!

(Estudiando detenidamente la botella.) Parece del bueno. Esto rae va a seguir sirviendo para quitarme el miedo. En una de ésas me vuelvo a dormir como lo hice en el sótano y cuando me despierte ¡zas!, colorín colorado, este cuento se ha acabado. (Ríe, bebe, trastabilla y cae muerta.)

(La segunda escena transcurre al apagarse la tenue luz. El oficial desesperado se lamenta por no haber tomado todos los recaudos.)

OFICIAL.— (Palmeándose la frente en señal de recriminación.) Bebió el vino. Murió envenenada. Pero cómo pude

distraerme.

(Enciende una vela y con ella se dirige a la entrada del sótano cuyo corte transversal puede observarse plenamente en detalle. El oficial encuentra a Lisa y Gregorio tirados en el suelo apartados el uno del otro pero con los brazos extendidos como si en la oscuridad hubieran tentado el contacto sin conseguirlo. De las bordalesas brota el vino que se desparrama dirigiéndose a las alcantarillas de los costados. La atmósfera es por demás húmeda y embriagadora. La penumbra apenas ilumina los azules y los blancos en aquella profundidad. Desde una pequeña claraboya la lluvia de cobre que sin menguar muestra en toda su belleza sus rojos y dorados otorga al espectador la exacta idea de la impagable y estupenda tragedia desatada. Mientras el oficial habla, mueve a la pareja instándolos a despertar. Cuando Lisa, mirando la claraboya, comprende que aún la lluvia no ha cesado, tomándole las manos a los dos hombres recita de memoria la última estrofa del poema “Toda vía “1)

Todavía...

La palabra todavía...

No responde a los ruegos ni vibra a la insistencia ermitaña y altiva se manejó por años

ciertamente por eso se ha negado a la ciencia.”

(A] terminar cada estrofa los dos hombres repiten a modo de coro apagado:)


“Todavía, todavía... Todavía estamos vivos. Todavía estamos vivos. Todavía, todavía...”


(Para terminar, el oficial, mostrando toda su altivez y soberbia, recita la parte final del mismo poema, mientras esta vez, son Lisa y Gregorio los que repiten el estribillo.)

OFICIAL.— “Si ella es fiel a la espera...”

ESTRIBILLO.— “La palabra todavía... La palabra todavía...”

OFICIAL.— “Sin aliarse al engaño...

Seguro es que prefiere, recordando su esencia No creer en azares ni en futuros extraños.”

(La total oscuridad del final de la escena sólo da lugar a la visualización, por parte del público, de las claraboyas incandescentes y, en cuanto al sótano, levemente iluminado, en donde se encuentran Lisa, Gregorio y el Oficial, una máquina, muy parecida la antigua máquina del inicio, se ha transformado en el único gran atractivo del grupo. Primero se los ve acercarse a ella, luego palparla fascinados para terminar empecinados en conseguir la revelación de su misterio.)

LISA.— (Entusiasmada) ¡Es, increíble, Gregorio, Oficial! ¡Si no me equivoco, con esta máquina yo jugué, durante toda mi niñez, a armar rompecabezas! Estaba instalada en el living de mi casa. (Expectante) Vos, Gregorio, accioné sin miedo, la llavecita ¿la ves? Y las teclas de arriba, si te parece. Y vos... (Mirando al oficial de arriba a abajo, sensual y naturalmente provocativa, permitiéndole, con su instantánea actitud la concreción de una caricia rápida sobre su mano inmóvil, caricia imperceptible para Gregorio. (Pausa.) ¿Cómo te llamás vos?

OFICIAL.— Soldado... llamame. Llamame soldado, simplemente. Yo accionaré las de abajo. ¿Les parece bien?

LISA.— (Desentendida)Mientras tanto yo miraré atentamente por el visor.

GREGORIO.— Listo. Ya está. Apretando... ¡ya! Después miro yo. ¿De acuerdo?

OFICIAL.— Sí, cada uno a su turno como debe ser. (Prosiguiendo en voz muy baja como para sí.) Para que no se desate la tragedia.

LISA.— ¡Oh! No lo puedo creer! ¡Lo que se ve es verdaderamente maravilloso! Qué hermoso seria recorrer toda esa

inmensidad... Partir hasta... Morder la libertad... Para luego flotar hasta el instante de volver...

OFICIAL.— Si estuviera aquí el poeta que nunca pudo ser útil diría que sería muy hermoso volar hasta alcanzar la eternidad.

GREGORIO.— Y agregaría seguramente: subido a un haz de luz para no ver que el cielo también guarda oscuridad.

VOZ DE DIOS.— (Desde la escena surrealista.) Esa. ,Justamente esa sería la síntesis de la etapa faltante. La que completa el círculo de la historia de mi estupenda criatura, el ser humano, el que dándolo todo sin estar enterado, jamás pudo ser dueto de nada. ¡Mi querido e inseparable ser humano! El que habiendo ignorado por los siglos de los siglos la serie infinita de amortizaciones a las que tuvo que someterse desde el principio de los tiempos, jamás se le ocurrió darse por pagado rebelándose contra mí. (Pausa.) HQV me siento solo. Sí, como lo oyen. Sólo. Mucho más sólo que ustedes porque al menos ustedes a veces se acompañan mutuamente o me tienen a mí... En cambio yo... con eso de que tengo que cumplir con la justicia divina... Y bueno... ¿Qué harían ustedes? ¡Sí! ¿Qué harían, por favor, ustedes en mi lugar?

LOS TRES.— No necesitamos tu palabra. Ya nos has hablado, y bastante, con los hechos.

LISA.— Hoy reclamamos tu presencia aquí, nada más. Y reclamamos solo porque tenemos miedo.

(Implorante.) Respetuosamente te sugerimos que te dignes volver a esta tierra tuya y también un poco nuestra, ya casi reventada.

GREGORIO.— Reventada, sí. Reventada, no casi reventada. Reventada sin que lleguemos jamás a saber quién fue el que la reventé.

OFICIAL.— (Dirigiéndose a Dios.) No pretenderás echarnos la culpa a nosotros. ¿No?

VOZ DE DIOS.— ¿Culpa? Menos mal que se atrevieron a nombrarla. No deja de ser una suerte. Por fin este malentendido terminará, y hoy mismo, porque debo decirles, por si aún no se han dado cuenta, que a mí sólo se me ocurrió crear la responsabilidad, el “tú podrás”. A la culpa, herramienta usada por el hombre, generadora de resentimiento y portadora de desgracia, la inventaron ustedes y al parecer con el único propósito de lograr el dominio sobre los demás. Y...Lamentablemente lo consiguieron, con ayuda de mi silencio que es como decir amparados en mi propia justicia.

GREGORIO.— Estudiando un poco tu proceder me he dado cuenta de que tampoco nos mirás. ¿Por qué pensar, entonces, que nos escuchás? ¿Qué sentido tiene creer que nos escuchás si no nos mirás ni intentás ayudarnos?

OFICIAL.— (Dirigiéndose a Dios.) Vení, hacé el favor. Necesitamos estar en tu compañía como cuando el hombre dependía sólo de tu capricho, antes de que se te ocurriera transformarlo en librepensador reflexivo.

LISA.— Para mí ya es tarde. (Dirigiéndose a Dios.) Creo que deberías haber venido antes, cuando comenzamos a sentir la imposibilidad de mantener la fe en vos, con palabras de los propios hombres.

VOZ.— No puedo volver porque no debo volver. (Pausa.) Para que mi justicia, aunque incomprendida por los occidentales, sea realmente LA JUSTICIA incontaminada... Inconmovible. Todas mis criaturas iguales ante mis ojos y sólo a merced de los obstáculos que ellas mismas fueran creando en su deambular.

GREGORIO.— Parece entonces que el sistema es lo único que importa. Ya me lo venía temiendo yo. El primero de todos, el más importante, el de Él, el sistema solar. Más, el de todo el Universo; el Cosmos…

VOZ.— No insistan. No volveré. Al menos por ahora. Para consolarse piensen que lo peor que podría sucederles es estar obligados a convivir con un justo.

LISA.— (Dirigiéndose a sus compañeros.) ¡Tiene razón! Si ayudara a unos sí y a otros no, no sería justo.

OFICIAL.— (Tratando de abrazar a Lisa como para consolarla en e] instante en que Gregorio intenta hacer lo mismo.

Retractándose muestra los brazos bien abiertos a Gregorio como para terminar el instante de tensión entre ambos. Lisa les sonríe tristemente a los dos. Dirigiéndose a Dios.) ¡Basta ya! ¡Ayuda a todos por favor! Somos tres gatos locos y sea como fuere hoy sé que Dios existe, porque estas ahí. Lo he comprobado. ¡Qué embromar! ¡Y si sos bueno o malo, justo o injusto me importa un carajo! (Dirigiéndose al grupo.) ¿Entendieron?

VOZ DE DIOS.— Desgraciado el que encuentra un obstáculo y no puede salvarlo. De todos modos todo está bajo control.

No tengan miedo...

GREGORIO.— Entonces, mi querido Dios, tendrás que saber que el hombre, hecho a tu imagen y semejanza no sólo es prudente y aparentemente también insensible sino que además ha aprendido la clave. Sabe que en todo sistema la consigna es: condenar o inmolar lo real, lo concreto, en nombre de lo abstracto, de lo inasible. De arriba para abajo se condena al hombre en nombre del sistema solar.

OFICIAL.— De la misma manera se condena o se traiciona al país en nombre del interés general como se condena o

traiciona al orden público en nombre de los sagrados derechos humanos.

LISA.— Como a los derechos humanos en nombre de la sacrosanta paz.


VOZ DE DIOS.— No me canso ni me cansaré jamás de enorgullecerme de ustedes, especialmente durante las horas de la noche, que es cuando al mirarlos sin que ustedes lo noten, los siento entregados, por millones, a la prosecución de mi obra. Es una maravilla verlos a todos juntos en esa actividad positiva y regocijante. Vibrantes y por sobre todo olvidados de cuanto existe a su alrededor. Presten atención, por favor. Creo que allí cesó el fuego ya, mientras que en otras latitudes recién está comenzando.

LISA.— ¿Terminó? ¿Sí? ¿Y ahora qué pasará?

VOZ DE DIOS.— Que volveré a incomunicarlos de mí. Los podaré simbólicamente como para que se fortifiquen más y más.

Luego me impondré nuevamente la obligación de mirar para otro lado como vine haciéndolo siempre. Pero quiero que sepan que es precisamente en esa incomunicación en donde se desarrolló mi gran respeto por el género humano.

Necesito ser neutral para ser justo. Y si me permiten quiero confiarles una sola cosa más: la máquina, esta máquina,

utilizada por mí, como justificativo de nuestra comunión. Bueno... No es la original. A la original la destruyeron. Ésta no es más que la réplica exacta, de la utilizada por mí hace años, para contactarme, con éxito, luego de las infinitas tentativas emprendidas por ustedes. los humanos, para lograr localizarme. Y bien... No podrán decir que no los dejé hacer...

(Todos juntos quedan accionando las teclas de la computadora.)

GREGORIO.— Aquí cesó el fuego pero quedamos tres.

OFICIAL.— El número del conflicto.

LISA.— ¿Quedamos sólo nosotros? ¿Fue realmente el fin? (Pausa.) ¿Y, qué haremos ahora?

OFICIAL.— Como en toda situación límite lo que vamos a necesitar creo que es orden. Sin ninguna duda yo impondré el orden, les guste o no.

GREGORIO.— Bien. A mí me parece bien. Yo entonces impondré el respeto. Siempre hará falta un poco de respeto.

LISA.— Y como sin ninguna duda yo seré la encargada de aportar la gran dosis de tolerancia, también seré yo la encargada de imponerla.

OFICIAL.— ¡Qué barbaridad! ¡Quedamos tres! Diálogo mediante...

VOZ DE DIOS.— Tres, el número suficiente. Tres, el de la verdadera Trinidad: padre, madre y el “Tú podrás” existente en cada ser humano vivo. La belleza de cada género y la posibilidad.

(Al encenderse las luces de la escena central se vuelve a ver, en ese lugar, el recinto correspondiente a la escena inicial del primer acto, en donde la misma gigantesca máquina de complicada tecnología abarca, aún, gran parte del telón de fondo.)

JEFE.— (Enérgico) No importa quién de ustedes haya apretado la tecla. Ya sucedió. Imposible ahora prever, controlar y menos aún detener las consecuencias. Sabíamos y muy bien que no existiría sanción para el culpable.

PERRO 1.— Porque en muy poco tiempo moriremos todos. ¡No tenemos salvación!

JEFE.— Una hora más... Dos. Quizá diez minutos o tal vez un día. ¡El fin es inevitable!

PERRO 2.— Fue una imprudencia desgraciada. Un infortunado accidente. Ahora necesitamos del milagro. ¡Dios! ¡Retrocedamos en el tiempo! ¡Permítenos creer que estamos soñando!

JEFE.— A rezar... A esperar... A entretenerse.

PERRO 3.— Díganos ya, por favor, que todo esto es un simulacro. Por favor... Necesitamos morir esperanzados.

PERRO 4.— (Apesadumbrado.) A mí me empujaron.

PERRO 3.— A mí también. (Dirigiéndose al grupo.) Por eso lo tuve que empujar.

PERRO 2.— A mí me hizo trastabillar un cable que se me enredó en el pie.

PERRO 1.— Yo puse ese cable, pero bajo tierra, por eso no me explico qué paso.

PERRO 2.— Yo desenterré el cable porque un picapedrero lo cortó con su máquina de sacar adoquines del otro lado del paredón.

PERROS.— ¡Oh! ¿Y?

PERRO 2.— Murió.

PERRO 3.— Pero el accidente ocurrió porque se perdió el plano de ubicación de ese tipo de cable de alta tensión.

PERRO 4.— La culpa entonces la tuvo se. En estos casos siempre se tiene la culpa.

PERRO 3.— Se voló lejos ayudado por un vendaval.

PERRO 2.— Se borró, luego, su número característico.

PERRO 1.— Y por último, se hundió el plano entero en el mar, como para negarnos, a todos, la posibilidad de reconocerlo como lo que era, un simple plano.

PERRO 2.— El simple plano que se perdió.

JEFE.— (A los integrantes de su grupo, los perros guardianes.) ¡A refugiarse en los bunkers antes de que sea tarde! ¡La lluvia de fuego ya ha llegado aquí! ¡Rápido!... ¡Salgamos!

PERRO 4.— ¡Apresemos a se! ¡Condenemos a se!

JEFE.— No hay sanción pero ejecutemos a se. ¿Dónde está se? ¿Quién es se?

PERRO 2.— ¿Dónde está se? ¡Busquémoslo!

PERRO 3.— ¡Antes debemos saber quién es se!

PERRO 1.— Imposible ejecutarlo porque se dice que es el representante de Dios sobre la tierra. (Desaparecen todos por la boca de un subterráneo lateral. Desde la escena surrealista más alta, ubicada al lado de la máquina computadora Dios responde inmediatamente a los perros guardianes de la escena central.)

VOZ DE DIOS.— ¡CUIDADO HOMBRES! Por segunda vez ¡CUIDADO! Jamás delegué ni delegaré. Jamás trancé con la idea de representación de mi función rectora. ¿Entendido? (Pausa.) ¿No responden? ¿No? Parece que algo han aprendido ya de mí.


FIN

Axel


Cada uno de los personajes, verídicos o Interpretados, de alguna manera, en algún instante de su vida se transforman en instrumento de conexión entre la actitud, con o sin intencionalidad, y el hecho dañoso consumado, pero... cómo probarlo.


Lo dicen Ana y Lina, dos personajes de este libro


PERSONAJES:

AXEL

ANA

MAXI

ELENA

LA COLORADA


PRIMERA ESCENA

Axel y Ana, más tarde Maxi


(Al abrirse el telón la escena muestra, con tenue luz, el cuarto desordenado de un joven músico. Por encima de todo el ámbito, especialmente ubicados junto a los almohadones diseminados sobre la alfombra que cubre el piso, se dejan ver las siluetas de diferentes instrumentos: una guitarra eléctrica, un saxo, una batería cuyos platillos de bronce y su esqueleto niquelado hacen resaltar su brillo cuando las luces de los automóviles atraviesan, cada tanto, la calle a la que da el gran ventanal, ubicado sobre la pared del fondo. Casi en la oscuridad Axel toca el piano. Canta, acompañándose, una canción dedicada a “la madre” terminando con un recitado y un largo quejido, de sonido casi gutural. “madre... vos que me tuviste y yo que no te tuve nunca... “ Al escucharlo, por la derecha entra Ana, mujer de mediana edad y aspecto muy agradable, la que al verlo en ese estado de tristeza corre a abrazarlo. El clima es de intimidad. Él parece aceptar la muestra de cariño pero al cabo de un instante reacciona contra ella violentamente.)

AXEL.— ¿Cómo querés que te diga que no quiero que me abraces?

(Silencio embarazoso.) No quiero que me toques, ni que estés al acecho. (Pausa.) Ni que me mires. No quiero nada.

Nada.

ANA.— (Apresurada, titubeante.) Mi chiquito grande... Nuevamente con la tristeza metida adentro. ¿Por qué vivir una vida torturada? ¿Por qué? ¿Por qué este odio repentino si hasta hace apenas un rato todo estaba en orden aquí? Mírame, a ver... (El muchacho se tapa la cara con las manos no permitiendo que ella lo toque.)

AXEL.— No te acerques porque no respondo de mí.

ANA.— (Desafiante.) ¿Te atreverías? ¿Serías capaz?

AXEL.— Nunca lo hice pero te aseguro que si insistís en ponerte cargosa...

ANA.— (Sollozando.) ¿Me pegarías?

AXEL.— Sí. Y no sería el primero que aplasta una mosca pegajosa.

MAXI.— (Haciendo su aparición por el costado izquierdo, quedando inmóvil tomado fuertemente del marco de la puerta que comunica con el living.) Pero qué te creés, pedazo de sinvergüenza... ¿Por qué no iniciás, alguna vez, estos escándalos conmigo, eh? (Con ironía.) Toca el piano e injuria a la madre.

AXEL.— Toco el piano y podría pegarle... ¿Eso es lo que querés escuchar? Bien... Te lo repetiría pero como sé que no te la vas a aguantar... me voy. (Cierra fuertemente la tapa del piano y desaparece dando un portazo. Ana y Maxi quedan solos temblando de rabia e impotencia.)

MAXI.— Cortó toda comunicación como me hacía tu madre cuando discutía por teléfono. ¡Ah! Pero esto se terminó. Ana, ¡reconocé por favor! Tenemos un enemigo y dentro de nuestra propia casa.

ANA.— Sí... Tenés razón... Pero no quiero saberlo. Cálmate, por favor. Últimamente reacciona siempre así, pero después...Cuando acomoda sus pensamientos se sosiega. Rompe, grita, patea, golpea el piano, saca como arrancando su ropa de los placares... Pero luego recapacita.

MAXI.— Se babea... Si hasta pareciera que ladrara. (Pequeña pau-sa.) Ana... ¿No se drogará? ¿Sabés vos con quién se junta?

ANA.— ¡No! ¿Drogarse...? Mientras Elena.. sea su chica no hay peligro. (Pausa.) Tenemos que cuidarla... Eso sí. Axel es tan sensible que se hiere con sus propios pensamientos. Y si no me equivoco, hoy Elena tiene tanto que ver como nosotros en este arranque.

MAXI.— ¡Qué estás diciendo! Elena es una víctima que si se casa con él se llevará a un loco. Pero no, no se lo llevará como hicimos nosotros cuando él nació. Ignorantes... inocentes... con los ojos cerrados. ¡No! Yo buscaré la forma de hablarle, de informarle.

ANA.— (Hablando para si, aflojando momentáneamente la tensión que entre ellos comienza a percibirse.) Será posible que esta criatura... (Irónicamente.) Criatura. Es universitario y músico de los buenos, además... Debiéramos reconocer que ya es un hombre, hecho y derecho, caramba.

MAXI.— Si fuera un hombre comprendería.

ANA.— (Desentendida.) ¿Será posible que este muchacho, siendo tan capaz, no pueda comprender últimamente nada?

MAXI.— Aquí lo único que tiene que entender es que su vínculo nada tiene que ver con la sumisión que tanto le preocupa... ¡Ah! Y no sabés la última. Le molesta tener que considerarse un domesticado sin historia...

ANA.— (Soñadoramente.) Cosas... Cosas de adolescente que madura, sin duda. Todos me dicen: Ana, la que tenés que comprender sos vos, no él. (A Maxi.) Vos y yo, los dos. Unidos como antes, me digo en silencio. Él es el adoptado. Y me lo digo, sin decirlo, desde que decidimos traerlo a compartir nuestro mundo...

MAXL.— Una casa en donde él cabía holgado, decí.

ANA.— Una casa, está bien... tenés razón. Desde ese momento somos los dos responsables de él. Y vos más, me sigo diciendo a mí misma, porque sos su madre. (Pausa.) Parecelo y lo serás, me dicen. Verás qué fácil es. (Prosigue sin esperar respuesta.) Pero no. Él no lo asumió.

MAXI.— Dice que se niega a reconocernos porque sabe que jamás va a poder agradecer...

ANA.— ¿Le pedimos, acaso, alguna vez que agradeciera?

MAXI.— ¿Se les pide a los hijos de sangre que agradezcan?

ANA.— Vaya uno a saber. A mi, por de pronto, nunca me lo pidieron... Aunque en mi caso no hubieran podido. ¡Mamá era tan especial!

MAXI.— ¿A los hijos de sangre qué se les pide? ¿Que agradezcan qué?

ANA.— A los hijos de sangre no se les pide, se les saca. Se les quita muchas veces, como a mí, la posibilidad de crecer.

MAXI.— ¿Y cuando se les pide que agradezcan? ¿Qué es lo que tienen que agradecer? ¿Que los hayamos traído?

ANA.— (Afirmando.) Si vienen solos.

MAXI.— Cuando vienen solos.

ANA.— Cuando vienen, es verdad. (Pausa.)

MAXI.— Entonces somos nosotros los que debiéramos agradecerles a ellos, que se han dignado venir... Digo... cuando se dignan.

ANA.— ¿Y cuando vienen sin ser llamados, entonces?

MAXI.— Así les va... a veces.

ANA.— Nosotros ¿qué hacíamos? ¿Pensábamos en nosotros cuando estábamos angustiados por la tardanza o pensábamos en él?

MAX 1.— (Resolviendo la situación.) Creo sin embargo que ha llegado el tiempo de decirle quién es ella y cómo llegar hasta ella para que se tranquilice y no repita sus desplantes. Es su derecho.

ANA.— Si todavía es posible. Ha pasado tanto tiempo... y el que la conocía vive ahora tan lejos...

MAXI.— Pero no importa, le indicaré el camino para llegar. (Pa usa.)Eso sí, le impondré una condición. Una sola: que si logra encontrarla que ni se le ocurra hacerla entrar en esta casa. Le voy a adelantar que no quiero verla. Demasiados problemas tuve con ella como para tener que soportarla cerca.

ANA.— Decime... ¿Vos también pensás, como el psicólogo, que cuando se lo dijimos ya era tarde?

MAXI.— Yo ya no creo nada. Ahora sólo pienso que mi desasosiego bien merece un trago. (Cambiando de actitud.) Ya sé que te molesta pero olvidá un poco a tu madre y acompañá a tu marido. ¿Querés? Creo que no vas a tener más remedio que crecer vos también.

ANA.— No me gusta que te escudes en el alcohol. Bien lo sabes.

MAXI.— Yo no tomo alcohol. No tomo mucho, quiero decir.

ANA.— Lo que querés decir es que no sos alcohólico. Bueno. No... no lo sos. O... no sé, quizá lo seas. Yo no soy quién para afirmarlo. Sería una agresión y a esta altura no pienso tomarme el trabajo de hacerlo, pero que te evadís, te evadís.

MAXI.— ¿Qué me querés decir con todo esto? Porque... sinceramente no entiendo el porqué del giro repentino de nuestra conversación.

ANA.— Vos sabés bien que me molesta que por medio del mecanismo del alcohol y sin necesidad de estar borracho te aislés de mí desapareciendo, ignorando cuanto ocurre a tu alrededor.

MAXI.— ¡Nunca llegué a emborracharme!

ANA.— Yo dije: sin necesidad de estar borracho.

MAXI.— ¿Y qué otra cosa te disgusta de mí, si se puede saber?

ANA.— Tampoco me gustan tus modales, tu trato para conmigo.

MAXI.— ¿Ah, no?

ANA.— Vos sabes bien. ¿Cuántas veces me dijiste, a lo largo de todos estos años, que perdía lastimosamente el tiempo tratando de representar, sumisamente, el papel de hija con mi madre?

MAXI.— Sí, te lo decía. ¿Y?

ANA.— ¡Pobre madre muerta ya! También me decías que yo trataba de someter miserablemente a nuestro hijo. Sí, y no me mires así ¿decías o no miserablemente?

MAXI.— Mejor me voy. Si querés un trago bien preparado vení al living. No tengo ganas de discutir. ¡Me imagino cómo te sentirás después de todo el amor brutal que le diste! (Pausa.) A él, porque lo que es a mí...

(Sale Maxi y entra Axel apaciguado.)

AXEL.— (A Ana.) Andá. Él te está esperando. Dejame solo. Ya estoy mejor. Dentro de un rato estaré bien del todo. ¿No se me pasa siempre? Aunque pudiera explicarte estoy seguro de que vos no podrías comprenderme. ¿Para qué hablar entonces?

ANA.— No. Para qué hablar no. ¿Por qué no hablar?

AXEL.— ¡Mamá!

ANA.— (Sensibilizada.) ¡Mamá! ¡Me dijiste mamá!

AXEL.— Cómo decirte que siento vergüenza; que no vivo cómodo aquí. Cómo expresarte el grado de humillación que me domina cuando actuando como dueño... Cuidado, dije actuando ¿eh? me atrevo a reclamar mi parte de cariño en esta casa.

ANA.— Casa que nos alberga a los tres... Que está llena de ese amor, del cual hablamos siempre y que, sin darnos cuenta, se desprende de cada uno de nosotros, justamente aquí, dentro de ella. ¿Cómo es que no podés sentirla propia, no “como propia”?

AXEL.— Porque no tiene cimientos para mí. Mejor dicho... Porque me considero como si yo fuera una amplia habitación, pero asentada sobre una azotea. Al menor viento... ¡zas! (Cambiando de actitud, sonriéndole débilmente a su madre.)

Me parece que te adelantaste un poco al pensar que estos ataques míos habían desaparecido. ¿No? (Tristemente.) Ya ves... Mamá.

ANA.— Respetaré tu silencio si insistís en pedírmelo de ese modo. (Pausa.) Como desde hace mucho tiempo vengo respetando el silencio de tu padre. Vibrando por dentro y acumulando energía con los puños cerrados.

AXEL.— Pero... ¿Te das cuenta?

ANA.— Lo tengo decidido. Desde hoy serán dos los que habitarán mi soledad. (Pausa.) ¡Sh! Y cuidado porque allí la consigna es el silencio. El silencio y la mirada gacha para que nadie pueda descubrir, por el brillo de los ojos, la alegría nacida de alguna coincidencia.

AXEL.— ¿Por qué serán tan complicadas las cosas aquí? Yo sólo dije e insisto: quiero saber cómo .fue todo. Corto mamá.

Sin prosa poética. Lisito. Bien lisito. Y por supuesto, dejando de lado esa clase de silencios extraños... ¿Podrá ser? ¿Me compraron? Papá no hace mucho y sin explicarme nada me dijo que pagaron para tapar lo “sucio” del negocio.

ANA.— ¿Dijo lo sucio?...

AXEL.— Dijo “lo sucio”. Yo escuché y muy bien.

ANA.— Lo habrá dicho pero no es verdad. Es cierto. Pagó, pero no puedo explicarte cómo fue que logró tu entrega. No supe porque no quise jamás preguntar, pero sucio no pudo haber sido nunca. Te lo aseguro. Debemos mantener la cordura, ayudarnos mutuamente. (Pequeña pausa.) Hacé memoria. ¿Cuándo comenzó tu desmoronamiento, exactamente?

AXEL.— Cuando comencé a buscar una salida y no la encontré. Cuando me di cuenta de que tenía que tomar la cosa en serio y pensar en serio. (Pausa.) Pero... el desmoronamiento comenzó cuando me sucedió con Elena lo que te conté sin que ninguno de ustedes dos al enterarse le diera importancia. Si. Fue en ese momento. Allí, aferrado a ella, forzándola a permanecer pegada a mí mientras ella gritaba fuerte para que la escucharan los que estaban ahí, mis propios compañeros.

ANA.— El ser humano cuando se resiente suele ser tremendamente vengativo.

AXEL.— Pero a Elena se le fue la mano conmigo... (Silencio.) ¿Sabe ella que me llamo Axel para poder nombrarme? (Ana niega con un suave movimiento de cabeza.) ¿Entonces, jamás fui nombrado por esa mujer?

ANA.— ¿Te referís a la verdadera?

AXEL.— Sí, hablo de ella. Creo que para dar con mi rumbo voy a tener que encontrar la forma de conseguir que su boca inaugure mi nombre y que mi boca inaugure, algún día, el suyo. Quiero nombrarla y por su nombre que no conozco. ¿Y por qué no lo conozco? ¿Qué es lo que me está pasando? ¿Por qué quiero saberlo si ella me abandonó?

ANA.— Es bueno... No es tan absurda la idea. Más, creo que estás en todo tu derecho, estás preguntando sobre tu origen.

AXEL.— Estoy dispuesto a todo para lograrlo pero después... Le negaré la alegría de compartir conmigo... lo esencial. Ya vas a ver.

ANA.— ¡Qué espanto! ¡No puedo creer lo que estoy escuchando! ¿Es odio lo que has estado guardando para ella, entonces? ¿Nunca se te ocurrió pensar en el valor que con el tiempo adquiriría el regalo que te entregó ese día?

AXEL.— ¿Un regalo? ¿De qué me estás hablando?

ANA.— Te hizo dueño de la posibilidad de no retribuir... Y vos como si nada.

AXEL.— A ella, pero quedan ustedes.

MAXI.— (Retornando impasible con el vaso en la mano.) Es verdad... Quedamos nosotros para que te des el lujo de ser un renegado.

AXEL.— (Tratando de herir a Maxi con su indiferencia.) (A Ana.) ¿Sabe ella algo sobre mí? ¿Dónde vivo? ¿Con quiénes vivo?

MAXl. — (Entrando en la conversación, sin guardar rencor.) Pero ¡cómo se te ocurre semejante cosa! Si nosotros hubiéramos dejado que ella te espiara hubieras vivido una existencia espantosa. Hubieras vivido aterrorizado imaginando raptos y extorsiones... Como las que imaginábamos nosotros.

ANA.— Hubieras vivido el miedo horrible de ser arrancado, de repente, de este mundo mullido que te dimos. (Pausa.) Tu padre, este padre, hizo muy bien en no permitirle nunca que supiera nada, ni de vos ni de nosotros. Siempre temió que reaccionara con maldades.

MAXI.— A ella podrías llegar... Si es que pensás hacerlo, por intermedio de Elena. Si, de ella, no me mires así. Mejor dicho de un tío suyo llamado Asdrúbal.

AXEL.— ¿Elena tiene un tío llamado Asdrúbal?

ANA.— Si. Yo también lo conocí. Tu padre y yo sabemos que ese hombre, el mediador, estaba emparentado con la madre de Elena. Era un solitario que al poco tiempo decidió abandonarlo todo para instalarse, tranquilo, no estoy muy segura (A Maxi.) pero se habló de Tierra del Fuego, ¿verdad?

MAXI.— Se habló, sí, pero no lo tratamos más. Sé que vive porque hace poco alguien me habló de él.

AXEL.— ¿Y a qué quieren llegar? ¿Elena? ¿Justo Elena, me dicen...? Juré no volver a verla. Elena se transformó en un segundo en la representante de toda la humanidad. (Silencio.) Elena sabe... Me ofrece su lástima silenciosa...Cuidadosamente escondida. Tan escondida como para hacerme creer que lo que me ofrece es amor. Y un buen día...cuando la situación cuadra, esgrimiendo esa misma lástima, pero como arma esta vez, termina devolviéndomela, transformada en filosa puñalada. (Pausa. Gritando.) ¡No quiero su lástima ni la de nadie!

MAXI.— Para llegar a Asdrúbal no conocemos otro camino: Elena.

AXEL.— Y Elena murió dentro de mí y me molesta porque la llevo muerta. (Pausa.) Elena es la lástima que no soporto. ¡Las gracias que no quiero dar!

MAXI.— Elena es el mundo que acepta las cosas y los hechos como desde siempre se nos ha enseñado.

ANA.— (Tratando de suavizar.)Y que se producen para alegrar a algunos y lastimar a otros. (Pausa.) Depende... Eso es todo.

AXEL.— ¿Y por qué depende? ¿Porqué algunos son a veces débiles y otros poderosos, como yo en este instante, que me importa un comino que ella llore?

ANA.— Exactamente. Y eso está bien porque el sufrimiento te ha fortalecido.

AXEL.— ¿Sí, eh? ¿Y si también les dijera que me importa un comino que ustedes dos se estén destruyendo como lo están haciendo, continuamente, porque prefieren pasar por tontos antes que reconocer una perfecta evidencia?

MAXI.— ¡Cuidado con lo que decís! ¡Frená un poquito tu lengua porque te vas a arrepentir! ¿De qué verdad estás hablando?

AXEL.— Pero... qué pasa con ustedes... ¿Se han vuelto idiotas con los años? ¡Ustedes bien saben que todos saben que yo no soy de aquí pero se desesperan por ocultarlo! Pretenden que éste sea mi lugar cuando todos con la mirada me dicen siempre lo contrario.

MAXI.— Que nos hemos transformado en idiotas... Que te sentís un extranjero... ¿Por qué no pensar que sos un inmigrante de los de Alberdi? Av si Alberdi viviera... Basta ya de histeria. No quiero tolerar más tu agresividad. Me colmaste la paciencia. (Maxi manteniendo en alto el vaso vacío en una mano, toma fuertemente del hombro a Axel con la otra, sacudiéndolo descontrolado. Ana trata de separarlos susurrándole una frase a Axel al oído, la que al ser escuchada por Maxi se transforma en el motivo generador de más violencia.)

ANA.— No le contestes Axel. No entiende la situación. Tené cuidado porque ya puede estar borracho.

MAXI.— (Maxi forcejea con Ana tratando de asentar el vaso sobre la cara de Axel. Axel esquiva el golpe, razón por la cual el vaso termina rompiéndose contra la pared. Ana grita. Axel pretende escapar pero Maxi cierra la puerta con llave empujando a Axel hasta hacerlo sentar en el sofá.) (Furioso, a Ana.) Un whisky no emborracha a nadie, señora de nadie, madre de nadie, hija de nadie. Un whisky, a veces, puede servir para reconcentrarse. Los angelitos están guardados ya dentro de los cajones. Ellos son sumisos, se dejan guardar. ¡Para eso existen los cajones, para guardar angelitos! Los diablos, los verdaderos, siempre encuentran la forma de salir, son astutos, por eso viven en libertad y uno se puede topar con ellos en cualquier parte.

ANA.— (A Axel) Delira o está loco. (A Maxi.) ¿No te das cuenta de que estás diciendo barbaridades? Dios mío. ¿Qué está pasando hoy aquí?

AXEL.— El nacimiento de una nueva era. La crisis... El caos que todos estos años costó ¿imponer, organizar? Falta poco pero, sin duda, a como van las cosas será apoteótico.

MAXI.— (Ínterin con largo silencio.) Desde hace un año todo se ha vuelto trágico aquí. (Axel se para como para comenzar a hablar pero Maxi no sólo lo interrumpe sino que además le impide en forma violenta que se acomode como para hacerlo). ¡Dejame hablar, no me interrumpas! Envolviste a tu madre, porque todavía lo es, jurídicamente lo es. ¡No me interrumpas! También todavía es mi mujer... En una telaraña de malentendidos y ella y yo debemos soportar tus arranques de loco como si se tratara de algo muy natural. Sí, de loco. Vos loco, naturalmente loco, no yo loco borracho, que bien sabe ella que no es así. Como sabe Elena que lo que tiene ella dentro de ella no es precisamente lástima sino otra cosa que se llama... (En voz más baja.) Calentura.

AXEL.— Yo sólo pedí saber. No me escucharon... Insistí... Golpeé... Pateé... Y ahora. Ahora me tengo que ir. No hay otro camino. (Gritando.) ¡Pero no! No me iré hasta que de esta casa salgan explicaciones que me colmen de satisfacción.

Ahora me toca a mí.

MAXI.— Pero... ¿Me vas a dejar terminar? ¿Me vas a dejar terminar por lo menos dos frases sin interrumpirme?

ANA.— ¡Por favor no! ¡Ya basta por hoy! No lo trates mal, ¡por favor! Axel es agresivo por naturaleza (Llora amargamente. A Axel.)Ya te contaré yo, pero después cuando estemos solos.

MAXI.— Pero qué le podés contar vos si acabás de decirle, si no escuché mal, que no sabés nada de su historia. Sólo ella, la verdadera, y tal vez yo, la conocemos íntegra. ¿Que quién es tu padre? ¿Para qué querés saberlo? Tu madre te abandonó. La historia podría comenzar así. Tu madre te abandonó porque tu padre, que si mal no recuerdo era un músico, la abandonó a ella. Así eran antes las historias, con suaves variantes. A tu madre, a quién tuve que tratar alguna vez pero sin darme a conocer, ya que jamás le permití que viera mi cara, era una de esas mujeres que molestan...

porque... en el caso de tu madre hizo cosas que me molestaron mucho y algo peor aún, los justificativos que pretendió

usar me molestaron mucho, mucho más.

AXEL.— Yo sólo sé que soy un pobre chico, un domesticado.

MAXL.— Y sin historia, te olvidaste. Eso es pura literatura. Literatura que sirve para suicidarse.

AXEL.— Un domesticado que no encontró ni encontrará la paz en ningún lugar mientras no se saque de la cabeza la

sospecha de la lástima, imposible de verificar. ¡Uffl Es muy complicado.

ANA.— ¡Y hubo tanto dolor!

MAXI— (Gritando.) Quiero que te saques de una vez por todas a esa mujer de la cabeza, de lo contrario te la voy a sacar yo

pero a trompadas. ¿Querés saber si pagamos por vos para que se nos extendiera el permiso para criarte? Sí, pagamos

como se paga todo lo que se quiere para sí.

ANA.— (Llorando.) Como la maternidad en este caso. Y por culpa mía. (A Axei) Yo no pude darle hijos. No pude. Y hasta me


sometí a los más absurdos vejámenes. Me sometí a las más aterradoras intervenciones.(Ahogándose en sollozos)

Operaciones extrañas... En lugares lejanos, extra-

ños también. Hice los sacrificios más estremecedores como cuando en Centroamérica. ¿Te acordás Maxi, cuando viajé

sola a Centroamérica...? Bueno, no quise contarte porque me dio vergüenza pero en Tlaxcala tuve que soportar primero

que me hincharan con gas y luego... la mano entera de una hechicera dentro de mí para conseguir dilatación y (A Axel)

para poder tenerte. Pero ya ves, todo fue en vano. Allí también dejé dinero y hasta joyas.

MAXI.— Por favor, no sigas... ¿Cómo pudiste haberlo hecho y sin que yo me enterara? Por el amor de Dios. ¡Cómo fue que

lo hiciste!

ANA.— ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? Lo hice y punto. ¿Me querés decir qué te pasa ahora? ¿La sinceridad te hace

estremecer? ¿Un hijo mío no valía esa pena? (A Axel.) Otra te tuvo por mí. ¿No te parece estupenda esa explicación?

¿No te basta para volver a la normalidad? ¿Para recuperar tu sonrisa?

AXEL.— Me estoy dando cuenta que poco y nada voy a conseguir hoy de ustedes. Lo poco que conseguí. Elena...

Asdrúbal... Ya lo conseguí y fue hace rato. ¡Ahora déjenme sólo, por favor! (A Maxi.)Ya les dije que me quedaré. ¿Qué

más quieren de mí?

MAXI.— Tranquilo. Que te quedes tranquilo. ¿Entendido?

AXEL.— Sí. Tranquilo. Así me quedaré, pierdan cuidado. Porque aún falta mucho para que se complete la reconstrucción

del hecho. Mientras tanto perdonen. Sepan, por el momento, que no les pertenezco porque no me pertenezco. ¿De

acuerdo?

ANA.— ¡No! ¡No digas eso! Sé que sos nuestro aunque te niegues a reconocerlo. Razones no te faltan. Nosotros... También

te pertenecemos.

AXEL.— (Con tono atrevido y desafiante da por terminada toda posibilidad de intercomunicación.) Escuchen. No me

embromen con sentimentalismos. Yo sólo dije que quería enterarme de la verdad. Y bien... me enteraré de eso, no les

quepa la menor duda. Y los haré enfrentar con ella, si es preciso aquí. Les guste o no les guste.

MAXI.— Estás perdido. Desgraciadamente el dolor mal entendido te transformó en un animal acorralado... Sin salida. La

casa está abierta... Sin embargo... ¿Insistís entonces en conocer la verdad? (A Ana.) ¿Vos también querés saber la

verdad que no conocés? Ahí va, entonces. (A Axel) Sí. ¡Te compré! Gracias a Dios dinero no me faltó nunca. Te compré

y a un muy buen precio. ¿Valés lo que puse? No me contestés Axel, acostumbrate a dejar hablar, aún al que te agrede.

Quizá allí radique la fuerza de la personalidad. Te compré como compré al otro. El que pagué también pero que no llegó

nunca a casa por su culpa. ¿Quieren saber qué hizo la muy perra con el dinero que le di? ¿Quieren saber por qué llegué

a odiarla? Bueno... porque hizo lo que tuvo que hacer para quedar libre más rápido sin tener que esperar los meses que

le faltaban. Era ya nuestro pero no dudó en sacárselo de encima.

ANA.— ¿No esperé?

MAXI.— No, no esperé. Primero me dijo que era mío. Que lo considerara mío...

ANA.— ¡Ah!

MAXI.— Pero luego se lo sacó de encima. No lo dejó completarse. Ni para ella> ni para mí, que habla hecho el trato con ella.

ANA.— ¿Trato? ¿Qué clase de trato?

MAXI.— ¿No acabes de decir que una vez hiciste un trato con nativos? ¿Por qué yo no podía haber hecho un trato con esa

mujer? Hice un trato, compré a dos y me entregó sólo uno. Y me entregó sólo uno porque quedó sólo uno. Me estafó.

¿Querían escuchar esto? Maximiliano Bressan, el rey de acero por herencia, el que maneja parte de la economía del

país. El que en este momento paga por servicio doméstico, desde la mucama hasta el chófer, lo que factura

mensualmente la fábrica de blue jeans de la manzana de enfrente, por decir algo, fue estafado. ¿Por quién? Por una

cualquiera que con mi dinero quiso dejar de ser una cualquiera, lográndolo, seguramente. El comercio, como el amor,

suelen ser juegos muy crueles...

ANA.— ¿Y por qué tuvo que estafarte si le pagábamos tan bien, se puede saber?

MAXI.— Y... porque se contrarió, se disgustó ANA.— ¿Con vos?

MAXI.— Sí, conmigo. Se disgusté porque se enloqueció y ya loca solucionó los problemas que se le plantearon como a ella

se le antojó hasta que finalmente dejó de cumplir con lo pactado, estafándome. Y fue tanta mi indignación que casi termino ahorcándola.

AXEL.— ¿Y por qué no lo hiciste?

MAXI.— No sé, pude dominarme, tal vez.

AXEL.— Tendrías que haberlo hecho. Esa mujer no merecía vivir. (Entre dientes.) ¡Arpía! Ni siquiera tenerme a mí merecía.

MAXI.— (Retomando nuevamente el hilo.) No. Ese día no la maté. No pude hacerlo. Comprendí que de ninguna manera podía transformarme en un asesino. Ser un asesino... Gracias a Dios desde ese instante desapareció de nuestras vidas.

Al desaparecer de ese modo fue como si lo hubiera hecho. (Pausa.) Durante mucho tiempo guardé la carta en la que me decía que olvidara al muchacho que llevaba encima porque ya estaba decidido que lo haría desaparecer.

ANA.— ¡Ah! Hubo una carta... Que te la guardaste. Siempre hay un primer secreto que se guarda y un primer dolor que se borra simplemente como vos hiciste durante todos estos años, con una dosis de alcohol.

MAXI.— Para qué hablar de nosotros dos. Primero tu madre, después Axel. Al marido poderoso ¿atenderlo? Para qué si tiene... personal, digamos.

ANA.— (Tomando notoriamente aire, como para oxigenarse.) Hablando de personal. (Pausa.) Debido a los continuos conflictos generados últimamente, al parecer por Axel, se marchó Zunilda, lo que equivale a decir que nos hemos quedado sin ama de llaves. Todavía no se nota su ausencia pero como pronto lo notaremos dispuse la publicación del aviso y colgué un anuncio en la reja, junto al portero eléctrico. ¿Hice bien?

MAXI.— Por supuesto mujer. Hiciste lo correcto. (A Axe].) ¿Terminaremos por hoy, entonces? (Se queda mirándolo fijamente como buscando en su mirada la comprensión definitiva.) Comprendé que no fueron dos pero mientras fuiste chico vos sólo nos colmaste de felicidad. Y te lo digo porque lo siento. Sabés bien, y tu madre lo puede afirmar también, que no sé mentir.

ANA.— Nos dio felicidad hasta que dejó de mirarnos.

AXEL.— Y fueron felices y buscaron y hallaron conmigo la felicidad... ¿Cuántos años usaron anteojeras? ¿Son verdaderamente inteligentes? ¿Me preguntaron alguna vez si yo era realmente feliz con ustedes? ¿Cuántas veces hablaron con Zunilda en los largos quince años que trabajó en esta casa? ¿Más de veinte veces? Hagan memoria. Yo discutía, es verdad, pero no es ésa la causa por la que Zunilda se fue.

ANA.— Entonces ¿ése fue el motivo? ¿Nuestro silencio sobre tu origen fue la causa por la que enmudeciste; por la que dejaste de confiar en nosotros, de mirarnos y hasta de reír?

AXEL.— Dejé de hablarles casi sin darme cuenta. Fue de a poco... Cada vez menos. Desde aquella vez. (Pausa.) Cuando decidieron contarme lo que me contaron. Yo ya lo sabía, nunca se los dije pero lo sabía. Antes... yo los miraba y esperaba. Antes de quedarme mudo. Esperé hasta que me propuse no esperar más. Por eso cuando ustedes me hablaron yo me lo guardé... Ya lo había decidido.

ANA.— ¡Dios mío! ¡Lo sabías! ¿No te lo dije, Maxi? Yo sospechaba. ¡Ese carácter! ¿Te lo dije o no te lo dije?

AXEL.— Me lo contaron en el colegio el día del gol en contra. Me lo gritaron desde la tribuna. Todos. Con odio me lo gritaron. Ese día, por mí, perdimos la copa. Poca cosa si la comparo con mi tranquilidad y la barbaridad de cosas que perdí después.


FIN DE LA PRIMERA ESCENA


PRIMER ACTO

SEGUNDA ESCENA

Axel; Elena; más tarde Ana y Maxi.


(Habitación de Axel. Todo sigue igual pero e/decorado es ahora más agresivo. Se observa en primer plano un cuchillo incrustado en el tapizado de una silla y un almohadón pendiente del techo, a la manera de horca, balanceándose. En su rincón y en penumbra Axel toca e/piano. Desde la calle, de] otro lado del ventana], Elena, cargando sobre sus hombros una mochila, silenciosamente espía. Cuando Axel hace una pausa esta aprovecha para llamarlo produciéndose sobre el cristal un sonido casi imperceptible. Axel sobresaltado no a tina a abrirle el ventanal a pesar del cúmulo de simpatía que ésta le prodiga comunicándose por señas.)

AXEL.— ¡Elena! (Atropelladamente abre el ventanal.)

ELENA.— Soy yo, sí. ¿No querías abrirme? (Pausa.) Quiero hablarte, Axel... pero sin que nos vean. (Sin esperar a que este Ja invite, trepándose a la parecita, entra observando azorada la nueva disposición de las cosas.) ¡Por Dios Axel! ¿Qué es lo que ha pasado aquí? (Inmóviles y en silencio se miran largamente sin atreverse a dar e/primer paso hasta que por fin, embelesados terminan confundiéndose en un largo abrazo.) ¿Por qué un papelito y tan formal? ¿Por qué no una carta? Vine. De todos modos vine, pero porque no podía más. Me exigen que te olvide, Axel, pero... como hace un rato se fueron y hasta mañana no regresarán... Se me ocurrió que... podríamos hacer las paces.

AXEL.— Elena, Elena... (Tomándose/a cabeza con las manos en señal de abatimiento.) En qué mal momento viniste. Hoy ha sido un día para mí... (Descubriendo repentinamente la mochila abandonada al lado de/a cama.) ¿Pero... vos venís para pasar la noche aquí?

ELENA.— Sí, como tantas veces... ¿O ya no te acordás? La bolsa de dormir servirá para apretarnos, para estar juntos como te gustaba. Te quiero Axel. No me porté muy bien con vos, pero... no puedo olvidarte.

AXEL.— (Altivo, tomando las riendas de /a situación, pronunciando cada palabra con odio y amor al mismo tiempo en un crescendo hacia la sonrisa pícara.) ¿Te reconocés, entonces, hipócrita, mentirosa, ladina, vengativa, traicionera, retorcida... y por sobre todo viciosa, muy viciosa?

ELENA.— (Asintiéndolo en todo momento.) Sí, sí... Me reconozco, sobre todo lo último pero te olvidaste de sensual.

AXEL.— Sensual, es verdad... ¿y... deliciosamente mujer como para aturdirme en un día como el de hoy?

ELENA.— Para eso vine.

AXEL.— (Afirmando imperativamente.) Para ser mi esclava. ¿Estamos? (Axel mira preocupado a su alrededor, se dirige rápidamente hacia la puerta que los separa del living. La abre suavemente constatando que no se halla en su lugar la llave.) Ayudame. No hay llave. Cosas de mamá. Sin llave no hay intimidad que valga. Últimamente vive espiándome...Siguiéndome.

ELENA.— Y... ¿Se puede saber qué es lo que hacés para que ella actúe de esa forma?

AXEL.— (Exageradamente.) Me hago el loco. Ahora tiene miedo de que me suicide. ¡Bah! A veces me hago, otras me hacen salir de las casillas. (Tratando de correr un mueble hacia la puerta.) Ayudame. ¿Querés? (Entre los dos tratan de arrimar, a modo de barricada, e/pesado mueble sin conseguirlo del todo. Por el resquicio, luego de un breve forcejeo logra entrar Ana seguida d de Maxi. Denotan preocupación, inquietud enojo, todo a la vez.)

ANA.— ¿Qué está pasando aquí, Axel? ¿Me querés decir por qué te encerrás? Sabés que en esta casa no queremos secretos.

AXEL.— ¡Ufa!

MAXI.— Axel, ¿la querés terminar? Bastante escándalo hiciste hoy. Ya basta ¿eh? (Mientras tanto Elena, sin ser vista y escudándose en la puerta semicerrada, aterrorizada y casi sin ropa, corre a esconderse.)

AXEL.— (Exagerado, en tren de disimular y ganar tiempo) ¿Cómo debo hacer, señores comandantes? Este pobre infeliz oficial de cuarta en este cuartel necesita recomponerse en silencio y separado del pelotón. (Separándose unos pasas más de e/los.) ¿Comprendido? Adelante cambio.

MAXI.— ¡Nos hartaste! Dormite querés.

ANA.— Buenas noches, hijo. Tranquilizate. Por suerte todo parece haber pasado, ya. ¡Ah! No te vayas a olvidar, mañana, de ir a buscar a Elena, por lo que hablamos... Creo que aunque sea por interés, tenés que hacerlo. No te dejés estar. (Se van.)

(Rápidamente, en un último intento, Axel termina de acomodar sobre/a puerta e/mueble.)

ELENA.— (Reapareciendo desde su escondite.) ¿Ha dicho por interés? (Pausa.) ¿No estarás actuando con doblez? (Como reflexionando.) De pronto te movió un interés... Ya me doy cuenta.

AXEL.— Pero ¡no! ¡No!

ELENA.— Ella lo ha dicho. ¿Qué podrías agregar?

(Axel no contesta. Cambiando de actitud trata, ahora, de llegar a Elena valíendose de la ternura mientras ella, no demasiado convencida, insiste en su rechazo.)

AXEL.— (Imperativamente.) Te quedarás hasta que amanezca y te irás por donde llegaste. ¿Está claro?

ELENA.— (Apesadumbrada.) ¡Me hacías tanta falta!

AXEL.— (Irónico. Prosiguiendo la frase de ella tratando de completarla.) Y tu conciencia te remordía de tal forma que terminaste olvidando por completo a tus santos padres.

ELENA.— Los olvidé.., sí. (Muy triste.) Tal vez, cuando me di cuenta de que fueron ellos los que crearon toda esta atmósfera de confusión. Olvidé todo, pero ahora... se interpone un interés. ¡Qué barbaridad! ¿Cómo pude haber entrado en esta trampa?

AXEL.— Ahora... nos amamos. Tontita... Si me das un poco de tiempo podré explicarte todo. Pero después. ¿Querés? Te lo prometo.

ELENA.— (Vencida.) Está bien... ¡Bah! ¿Sabes Axel? Abiertamente tratan de negociar conmigo tu retirada o lo que es peor, todavía, (Exageradamente) la preservación de su linaje.

AXEL.— Qué palabrita... Linaje. ¡Así que vos tenés linaje! Y yo haciéndote reconocer tus atributos instintivos. (Se abrazan.) Me gustan tus vicios y ¿sabés por qué? Porque coinciden con los míos, por ahora. Te quiero sometida.

ELENA.— ¿Para conseguir lo que pretende tu mamá, acaso?

AXEL.— Sometida y esclava para que por deber tengas que colaborar conmigo.

ELENA.— Aunque no lo creas sé muy bien qué es lo que pretenden de mí, ésos.

AXEL.— Nada que ver. Ni te imaginás, siquiera. (Forcejean.) Agresiva me gustás más, todavía.

ELENA.— Tus padres tienen miedo de que la fuerza de la naturaleza, con vos, no llegue a ser del todo eficaz. ¿Me explico?

AXEL.— Lo que estás diciendo me parece una tremenda pavada. ¿Qué me querés decir con eso?

ELENA.— Nada. Sólo que... como están tratando de usarme como herramienta, más que aliados los estoy sintiendo

cómplices. ¿No te diste cuenta?

AXEL.— ¿Pero cómo se te ocurre semejante cosa?

ELENA.— (Silencio.) Vos, que tenés tanto miedo de que me encuentren aquí... (Con el pie patea los vidrios de la copa rota.) Nada que ver, como vos decís. Si se enteraran de que pasé la noche... Más, si se enteraran de que nuestros cuerpos se apretaron frotándose dentro de una misma bolsa de dormir... seguramente, apretándose también ellos entre sus sábanas amargas, sonriendo tristemente se dirían mutuamente: Hemos cumplido. Nuestro muchacho es sin duda un hombre, ha crecido. Ya consiguió una mujer para poder jugar. ¿Te das cuenta? Siempre el interés. Y te digo más.

Cuando tengan que dejarte alguna vez solo, pero sabiendo que tardarán en regresar, hasta las toallas limpias “olvidarán” sobre tu cama, ese día. Ya vas a ver.

AXEL.— Probablemente. ¿Y vos? Después de todo lo que ocurrió entre nosotros y estando como estamos otra vez juntos, si pasara eso... ¿Qué tipo de problema tendrías? ¿De orgullo, acaso?

ELENA.— ¿Por qué te vas del tema? ¿Qué cosas decís?

AXEL.— ¿Qué cosas digo? ¿Y el mío, entonces? Te olvidaste. Ya veo que te olvidaste. Te diste el lujo de meter todo mi orgullo en tu mochila, de un solo golpe y no te acordás.

ELENA.— Pero... ¿No era que lo sabías? ¿Cómo es posible que te haya dolido tanto?

AXEL.— Es que en este mundo, mi querida Elena, algunos deben “soportar” la envidia, otros, en cambio, debemos soportar la piedad. (Con ironía.) Pero... ¿qué problemas podés tener vos? Tus padres... Tus propiedades con títulos perfectos... Tus perros anotados, todos en el Kennel Club. Todo con certificado de legitimidad.

ELENA.— Justo hoy me preguntás por mis problemas. ¿Conocés a alguien que no los tenga? Mi gran problema, el único que ocupa toda mi mente, es como hacer para que ellos te acepten, tal cual sos. Sin antecedentes, digamos. (Pequeña pausa. Resuelta.) Ellos... que ahora sólo esperan que mágicamente nuestra relación desaparezca.

AXEL.— Si siempre me demostraron afecto, ¿qué decís?

ELENA.— Son unos farsantes. Unos simuladores, como todos.

AXEL.— Entonces vas a tener que aprender a soportarlos... matándolos con la indiferencia como hago últimamente yo, con los míos.

ELENA.— No voy a poder hacerlo porque no quiero escucharlos más. ¡Todo el día llenándome la cabeza!

AXEL— ¿Y qué es lo que dicen? ¿Se puede saber?

ELENA.— Desconfían de tu sangre, así de simple.

AXEL.— Ya nada puede darme escalofrío. Estoy templado.

ELENA.— Ellos son perversos... Piensan sin apasionamiento. Son reflexivos, cerebrales. Son monstruosos.

AXEL.— Pero... ¿qué dicen, mujer?

ELENA.— Que sos demasiado conflictuado. Casi un loco. Y que por eso sos peligroso. Que jamás permitirán que seas mi marido. Ellos temen, Axel.

AXEL.— Está bien, ¿pero qué es lo que ellos temen? ¿A mí me temen?

ELENA.— Temen por mí. Dicen que porque tu origen es oscuro... dudoso.. - corro el riesgo de unirme a un hombre portador de alguna enfermedad mental o de alguna tara hereditaria.

AXEL.— ¡Pero esa idea es realmente maligna!

ELENA.— Será por eso que últimamente vivo aterrorizada por el miedo de... (Se detiene abruptamente, titubea, no se atreve a terminar la frase, la que al instante, captada al vuelo es comprendida y terminada por Axel.)

AXEL.— ¿Quedar embarazada de mí? (Aumentando e/tono de la voz.) Contestame Elena. ¿Miedo al hijo mío? ¿Esa es la idea que te han metido en la cabeza? ¿Te das cuenta para qué sirven los padres?

ELENA.— Claro que me doy cuenta. Para discriminar. Para pedir certificados...

AXEL.— (Completando la frase.) ... de garantía de felicidad.

ELENA.— Para archivar los R.H. Para dejar sentado el antecedente y componérselas para hacer arrodillar a sus sometidos.

AXEL.— Sirven para registrar y recordar sólo lo nefasto.

ELENA.— De la rosa, la espina. (Hablando como si fuera su madre.) ¡Cuidado! ¡Atención! ¡En guardia! (Hablando como contestándole a su madre.) ¡Pero mamá! ¿No es hermosa como flor?

AXEL.— ¡Mi amor! ¿Me ayudarás entonces? (Exaltado por la tácita respuesta.) Tenemos que elaborar un buen plan porque la actuación debe ser conjunta. Cada uno por su lado pero estratégicamente. Tengo que cumplir con un sólo objetivo. ¿Estás dispuesta a escuchar?

ELENA.— ¿Qué debo hacer?

AXEL.— Al fin te reconozco.

ELENA.— ¡Bravo! (Lo abraza con furor.)

AXEL.— Soy el eslabón que pretende insertarse en una coyuntura que al parecer... no me correspondería... Eso dicen, algunos. Otros no lo dicen pero lo piensan, que es peor.

ELENA.— Ya vamos a ver si no te corresponde.

AXEL.— Eso es, ya vamos a ver. (Exagerando palabras y ademanes como sise tratara de una representación.) Y ahora, señoras y señores... casi promediando la noche...

ELENA.— Bajá la voz, che, que van a volver a hacerte callar. (Ana y Maxi preocupados por el alboroto pretenden entrar nuevamente a la habitación pero la puerta, gracias al armario arrimado a la misma, permanece cerrada. Los golpes efectuados para abrirla, desde el otro lado, apagan las risas y especialmente la risueña voz de Elena, tratando de imitar la trágica voz de Ana.) ¿Qué está pasando? ¿Me escuchás Axel? ¿Por qué se trabé la puerta? ¿Qué le pusiste? ¿Un hierro? (Ríen. Elena imitando la voz de Maxi.) ¡Axel! ¿Sos mogólico? ¿No habíamos quedado que te dormirías y solo?

(Ríen más fuerte.)

AXEL.— (Gritando un poco como para que lo escuchen del otro lado de Ja puerta.) Es... que... estoy ejercitándome para una representación. (Prosiguiendo con la modulación ficticia y premeditadamente exagerada.) Señoras y señores... Casi promediando la medianoche Axel y compañía. (Levantando el tono.) Compañía de teatro o algo por el estilo (Ambos ríen.) Dos especímenes, marcadamente diferenciados, sin necesidad de demostrar sus antecedentes sanguíneos ni genéticos, han decidido, tentando una maravillosa y difícil conjunción...

ELENA.— Procurarse un clímax o cenit, o...

AXEL.— (Abrazándose fuertemente a Elena y riendo con ganas.) Algunos le dicen la conjunción copulativa. Para demostrar al mundo entero que el ser humano tomado en su individualidad es un valor en sí mismo, un verdadero valor. (Ambos tratan de meterse dentro de la bolsa de dormir, sin lograrlo. Ríen haciéndose cosquillas y buscando la manera más cómoda de ubicarse. Elena, repentinamente, con movimiento ágil salta al exterior.)

ELENA.— Me olvidaba. (Tratando de mover el mueble que obstaculizando mantiene fuertemente cerrada la puerta de acceso alliving.) Levantemos las barreras. No más límites. Déniosle a tus padres la libertad que te niegan.

AXEL.— (Temeroso.) Pero... ¿Qué hacés? (Ríen, todo se vuelve vertiginoso. Axel, con vencido, termina ayudando a Elena a separar el armario de la puerta.)


FIN DEL PRIMER ACTO


SEGUNDO ACTO

PRIMERA ESCENA

La Colorada, Maxi; más tarde Ana


(En el living-comedor de la casa, La Colorada va y viene dando a entender que dispone y ordena. Se escucha buena música).

Maxi cómodamente sentado lee. Sobre la mesita que se encuentra a su alcance tiene servido un vaso coloca do junto a la botella de whisky. Una lámpara de pie ilumina su lectura. El ambiente es por demás confortable. La Colorada trata de hacerse notar pero al darse cuenta de que Maxi, ensimismado, no percibe su presencia, desde un ángulo oscuro comienza a observarlo detenidamente. Silencio. En el instante en que, atravesando rápidamente el salón, se aleja para desaparecer de escena entra Ana. La Colorada, al escuchar la voz de Ana, considerándose descubierta permanece inmóvil, expectante.)

ANA.— ¡Hola, Maxi! ¿Qué hacés por aquí tan temprano? (Sin dejarlo contestar, dirigiéndose a La Colorada.) No se vaya, espere. (Nuevamente a Maxi.) ¿Alguien te presentó ya a la nueva empleada?

MAXI.— (Indiferente, bajando hacia la punta de la nariz sus anteojos para observarla mejor.) La verdad que no. ¿Es la nueva ama de llaves? (Silencio dentro del cual el rostro de Maxi, cambiando de expresión, llega al máximo grado de tensión exactamente en el instante en que Ana, sin posibilidad de medir las consecuencias, completando la situación, la nombra.)

ANA.— Se llama Colorada. Mejor dicho todos le dicen la Colorada. ¿No es así?

LA COLORADA.— (Al escuchar su nombre tiende tímidamente su mano para que Maxi la estreche pero éste, inmóvil, se abstiene de concretar el apretón de reciprocidad. Por el contrario, mientras Ana trata de encontrarla explicación amable de ese extraño nombre, la confusión y la amargura se suman en el ánimo de la servidora en esos interminables segundos de espera. Hasta contestar balbuceante un casi inaudible sí.)

ANA.— Ya hace más de diez días que está aquí... Y según parece es muy eficiente.

(La Colorada mantiene por un rato su mano tendida y cuando todo da a entender que el desplante total se concretaría Maxi estrecha su mano con ademán entre altivo y soberbio. Al sentirse libre, tratando de apurar el paso para desaparecer, La Colorada tropieza atolondradamente con un mueble, situación que aumenta, considerablemente, su bochorno. Al darse cuenta de la situación, Maxi, aprovechando con ensañamiento el momento, insiste en mantener el diálogo con la confundida mujer.)

MAXI.— (Altanero.) ¿Usted no tiene nombre? (Pausa.) Porque en mi casa me gustaría que dejara ese apelativo a un lado.

Digo. Creo que “La Colorada” suena mucho mejor en un cafetín de San Telmo o Leandro Alem. ¿No le parece?

ANA.— ¿Me querés decir a qué viene esa agresión? Tené en cuenta que la señora todavía no ha abierto la boca. ¿Te pasó algo?

LA COLORADA.— No se preocupe señora... ¡También yo...! Pretender que en una casa como esta me llamen como me llaman. Fue una imprudencia. Debí haber pensado que para mi puesto de... bueno... ¿Gobernanta o ama de llaves? ¿O simplemente mucama?

ANA.— Es indistinto. De quedarse tendrá que considerarse servidora, eso es lo único importante.

LA COLORADA.— (Prosiguiendo con la frase que había quedado incompleta.) Era mi nombre verdadero el que tenía que haber usado con ustedes pero... es tan... tan antiguo.

MAXI.— ¿Tiene usted documentación? ¿Qué dice su documentación?

ANA.— En los documentos figura como Etel Genoveva. Etel sin hache. (A La Colorada.) ¿Qué pasa? ¿No le gusta Etel Genoveva?

LA COLORADA.— A decir verdad no. La Colorada tampoco, porque me dicen “La” Colorada, pero lo prefiero. ¡Haberme puesto Etel Genoveva! (Mientras, Maxi, sin dar mayor importancia al asunto se sirve otro trago, La Colorada sumisamente se dirige a Ana.) Por favor, señora, convenza a su marido para que aquí me llamen todos Colorada. ¿Qué tiene de malo ese nombre?

ANA.— Trataré. (A Maxi.) ¿Escuchaste? ¿Qué pensás hacer con la denominación, entonces?

MAXI.— Por de pronto no nombrarla y dejar bien aclarada mi posición diciéndole que en lo sucesivo trate de entenderse o con vos o con los otros servidores de esta casa. (Pausa.) Son varios pero creo que con ellos, no tendrá problemas con la denominación, como vos decís. (La Colorada queda inmóvil mirando una y otra vez a cada uno. Clavandole la mirada a Maxi, ya en forma imprudente.) Ahora retírese, quiere. (La Colorada se va.)

ANA.— (Desolada.) Tomaste nuevamente. (Maxi la mira indiferente. Se sirve naturalmente delante de ella hasta que en un momento sus miradas, al cruzarse, se mantienen desafiantes.)

MAXI.— ¿Sabés quién es? (Ana no contesta, sigue mirándolo sin comprender.)

ANA.— Vino sola. Trajo como referencia una recomendación de Elena. Parece que ya trabajó para su familia. Dijo que era honesta y me bastó.

MAXI.— ¿Todavía no te diste cuenta? (Pausa.) Ella es el nexo, la amiga que la cubría. (Pausa.) Y me la trajo a casa... como primer escalón. Prometió traerla y es... como si ya estuviera aquí. (Pausa.) En mucho menos tiempo del que pensaba consiguió este bastardo lo que buscaba.

ANA.— No le digas bastardo. Todavía es nuestro hijo aunque a vos te pese.

MAXI.— No podés negar que sólo para lo que él quiere es eficiente.

ANA.— ¿Y ahora?

MAXI.— Te acordás cuando los encontramos durmiendo juntos en la bolsa de dormir vos, en voz baja para no despertarlos, me dijiste. “Cumplimos Maxi” ¿Te acordás?

ANA.— Bueno, basta. Cómo no me voy a acordar. Terminala con el chico entonces. Que por otra parte ya es un hombre comprobado. ¿No?

MAXI.— Es que ese día trazaron el plan. ¿No te diste cuenta? Ella es su aliada, ahora no me caben dudas. Consiguió ella lo que quería: reírse de nosotros. ¡Ah no! Pero conmigo no jugarán. De esta manera tan simple no. ¿No te diste cuenta de que nos dejaron afuera?

ANA.— Vuelvo a repetirte mi pregunta. ¿Y ahora...? Te das cuenta. ¿No? (Pausa.) No... No te das cuenta. Aquí lo absurdo está sucediendo naturalmente. Como siempre... Cuando te extralimitás sin reconocerlo.

MAXI.— Te repito que no estoy tomado. (Gritando.) Nunca lo estuve. (Exhalando sobre la cara de Ana su aliento.) Olé.

¿Estoy borracho acaso? ¿Tengo el aliento pesado? ¿De whisky que es como de ajo o de vómito? De vómito sí, podría ser porque me falta muy poco para vomitar. (Silencio.) ¿Y ahora qué...? ¿Y ahora qué...? ¿Sabés por qué no te diste cuenta, ni tampoco del peligro que encierra esta mujer viviendo aquí? Porque vos nunca te das cuenta de nada. De indiferente que querés ser te volviste boba.

ANA.— (Exagerando su delicadeza como para contraponerla a la reacción neurótica de su marido.) ¿Cómo debo hacerte entender que yo nunca tuve trato con ella? Etel Genoveva, La Colorada, qué más da, esos nombres jamás hubieran podido decirme nada. De todos modos. ¿Importo yo? Aquí lo que en este instante importa realmente es que no sólo tomaste sino que has decidido seguir haciéndolo para reforzar tu personalidad, (Él vuelve a servirse mientras ella habla.)y por eso, porque te pasaste de vueltas te mostraste como un grosero con ella. ¿Qué mal te hizo la pobre?

MAXI.— No supe cómo hacerle entender mi desagrado. Quizá mi error fue dejar librado todo al subconsciente.

ANA.— Que consigue la solución rápida sin duda.

MAXI.— (Ya más calmado.) Tenemos que sacárnosla de encima, Ana, su presencia podría resultar nefasta.

ANA.— ¿Se lo dirás vos? Te aclaro que yo va estoy harta de hacer papelones, además... a mí personalmente no me molesta.

MAXI.— Te digo porque la conozco. Más, la reconocí enseguida. Espero que ella no haya llegado a hacerlo.

ANA.— Y bien. ¿Lo harás?

MAXI.— Lo haré. (Pausa.) De eso me encargaré yo, entonces, eso sí, esperaré el momento oportuno para hacerlo. (Ana sigue igual, mirándolo con asco.) Qué. ¿Estoy o no estoy en mi derecho?

(Se apagan las luces.)


FIN DE LA PRIMERA ESCENA DEL SEGUNDO ACTO


SEGUNDO ACTO

SEGUNDA ESCENA


Elena; Axel; más tarde Maxi; más tarde La Colorada.


(La escena continúa en el living comedor de la casa. Entran amigablemente Axel y Elena. Conversan y sonríen. Se muestran como buenos amigos. Ana al verlos se acerca a ellos simulando ordenar objetos y muebles. Los muchachos encienden el equipo de audio, mientras desparraman sobre una mesa los útiles, libros y revistas que traían.)

ELENA.— Los ñandúes siempre fueron mejores. ¿Te fijaste en las marcas que dejó Marcelo cerca de la línea cuando pegó ese salto espectacular?

AXEL.— Marcelo es bueno pero ¿qué me decís del nuevo entrenador?

ANA.— Me alegra, Elena, que hayas vuelto. Te extrañábamos. Sé que estuviste en casa pero como no te dejaste ver...

(Elena sonríe tímida.)

AXEL.— Mamá, tenemos algo que decirles, a los dos. Es muy privado. En la cena quizá, pero a solas. Nadie debe oírnos.

¿Está bien...? Ella se queda, entonces.

(Por un latera] hace su aparición Maxi con visibles signos de tensión y angustia.)

MAXI.— Ya está. Ya lo hice yo. Le dije que... que no la queríamos más aquí. Que con los días que estuvo ya era suficiente para todos. Que no nos complacía.

ANA.— (Irónica.) Porque no te gustaba su nombre. Buen motivo.

ELENA.— ¿La echaron?

AXEL.— ¿Justo ahora que estábamos listos para la explicación? ¿Y ahora? (A Maxi.) ¿Me querés decir, papá, por qué lo hiciste? (Casi sollozando.) ¿Cómo haré ahora? (Elena se acerca para consolarlo. Más tarde, cuando Axel reacciona, Elena permanecerá en un rincón observando, en calidad de tercero excluido toda la escena.) ¡No! ¡Esto no puede quedar así! ¡Colorada, no te vayas todavía! ¡Tenemos mucho que hacer aquí! (Gritando más, para que La Colorada desde donde se encuentre lo escuche.) ¡Colorada...! ¡Vení! (Al padre.) Si se va te mato. Te juro que te mato. Vos no podés hacer esto justo cuando la tengo casi al alcance de mi mano.

LA COLORADA.— (A los muchachos, volviendo desde el fondo acaloradamente.) ¡Ah! Menos mal que han llegado. Se enteraron ya. Ya veo. Ahora sucede que me echan. ¿Y la misión que yo debía cumplir? Si yo me voy ¿qué va a pasar con el chico? (Mirándolos a todos fija y detenidamente, más tarde mirándolos uno por uno hasta llegar a Axel.) ¿No era que él necesitaba a su madre? ¿Qué debo hacer? ¿Podrían explicarme este desperfecto? El señor me ha echado, al parecer, sólo porque no le gusta mi nombre.

AXEL.— (Abrazándola.) Calmate Colorada, por favor. Tenés razón. Nos mantuvimos demasiado confiados los dos... Por favor no te vayas todavía. Les explicaremos y comprenderán...

LA COLORADA.— Sí... Sí pero... ¿Y mi dignidad...? ¿Y mi amor propio?

ELENA.— ¿No era que estabas esperanzada en hacer una obra de bien? (Silencio.) ¿No querías ser útil, por lo menos una sola vez en tu vida?

AXEL.— (Reforzando la idea.) ¿Te quedás entonces?

MAXI.— (Interrumpiendo la contestación de La Colorada) ¿Desde cuando te tomás atribuciones de mando en esta casa? Lo hecho, sépanlo, hecho está.

LA COLORADA.— Lo hecho, hecho está, no, porque a este hecho le falta algo. (A Axel y a Elena.) A ellos (Refiriéndose a Maxi y Ana.) los he escuchado discutir demasiado estos últimos días. Hablarse fuerte, si les parece mejor. No pude comprender muy bien pero mi instinto, el que se adquiere en la calle, me dice que todo es muy serio. Más serio de lo que ustedes mismos se imaginan. (Pausa.) Vine convencida, no les quepa la menos duda. Vine sabiendo que aquí me iban a necesitar. Mañana, pasado, el mes que viene. Me quedé quietita cumpliendo con lo prometido y dispuesta a quitar el polvo de todas las cajas y paquetes arrumbados que encontrara; a ordenar las cosas del pasado colocando nuevamente en su lugar las referencias despegadas. Ahora resulta que, sin que yo haya hecho nada para merecerlo, me echan porque no le ha gustado al señor mi nombre. Eso dice. (Mira a todos desafiantemente. Retrocede para instalarse, dominando todo el ámbito, recostada sobre la pared y cuando con las manos crispadas sobre el rostro consigue, impotente, apagar sus sollozos, recién entonces, con un grito histérico, reacciona.) ¡Me iré pero humillada no! Antes tendrán que escucharme.

MAXI.— Basta ya de insolencias ¿quiere? Si tiene que cumplir alguna misión que no pudo concretar por culpa mía arréglese con Axel para poder llevarla a cabo en otra parte. Después de este alboroto no voy a permitirle a usted quedarse un solo minuto más en esta casa. ¿Quiere un motivo mas... digno? Bien (Soberbio y arrogante.) Nuestras expectativas no han sido satisfechas. ¿Está conforme ahora? ¿Nos va a dejar vivir en paz?

LA COLORADA.— ¿En paz? ¿Y si quiere paz por qué no empieza a llamar a cada cosa por su nombre? Yo me llamo Colorada me quede o no me quede aquí. Y soy un ser humano aunque usted piense lo contrario.

MAXL.— Usted es una irrespetuosa que está gritando en casa ajena y de la que fue echada ya varias veces. (Los dichos de Axel y Ana se escuchan a continuación en orden pero superpuestos a la contestación de La Colorada.)

AXEL.— La señora se va a ir pero cuando se calme y se va a calmar cuando termine de reaccionar. Y te digo papá: la reacción contra la injusticia es escalofriante a veces.

ANA.— (A Maxi.) Ella hablará y se irá, seguro. Si no querés escucharla andate.

LA COLORADA.— Seré una irrespetuosa, pero al menos vivo, porque el instinto suple ¿sabe? Y yo no tengo nada de instrucción.

MAXI.— Tendré que hacerla callar drásticamente, entonces. AXEL.— ¡Cuidado! ¡Cuidado con lo que hacés!

LA COLORADA.— ¿Sabe lo que pasa, señor? Usted consiguió hacerle creer a todos que es aquí el ejemplo del orden y de la afectividad, simplemente porque... (Mirando a Axel que aprueba que siga hablando con un simple y suave movimiento de cabeza.) ... se le ocurrió esconder, bien en el fondo del desván que yo estoy acomodando, un verdadero cargamento.

AXEL.— Simples causas de actuales sensaciones de nostalgia o melancolía.

LA COLORADA.— Un montón increíble de cosas que a usted jamás le importaron nada.

MAXI.— (Refiriéndose a Ana.) No vas a hacerla callar. ¿No?

ANA.— De ningún modo. Hoy me he propuesto dejar hablar a todos... a vos.., a ella... a Axel, a Elena que se ha quedado muda. A los que tengan algo que decir.

LA COLORADA.— Gracias, señora. Tengo la impresión de ser comprendida por alguien, al menos. Y si no fuera por el pacto de honor que me une a ellos (Refiriéndose a Axel ya Elena.) me hubiera ido hace rato. Pero... ahora... Para sentirme bien debo hacer lo que prometí, por eso, señor... (A Axel y Elena.) ¿Puedo...? ¿Me dejan? (Axel y Elena acceden con benevolencia esbozando una suave sonrisa a labios cerrados, con testándole apenas con el brillo de sus ojos.)

MAXI.— Si creen que la voy a escuchar... (Hace un ademán como para irse pero Ana lo retiene fuertemente.)

LA COLORADA.— (Con odio.) ¿Que pasaría si les contara (Pausa para tomar coraje.) como estoy dispuesta a hacerlo...?

(Pausa.) ¿Me ahorcarían, entonces, si se enteraran... que he venido porque gracias a estos chicos voy a poder reencontrarme con uno de los hijos de La Minga, al primero que tuvo y abandonó con mi complicidad?

MAXI.— (Falso y más tranquilo ya.) ¿Así que dos atorrantas abandonaron a un hijo y ahora quieren reencontrarlo justamente aquí? ¿Y por qué no enfrente? ¿Eh Axel? ¿Enfrente, no? Y la otra, digo, La Minga... ¿Cuándo va a arribar? ¿Cuando este estofado esté a punto?

LA COLORADA.— Así me lo propusieron y así se lo propuse a La Minga... Pobre... Si la vieran ni abrirían la boca. Yo al principio no quería, pero insistieron tanto. En fin... Lo hecho, hecho está aunque todavía no esté concluido, ya ve.

ANA.— Yo no termino de comprenderla. ¿Lo abandonaron o no lo abandonaron? ¿Lo vendieron?

AXEL.— No la interrumpas, mamá. Dejala hablar. Ella quiere hacerlo y a nosotros no nos parece mal. De todos modos Pedro recién estará aquí dentro de un mes, seguramente.

MAXL.— ¡Pedro! ¡Ah! (Pausa. Exhalando un largo soplido, dando a entender con él, que se ha quitado un gran peso de encima. A Axel.) Decime, ¿vos te estás haciendo el vivo o qué?

AXEL.— Qué me venís con esa pregunta, ahora.

MAXI.— Así que La Minga abandonó a su hijo que resultó ser Pedro, tu amigo.

AXEL.— Si. ¿Y?

MAXI.— (A La Colorada.) Todo porque usted, su cómplice, así se lo sugirió. Y... Dígame una cosa. ¿Con su confesión pretende congraciarse con nosotros? ¿Para qué? ¿Para quedarse como si fuera de la familia, acaso?

LA COLORADA.— ¿Congraciarme? Nada de eso. Sólo pretendí que durmiera con la conciencia tranquila, de ahora en adelante, nada más. Porque el motivo por el cual me echan, siendo lo que soy, es francamente absurdo.

ANA.— Ahora resulté que usted terminó siendo una de las tantas delincuentes anónimas. Casi una despreciable criminal..,por lo irresponsable.

MAXL.— Y nosotros ignorándolo. (Irónico.) ¡Pero qué suerte tuve!

ANA.— Suerte. ¿De qué suerte estás hablando?

MAXI.— De mantener, todavía, completamente intacto mi instinto.

LA COLORADA.— (Encolerizada por la incomprensión.) Guárdese su ironía. ¡Hágame el favor! (Pausa en medio de la cual, La Colorada, colocada desafiante ante Maxi termina por reconocerlo. Silencio expectante. La Colorada, por fin dirige a Axel una cauta y leve sonrisa de satisfacción, su actitud es la de quien pretende salvarse en la travesía de un campo minado.) ¿Te molestaría demasiado que el papel que estás buscando apareciera.., separado de su caja? ¿Sucio, arrugado... y como por arte de magia?

AXEL.— No compliquemos las cosas, Colorada.

LA COLORADA.— (A Ana.) La Minga, señora, no abandonó a un niñito para darlo en adopción, no. Abandonó a dos niñitos.

Al que tuvo por amor pero no pudo criar porque no supo defender, y al otro, al que se atrevió a tenerlo, por encargo, sin medir las consecuencias. Qué horroroso, ¿no?

MAXI.— Bueno, ya colmé mi paciencia. A quién pueden importarle sus sucias historias. Váyase ahora mismo. (La empuja.) Vamos. Pronto.

AXEL.— (Cubriéndola pesadamente.) Cuidado. No sabés a lo que te exponés.

ANA.— Ni se te ocurra ahora hacerla callar. AXEL.— ¡Menos tocarla!

LA COLORADA. — (Hablando serenamente como consecuencia del amplio amparo ofrecido. Como para sí) Sí, verdaderamente fue todo muy doloroso, para la Minga. También para los chicos, porque perdieron, y para siempre, la posibilidad de vivir juntos... y hasta para mi...

ANA.— Siga, nadie la va a interrumpir. ¿No le hemos dado suficientes garantías?

LA COLORADA.— (Tímidamente.) Porque tuve que endurecerme aún más de lo que estaba, para poder tragar con alegría toda la podredumbre que mi situación de desgraciada, generaba.

ANA.— ¿Y el hombre? ¿Se olvida usted de él o llegaron a considerarlo tan poco que ni contó, ni cuenta?

MAXI.— Fuera, fuera va. (Axel toma a Maxi de los brazos y lo obliga a permanecer inmóvil debatiéndose exaltado.) ¿Qué puede importarnos a nosotros su estúpida vida?

LA COLORADA.— (Haciendo caso omiso a los comentarios de Maxi.) ¡Cuenta señora, y cómo cuenta! ¡Yo no olvido fácilmente! Por su alocado proceder sucedió lo que luego sucedió de lo que ni la Minga ni yo hemos podido llegar a arrepentirnos todavía. No sólo le entregó la criatura, que por supuesto no era de él, sino que si aquello era un negocio lo perfeccionó porque lo volvió a vender, y a qué precio. Para no reptar, se dijo como para convencerse. Yo fui su cómplice.., inflexible, su instigadora. (Tristemente.) Sin embargo, míreme. Aquí estoy soportando vejaciones sólo porque me han dicho que ahora ése la andaba necesitando. (Silencio.) ¿Sabe usted, señora, qué es un hombre estéril?

MAXI.— (Todavía fuertemente dominado por Axel, interrumpiéndola bruscamente) ¡Hasta cuándo, por el amor de Dios!

LA COLORADA.— Un hombre estéril, en el momento de enterarse es una fiera enjaulada que busca violentamente una salida. Yo pude comprobarlo. Y cuando la encuentra, porque la encuentra siempre, se transforma, entonces, hasta el fin de sus días es una bestia pronta a pegar el zarpazo para destruir lo que se cruce en su camino. Pero yo, que me había dado cuenta del problema que traía ese hombre no sabía en esa época todo eso. Ni ella tampoco, créame.

ANA.— ¡Un momento! ¿Usted afirma que ese hombre desconocía su condición? ¿Qué tuvo en cuenta usted para estar tan segura de la ineficacia de esas citas?

LA COLORADA.— Ojalá se hubiera enterado el hombre de que era estéril mucho antes de que a la Minga se le ocurriera, por lástima, solucionar la situación a su manera, porque si ese hombre lo hubiera sabido... ella se hubiera enterado también y no hubiera hecho lo que hizo y no se hubiera dejado trompear por ese loco ni se hubiera dejado refregar por la cara el análisis que le acaban de entregar. Ni hubiese permitido que la pateara mientras le preguntaba con odio por qué lo había estafado diciéndole que ése, el que estaban esperando, era hijo de él. Mientras le preguntaba de quién era, entonces... apretándole más y más el cuello… y por desgracia en la oscuridad, que era como habíamos convenido esos encuentros... Hasta que aflojó... cuando se le dio la gana, dejándola a la pobre más muerta que viva.

ANA.— Oscuridad y fidelidad.., hasta el embarazo...

LA COLORADA.— Imagínense. Yo pude ver todo sin poder hacer nada, nada. Él era muy fuerte.

ANA.— ¿Entonces?

LA COLORADA.— Entonces, cuando nació, La Minga le negó la entrega. Y fue poco. La suya no fue nunca la manera correcta de tratar a una mujer que de cualquier manera le iba a entregar un chico para que él lo criara como propio, como a un hijo realmente. (Pausa.) No sé si me explico.

ANA.— Demasiado.

LA COLORADA.— Él, de todos modos se quedó con el primero... Yo, sólo pude darme un lujo: el de arrebatarle el análisis en la pelea, como trofeo de guerra, estrujado, roto y manchado de sangre, así lo conservo todavía. Y si hace falta, trato de encontrarlo y se lo muestro

AXEL.— ¿De veras? ¿Se te ocurrió leerlo alguna vez y encima guardarlo?

LA COLORADA.— Jamás. ¿Para qué? Si lo hecho, hecho estaba ya.

ANA.— Creo entenderle, señora.

MAXI.— ¡No vas a darle crédito a una sirvienta! (Se va.)

LA COLORADA.— Si. Tienen que dármelo. Si no me creen... ¿cómo van a poder justificar este despido? (Silencio.) Y ahora, sí... Me voy. Adónde no sé pero me voy.

MAXI.— (Regresando.) Mintió. Esa mujer mintió.

ELENA.— (Que había permanecido todo el tiempo en un rincón observando la escena y haciendo mutis.) Yo también me voy. Ya tendrán noticias mías.

(La Colorada se va mirando a Maxi fríamente y señalándolo con su dedo.)

MAXI.— (A Ana.) Qué pretendés ahora con esa actitud de víctima. No podés decir, así porque sí, que entendiste, Ana. Nada es cierto.

ANA.— ¿Nada? Si está todo claro como el agua. Veinte años perdidos. ¡Mi vida perdida!

MAXI.— ¡Y bien! (A Axel.) ¿No querías saber? Ya escuchaste y bien que escuchaste. Los compré a los dos. A vos por puro gusto... al otro por credulidad. Por haber entregado a una perra mi confianza.

ANA.— Reconocés que te estafó, entonces, ¿Y vos a mí? (Ana se a braza desesperadamente a Axel, mientras que con su mirada reclama de su esposo una mísera cuota de piedad.)

MAXI.— ¿No querían saber? Te compré con dinero. Tuve que hacerlo para convencer. Después supe lo mío. Después, ya lo escucharon. Después. Bastante tuve que pasar. A esta altura, créanme, ya está todo bien amortizado. (Silencio.) ¿Les parece bien haber tenido que cargar durante todo este tiempo con mi silencio? (Mientras Maxi habla Axel comienza a ejecutar un rock pesadamente)Ya ves, muchacho, cada cual lleva su peso hasta que alguien o uno mismo se atreve y dice lo que siempre quiso decir sin atreverse... jamás. Ella quiso hoy vomitar delante mío para que yo, de alguna manera también lo hiciera. (Quiere tomar la mano de su mujer pero esta le rehúsa poniéndose tensa y mirándolo con odio. Maxi pretende, entonces, abrazarla pero ella, encolerizada, se defiende desesperadamente.)

ANA.— ¿Cómo te a través a tocarme? Cuántas veces lloré entre tus brazos mi desdicha sin que se te ocurriera hacer nada, sólo mirarme... fijamente.

MAXI.— No podía atreverme. Tu llanto siempre me paralizó.

ANA.— Ese reproche silencioso. Esa gota de agua tranquila, constante. Y algo que me trae más desasosiego aún: el valor que le dabas al tiempo. El que transformaste en tu aliado. El que va no me queda para poder cumplir como eslabón. El que ya no me queda para poder cerciorarme. Simplemente porque no me permitiste que alcanzara, a tiempo, la verdad que sólo vos conocías. Toda la vida debajo de tu ala, pensando que lo único que te unía a mí era nuestra desgracia, compartida porque vos así lo habías dispuesto.

MAXI.— Te sometiste. ¿Eso querés decir?

ANA.— ¡Sí! Y te lo grito... Y me arrepiento de haberme sometido y por agradecimiento.

MAXI.— ¡Cómo retenerte al lado mío!

ANA.— Toda una vida dedicándote mi fidelidad sin que un poco de amor justificara esa fidelidad. Toda una vida creyéndome la única responsable de tu desdicha. Asumiendo nuestra realidad como el terrible resultado de una culpa que no fue más que sospecha. (Silencio.) Entonces... ¿Dónde debo colocar ahora al canalla de David? ¿Y a aquel sucio departamento que mucho más tarde me enteré que compartían? ¿Y a la copa de licor con ese gusto tan especial? ¿Y a aquella música suave? ¿Y a la llave entre sus dedos cerrándome la puerta desde adentro? ¿Y a mis padres? ¿Dónde debo ubicar a mis padres, creyendo en mí como siempre lo hicieron, amparándome luego? ¿Y al doctor Amargo, por fin? ¿Se evaporó hoy el doctor Amargo? ¿Existió realmente? ¡Decí que no, por favor! ¿Por qué tuvo que prendérseme el doctor Amargo durante toda una vida.., durante más de veinte años si sólo le tocaba representar una sospecha? Nada más que una sospecha de la causa de mi esterilidad. Ni siquiera un indicio.

MAXI.— Existió. Lo acabas de reconocer, Ana. Seamos realistas. Todo existió. El doctor Amargo, el departamento que tuve que abandonar un día entero sin saber que David era un canalla, sin saber tampoco que te llevaría a vos con engaños y lo peor, sin saber que yo recién me enteraría de tu existencia un año después.

ANA.— ¡Lo sabías!

MAXI.— Ya ves, y nunca dije nada. No me pareció prudente.

ANA.— ¿Qué? ¿No te pareció prudente correr el velo de mi pudor? ¿El que escondía un aborto, pagado por mi violador?

MAXI.— Estamos a mano, entonces. ¿Guardabas o no guardabas una historia oculta?

ANA.— ¡Ahora me doy cuenta! ¡Querés llevarme vertiginosamente para hacerme estrellar! ¡Pero no podrás! No estamos a mano porque el doctor Amargo fue antes. Él entró en mi vida y desapareció, mucho tiempo antes de conocerte. Claro que existió. Si yo misma lo saqué a la luz. Pero si el peso de mi remordimiento me impidió descartarlo del interior de mis lágrimas, nadie, escuchame bien, nadie, a partir de hoy, podrá negarme el derecho de gritar cuantas veces quiera el resultado final de la evidencia: tu silencio me condenó a secarme en vida... Y a secar en mi interior a manera de penitencia sin causa, el hijo que para vos no tuve, ni tuve para nadie.

AXEL.— ¿Y el brote que injertado fue prendiendo pese a todo? ¡No oscurezcas el camino, por favor!


FIN DEL SEGUNDO ACTO


TERCER ACTO

ÚNICA ESCENA

Ana, Maxi y Axel. Más tarde Elena.


(Living escaso de luz. La mesa abandonada a un costado con vajilla usada y fuentes con restos de comida en su centro indica que el horario de la cena ya se ha cumplido. Todos se encuentran en actitud de sobremesa desordenada. La atmósfera es tensa, el ambiente hostil Disconformes, ensimismados, enojados, malhumorados, pensando, cada cual por separado, en los problemas de incomunicación que los aquejan; Ana, Maxi y Axel, en silencio, ayudando a la evolución significativa del lento transcurrir, tan sólo con sus ojos entrecerrados y los labios fuertemente apretados, al igual que sus puños, permiten a los espectadores conocer no sólo el exacto grado de su incomodidad, sino también el de su fastidio. Al cabo de un rato, Maxi enciende un cigarrillo y luego se sirve una copa de cognac. Axel aprovecha para cambiar de sitio, del mullido sillón en donde se encuentra sentado, al taburete situado junto al piano, taburete que acomoda a la altura necesaria haciéndolo girar, rápidamente, con él sentado arriba.)

MAXI.— ¿Es mucho pedir que te quedes quieto?

ANA.— (Condescendiente.) Axel... siempre tenemos que pedirte las cosas... ¿No te das cuenta de que estamos todos nerviosos?

AXEL.— Claro que me doy cuenta. Estamos todos nerviosos pero... todo va mejor. (Pausa.) O vos no pensás lo mismo.

ANA.— ¿Mejor? ¿Y llamás mejor a esta situación? ¿Al resultado de una catástrofe? Escombros. Por todas partes escombros.

¿Cómo podríamos arreglar esto? ¿A ver? ¿Tiene arreglo? Me pregunto. (Silencio largo.) Yo estoy convencida de que mientras nos quedemos los tres así, cruzados de brazos, como si aquí nunca hubiera pasado nada, esto no se arreglará.

(Se dirige hacia el ventana] en donde asomada queda unos instantes contemplando la lluvia.) ¡Av...! Si la lluvia se llevara los recuerdos como el tiempo hace con el frío, con el miedo.., con la gente y hasta con la lluvia misma...

MAXJ.— Eso... si se llevara los recuerdos y también las culpas... como el tiempo lo hizo con mi juventud... Qué felices llegaríamos a ser.

AXEL.— (irónico.) Av... Si se atreviera a llevarse solamente eso: los recuerdos dolorosos de las culpas de todos... Qué felices podríamos ser todos. ¿Verdad? El mundo entero... digo.

MAXI.— (A Axel)Tus expresiones irónicas me molestan, Axel, y lo sabés. (Axel comienza a tocar en e/piano notas aisladas mientras sigue girando lentamente sobre sí sentado en el taburete.)

ANA.— (Mientras tanto sin prestar atención a lo manifestado por Axel y Maxi.) Especialmente si a la vida no se le ocurriera, como se ¡e ocurre siempre, elaborar y elaborar constantemente hechos nuevos..., más y más desgraciados, todavía.

MAXI.— Nervioso e indeciso, observando a Axel que se mantiene en idéntica actitud.) Vos... ¿todavía necesitás de mi reacción violenta?

AXEL.— ¿Para qué? ¿Para hacerte feliz dándote el gusto? (Pausa.) Por mí. Ahora que soy espectador me siento hijo, neutral... afuera. ¿Eso querías escuchar? Ya lo has oído. De todos modos teniendo como tengo a éste conmigo (Refiréndose al piano.) casi les diría que todo lo demás me sobra; hasta el amor de ustedes me sobra y el de Elena... casi que también. (Pausa.) Mientras se mantenga incapaz de demostrarme lo que yo estoy esperando que ella me demuestre.

MAXI.— Imposible, entonces, que la cosa marche así: exigiendo del otro lo que sabemos no puede darnos.

AXEL.— Está bien. Todo está bien.

MAXI.— Comprometámonos de una vez por todas a no delirar, entonces. ¿Podremos?

AXEL.— ¿Para qué? ¿Para mantener la tranquilidad tan solo un rato?

ANA.— (A Maxi.) Presiento que sólo vamos a conseguir que Axel se aleje para siempre de nuestro lado. (Silencio.)

AXEL.— (Enigmático.) Quiero permanecer así... tal cual me siento en este momento... Sólo, libre, aislado; reconociendo segundo a segundo el fenómeno intransferible de mi crecimiento como ser humano. (Silencio profundo.) Estoy comenzando a gozar en el recuento de mis propias sensaciones. ¿Cómo explicarles? ¿Con que clase de idioma o lenguaje intentan comunicarse los jóvenes con los adultos? ¿Y los hijos con sus padres?

MAXI.— ¿Y los padres con sus hijos?

AXEL.— Personalmente no conozco a ningún joven que saltando la valla lo haya conseguido.

MAXI.— Los padres llegan hasta donde pueden, por eso desde el punto de vista adulto está todo bien.

AXEL.— ¡Bah! Para qué gastar pólvora... Me encerraré dentro de las murallas que construí con mi música... Me enclaustraré en mi aburrimiento como si lo hiciera en el más profundo sótano del monasterio más solitario, y viviré allí negándome el derecho a bajar los puentes, mientras dure la monotonía de mi espera, que nada tiene que ver con la de ustedes. Por eso quiero irme ahora. Mejor dicho, no quiero irme así porque sí. Además... como comprenderán... de ustedes jamás pude esperar nada. Tomé lo que rae dieron, eso sí; por eso, por ahora voy a esperar.

ANA.— Esperar... ¿Cómo hacer para esperar? Yo... que de tu padre no espero nada y desde hace bastante tiempo...(Pausa.) El no se comunica, sólo bebe. Bebe, calla o... actúa. Y yo... pobre desgraciada, viví... matándolo con la indiferencia. (Desconsolada.) Y el tiempo se me pasó... matándolo con mi indiferencia. ¡Ah! Pero ahora todo va a ser diferente. No sé cómo pero por primera vez voy a reaccionar. (A Maxi histérica.) Exigiré que te vayas. Te iniciaré el divorcio por deslealtad. Les mostraré a todos mis heridas para escuchar de boca de los jueces, de los fiscales, de los letrados... el veredicto que me transformará en ganadora... Te voy a ganar Maxi y te tendrás que ir porque el veredicto lo dirá. Dirá que las heridas que me asestaste, sin tocarme siquiera, produjeron daños irreparables. ¡Y te tendrás que ir!

MAXI.— ¿De mi casa? ¡Qué esperanza! ¿Escuchaste Axel? (Axel tratando de evadirse nuevamente, comienza a tocar el piano indiferente.) Nos estamos desgarrando, Axel, y vos dale que dale otra vez. (Axel vuelve a dar vueltas en el taburete.) ¡Te exijo silencio! (Pausa dentro de la cual inmóvil y callado Axel se dispone a escucharlo. Ana pausadamente se acerca a los dos hombres dispuesta a escuchar también.) Bien... el que quiera irse que se vaya. No tiene más que decírmelo. La parte de cada uno de ustedes ya está garantizada. La sociedad anónima, pese a todo, aún sin vernos ni tratarnos, seguirá funcionando... Y una última cosa... De esta casa no pienso moverme no sólo porque es mía sino porque nadie va a decidir lo contrario. ¡Les advierto!

ANA.— (Ya más tranquila) Tampoco yo. ¡Habrase visto! (Pausa. Hablando como para si.) Aunque sé que si decidiera quedarme con él adentro, muy pronto me moriría de dolor... (A Maxí) Por eso no permitiré que me envuelvas nunca más.

(Pausa dentro de la cual Ana pareciera entrar en razón.) Pero... recapacité Maxi, tanto vos como yo necesitamos a Axel en la casa... (Llorando.) El es todo cuanto tengo y estoy segura de que a vos te sucede lo mismo. (Se miran coincidiendo.) El valor que representa Axel, sin duda, es mayor que el de nuestros intereses... ¿No es verdad?

MAXI.— (A Ana.) No te dirigirá la palabra. (Pausa.) Me quedaré sin hablarte... Ya está. (A Axel.) Esa podría ser una solución ¿No te parece? (Pausa de espera.) ¿Qué más pueden pedirme?

AXEL.— Bueno, basta ya entonces, por favor... Córtenla. (Pausa.) Ahora que todo está en claro somos más infelices que nunca, transformados los tres en necesitados

MAXI.— Qué vas a ser necesitado vos... Yo personalmente me encargué de que jamás te hiciera falta nada.

AXEL.— (Desalentado.) Pero no... ¡no me refiero a eso! (Silencio.) Soy un necesitado pero por otro motivo y vos lo sabés bien. No me exijas que te lo explique.

MAXI.— Hablé, pero haciéndote entender... si podés. Tratá de encontrar el idioma.

AXEL.— Ustedes callaron demasiado tiempo y al transformarme en un ignorante digno de la lástima pública me quitaron la posibilidad de despertar en los otros, justamente, el sentimiento que yo quería despertar... la envidia, sépanlo de una vez.

MAXI.— Así que envidia...

AXEL.— (Sin escucharlo.) Yo quería despertar envidia.., con mi chica... con mi juego, o mostrándolos a ustedes como ganadores... así de simple. Más ganadores que vencedores.

ANA.— ¡Por Dios! Paren un poco... ¿Y yo? ¿Cómo debo considerarme? ¿A ver...? Si el anzuelo tapado por la lombriz es la herramienta del pescador y el azúcar el arma secreta del domador y yo acabo de darme cuanta de que compartí mi estúpida vida con un tramposo, quieren hacerme el favor de contestarme.

AXEL.— Por lo mismo, mamá, yo quedé en la pecera.

MAXI.— Sos hombre, Axel. Sagacidad, astucia, capacidad para convencer, manejo de las circunstancias para conseguir eficacia. ¿No he tratado de trasmitirte todo eso?

AXEL.— ¡Papá! ¡Entendela! Para qué seguir ocultando que te tocó hacer trampa. ¿Eh? ¿Y vos, mamá? En cuanto a mi situación de hijo ¿vas a seguir negando que fuiste su cómplice silenciosa?

ANA.— Lo que faltaba... Ahora resulta que para vos fui su cómplice. No, si esto es para morirse. ¿Desde cuando fui, para vos, su cómplice?

AXEL.— Desde el vamos... De entrada, nomás. Dejaste que me criara un soberbio para sacarme soberbio. Y bueno... aquí tenés el resultado... ¿Podrás llegar a imaginar algún día cómo me sentí cuando me enteré de que yo sólo era un pescadito desprevenido e indefenso traído hasta esta pecera desde quién sabe qué mugriento lugar?

ANA.— Si te sentiste como me siento yo en este instante seguramente no te han quedado ya ni fuerzas para compadecerte... ¡Pobre hijo querido!

MAXI.— Bueno, se terminó. A esta crisis emocional hay que darle un corte. (Dirigiéndose a Ana.) Construiremos otro dormitorio para vos. ¿Estás de acuerdo? (Ana lo mira sin contestar.) ¿Sí? Asunto arreglado, entonces.

ANA.— Conozco más que nadie en el mundo tu forma de aferrarte a las cosas. (Con odio.) Y si pensás que voy a dejar tan fácilmente la mitad de mi cama en su actual ubicación es que además de todo lo que sos, tendría que agregar que te volviste loco. Yo no dejo nada. ¡Nada! ¿Entendiste?

AXEL.— Por favor... Debe haber una solución... ya casi la teníamos... Por Dios... ¡Propónganla!

MAXI.— ¡Hachar la cama! Cortarla exactamente por el medio... levantar una pared que divida nuestro territorio en dos... ¡o en tres! ¿Qué decís, Axel? Una pared bien alta como para que ninguno se atreva con ella.

AXEL.— (Con extrema ironía.) ¿Y conmigo qué? ¿Nada? ¿No acaban de decir que estoy por encima de sus intereses? ¡Ay Dios mío! ¡Qué feliz me sentiría en este instante si hubieran decidido cortarme a mí por el medio! Justificaría mi permanencia repitiéndome como en secreto: de ignorante pasé a ser sabio y de sabio me convertí, en forma directa, en ser humano necesitado por mis padres hasta el punto de llegar a pretender cortarme en dos como a la cama. ¡Me quieren! pensaría. ¡Me quieren como quieren a su territorio y las cosas que se encuentran sobre su superficie! Y por sobre todo como a su cama grande, la que soporta el gran peso de las columnas de la casa. ¡Por Dios! ¡No! Si eso sucediera. Si todo fuera así... Qué absurda se mostraría la vida para conmigo si por esos indicios llegara a convencerme de la existencia de ese amor. (Axel se da vuelta y comienza a entonar una melodía de amor pegajosa y pegadiza de tono escéptico. Maxi deja la copa sobre la mesa y se dirige hacia la ventana abierta junto a la cual se encuentra Ana asomada de espalda al público. Maxi tratando de tomarla por los hombros se acerca a su mujer quedándose a su lado con el gesto helado. Axel desde el piano continúa hablando.) Los tres a la par, subidos a un mismo peldaño... Me refiero al afectivo, claro... (Axel les da una sonrisa a los dos que no les llega por encontrarse éstos dándole la espalda.) ¿No les parece mejor comenzar a pensar que aquí ya ha llegado el tiempo de mostrar al ser humano que llevamos dentro para intentar reencontramos?

(En ese instante por la puerta de calle se asoma Elena pidiendo permiso para entrar. Se la nota nerviosa y excitada.)

ELENA.— (Abre la puerta quedándose callada. Su rostro muestra una palidez especial0 Próxima al desmayo su mirada se encuentra con Ja de Axel, el cual trata de socorrerla complicando las cosas pues al pretender levantarse tropieza dejando caer el taburete.)

ANA.— ¡Elena, por Dios...! Maxi, sostenela... que se cae. Agua. Corro a traerle agua.

MAXL.— Tranquila, Elena. Jamás hay que perder la calma. Apoyate en mí. Así, hasta llegar al sillón.

(Elena se sienta, recibe el vaso de agua de manos de Ana y/o bebe en silencio. Pausa al fin de la cual todos se le acercan como para pedirle explicaciones.)

ANA.— (Atenta y solícita.)ó Querés más? No hables si no estás en condiciones. ¿Ya va mejor? ¿Verdad queridita? ¡Qué susto nos diste!

ELENA. — Compuesta, comienza a hablar y la sonrisa, apenas dibujada en su boca, consigue alejar definitivamente la totalidad de los presentimientos trágicos que su impresionante aparición produjo.) Ya... Ya les cuento. ¿Y las cosas por acá...? ¿Mejor?

AXEL.— (Ubicado nuevamente en su lugar junto a/piano.) Estamos todos vivos, eso es todo pero... y vos ¿no vas a hablar?

(Elena hace señas con ambas manos dando a entender que deben esperar un poco. Le cuesta sacarla respiración.

Mientras tanto Ana, viéndola mejor, aprovecha para contestarle escuetamente, refiriéndole la situación vista desde su ángulo.)

ANA.— Aquí todo sigue igual. El (refíriéndose a Axel) ya te contará lo que pueda. No sé qué. De todos modos la mujer ésa que trajeron se fue sin pena ni gloria y sin cumplir con su misión.

MAXI.— Axel si quiere la reencontrará algún día...

ANA.— Para llegar a la otra... se entiende.

MAXI.— Si no llegó ya, pero ésa es otra historia.

ELENA.— (Mirándoles a todos como comprendiendo la atención que le están dispensando a pesar del momento de tirantez tan especial que están viviendo.) Quieren saber... Pero ¿cómo no van a querer saber después de haberme visto llegar como llegué? (Pausa.) Fue... un accidente en la ruta. Algo espantoso... imposible de imaginar. Un automóvil que viajaba justo delante mío, del que no quedó nada. Y un camión enorme, de esos que llevan carga internacional. Todo fue tan rápido... Era una pareja joven. (A AxeL) Casi como nosotros. Yo los venia observando de cerca. Podría afirmar que eran hermosos... Al llegar a la curva la nube que los envolvió me obligó a frenar y allí frente a mí..

¡Cómo describirles! Todos mis sentidos se pusieron en funcionamiento pero perdí el que proporciona la comunicación, ahora me doy cuenta... ¡No puedo! (Silencio.) ¡Ruidos, sonidos, silencios, colores, agitación! ¡El torbellino posterior! ¡El vértigo...! La toma de conciencia.., el dolor, la compasión. (Silencio.) La compasión como sentimiento superior a la lástima... y por último la piedad y mi silencio y la impotencia que surgió ante mis ojos oscureciéndorne la vida. La vida que para mi todavía sigue por delante... (Recobrando de repente la fuerza de la voz y el brillo de sus ojos.) Pero... ¿saben lo que ocurrió después? Todavía no lo puedo creer... mejor dicho no alcanzo a comprender mi papel en el prodigio. Porque fue un hecho prodigioso y sucedió por mí y para ml... ¡Dios Santo...! Cuando todos se alejaban convencidos de que nadie había quedado con vida, a mí se me ocurrió y no puedo aún creerlo: que a mí se me haya ocurrido.., justamente eso: recorrer el lugar y encontrarlo.., porque ¿saben? yo lo descubrí.

ANA. — (Asombrada, expectante y tensionada, exige de Elena la definición compartiendo con el grupo su actitud desasosegada.) Un descubrimiento... Elena, ¿qué descubriste? No te detengas... por favor no nos hagas sufrir más.

ELENA.— ¡Al bebé! Descubrí al bebé del matrimonio que viajaba en el auto... Nadie lo buscó porque nadie sabía... pero él estaba allí como esperándome... a mí ¿se dan cuenta? y lo miré y me miró agitando sus bracitos como si hubiera mirado a Dios un ángel de barro perdido detrás de una nube... (Silencio.) Resultó ser un varoncito... desvalido e indefenso. ¡Una criatura humana completa y llena de energías! Un huérfano reciente pero... ¡hubieran visto cómo pataleaba entre mis brazos! Me lo hubiera traído, créanme, pero se lo llevaron.,. (Silencio. Axel conmovido corre a abrazar a Elena, la que retribuye su actitud amo/dándose a su cuerpo con alegría.)

juego que dura toda la escena. Hacía e! final de la misma, cuando la fuerza del monólogo lo requiere, Axel hace coincidir melodía y parlamento para exaltar el dramatismo de la situación. Axel comienza a hablar suavemente. Lo hace con un balbuceo prosiguiendo luego en tono normal.) ¡Un niño! ¡Un niño! Yo sólo quería saber. Sólo saber para decidir sobre mi. Entiéndanme. Necesito distancia... ¡Qué papel! (Tristemente.) Papá.. -

MAXI.— Cuál papel? explicate.

AXEL.— El mío, el que representé. El que tuve que representar porque una vez allí no tuve más remedio. Solo. Solo como nací, mejor dicho como cuando decidieron entre todos mi entrega. Solo, que quiere decir “con nadie”. Como cuando me importaron... desde allá para aquí.

ANA.— No puedo creer lo que acabo de escuchar de tu boca... ¡Te importamos! ¡Axel! Quiero que sepas que vos nos importaste a nosotros.., siempre nos importaste.

AXEL.— ¿Vivir con ella? Ni lo piensen. ¡Jamás! Papá, vos tenias razón pero tu idea quedó minúscula. (Se aleja del piano por unos instantes para acercarse a Elena, tomándola de los hombros en actitud de desesperación y cariño, declama su parlamento dando largos pasos alrededor de la habitación tomándose el rostro con las manos para volver, por fin, a ocupar su lugar junto a/piano, componiendo un éxtasis de dolor desesperado.) Nadie, salvo yo, tiene la más remota idea de quién es, ni de qué hace, ni de cómo vive. Ni de cómo siente, si es que siente. Yo sí porque la vi en todo su esplendor. En el esplendor de su existencia natural... (Axel comienza a actuar.) Vení... Entrá... Y antes de decidirme a articular tan sólo una palabra para explicarme me dejó solo.., media hora solo.., un día solo.., una eternidad solo... nuevamente solo me dije y cuando me llamó con un quejido y entré... tuve ganas de correr... de desaparecer... de esfumarme pero no pude. Estaba desnuda sobre la cama grande mirándome sin comprender nada. Fofa, sin gracia, teñida... pintarrajeada, pensando quizá que lo que me pasaba era.. -que no me atrevía.., que era mi primera vez o tal vez otra cosa. Abrió sus piernas gordas y fláccidas y yo me quería morir... Saltó de la cama y así como estaba trató de abrazarme. ¿Cómo explicarle, después de eso que hizo? ¿Cómo? (Silencio largo.) La puerta se cerró y mi desesperación quedó prisionera en aquella habitación siniestra junto a esa mujer que, siendo mi madre, pretendía enseñarme lo que ella, desde su altura, entendía por ejercitación para la eternidad.

ANA.— ¡Ay Axel! ¿Por qué habrás tenido que sufrir tanto?

AXEL.— (Prosiguiendo sin escuchar.) La puerta, debido a mi torpeza, desapareció cuando intentaba abrirla, también la cama, pero sin motivo. Y mientras trataba en vano de recordar la obertura de Tristán e Isolda, dispuesto a tararearla, la señora fea, colocándose una bella máscara, comenzó a pegarme. (Silencio largo, luego hablando como para sí.) ¡Un niño en el barro...! ¡Entre la basura!

ANA.— Me impresiona pensar que puede ser el precio de algo que no termino de descifrar.

MAXI.— Sé realista, Axel. Necesito saber cómo terminó tu entrevista. Por favor...

AXEL.— Lloré sin consuelo, sin poder parar. Lloré entre sus brazos hasta que la señora fea pero enmascarada, volviéndose buena, sin tener motivo; me acostó en la cuna. Me arrulló en silencio y me dejó dormir envuelto en una mantilla que sacó de una galera. La mantilla.., de puntillas acuosas a causa de las lágrimas que viene derramando desde que me abandonó. Así me dijo... pero sin decirme nada. (Pausa.) Nada hizo ella de lo que acostumbraba hacer. Nada hice yo, por supuesto, salvo pagar por nada. De nada, me dijo cuando yo omití las gracias. (Pausa.) Cuando decidió hacer aparecer la cama y la puerta ara que yo pudiera, saltando de la cuna, escapar, desapareciendo y para siempre de su lado; habían pasado ya nueve lunas y algunos días, así me dijo cuando ya me iba. Y... como ven podría afirmar que he regresado dispuesto a interpretar lo que jamás pude entender.

ANA.— No aclaraste nada, entonces...

MAXI.— Cómo que no aclaró. Si eso no es aclarar...

AXEL.— No pude ni podré decirle nada. Jamás podré volver a verla, por eso llevaré mi horrible verdad como un castigo. ¿Qué otra cosa podría hacer?

ANA.— ¿Castigo? ¿Por qué castigo? ¿Qué culpa tenés vos?

AXEL.— Soy soberbio mamá, no te olvides; y quiero para ml toda la dignidad del género humano. Toda, compartida pero toda. (Silencio.)

MAXI.— La casa Bressan con Alberdi adentro se derrumbó. Así parece; aunque todavía no estoy tan seguro. Según algunas versiones quedó sólo el territorio descampado. Sin embargo ninguno de sus habitantes está decidido a desertar.

¿Es así o me equivoco? Nadie quiere abandonar lo que le pertenece. Ésa es una ley inexorable. A ver si nos entendemos, Axel. (Pausa.) La domesticación no es más que la obligada costumbre llevada a la vida cotidiana. Y aquí. (Gritando) ¡Faltaba el hijo, Axel!

AXEL.— Bueno... Ustedes no me lo pidieron pero yo lo hice. Podé todos los árboles que se debían podar sin arrancarlos; corté el pasto y además los yuyos altos que durante todo este tiempo invadieron nuestro terreno. Conseguí también aflojar las estacas que desde chico mantuve atadas a mi cuerpo para que me permitieran crecer derecho, como ustedes decían, y.. no saben lo bien que me siento... porque a mi alrededor ya no existen sombras. (Axel comienza a improvisar una melodía en el piano.)

ELENA.— (A Axel, refiriéndose a los padres de éste.) Parecen más tranquilos, ¿verdad?

AXEL.— (Observando a sus padres alejándose juntos hacia el ventanal, lugar en donde Maxi, al llegar, se atreve a tomar a su mujer, tiernamente, por los hombros, recibiendo como respuesta su sonrisa.) ¡Sh! Tengo la impresión de que están aprendiendo a ser felices.., como nosotros y aunque no lo creas me siento responsable... de ellos.

(Mientras Ana y Maxi, tomados de los hombros se encuentran de espaldas al público, Axel y Elena se besan tiernamente.)

AXEL.— (Entusiasmado) ¿Alcanzaste a percibir el asombroso cambio que se operó en mí, desde tu reaparición?

ELENA.— Claro que alcancé, pero eso sucedió porque me desviví agotándome, tentando la mejor forma de crecer para lograr tu estatura. (Pausa.) ¿Desde mi reaparición; dijiste?

AXEL.— Sí, aunque para ser exacto debería haber dicho: desde el instante en que nos referiste tu prodigioso hallazgo.

(Elena complacida se acomoda acurrucándose entre sus brazos.) Y si alcanzaste a percibir mi cambio comprenderás, entonces; por qué te he elegido. ¿Verdad?

ELENA.— ¿Que me has elegido? ¿Sin más dudas? ¿Sin nubes...? ¿Sin nada? (Pausa.) No, no entiendo. ¿Elegido para qué?

AXEL.— ¿Cómo para qué? Como compañera para emprender mi nuevo camino. (Pausa.) Tu ternura, Elena... me ha hecho tan dueño de mi que mis padres pasarán a ser, desde hoy, mis hijos y por propia decisión. (Elevando el tono de la voz.)

¿Escucharon? Hijos adoptivos, se entiende. (Reacción silenciosa.) Y tu amor a la vida... El que para mi suerte te acompaña siempre, ya no me sugiere que te invite, ¡no!, me exige que te lleve. (Se besan apasionadamente.)

ELENA.— ¡Mi amor!

AXEL.— Y pronto, va verás. Para poder gritar un día lo que gritaron todos, sin gritar, ferozmente abrazados.

JUNTOS.— ¡Aquí hace falta un hijo!

MAXI.— ¡Eso! ¡Así! Como viene haciendo la humanidad, toda, desde el principio de los tiempos.

ANA.— Pero mucho... mucho antes... ¡Dios! Cuando teniéndolo todo necesitó del hombre.

JUNTOS.— (Gritando fuertemente abrazados.) Aquí... Aquí... muy pronto... (Ríen con ganas.)

MAXI.— ¿Hará falta un hijo? (Siguen riendo con ganas.)

AXEL.— Elena... te quiero...

ANA.— Al que tejeré millones de pañoletas, con encajes y puntillas.. y pétalos.. y plumas... y lágrimas de alegría si llego a verlo.

ELENA.— Seguramente...


FIN