El proceso industrializador, que tuvo su origen en Inglaterra y luego se extendió por Europa no sólo tuvo un gran impacto económico, sino que además generó enormes transformaciones sociales.
La nueva sociedad industrial comportó un intenso proceso de urbanización y significó la consolidación de dos nuevas clases: la burguesía y el proletariado.
Proceso de urbanización:
La difusión de la industrialización y la organización fabril de la producción obligaron a los trabajadores a concentrarse. En torno a la fábrica, y a trasladarse a las ciudades. Este proceso provocó un cambio en la localización de la población en el territorio que dio lugar a la multiplicación y crecimiento de las ciudades (sociedad urbana)
La emigración interior hacia las ciudades, procedió en su mayoría, de las áreas rurales circundantes.
Segregación urbana:
El rápido crecimiento de las ciudades originó una fuerte segregación social por barrios. La burguesía fortificó nuevos y confortables barrios residenciales donde la suciedad y la contaminación industrial eran menores. En estos barrios se construyeron edificios, que se articulaban alrededor de grandes avenidas y se dotaban de servicios públicos, como la iluminación y el alcantarillado. En ellos se instalaron oficinas, comercios y viviendas en las que la burguesía podía mostrar su riqueza y gozar de todo tipo de comodidades.
Los barrios obreros crecieron rápidamente y a menudo sin ningún tipo de planificación: las calles no estaban pavimentadas, por lo que cuando llovía se llenaban de barro, no había alcantarillado y tampoco existía un servicio de recogida de basura. Los edificios tenían diversas plantas, con varias viviendas en cada una. La calidad de la edificación era muy baja, no había agua corriente, ni baños individuales...
En los barrios obreros, las condiciones de vida dentro de los hogares, era infrahumana: espacios pequeños, familias numerosas, generalmente compartían baños y cocina con otras familias, entre otras problemáticas, que podemos observar en el siguiente fragmento de la película Germinal, 1993:
La sociedad Industrial
La principal consecuencia de la industrialización fue la sustitución de la sociedad estamental por la sociedad de clases (en la que la clase social estaba determinada por los bienes materiales). La nobleza perdió su antiguo protagonismo y, en cambio, la burguesía (empresarios, banqueros, grandes propietarios agrícolas) con sus riquezas se fue imponiendo socialmente hasta llegar a reclamar el poder político.
En este escenario la burguesía industrial desplazó definitivamente a la nobleza terrateniente y su situación de privilegio social se basó fundamentalmente en la fortuna y no en el origen o en la sangre. Los empresarios obtenían grandes riquezas, no sólo vendiendo sus productos y compitiendo, sino además pagando bajos precios por la fuerza del trabajo aportada por los obreros.
La otra clase social surgida de la revolución industrial fue el proletariado que aparece en Europa durante el siglo XVIII.
La posesión de los medios de producción iba a establecer la frontera fundamental entre las dos nuevas clases sociales: burguesía y proletariado. A partir de ahora se pertenece a una clase en función del papel concreto que se desempeña en el proceso productivo.
Los nuevos valores burgueses se basaban en la exaltación de la propiedad privada, el trabajo, el ahorro y el individualismo. Igualmente eran los jóvenes varones de las familias quiénes accedian a la enseñanza secundaria y a la universidad, de manera que las élites políticas, científicas y culturales (ingenieros, abogados, escritores, pintores, investigadores, jefes de gobierno, ministros, empresarios... surgieron de esta clase social)
Al igual que el pasado, la familia continuó siendo el núcleo esencial de transición y consolidación del patrimonio, y la vivienda familiar se convirtió en un símbolo de prosperidad y de status social. Para emular las formas aristocráticas, las familias de la alta burguesía disfrutaban de servicio doméstico, de vestidos elegantes, de institutrices y tutores para la educación de sus hijos y se esforzaban en ostentar su lujo y refinamiento.
Veamos algunas características de la familia burguesa, en contraste con la familia proletaria, en el siguiente fragmento de la película Germinal, 1993:
En medio de esta élite económica y los trabajadores fabriles surgió la clase media, cuyo rasgo común es que no hacía un trabajo manual,. Estaba formada por profesionales liberales (abogados, médicos, profesores...) a los que se sumaron nuevas profesiones que alcanzaron una gran importancia en la sociedad industrial: técnicos e ingenieros, empleados de comercio, funcionarios de la Administración, trabajadores especializados, militares de alta graduación así como empleados de banca.
La situación de la mayoría de la población (asalariados, jornaleros, agrícolas, tenderos, artesanos, etc.) quedó muy lejos del nivel de vida de la burguesía. Los asalariados constituían el grueso de la fuerza de trabajo, necesaria para mover las máquinas y producir los bienes, y que vendían a cambio de un salario. Sus situaciones laborales eran precaria, sus sueldos escasos, y sus jornadas de trabajo muy prolongadas (12-13 horas). En muchos casos, mujeres y niños formaban parte de la masa obrera (a los cuales se les pagaba menos que a los hombres).
Podemos observar la explotación laboral y condiciones de vida, el siguiente fragmento de la película Daens, 1992.
A pesar del aumento espectacular de la producción y de la riqueza, la inmensa mayoría de la población vivió, al menos hasta 1850, muy cerca del límite de la subsistencia.
Las mujeres de la sociedad industrial:
La sociedad industrial consolidó una clara diferencia social entre géneros: las esfera pública (economía, cultura, arte, política...) quedaba para los hombres, mientras que se reservaba la esfera doméstica para las mujeres. De este modo la mujer se orientaba hacia el matrimonio y su situación jurídica y legal reflejaba una clara inferioridad: el código civil disponía que la mujer casada tenía la obligación de obedecer a su marido, que era el representantes de todos sus bienes, y necesitaba de su permiso para cualquier acto legal. Las mujeres carecían también de derechos políticos, es decir solo los hombres podían votar.
La vida de las mujeres de clase media y alta transcurría en el hogar. Sus tareas primordiales eran el cuidado de la casa y de los hijos, y según su nivel social, contaban con servicio doméstico. Por ello, su educación se consideraba como subsidiaria y sus estudios, se orientaban a la adquisición de nociones básica de lectura, escritura y cálculo, y también de las materias consideradas como femeninas: religión, música y hogar. De este modo, la educación femenina disminuía a medida que se descendía en la escala social a medida que se incrementaba la actividad laboral.
la industrialización comportó el surgimiento de la mujer obrera, puesto que el salario del hombre era insuficiente para mantener a toda la familia. Las mujeres realizaban largas jornadas de trabajo, de 10 a 12 horas, a las que había que añadir el cuidado de la casa y la familia; su remuneración era inferior a la del hombre y su trabajo gozaba de una escasa valoración social. Se dedicaban preferentemente al sector textil, sobre todo al hilado, pero también había un gran número de mujeres jóvenes, de entre quince y veintiocho años, en su mayoría solteras, que ejercía el servicio doméstico.