La denominación Antiguo Régimen fue acuñada por los revolucionarios en 1789 para designar el estado de cosas al que la Revolución Francesa había puesto fin. Así, este nombre desasigna el sistema económico, social y político que precedía de la descomposición del feudalismo medieval y que se mantuvo vigente en Europa hasta las revoluciones liberales-burguesas.
El origen del Antiguo Régimen se suele fijar hacia el siglo XVI, y se caracteriza por la supervivencia del régimen económico señorial en pugna con el capitalismo comercial incipiente, una población estancada a causa de la pervivencia de las crisis demográficas periódicas, una sociedad de tipo estamental fundamentada en la desigualdad civil, y un sistema político basado en el absolutismo monárquico.
Ahora bien, a lo largo del siglo XVII, y especialmente del XVIII, las nuevas actividades económicas, el ascenso de nuevos grupos sociales, sobre todo la burguesía, y un extraordinario movimiento ideológico, la Ilustración, socavaron los cimientos del Antiguo Régimen.
Es precisamente la confrontación entre lo viejo y nuevo, entre el mundo aristocrático y el mundo burgués, entre el feudalismo y el capitalismo, lo que hizo del siglo XVIII, un periodo de tránsito, que desembocó en la gesta del mundo contemporáneo.
La forma predominante de gobierno de toda la Europa del Antiguo Régimen era la monarquía absoluta, en la que el poder del monarca destacaba por encima de todos los demás estamentos.
“La soberanía es el poder absoluto y perpetuo de la República (...). La soberanía no es limitada, ni en poder, ni en responsabilidad, ni en tiempo (...). es necesario que quienes son soberanos no estén de ningún modo sometidos al imperio de otro y puedan dar ley a los súbditos y anular o enmendar las leyes inútiles (...). Dado que, después de Dios, nada hay mayor sobre la tierra que los príncipes soberanos, instituidos per Él como sus lugartenientes para mandar a los demás hombres, es preciso prestar atención a su condición para, así, respetar y reverenciar su majestad con la sumisión debida, y pensar y hablar de ellos dignamente, ya que quien menosprecia a su príncipe soberano menosprecia a Dios, del cual es su imagen sobre la tierra.”
Jean Bodin. Los seis libros de la República. 1576.
El eje central del sistema político del Antiguo Régimen era la monarquía absoluta de derecho divino, según la cual la autoridad del monarca provenía de Dios, en nombre de quien ejercía el poder. El Estado estaba controlado por el monarca, que concentraba en su persona todos los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y poseía un poder absoluto: nombraba a sus magistrados, administraba justicia y dirigía la política exterior.
“Dios estableció a los reyes como sus ministros y reina a través de ellos sobre los pueblos (...)
Los príncipes actúan como los ministros de Dios y sus lugartenientes en la tierra. Por medio de ellos Dios ejercita su imperio. Por ello el trono real no es el trono de un hombre sino el de Dios mismo.
Se desprende de todo ello que la persona del rey es sagrada y que atentar contra ella es un sacrilegio.”
Bossuet. La política según las Sagradas Escrituras. Libro III.
Además, la arbitrariedad era la norma de Estado y ninguna ley protegía a los súbditos del despotismo. El ejemplo más significativo de absolutismo fue la monarquía francesa de los Borbones, y sobre todo de Luis XIV, conocido como el “”rey sol”.
A pesar de que, desde un punto de vista formal, todo el poder residía en el monarca, en la práctica existían unas instituciones que lo asesoraban y que ejecutaban sus mandatos. EL principal Órgano de gobierno era el Consejo de Estado, cuyos miembros eran designados por el rey y se subdividía en secciones especializadas: Consejo de Finanzas, de Justicia, de Guerra, etc. También había negociados para los tratamientos de asuntos más específicos, y se hizo habitual la designación de secretarios de Estado, comparables con los actuales ministros.
La administración provincial estaba en monos de gobernadores o intendentes, que tenían atribuciones para aplicar las leyes, mantener el orden, dirigir las obras públicas, la industria, el comercio, o cualquier asunto de gobierno territorial. Estos cargos dependían del monarca y eran revocables a su voluntad. Por último, una legión de funcionarios y burócratas se encargaba de ejecutar las órdenes reales, de administrar justicia, de recaudar impuestos, etc.
El monarca no compartía soberanía con ninguna institución, no debía rendir cuentas a nadie, ni tenía que someterse a ningún control. Su poder estaba restringido tan solo por la ley divina, a la que estaba sometido como cualquier otro; por el derecho natural y por las leyes fundamentales de cada reino, que el monarca debía aceptar en el momento de su coronación.
Una de las instituciones del poder real provenía de los parlamentos, unas instituciones nacidas en la Edad Media que reunían a los representantes de los tres estamentos. Tenían tan solo algunas atribuciones de materia fiscal, como votar, nuevos impuestos, aunque también suplían a los monarcas en situaciones excepcionales y ratificaban a los nuevos reyes. Pero a pesar de su escaso margen de actuación, los monarcas absolutos intentaron marginar a los parlamentos que podían obstaculizar el ejercicio del poder absoluto, y solo recurrían a ellos en situaciones extremas: para pedir aumento de impuesto o ayudas económicas.
¿Cuáles eran las costumbres diarias de los monarcas absolutistas?
A modo de ejemplo muy gráfica resulta una jornada de la vida de Luis XIV según la describen J. Isaac y Alberto Malet: “Luis XIV tenía pocas ideas que le fueran propias; sólo tenía una muy arraigada en la mente y que fue dominante en su vida. En su infancia le habían dicho que el rey era una divinidad visible, un semidiós. El primer modelo de escritura que le dieron para que copiara estaba concebido así: ‘Se debe homenaje a los Reyes, ellos hacen lo que les place’. Estaba pues convencido de que él era un ser aparte, que tenía su corona por voluntad divina y que era por la gracia de aquél que él representaba en la tierra. De esta idea, que casi todo el mundo admitía entonces, Luis XIV deducía dos consecuencias. En primer lugar, como representante de Dios, debía ser dueño absoluto, disponer libremente de los bienes, de la persona y de la vida misma de sus súbditos, los cuales tenían el deber de obedecer ‘sin discernimiento’. En segundo lugar, tenía la obligación de cumplir concienzudamente su oficio de Rey (la frase es de él). Debía, en fin, trabajar y atender en todo al bien del estado. La idea de que él era el representante de Dios, infundió a Luis XIV el más prodigioso orgullo. Tomó por emblema un Sol resplandeciente, y de aquí el sobrenombre de Rey del Sol. Sin temor del diablo, pretende Saint-Simón, se hubiera hecho adorar y no habrían faltado adoradores: los cortesanos se descubrían para atravesar su cámara vacía y, delante del lecho real o del cofre que contenía las toallas del rey, hacían una reverencia, como en la iglesia, delante del Tabernáculo. Organizó el culto de la majestad real, y cada uno de los actos ordinarios de su vida diaria, como levantarse, comer, pasearse, ir de caza, cenar y acostarse, llegó a ser un ejercicio del culto; una ceremonia pública cuyos pormenores estaban minuciosamente fijados por un reglamento: eso se llamaba ‘etiqueta’. Se levantaba a las ocho de la mañana, e inmediatamente los cortesanos eran introducidos en su cámara por series, que se llamaban entradas. A la hora de levantarse había seis entradas, al cabo de las cuales había por lo menos unas cien personas en la real cámara. Los más favorecidos eran admitidos desde el momento en que el rey salía de la cama y se ponía la bata o traje de mañana; los menos favorecidos no entraban sino cuando se había frotado las manos con una toalla en alcohol y acababa de vestirse. La etiqueta indicaba las personas que debían presentar las diferentes prendas de vestir. Verbigracia: la camisa, llevada en una envoltura de seda blanca, debía ser presentada por un hijo del rey o un príncipe de sangre y sólo a falta de estos, por el gran chambelán. La manga derecha la presentaba el sumiller de corps y la izquierda el primer guardarropa real. El jefe del ropero ayudaba al rey a ponerse y abrocharse el pantalón. Ya vestido el rey pasaba a su gabinete, daba órdenes para el día y después iba a misa. Al salir de la capilla, celebraba consejo con sus ministros hasta la una y algunas veces hasta más tarde. A la una comía solo en su cámara; la etiqueta era tan minuciosa como para levantarse. Cada plato lo llevaba un gentilhombre, precedido de un ujier y de un jefe de comedor, que tres guardias de corps escoltaban con la carabina al hombro”.
¿Qué aspectos de la vida política del Antiguo Régimen criticaban los ilustrados?
Constituyó una forma de gobierno que trataba de conciliar el absolutismo con las nuevas ideas de la Ilustración, intentando para ello conjugar los intereses de la monarquía con el bienestar de los gobernados. Se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XVIII.
El término tiene su origen en la palabra italiana "Déspota", es decir, soberano que gobierna sin sujeción a ley alguna.
Buena parte de los soberanos europeos desarrollaron en mayor o menor medida esta forma de gobernar, utilizando su indiscutible supremacía como herramienta para incentivar la cultura y la mejora de las condiciones de vida de sus súbditos.
Pero al hacerlo, prescindieron de su concurso y opinión. La famosa frase acuñada “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo” se hizo eco de una realidad que intentaba aunar la tradición con la novedad.
Para llevarla a cabo se valieron de una serie de reformas que en cierto modo buscaban modernizar las estructuras económica, administrativa, educativa, judicial y militar de sus respectivos estados.
Actividad de la Clase 1:
Fecha de Presentación