EL GOLPE FINAL PARA EL SISTEMA FEUDAL
El período histórico que transcurre entre fines del siglo XIII y principios del siglo XV está marcado por una crisis económica, política, social y religiosa muy importante, que tendrá consecuencias culturales muy profundas, sobre todo en la manera de ver la vida y el futuro, y que determinará los cambios que se iniciarán desde la segunda mitad del siglo XV.
La expansión que la sociedad había experimentado desde el siglo XI se detiene en el siglo XIII por un conjunto interrelacionado de causas. No hay una que determine especialmente a la otra, y todas son más o menos contemporáneas, pero se combinan para configurar un escenario que modificará las relaciones y concepciones sociales:
- Una limitación en la producción de alimentos ocasionada por años consecutivos de malas cosechas, lo cual fue favorecido por las malas condiciones climáticas, la falta o encarecimiento de la mano de obra rural y los escasos conocimientos técnicos para aprovechar de la mejor manera posible las tierras.
- Esto determinó la carestía y el encarecimiento de alimentos, con sus consecuencias de mala alimentación en una población con las defensas biológicas muy bajas y concentradas excesivamente en centros urbanos (los cuales no tenían una infraestructura adecuada para ofrecer condiciones higiénicas mínimas)
- Esta situación fue el caldo de cultivo para el desarrollo de epidemias que se extendieron por toda Europa y arrasaron por lo menos con una cuarta parte del total de su población. La peste negra fue autora de miles de muertes.
El conjunto de estos factores contribuyó a una mayor degradación de las relaciones señoriales: los campesinos escapaban de los señoríos como consecuencia del hambre y la peste, intentando refugiarse en las ciudades, lo que privaba a los señores de la fuerza laboral necesaria para la explotación agrícola y facilitaba aún más los contagios de las pestes. También fueron comunes las formaciones de bandas que asolaban los caminos, robando a los viajeros o saqueando aldeas, lo cual hacía inseguras las rutas que favorecían los intercambios comerciales de los productos. Los señores manejaron la alternativa de arrendar sus tierras a precios cada vez más bajos o a contratar mano de obra, generalizándose así el pago de salarios.
Fue así que los sectores más desposeídos de la población cayeron en la desesperación ante el futuro, lo cual favoreció la propagación de sublevaciones campesinas, algunas de ellas hábilmente conducidas desde las ciudades por burgueses que trataban de debilitar el poder de los aristócratas gobernantes.
El sentido dado a la muerte por aquellos años tuvo mucho que ver con las vivencias que la sociedad enfrentaba.
Las malas cosechas, las deficientes condiciones climáticas, las epidemias y las sublevaciones eran interpretadas como castigos de Dios, previos a la “segura” venida del Apocalipsis anticipado por la Biblia.
Estas perspectivas provocaron dos modos de vivir opuestos entre las personas: por un lado, la imposición de castigos y privaciones en espera del Juicio Final, por ejemplo con el confinamiento en conventos de clausura, o autocastigándose con flagelaciones psicológicas o corporales. Por otro lado, estaban los que, haciéndose a la idea de que la existencia no era segura ni estable, y que la muerte acechaba a cada instante sin hacer distinción social de ningún tipo, proponían el aprovechamiento de cada momento con diversión y placer.
Toda esta visión estuvo enmarcada en una profunda desconfianza en los valores y actuaciones presentados por la Iglesia, que iba cayendo en una degradación moral cada vez mayor. Desde las jerarquías eclesiásticas más elevadas, se proponía una desmesurada importancia hacia los bienes materiales por ejemplo, con la creación de impuestos, u otorgando beneficios religiosos a cambio de dinero-, lo cual provocó una sensación de descontento y defraudación generalizada hacia la Iglesia, hasta entonces la fuerza moral más importante de los últimos mil años. También se produjeron movimientos de tipo religioso, llamados herejías, que se orientaban hacia la formación de congregaciones separadas de la Iglesia que recogían toda esa sensación de frustración y enojo hacia ella. Estas herejías fueron perseguidas por la Iglesia a través de la creación de la Inquisición, que fue una institución dedicada a la detección, comprobación y exterminio de las “desviaciones” religiosas con respecto a una fe considerada como la única verdadera.
La centralización del poder monárquico
La disminución del poder de los señores como consecuencia de la crisis del siglo XIV fue aprovechada por los reyes para fortalecer su autoridad.
Los monarcas de los reinos de Europa occidental, que desde las invasiones del siglo IX se habían visto obligados a ceder facultades a los señores feudales, recuperaron poco a poco su poder y sometieron a la nobleza a su autoridad. Así, promovieron la creación de nuevas instituciones, como los tribunales de justicia, las tesorerías (que recaudaban los ingresos y controlaban los gastos) y las cancillerías, encargadas de las relaciones exteriores.
En muchos casos, los reyes pactaron alianzas con los burgueses de algunas ciudades, a fin de sumar fuerzas contra los señores feudales que se negaban a obedecerlos. Los reyes concedían libertades y derechos a las ciudades y, a cambio, recibían de estas ciudades impuestos, que la Corona destinaba para costear la administración y las campañas militares.
La reconstrucción del poder monárquico se llevo a cabo de distinta manera en los diversos Estados de Europa occidental. En España, Francia e Inglaterra se avanzó con mayor rapidez hacia la unidad política de sus territorios. En cambio, en el Sacro Imperio se fortaleció la autoridad de los señores feudales más poderosos, que se consideraban príncipes en los territorios de sus señoríos.
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