"Las palabras que me han abrazado"

Dra. María Martínez Borges

Diagramación: Guillermo Bermúdez Schell

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¿Cuál fue mi primera palabra? No la puedo recordar. Solo logro evocar imágenes y sentimientos con olor a salitre y mar…Los primeros 5 años de mi vida habité en mi Cuba natal junto a mis padres, hermanita y abuelos maternos. Un flamboyán a fuego (jerga boricua) adornaba el patio de la llamada casa amarilla en Cienfuegos. Hoy se la ha denominado Villa las Estancias y la residencia fue nombrada patrimonio cultural por el gobierno de Fidel Castro. La construyó mi bisabuelo materno, un español emigrante de principios del Siglo XX. Su arquitectura española y su ubicación en Punta Gorda, la coloca en una posición privilegiada al estar rodeada de mar por delante y por detrás. La primera palabra que me viene a la memoria es el nombre de mi primer amigo o pana como decimos en Borinquen. El viejo Antonio era un vagabundo que rondaba la casa para buscar alimentos y ropa que mis abuelos le daban. Él hablaba conmigo debajo del flamboyán y me decía que iba construirme una casita de madera en el mismo para jugar. Cada día yo lo esperaba con ilusión, nunca quería que se fuera. Lo veía caminar y alejarse por la calle y él me gritaba, regreso mañana…Irónicamente yo fui la que se fue de Cuba. Sé que lo encontraré en otro plano donde abunden no solo flamboyanes con casitas de madera, si no una eternidad para compartir con las almas que queramos. Nos fuimos de Cuba en 1961. Rememoro ese día, era la primera vez que me montaba en un avión. (ejemplificación anecdótica) Tenía fuertemente sujetados en mis manos a mis muñecos Raulito y Marisol. Mi madre me había advertido que los agarrara fuertemente ya que los milicianos o soldados fidelistas (definición) podían quitarnos cualquier cosa antes de abordar.  Cuando me senté en el avión le pregunté a mi madre, ¿todavía los aguanto? Y ella muy embargada (angustiada) respondió: No, ya nos vamos de Cuba. Miré por la ventana, montada con recelo (desconfianza) sin comprender nada, pero segura de que algo enorme estaba pasando. Sentía como un grito de adiós silencioso.  Observaba la isla antillana donde había nacido y la veía cada vez más lejos…Ahora comprendo mejor al poeta neoclásico cubano Heredia cuando dijo: "Cuba, Cuba, que vida me diste, dulce tierra de amor y hermosura! Cuanto sueño de gloria y ventura tengo unido a tu suelo feliz!"

Desarollo

Llegamos a Miami, Florida. Mi tía materna ya había emigrado junto a mi tío y primos. Fue una estadía breve, solo un verano ya que mi padre no sabía manejar el idioma gringo. Por eso terminamos en Puerto Rico. El exilio, comprendí luego no es para todo el mundo. Mi padre se fue debilitando con la mogolla o el revolú que implica dejar atrás tu patria y tus padres y hermanos. Mi madre tomó las riendas del hogar y bregó como una caballota. Comenzó a trabajar luego de haber aprendido inglés en clases nocturnas y a conducir un auto. Pudimos ir a un Colegio privado gracias a sus esfuerzos. La escuela era católica y las monjas eran muy estrictas. También las maestras impartían la enseñanza con rigor y disciplina. La imagen de la regla amenazante ante cualquier changuería era de temer. Un día, solo por mirar hacia el lado, mi maestra de primer grado, una mujer enorme e imponente, me dio en la cabeza con su tirador de madera de muchas pulgadas. Me rompió la diadema. Cuando llegué a casa y mi madre lo supo, ¡Ay, bendito¡, terminé más achocada moralmente aún. En el colegio aprendí el inglés, pero la enseñanza católica destacaba aún más la materia de religión. Era increíble que dieran una nota en esa clase. Revivo mi memoria de cuando iba a tomar la primera comunión. Todos los días le preguntaba a mi abuela, quien ya vivía con nosotros para cuidarnos mientras mi madre trabajaba, si esto o aquello era pecado. (ejemplificación anecdótica) Pensaba que hasta decir una palabra fea era un dictamen de excomunión. Quién diría que terminaría trabajando con las palabras. Incluso al escribir esta crónica sigo usándolas mientras sirvo de acicate a mis alumnos para que escriban la suya también. Hoy sé que no hay buenas ni malas palabras, solo existen.  

Al llegar a la escuela secundaria fue que me enamoré del inglés. Pensé por un momento ser maestra de inglés en vez de español, pero al hacer una introspección me di cuenta de que mi lengua madre era mi respiración natural y un terreno más confiable para caminar con Flow.  Y me gradué de cuarto año conocida por mis pares como la poeta escondida de mi clase Senior que usó a Kant como lema de mi foto para el anuario de la clase de 1975, denominadas las 3 pesetas. Decidí estudiar magisterio en español. Mi carrera universitaria fue cuesta arriba, un julepe. Me casé a los 19 años cuando era una prepa. El padre de mis hijos, que en paz ya descansa fue como un padre para mí. Él ya trabajaba a tiempo completo y me compró un carro para que yo fuera a la universidad. Luego, ya en mi cuarto año de bachillerato fue que salí en cinta. En la graduación recibí una medalla de reconocimiento y cuando fui llamada al frente nombraron a la señorita María Martínez. Fui con gran orgullo y con gran barriga a recibir mi medalla. Cuando nació mi primer hijo empecé a trabajar en el mismo colegio católico del que me había graduado. Estuve 28 años sin parar allí hasta que me fui a Estados Unidos.  Estaba en un Colegio interno en el estado de Alabama. Volví a retomar el inglés escolar en mi cotidianidad, ya que era la única hispana que enseñaba el español como lengua extranjera.  Duré siete años en el trabajo. Me sentía taciturna y lejana del trópico y del entorno familiar. Al igual que Andrea Miranda: “Llegar a un ambiente donde los puertorriqueños no eran la mayoría, significaba que mi etnicidad era mi identidad.” (cita de autoridad) Extrañaba los guisos criollos y su sazón, sentía que vivía sola en las sínsoras, aunque la gente era amable conmigo usualmente.  Y regresé a Borinquen. 

Desenlace

Hoy trabajo en el Colegio Saint Johns de Condado. Llevo alrededor de 7 años desde que regresé. Las palabras siguen bailando conmigo en mi docencia. No obstante, no bailo sola. Invito a mis estudiantes a jugar el juego semántico. Llevo 43 años como maestra de español y ya estoy en la edad de jubilación. Les pedí a mis estudiantes de décimo que escribieran su propia historia y contaran alguna experiencia y ejemplos de vida que los hayan inspirado a desarrollar valores neoclásicos como la libertad, el heroísmo, la solidaridad o el autodominio. Los de cuarto año toman la clase de Spanglish y otras variantes del español y están escribiendo la crónica de su adquisición lingüística, desde antes de ir a la escuela hasta ahora, a punto de graduarse e ir a la universidad.  En mi caso las experiencias que salvaguardo y ensalzo en mi historia se pueden resumir en 5 palabras: viejo Antonio, madre, hijos-nietas y docencia. Disemino mis remembranzas y retomo este teclado. Estoy hecha de palabras y cada una me ha escrito y vivido. Me solidarizo con Carmen Conde y comparto su pensamiento: ‘’El lenguaje es lo más humano que existe…cada palabra lleva consigo una vida, un estado, un sentimiento.”