Textos reivindicativos feministas

TEXTOS REIVINDICATIVOS FEMINISTAS

Abigail Smith Adams (1744-1818)


El mundo acaba de presenciar dos grandes revoluciones-la americana y la francesa- y en ambas se había proclamado la igualdad de derechos para todos los hombres. No obstanle, de la situación de la mujer nadie se había preocupado. En los Estados Unidos los tópicos más generalizados eran la "igualdad", la "soberania del pueblo", "la libertad", pero todo esto se refería únicamente a los hombres -a los hombres blancos, por supuesto.

A la esposa del Presidente gue, junto con otros prohombres americanos, redactó la Declaración de Independencia, no le pasó desapercibido que los derechos de la mujer eran totalmente ignorados, y en una serie de cartas que dirigió a John Addws, su ma-rido, trató de persuadirle de que tuviera en cuenta a las "damas" al redactar las leyes del nuevo Estado. Pero su petición fue acogida con una carcajada por parte del autor de uno de los grandes manifiestos en pro de la libertad humana.

Ella conocía por propia experiencia las limitaciones regales y sociales a que estaba sometida la mujer, así como su total falta de oportunidades intelectuales. Hija de un respetable ministro presbiteriano de Massachusetts, esposa del segundo Presidente de los Estados Unidos y madre del sexto, no fue nunca a la escuela. En aquellos primeros tiempos de la independencia americana, la mujer estadounidense corría la misma suerte que la de los países europeos. Por haber tratado de mejorar esa situación, Abigail S. Adams puede ser considerada como una de las primeras defensoras de los derechos de la mujer.



Cartas cruzadas entre Abigail y John Adams


(A John Adams de su mujer, Abigail Adatus) 31 marzo 1776


... en el nuevo código de leyes, que supongo tendréis que redactar, desearía que te acordases de las damas, y que fueses más generoso y condescendiente con ellas que tus antepasados. No pongas un poder tan ilimitado en las manos de los maridos. Recuerda que todos los hombres serían tiranos si pudiesen. Si no se nos presta especial atención y cuidado a las damas, estamos decididas a organizar una rebelión y no nos consideraremos obligadas a obedecer ninguna ley en la que no hayamos tenido ni voz ni voto.

Que los de tu sexo sois, por naturaleza, tiránicos, es una verdad tan cabalmente establecida que no admite discusión; pero aquellos que deseéis la felicidad, debéis suprimir el duro título de amo por otro mas afectuoso y tierno, como es el de amigo. Por lo tanto, ¿por que no dejar fuera de la potestad de los malvados y de los sin ley el poder valerse impunemente de nosotras con crueldad e indignidad? Los hombres sensatos de sodas las épocas han sentido aversión por esas costumbres, por las que se nos trata únicamente como esclavas de vuestro sexo.


(A Abigail Adams de su marido, John Adams) 14 abril 1776



En cuanto a tu extraordinario código de leyes, no puedo por menos de reirme. Hemos sido informados que, a causa de la lucha, se ha relajado la autoridad en sodas partes; que los niños y los aprendices desobedecen; que en las escuelas y colegios ha habido desórdenes; que los indios se han soliviantado contra sus guardianes, y que hay negros que se han insolentado con sus amos. Empero, tu carta ha sido la primera amenaza de que otra tribu, más numerosa y poderosa que las demás, empieza a estar descontenta.


(A John Adams de su mujer, Abigail Adams) 7 mayo 1776



No puedo decir que te considere harto generoso con las damas; pues, mientras proclamas la paz y la buena voluntad entre los hombres y emancipas a los pueblos, insistes en retener un poder absoluto sobre las esposas. Empero, debes recordar que el poder arbitrario es, como la mayoría de las cosas auras, muy fácil de romper; y a pesar de vuestras sabias leyes y normas, está dentro de nuestro alcance, no solamente liberarnos, sino someter a nuestros amos, y, sin tracer uso de la violencia, lograr que derraméis a nuestros pies tanto vuestra autoridad natural como la legal: "Embelesa aceptando, domina sometiéndote, pues hacemos mejor lo que nos apetece cuando obedecemos".



Christabel Pankhurst


Liberadas. La historia de cómo ganamos el voto


¿Cómo podría yo dar una idea de todo lo que se estaba llevando a cabo en aquellos días pare ganar el voto? El movimiento iba in crescendo. La parte pacífica de nuestro trabajo -las reuniones al aire libre y en locales cerrados, la correspondencia, distribución de publicaciones, venta de periódicos, campañas para las elecciones parciales- fue aumentando y multiplicándose con el correr de los años. Mrs. Pankhurst parecía estar en todos los rincones del país al mismo tiempo. ¿Qué podía suponer la campaña electoral de Gladstone en Midlothian comparada con su campaña de alcance nacional? Los Gladstones, los Chamberlains, los Asquiths y Lloyd Georges siernpre hen contado con la firme colaboración de los periódicos de sus respectivos partidos que circular por todo el país, y con la ayuda de la buena organización de su propio partido. Mrs. Pankhurst, sin el menor apoyo por parte de la prensa, a excepción de algún artículo ocasional o incidental, conquistaba sencillamente por el irresistible atractivo de su entrega y de su valor y, aunque carecía de todas esas otras ayudas que reciben los jefes de los partidos políticos, conseguía agitar a las mujeres y a toda la nación. . .

Justo es que se pague un tributo a nuestras organizadoras. Jóvenes en su mayoría -algunos incluso muy jóvenes- sus numerosas proezas quizá sorprendan a las chicas y a las jóvenes de ahora. Ni la juventud más moderna y avanzada de la postguerra podría superar a aquellas nuestras jóvenes organizadoras, a las que recuerdo a través de los años con el más afectuoso agradecimiento y a las que envio mi más cordial saludo. Estaban dispuestas a sacrificarlo todo y a intentarlo todo por la causa. Cuando eran enviadas a cualquier lugar recóndito en el norte, en el sur, en el este o en el oeste del país, lo primero que hacían era izar la bandera, alquilar un local, entrevistar a la prensa, citar a las mujeres más sobresalientes de la localidad, visitar a las diversas organizaciones -políticas, sociales y filantrópicas-, comunicar a la policía que habían llegado, convocar reuniones, y, después de pintarrajear las calles, vender el periódico "Votes for Women", y distribuir octavillas, hablaban en las reuniones, ganaban proselitos, organizaban más reuniones, escribían o entrevistaban al diputado local, planificaban protestas contra la visita de un ministro del gobierno, organizaban campañas para las elecciones locales, y, además de todo esto, conseguían el dinero necesario pare sus propias campañas y aun les sobraba para enviarlo a la administración central. Gracias a sus conocimientos políticos siempre estaban a la altura de las circunstancias. Eran capaces de dirigirse a cinco mil personas con absoluta serenidad y eran capaces también de ganar la partida en cualquier discusión, in-cluso con oponentes como Mr. Asquith, Mr. Lloyd George o Mr. Winston Churchill.

Desprovistas de vanidad y presunción, nunca se les subió a la cabeza la fama política que tan merecidamente ganaron. Se habían consagrado a una gran causa en la que el yo individual no contaba. Despreciando los placeres, vivieron dies difíciles, pero disfrutaban con ello y encontraron la felicidad en el cumplimiento del servicio que prestaban y en la victoria que preveían. A fin de evitar que se las acusase de "falta de feminidad", de "extremismos", y demás, tenían por norma mantener los convencionalismos en todo, excepto en la lucha. Pero, por encima de estas tareas multifacéticas llevadas a cabo con carácter voluntario o, en todo caso, por un poco de dinero de bolsillo, nuestras maravillosas organizadoras estaban dispuestas a arriesgar en cualquier momento las consecuencias que podían acarrearles el enfrentamiento con una multitud enfervorizada por la política así como el ser arrestadas y encarceladas.

. . . La huelga del hambre. . . iba a tener tremendas consecuencias. Finalmente condujo al Gobierno, como más tarde se verá, a tener que elegir entre ejercer medidas de represión más auras contra las mujeres o concederles el voto. La primera en practicar la huelga del hambre fue Miss Wallace Dunlop; sin pedir consejo a nadie y actuando enteramente por iniciativa propia, envió al ministro del Interior, Mr. Gladstone, tan pronto como fue encarcelada en la prisión de Holloway, la petición de ser situada en la primera división como cuadraba a quien era acusado de un delito poliítico. Y anunció que no ingeriría ningún alimento hasta que le fuese concedido este derecho. Mr. Gladstone no contestó pero después de haber ayunado durante noventa y nueve horas, Miss Wallace Dunlop fue puesta en libertad. Estaba extenuada, pues había hecho caso omiso de todas las amenazas que le habían proferido para convencerla de que rompiese el ayuno.

...No había más que dos caminos para evitar la repetición de los disturbios. Conceder el voto a las mujeres, y de esa manera poner fin a la lucha instantáneamente, o tratar de destruir el espíritu de las militantes con una política mas aura de represión.

Eligieron (las autoridades) la segunda alternativa.

Empezó la alimentación a la fuerza. Las mujeres arrestadas por haber tomado parte en la "Protesta de Birmingham" fueron encarcelaclas en la prisión de Winson Green y muy pronto tuvimos noticias de que, en vez de ponerlas en libertad después de declarar la huelga del hambre -como si esto no fuese sufrimiento suficiente- el Gobierno había dado órdenes de que se las alimentase a la fuerza. Con este motivo hubo escenas terribles en la prisión. Al resistirse a comer, los médicos administraban los alimentos a las detenidas a través de un tubo que les introducían por la nariz o por la boca mientras forcejeaban con las celadoras que las sostenían para reducir su oposición. Era horrible pensar en ello, pero aun era peor tener que soportarlo. Interrogado en el Parlamento sobre este endurecimiento de su política, el Gobierno contestó que se trataba de un "tratamiento médico" y de un "tratamiento hospitalario". Pero en esto el Gobierno tropezó con la oposición de los médicos...

...La guerra trajo el voto a la mujer. Como consecuencia de la guerra el registro electoral se había destruido y el Parlamento tenía que rehacerlo pare ser reelegido. Pero no podía ocuparse de ello sin dar el voto a la mujer, pues Mrs. Pankburst y sus "sufragettes" volverían a reanuciar la lucha tan pronto como terminase la guerra, y no había gobierno que se atreviese a arrestar y encarcelar a las mujeres que, cuando el país estaba en peligro, habían abandonado su causa para ayudar a la causa nacional... A su debido tiempo se aprobó la ley del sufragio femenino... La historia de cincuenta años, con su último capítulo de luchas, había tenido un final feliz. La visión de las primeras rebeldes, la tenacidad de las que las siguieron durante el período intermedio, el sacrificio de las militantes se veía recompensado. La mujer se había convertido al fin en un cindadano y en un votante... Lady Astor había de ser más tarde la primera mujer elegida miembro de la Cámara de los Comunes. Muchas otras han sido elegidas desde entonces y su número irá en aumento. Pero la presencia de la primera mujer en la Cámara de los Comunes señala el gran cambio que tuvo lugar en cuanto a la posición del sexo femenino.



(Publicaclo con autorización de Hutchinson Publishing Group Ltd., Loncres.)


Emilia Pardo Bazán (1851-1921)


La educación del hombre y de la mujer. Su relación y diferencias.


(Memoria leída en el Congreso Pedagógico el día 16 de octubre de 1892)


...Entrando ya a considerar las relaciones y diferencias que existen entre la educación del hombre y la de la mujer, al punto se advierte que estas son mucho mas graves y numerosas que aquellas, pudiendo afirmarse explícitamente que, hoy por hoy, las relaciones de la educación femenina y la masculina no pasan de la superficie, y las diferencias, o mejor dicho oposiciones, radican en lo íntimo y fundamental. Consisten las relaciones en afinidades de métodos y programas de enseñanza y en inevitables identidades de materia docente, y las oposiciones en el sentido diametralmente opuesto de los principios en que ambas educaciones se fundan . Mientras la educación masculina se inspira en el postulado optimista, o sea la fe en la perfectibilidad de la naturaleza humana, que asciende en suave y armónica evolución hasta realizar la plenitud de su esencia racional, la educación femenina derivase del postulado pesimista, o sea del supuesto de que existe una antinomia o contradicción palmaria entre la ley moral y la ley intelectual de la mujer, cediendo en daño y perjuicio de la moral cuanto redunde en beneficio de la intelectual, y que- para hablar en lenguaje libre y llano -la mujer es tanto mas apta en su providencial destino cuanto más ignorante y estacionaria, y la intensidad de educación, que constituye para el varón honra y gloria, para la hembra es deshonor y casi monstruosidad.

Este pesimismo sombrio y horrendo, que encierra a la mitad del géenero humano en el círculo de hierro de la inmovilidad, vedándole asociarse al movimiento progresivo que la otra mitad más o menos lentamente cumple, este pesimismo señores, por virtud de la imperiosa ley genésica que manda que cada ser engendre a su semejante, es hijo de otro error no menos trascendental, relativo a la mujer: el error de afirmar que el papel que a la mujer corresponde en las funciones reproductivas de la especie, determina y limita las restantes funciones de su actividad humana, quitando a su destino toda significación individual, y no dejándole sino la que puede tener relativamente al destino del varón. Es decir, que el eje de la vida femenina para los que así piensan (y son innumerables, cumple a mi lealtad reconocerlo), no es la dignidad y felicidad propia, sino la ajena, la del esposo e hijos, y si no hay hijos ni esposo, la del padre o del hermano, y cuando estos faltaren, la de la entidad abstracta género masculino. El orígen de esta creencia, sienten muchos que es un triste episodio de la dolorosa y sublime historia del progreso, en que cada paso hacia adelante cuesta sangre y lágrimas. Lo mismo que nace salvaje el individuo, quizá nació salvaje la humanidad, y la bestial fuerza del macho, allá en las obscuras cavernas trogloditas, subyugó a su compañera...

...Los sofistas que de la fuerza derivan el derecho fueron hábiles en este caso, fundando en la sumisión de la mujer todo un sistema de metafísica sexual, pues la fuerza no consigue más que sumisión temporal, y el asentimiento perpétuo se obtiene dando a la violencia y a la servidumbre color de deber y virtud, edificando sobre el acto brutal teorias que santifiquen los hechos consumados. No quiero insinuar, señores, que haya existido vasta conjura de un sexo para sujetar al otro; los grandes fenómenos de dominio y sumisión en la historia, no son fruto de combinaciones calculadas, sino de inconsciente impulso dictado por el interés colectivo, ved si no la extraña y poética forma de abnegación conocida por lealtad monárquica, sentimiento hoy atenuado, pero aún no extinguido, que llena la historia europea desde siglos hace... Y. sin embargo, este sentimiento, que sustitula el destino propio del hombre y del ciudadano por el destino relativo del súbdito, no era sino filigrana de arquitectura sentimental labrada en el aire por el instinto colectivo, a fin de robustecer una institución -la monarquía- que entranaba un estado mejor, de menor relatividad, sustituyendo al siervo que solo vivía por el señor, el vasallo, que si vivía pare el monarca, al menos no sentía tanto el yugo, no lo llevaba tan justo al pescuezo. El instinto colectivo del varón bastó, pues, para elaborar el concepto del destino relativo de la mujer, y para dar a este error gigantesco la fortísima consistencia que le sostiene todavía, haciéndole último pero formidable baluarte de la desigualdad ante la ley en el seno de la sociedad moderna, que ciertamente ha proclamado los derechos del hombre, pero tiene aún sin reconocer los de la humanidad. Queriendo asentar sólidamente el criterio que ha de presidir a la educación femenina, hay que empezar por promulgar esos derechos. Siendo el fin de la educación, según James Mill, hacer del individuo adecuado instrumento, en primer término, de la felicidad propia, y en segundo, de la de sus semejantes, y realizándose hoy la educación de la mujer con un fin relativo y subordinado, con harta razón, dijo Stendhal, que la educación de la mujer parece elegida a propósito y hecha de encargo pare labrar su desdicha. Lo demostrará una sucinta reseña comparativa con la educación del hombre... ...Suplico a los que me oyen que me presten ahora más que nunca benévola atención. He empezado por establecer que en la educación de la mujer y del hombre, hoy por hoy, son mayores y más graves las diferencias que las relaciones llegando a veces a adquirir caracter de antagonismo. Sin embargo, añadiré que se advierte en la sociedad civilizada tendencia a invertir esos datos: que se camina a reducir las diferencias y aumentar las relaciones. Esta tendencia se ha iniciado en el terreno pedagógico propiamente dicho, y casi podríamos hoy juzgar de la cultura de un Estado, por la amplitud concedida a la enseñanza intelectual de la mujer, no sólo en la ley escrita, sino en la sociedad, y por su mayor concierto con la masculina. Desgraciadamente, en España, la disposición que autoriza a la mujer para recibir igual enseñanza que el varón en los establecimientos docentes del Estado, es letra muerta en las costumbres y seguirá siéndolo mientras se de la inconcebible anomalía de abrirle estudios que no puede utilizar en las mismas condiciones que los alumnos del sexo masculino...

...Señores, a veces es necesario llamar a las cosas por su nombre: las leyes que permiten a la mujer estudiar una carrera y no ejercerla, son leyes inicuas. Moralmente tanto valdría, y aún sería mas noble y franco, cerrar a la mujer el aula. ..

Precipitando la marcha, dejando huecos y vacíos que deploro, esbozando sólo imperfectamente lo que debiera ser acabado cuadro sinóptico de las ideas informantes de la enseñanza de ambos sexos y su influencia en las costumbres y en la marcha progresiva de la humanidad, he tratado de manifestar o más bien de sugerir al Congreso, a fin de que la inteligencia y competencia de sus miembros complete mis defectuosas indicaciones, que entre la educación del hombre y la de la mujer existen relaciones superficiales -con tendencia creciente a estrecharse y ahondarse, y teniendo por ideal la unificación en cuerpo de doctrinas y prácticas pedagógicas comunes a la humanidad y diferencias, o mejor dicho oposiciones capitales, reveladas en contradicciones irreductibles a sistema de lógica. No diré que la pedagogía masculina haya alcanzado la suma perfección, pero, al fin y al cabo, ciertos principios generales en que hoy se funda, y en que andan con textos los maestros de la pedagogía moderna, son racionales y fecundos. Por el contrario, en la pedagogía femenina son los primeros principios los que es preciso desarraigar por su fetal virtud. La educación femenina atraviesa aún el periodo estacionario: tiene que cruzar el revolucionario, si ha de entrar en el de pacífica, sana y fecunda evolución. No puede, en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión. ¿Cuando veremos informando la educación de la mujer el generoso principio de Kant, que no se debe educar según el estado actual de la especie humana, sino según un estado mejor, posible ya en el porvenir, es decir, según la idea de la humanidad y de su total destino? A la mujer sí que es aplicable lo que dice Kant del hombre: que se le educa para el mundo actual, con todas sus corrupciones y atrasos. Es la educación de la mujer preventiva y represiva hasta la ignominia...

La primera conclusión es tétrica; es como la razón pura de lo que deseamos llevar al orden práctico de la ley escrita y de los hechos. Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su dia podía constituir o no constituir; que su felicidad y dignidad personal tienen que ser el fin esencial de su cultura, y que por consecuencia de este modo de ser de la mujer, está investida del mismo derecho a la educación que el hombre, entendiéndose la palabra educación en el sentido más amplio de cuantos puedan atribuirsele.

La segunda conclusión es práctica. Propongo que en sodas las naciones convocadas a esta Asamblea, y muy especialmente en España, donde hasta hoy se ha trabajado menos en este sentido, se gestiona con incansable actividad el reconocimiento del principio anterior llevándolo a la realidad, y abriendo a la mujer sin dilación libre acceso a la enseñanza oficial, y con lógica consecuencia, permitiéndola ejercer las carreras y desempeñar los puestos a que le den opción sus estudios y títulos académicos ganados en buena lid. Hoy por troy, aquí se admite a la mujer libremente a la segunda enseñanza; en la superior sólo ingresa por una especie de concesión graciosa y sujeta a condiciones que dependen de la buena voluntad de los señores Rectores y Profesores; y después de haber sido recibidas así, como por lástima o por excepción que impone una singularidad fenomenal, rara vez y en contadísimas profesiones se les permite ejercer lo que aprendieron y aprovecharlo pare asegurar la independencia de su vida, o para ejercitar el santo derecho de seguir la vocación propia, la voz misteriosa que nos llama a seguir nuestro camino y emplear nuestras facultades según quiso Aquel que a su voluntad las distribuye.

Cese este estado de cosas. La desconfianza en que se inspiran las restricciones impuestas a la admisión de la mujer a la enseñanza superior, carece de fundamento; es injuriosa para nuestra patria, pues la supone en estado tal de incultura y grosería, que la mujer no puede alternar con el hombre, ni para los fines más puros, altos y necesarios, como es el de la educación, sin exponerse a ser injuriada. Pues que, ¿acaso nuestro profesorado ignora sus deberes o no sabe sostenerlos con energía? ¿Acaso nuestro profesorado, lo mismo que el de las demás naciones cultas, no es capaz de mantener el orden, hacer respetar la dignidad humana, y dar a sus alumnos, al par que al maná de la ciencia, el dictado de la cortesía, de la tolerancia, del decoro, de la fraternidad y de la sensatez? ¿Acaso carecen nuestros profesores de educación social, acaso no tienen conciencia de que su misión es hacer no sólo de un ignorante un hombre instruído, sino de un salvaje un hombre civilizado en el mejor sentido de la palabra?

Y creed, señores, que el profesorado estará a la altura de su deber. Creed que los mismos alumnos sentirán la presión del deber nuevo, y que con un poco de cordura en el varón y otro poco de entereza y tranquila dignidad en la mujer quedará resuelto el problema y derribado el gran espantapájaros del conflicto sexual en el aula. Yo predico con el ejemplo, y en la experiencia me fundo. Mi hija mayor cursa el bachillerato en el Instituto del Cardenal Cisneros, y sólo gratitud debe a los dignos profesores que la han rodeado de la mayor consideración y protección, y a los alumnos que jamás la han molestado ni con la más leve inconveniencia.

Si éste fuese sitio para dar consejos, yo no me cansaría nunca de repetir a la mujer que en ella misma resider la virtud y fuerza redentora. Más que nuestros discursos y nuestros estudios, nos ha de sacar a flote el ejercicio de nuestra propia voluntad y la rectitud de nuestra línea de conducta. La mujer se cree débil, se cree desarmada, porque todavía está bajo el influjo de la idea de su inferioridad. Es gravísimo error: la mujer dispone de una fuerza incontrastable, y baste con que se resuelva a hacer uso de ella sin miedo. Así como hay remedios eficaces que se componen de venenos, la fuerza de la mujer obliga hoy a luchar con tantas preocupaciones y viejas malicias, la fuerza de la mujer, repito, está formada en gran parse de desprecio...



Textos extraídos de la Antología del feminismo, de Amalia Martin Gamero; Alianza Editorial, 1975; pegs. 31-33, 177-180, 148-154.