Clara Zawasdski:
Una adorable e incondicional amiga fue Clarita Zawasdski. Su recuerdo e imagen que permanecen con nosotros dan cuenta de una vida plena de independencia, construida a partir de la dedicación a sus ideales; porque ella fue una mujer que supo armonizar de manera precisa las ideas y lecturas, el debate y las propuestas culturales, con la entrega sin condiciones a sus hijos: Francisco, Armando (fallecido) y Alberto, a quienes amó y por quienes luchó sin tregua en todo momento.
Esa es una primera aproximación a la imagen de una mujer valerosa y controvertida, defensora de la amistad y del valor de ésta, que siempre supo poner por encima de todo. Una mujer tolerante, superior, intelectual, que en todo momento hizo eco a la educación que Jorge Zawasdski, su padre, fundador y propietario de El Relator, y Clara Inés Suarez, su madre, supieron inculcar en ella. Ambos, desde los cargos que ocuparon en el mundo de la diplomacia, ofrecieron a Clarita la oportunidad de mirar la vida, desde perspectivas tan ricas como múltiples, lo que contribuiría a que su actitud frente a los seres humanos fuera cada vez más amplia y abierta: así aprendió a oír la voz de los otros, a escuchar las sugerencias oportunas, y a darlas, cuando era momento. Solo una inteligencia cultivada puede lograr esas tan difíciles cumbres de sensibilidad y racionamiento.
Esa educación y formación comenzaron en Clarita desde sus estudios en este Liceo Benalcazar que ha sido en Cali un ejemplo de luz e intelecto para nuestras mujeres más importantes. Luego continuó sus estudios en los Estados Unidos. Y más tarde empezó su vida de escritora polémica, de ilustre columnista de los diarios más destacados de esta región como El Relator, El Occidente y El País, en donde trabajó a lo largo de más de veinte años. Los reconocimientos a su labor como periodista no se hicieron esperar y en 1994 fue galardonada con el premio de periodismo Simón Bolívar.
Con sus hijos y con ella tuve especial cercanía desde el momento que estudiaron en el Colegio de Pío XII, cuando Clarita decidió confiarnos junto al Padre Antonio Herrera, la formación de Armando, Francisco y Alberto, quienes más tarde llegarían a ser profesionales reconocidísimos en el Valle del Cauca, obedeciendo de algún modo a esa tradición familiar de alto intelecto y gran exigencia cultural. No en vano la casa de Clarita fue siempre lugar de reunión de escritores, poetas, pintores, sitio ideal para ponerse al tanto de las últimas manifestaciones del arte en la región, en el país y a escala mundial, porque sus visitantes siempre fueron ilustres, bien por informados o por su alta trayectoria en el plano de los movimientos culturales de avanzada.
La sensibilidad de Clarita fue un hecho comprobado y cumplido en todo instante, sus apreciaciones estéticas, el conocimiento que tuvo de la política y la historia contemporánea le permitía hacer evaluaciones justas y críticas de la realidad de nuestro país.
Pero ante todo de Clarita, debo destacar, y destacaré siempre, su valoración de la amistad y la entrega a sus hijos sin condiciones. Esto fue lo que más destacó en su vida: saber ser amiga, incondicional, exacta, precisa a la hora de ayudar, de estar al lado de quienes supimos quererla con el corazón.
San Juan de la Cruz nos enseña: “En el atardecer de la vida seréis examinados del Amor”. Cuando llega la muerte de un ser como Clarita, recordamos todo lo bueno y positivo de la vida, en definitiva, su amor.
Sentimos su muerte, como lo estamos haciendo queridos hijos y familiares, cuando traemos a la memoria mil detalles de su entrega, de sus trabajos, de su dedicación a Ustedes, de su capacidad de amar, y confiamos su persona a los brazos del Señor.
“En el atardecer de la vida seréis examinados del Amor”. El amor que nace de la bondad del corazón.
Venid benditos de mi Padre, dice Jesucristo, que en el amor estaba Dios presente, y que ahora sale a su encuentro, y se le manifiesta cara a cara en la dicha de su Reino.
“Ven bendita de mi Padre a la felicidad que te tengo preparada” fueron las palabras que escuchó Clarita cuando el Jueves Santo se presentó ante el Señor.
Luis Javier Uribe Muñoz