Sobre mi abuela
Fue una vibrante paradoja de mujer. Capaz de una ternura infinita y de explosiones de carácter incontenibles. Con un sentido nítido de la justicia, pero incapaz de percibir a los seres que amaba con objetividad. De una claridad de mente y curiosidad asombrosas, pero inhabilitada para separar razón y sentimientos. Muchas otras contradicciones la caracterizaban, mil virtudes y seguramente otros tantos defectos, pero estos últimos, desde mi amor de nieta, sólo puedo contarlos con los dedos de las manos.
Pero Clarita era, ante todo, la encarnación de la generosidad en su mas pura y amplia expresión. No quiero exhaltarla ni endiosarla ahora que se ha ido, pero siempre estuve conciente, durante los 35 años de vida junto a ella, que estaba al lado de una mujer realmente única y excepcional. Una mujer que no tuvo miedo de vivir, que enfrentó las contrariedades con valor y quien mantuvo siempre la frente en alto. Una mujer que encontró la plenitud en sus tres hijos y en sus nietos, que fuimos llegando a su vida uno a uno, y a quienes nos colmó con su amor y su fuerza desbordantes.
Su generosidad se hizo evidente desde todo punto de vista.
Nunca supo lo que era la envidia ni el rencor, ni siquiera a aquellos que tanto la habían herido les guardaba resentimiento. Ella siempre supo vaciar rápidamente los odios de su alma, y perdonar y pedir perdón no le costaban mayor esfuerzo.
Su sentido del humor hacía de cada conversación con ella o reunión en la que estaba presente, un momento memorable. Nuestras charlas durante el desayuno y antes de irnos a dormir eran para mi momentos privilegiados, momentos en que hablábamos de todos los temas, conversaciones que me han dejado profundos recuerdos, muchas respuestas y confidencias dignas de transmitir a mis hijos. El bagaje de sus memorias era un tesoro y ella me dio la llave con alegria.
Su casi toda una vida ejerciendo el periodismo y su legado de columnas para ser leidas y releidas son otra prueba de su generosidad. Su amor por las letras, la música y lo bello eran auténticos y consideraba a los artistas depositarios de las llaves del Cielo en la Tierra.
Nos ha dejado un cofre de anécdotas que parecen sacadas de las páginas de una novela de aventuras: Clarita célebre en Ciudad de Mexico tras el robo de su casa, Clarita recorriendo como un bólido las calles de Cali en su carrito azul, Clarita viajando con la tropa de sus nietos por el mundo entero, Clarita y los desastres de plomería en su casa, sus redoblados intentos para abrir un archivo enviado por email, Clarita inventándose recetas a pesar de su nulidad culinaria, Clarita y cómo soportar las mascotas de sus nietos. La lista es interminable, pero todas ellas juntas le valieron el apodo de Cuita, la superabuela, porque realmente no hay persona en el mundo que encarne mejor este personaje.
Para ella no había problema pequeño, y sobre todo, no había tiempo que perder para solucionarlo, tratásese de ella o de quien fuera. Era recursiva y creativa y ponía en obra estas cualidades para servir a su familia, sus amigos, su ciudad, o a la causa que le llegara al corazón.
Clarita no conoció el cansancio ni la inactividad, fue una mujer intensa y con una fuerza vital que envidiábamos los mas jóvenes. Sólo dos eventos la menguaron realmente: la muerte de mi prima Isabel y la de mi papá. Pero tal era su amor por la vida, que aun volando con un ala herida tuvo la energía suficiente para seguir proporcionándonos todo ese amor y emanando ese encanto que tanto vamos a extrañar.
Como última prueba de su generosidad Clarita nos legó, a sus hijos, nietos y bisnietos, un testamento moral. Se trata de dos páginas escritas con su habitual optimismo y sencillez en las que nos insta a vivir a plenitud con la conciencia de que lo único perenne son los sentimientos y el amor que se entrega y se recibe. Clarita nos pide ser felices y nos reitera su intención de seguir ayudándonos desde las alturas en las que ahora habita. Conociéndola, no me cabe duda que no ahorrará esfuerzos en pedirle a Dios un listado de favores para sus seres queridos y es por eso que le respondo con toda la gratitud que se merece: “Cuita, ya nos diste tanto, nos entregaste todo, es hora de que descanses y disfrutes de esa paz que tienes frente a ti. Despreocúpate pues nos has dejado las armas para luchar y lo que sembraste en cada uno de nosotros nos va a permitir asumir la vida, no con tu misma vitalidad y valor, que eran únicos, pero si con la misma consigna de generosidad y amor. Te amamos.
Magguie