EL ÚLTIMO TELESTAR
Si su enfermedad le hubiese dado tiempo, seguramente habría sido el más bello y conmovedor obituario. Porque nadie como ella para escribirlos, captando y describiendo la esencia de una personalidad y la huella que había dejado en la sociedad.
Definir a Clarita en pocas palabras es un desafío para quien conoció sus múltiples facetas. Sus críticos padecieron el desconcierto de no poder encasillarla en categoría conocida.
De profundas raíces liberales, podía ser irreverente y burlona con la solemnidad y los ritos, pero fascinarse con un matrimonio de la realeza Europea. Guardián fiel de tradiciones y valores familiares, pero tolerante con todas las manifestaciones de diversidad, adoraba y defendía con pasión a todos sus amigos y amigas gay. Creía firmemente en la libertad económica y la generación de riqueza, como valores fundamentales de la sociedad, pero la apabullaban las diferencias sociales y las dificultades de los desposeídos. Sabía apreciar la elegancia y los lujos, pero era capaz de vivir con sobriedad, desprendiéndose gradualmente de sus escasas posesiones. Su sucesión cabe en una nota de periódico.
Vivió el periodismo con una intensidad que nos daba para hacer chistes a quienes la rodeábamos. Estaba al tanto de todo. Leía todo, se enteraba de todo. Mantenía su propio cuerpo de reporteros que le informaban minuto a minuto las noticias de Colombia y el Mundo. Quienes estábamos en su listado diario de llamadas, no necesitábamos ver noticieros ni prender un radio porque sabíamos que Clarita, con sus 82 años, era la primera en enterarse.
Sufría de una honestidad y rectitud de un nivel problemático: pagaba cuentas con meses de anticipación o dos veces. Era incapaz de engañar, no entendía los mensajes de doble sentido y si iba a vender algo se adelantaba a dar el descuento. Cuando el comprador le preguntaba por el precio decía con toda tranquilidad: entre 100 y 150 mil. Se “desconchinflaba” (uno de sus términos preferidos) con la corrupción y la trampa, pero se conmovía cuando a los culpables los encarcelaban y pedía clemencia para castigos que le parecían excesivos.
Su facilidad para escribir era asombrosa. En pocos minutos producía una cartilla impecable a partir de una idea o era capaz de convertir un adefesio textual en una pieza casi poética, sin hacer una pausa o corrección. Pero sus angustias la dominaban y bloqueaban hasta la inanición. “Estoy brutísima” me decía en esos estados en que producía notas con las que hacían festín unos anti-fans de internet, a quienes nunca leyó y escasamente se enteraba de su existencia. “Me dicen horrores? Deben ser unos burros que no entendieron” y seguía tan campante.
Fue niña prodigio del piano y disfrutaba con toda la música, el arte, el teatro, la opera el cine, la “mataban” los musicales de Broadway. Recogió la bandera de Clara Inés, su madre, para impulsar, promover y apoyar todas las expresiones artísticas en Cali. Su obsesión por la estética era tan desesperante que podía ser graciosa. Le gustaba Bush pero porque era “bonito”. Su primera impresión de alguien era basada en su aspecto, al que le daba enorme importancia, pero una vez conocía a alguien valioso, lo apreciaba y reconocía a tal punto que lo arreglaba. “El era feo pero ya esta más bonito” decía de algún esperpento lleno de inteligencia.
La fidelidad a sus amigos y sus allegados, le valieron un aprecio que nos tiene conmovidos y abrumados quienes recibimos sus condolencias. En sus exequias, son tantos los dolientes que nadie sabe bien a quien darle el pésame o por qué dar las gracias.
Su fama de mujer aguerrida y batalladora era bien ganada. En sus años jóvenes dividió al Cali pueblo de entonces, en dos bandos con un acto del que siempre se arrepintió, pero se volvió leyenda de valor y decisión, especialmente entre las mujeres. Pero siempre aborreció la violencia en todas sus formas y consideraba que no había nada que la justificara.
Eran estos contrastes y contradicciones lo que la hacían una persona única. Era difícil interactuar con Clarita y no recordarla. De alguna manera dejaba siempre una marca en los que la conocieron.
Pero si algo la definió en forma indiscutible, fue su generosidad. Clarita vivió para servir a sus amigos, a su familia, a Cali y a los que la conmovían con una situación difícil. Si ella se proponía solucionar algo, uno podía tener la seguridad que lo lograba. Podía tratarse del documento de un nieto, una depresión de una amiga o la enfermedad de un vigilante, si ella se lo proponía, dedicaba todo su tiempo, todas sus fuerzas y toda la energía de una locomotora imparable y sin mucho control, hasta que lograba lo que se proponía. Vivía cada vez más, para los demás, hasta el punto de no tener una vida propia, que finalmente se le fue, de tanto entregarla.
Por Alberto Castro, Abril 2009