Zona Franca. Por: Jorge Restrepo Potes.
Una mujer con importancia
Abril 15 de 2009
La familia Zawadski es un referente histórico de Cali y el Valle quienes alcanzamos la edad que nos permite recordar lo que fue el periódico Relator no podemos menos que registrar con simpatía y agradecimiento lo que ese medio significó para la región.
Relator era un diario vespertino y aún resuena en mis oídos el grito de ‘Marquitos Juácara’ el voceador de prensa que en Tuluá vendía el periódico anunciando la principal noticia de primera página. Toda la gente de mi casa lo leía y fue entonces cuando le tomé tanta afición –que todavía subsiste - a la lectura de los periódicos, pues por la mañana salía El Tiempo –una especie de biblia del partido de mis abuelos– y al caer la tarde llegaba por el ferrocarril el bulto con los ejemplares de Relator, que todos esperaban con ansiedad.
Era la época de la II Guerra Mundial y, como la radio no estaba tan desarrollada en Colombia, los periódicos cumplían la misión de informar lo que acontecía en los campos de combate de Europa, en la que Inglaterra se batió sola contra los ejércitos de Hitler hasta que Estados Unidos resolvió intervenir en la lucha por la libertad del mundo.
Luego vino la etapa cruel de eso que hemos convenido en llamar ‘La Violencia’ y Relator se convirtió en el vocero de los liberales perseguidos. Veo, como si fuera hoy, llegar a Clara Inés Suárez de Zawadski, esposa de don Jorge, el director de Relator, a la casa de Gertrudis Potes, la intrépida mujer inmortalizada por Gustavo Álvarez Gardeazábal, para tomar de primera mano información sobre los infortunios del pueblo. Y la veo también encabezando el cortejo fúnebre con el cadáver de Alfonso Santacoloma, el mártir tulueño, sobre cuyo féretro cayeron balas disparadas por los esbirros del régimen de entonces.
Clara Inés y Alfonso Bonilla fueron los columnistas de Relator que mejor recuerdo por su compromiso con el Partido Liberal en esa triste página.
Hija de don Jorge y Clara Inés es Clarita Zawadski, cuya muerte ocurrió en esta Semana Santa y llena de dolor a quienes fuimos admiradores y amigos suyos. Dueña de recia personalidad, que le permitía tomar posiciones que ella transmitía a sus lectores con castizo estilo, se convirtió en una de las más afamadas columnistas de Colombia, pues El País ya trasciende los linderos del departamento para erigirse en uno de los grandes diarios nacionales.
Más de una vez rompí lanzas con Clarita, pues teníamos opiniones divergentes sobre la realidad política colombiana, especialmente en los últimos años cuando ella ingresó a esa especie de estado místico que es el uribismo, por fuera del cual no hay salvación.
No obstante esa abismal distancia de criterios, nuestra amistad no menguó y, por el contrario, se estrechó más, pues se volvió una interlocutora amable con la que conversábamos especialmente de cine, del que ambos éramos fanáticos. Casi siempre nos encontrábamos a la entrada de los teatros y dialogábamos sobre las películas del momento. La política la dejábamos para las columnas y ni las suyas ni las mías nos causaron heridas.
Siento la muerte de Clarita en lo profundo de mi corazón. Hará falta su columna Telestar, al lado de la mía. A sus hijos Paquico y Alberto, ambos amigos muy queridos, la expresión solidaria de mi consternación y de mi duelo.