Babua-Opó se había hecho muy amigo mío. No sé por qué. La simpatía no tiene nada que ver con los pigmentos epiteliales. Babua reía siempre y me miraba con ojos picaros. Ojos amarillos y rojos, y un labio inferior que barría con todo, como una catarata de lava. Me solía sentar a su lado y hablábamos muy largo con pocas palabras, las que sabíamos en el idioma del otro. Por eso, quizá, me figuro haber oído parte de lo que cuento: no se sabe nunca dónde acaba lo de los demás.
—Tú, negro.
Como me lo repitió varias veces supuse que era para demostrar el aprecio en que me tenía.
—Yo, negro —contestaba halagado.
—Tú no saber, pero tú: negro.
—Yo, negro.
—Todos negros.
Entonces me contó la historia.
—Mi padre decía... No se refería a su padre sino al abuelo de su abuelo o al tatarabuelo de su tatarabuelo: los blancos no han sorprendido nunca a los negros, ni aun aquellos portugueses, primeros que buscaron el reino del Preste Juan; tienen la superioridad del tiempo, siempre igual; tan llano el mar como el desierto, las penas y las sorpresas no tienen donde agarrarse.
Estábamos allí, en aquella rinconada del África, frente a Fernando Poo. El calor era lo de menos.
—Hubo una vez un negro que era un gran nadador. En el agua resistía más que nadie. Un día hizo una apuesta que a todos pareció descabellada: iría nadando hasta la isla. Ninguno lo creyó, él se empeñaba, hizo una apuesta con el Gran Sacerdote. Y una mañana se fue tranquilamente mar adentro.
»Mientras tuvo tierra a sus espaldas no pasó nada, pero cuando la perdió de vista se le acercó una sardina y le dijo al oído:
»—Negro, negrito, si sigues adelante perderás el color...
»El negro, que se llamaba Uba-Opa —lo cual equivale a Santiago— no le hizo caso y siguió nadando. Entonces se le acercó un salmonete y le dijo al oído:
»—Negro, negrito, no olvides lo que te dijo la sardina. Si sigues adelante perderás el color...
»Uba-Opa no le hizo el menor caso. Se sentía muy animoso y muy tranquilo y siguió nadando mar adentro. Entonces se le acercó una merluza y le dijo al oído:
»—Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina y el salmonete. Si sigues adelante perderás el color.
»Uba-Opa se reía y nadaba, seguro de ganar la apuesta. Él conocía muy bien las tretas del Gran Sacerdote. Entonces se le acercó una lubina y le dijo al oído:
»—Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete y la merluza. Si sigues adelante perderás el color...
»Uba-Opa no se preocupaba. Él estaba seguro de llegar a la isla y de ganar la apuesta. La verdades que ya había ido y vuelto antes sin decírselo a nadie. Entonces se le acercó un besugo y le dijo al oído:
»—Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la merluza y la lubina. Si sigues adelante perderás el color...
»Uba-Opa no quería oír, sonreía porque había dejado una novia en la isla. Una novia tan bonita como la noche. Nadie lo sabía sino él y ella. Uba-Opa nadaba cada vez más y mejor.
Entonces se le acercó una lisa y le dijo al oído:
»—Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la merluza, la lubina y el besugo. Si sigues adelante perderás el color...
»Uba-Opa se hizo el sordo. Empezaba a extrañarse de no llegar a la isla, pero seguía y seguía, sin cansarse.
Entonces se le acercó un delfín y le dijo, bastante fuerte, al oído:
»—Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la merluza, la lubina, el besugo y la lisa. Si sigues adelante perderás el color...
»Ub-Opa no hizo caso. Sacaba la cabeza para ver la estrella y asegurarse de que iba por el buen camino. Entonces se le acercó el pez espada y casi le gritó al oído:
»—Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la merluza, la lubina, el besugo, la lisa y el delfín. Si sigues adelante perderás el color...
»Uba-Opa empezó a preocuparse y pensó en las corrientes de las cuales había oído hablar, y que desconocía. Pero como no se cansaba no se preocupó. Entonces se le acercó un tiburón que le habló a gritos, cerca del oído:
»—Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la merluza, la lubina, el besugo, la lisa, el delfín y el pez espada. Si sigues adelante perderás el color...
»Uba-Opa no quiso oírle. Le daba vergüenza volverse atrás y perder la apuesta. Siguió nadando como si tal cosa, brazada va y brazada viene.
Entonces se le acercó la ballena que con su vozarrón terrible y espantoso le atronó al oído:
»—Negro, negrito, no olvides lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la merluza, la lubina, la lisa, el delfín, el pez espada y el tiburón. Si sigues adelante perderás el color...
»Uba-Opa no le hizo caso. Pensaba en su novia negra como la noche, en la isla verde, y seguía nadando. Nadó muchas horas, muchos días, muchas noches meses y meses; no se cansaba nunca. Mas no daba con la isla.
»Aquí todos creyeron que se había muerto y se le hicieron grandes funerales y se repartieron sus bienes. Pero Uba-Opa seguía nadando y nadando hasta que una mañana llegó a una tierra desconocida y desierta. Uba-Opa descansó y luego empezó a recorrer aquella isla. Llegó a una fuente, tuvo sed y quiso beber. Pero al inclinarse se le apareció un hombre blanco y se asustó. Se volvió rápidamente para ver quién era aquel ser extraño, pero estaba solo.
Se volvió a inclinar para beber y de nuevo apareció el hombre blanco. Uba-Opa abrió la boca y el hombre blanco hizo lo mismo. Entonces Uba-Opa se dio cuenta de que aquella cara era la suya y se puso a llorar.
»Decidió volverse en seguida, seguro de que a medida que se acercara de nuevo a su tierra recobraría su color perdido. Y así se echó de nuevo a la mar nadando día y noche, noche y día. La ballena se le acercó y le dijo al oído:
»—Ya te lo dije, y el tiburón, y el pez espada, y el delfín, y la lisa, y el besugo, y la lubina, y la merluza, y el salmonete, y la sardina. ¿Qué vas a hacer ahora?
»Uba-Opa lloraba.
»—Tendrás que cambiar hasta de nombre...
»—Uba-Opa tenía la esperanza de recobrar su color y nadaba y nadaba cada vez con más fuerza. Se le acercó el tiburón, que dando vueltas a su alrededor le susurró:
»—Ya te lo dijo el pez espada, y el delfín, y el besugo, y la lubina, y la merluza, y el salmonete, y la sardina. ¿Qué vas a hacer ahora?... Tendrás que cambiar hasta de nombre...
»Uba-Opa empezaba a cansarse de tanto nadar. Entonces se le acercaron el pez espada, el delfín, la lisa, el besugo, la lubina, la merluza, el salmonete y la sardina, y bailándole en coro le dijeron:
»—Ya te lo dijimos, ya te lo dijimos... Tendrás que cambiar hasta de nombre...
»Uba-Opa sintió cómo el mar se le metía por los ojos y cómo sus brazos ya casi no le sostenían. Se acordaba de su color y le iban faltando las fuerzas.
Cuando ya estaba dispuesto a morir —tristísimo de hacerlo blanco—, sus pies tocaron tierra. Y se encontró en Fernando Poo. Se fue en seguida a casa de su novia, pero ésta no le conoció. Y no quiso saber nada de él. Uba-Opa se miró en el agua y vio con tristeza que seguía siendo blanco.
Entonces le contó a su novia todo lo que le había sucedido, y su novia le reconoció. Ella quería mucho a Uba-Opa, pero le daba vergüenza su color: le parecía que estaba desnudo, dispuesto para la fiesta de la Luna Verde, que no podía mirarlo, porque era pecado. Entonces Uba-Opa le propuso que se fueran a la isla que había descubierto y cambiaran de nombre sin decírselo a nadie. Su novia, tras dudarlo mucho, porque quería entrañablemente a sus padres, acabó diciéndole que sí.
»A la mañana siguiente echaron a nadar hacia el horizonte. Esta vez ningún pez se les acercó, mientras seguían hacia la estrella fija. La novia fue perdiendo también su color. Uba-Opa la iba mirando mientras nadaba y su corazón sufría. Tras muchos días y muchas noches llegaron a aquella tierra extraña y no supieron qué hacer. Anduvieron por largas playas hasta encontrar un hermoso jardín, y en él un árbol, y en el árbol una fruta que desconocían. No se atrevían a comerla cuando una anguila se desenrolló del tronco y empezó a hablarles. (La anguila es un pez envidioso al que castigaron quitándole las aletas y que desde entonces se arrastra por el fango). Uba-Opa no quería hacerle caso, pero su novia sí.
»Lo que sucedió después lo sabes tú mejor que nosotros...
Babua-Opó no dijo más de aquello, luego añadió:
—Los negros lo éramos todo. Pero un día vinieron los hijos de Uba-Opa y su novia que, por lo visto, conocían la verdad de la historia. Empezaron a reclamarlo todo por suyo... ¿Qué podíamos hacer nosotros?... Luego se hicieron los amos. Todo sucedió porque un negro no le hizo caso a los peces. El mar es un círculo encantado. Todo el que lo atraviesa, cambia o perece. Tú no eres más que un negro desteñido...
¿Has leído el cuento de Max Aub?
A continuación incluimos los trabajos de dos compañeros que han realizado unos cómics basándose en la historia de Uba Opa.
¡Esperamos que os gusten!
Albo Omar Moulay, 1º ESO B
Carmen Mª Martínez García, 1º ESO B