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En los libros del rey Alfonso, ‘Las Siete Partidas’… ¿de ajedrez?

Alumnos, exámenes e insomnio en el Instituto ‘San Isidro’.

Luis Cañizal de la Fuente

El autor es catedrático de Lengua Española y Literatura del Instituto San Isidro de Madrid, donde ha sido docente desde 1976 hasta 2006.

ludocanizal@gmail.com

10 de mayo de 2021.

§ 1. Entradilla.

Menos mal que el alumnado de los años ’70 y ’80, en colegios e institutos, conseguía distracción a toda costa, en los textos del castellano medieval que en todo caso había que arrostrar.

Un alumno de la Privada, en 1972, creyó entender que don Enrique de Villena (Arte cisoria) mostraba cómo hay que cortar la chufa.

Otro de la Pública aseguró, en examen escrito, en 1982, que el rey Alfonso también había hecho un libro sobre ajedrez, y se titulaba Las siete partidas. ¿No está mal, verdad?, sobre todo si se había dado una sentada a estudiar, la noche anterior.

No me propongo encentar un centón de pifias que… podría resultar muy ameno, pero también un poco pesado y, sobre todo, estéril y neciamente añorante. No.

Mi intención es, precisamente, encarecer el buen talante con que arrostraban los alumnos de entonces, en Bachillerato, el estudio de unos textos que podría haber resultado mortal y embotador de las mentes, pero que el profesor no podía eludir. Y me propongo además mostrar que aquellos programas de Literatura no eran disparatados, si se sabían enfilar con habilidad.

Profesores en el claustro del Instituto de Enseñanza Secundaria San Isidro de Madrid hacia 1995.

§ 2. Etimologías.

Tal vez antes de meterse en honduras, el profesor hacía unos tanteos picando acá y allá en cualesquiera textos alfonsíes, para que los alumnos se diesen cuenta de la variedad de asuntos que salieron de la Cámara Regia.

Ah, porque ésa es otra, o, mejor, ésa es una: había que aclararles primero que «El Rey faz un libro, mas non porque lo faga él con sus manos…», sino ordenando un plan para que sus colaboradores se empleasen en equipo, y él luego (y durante) supervisaba la obra.

Pues bien: como primeros escarceos «necesarios, eso sí» se daba alguna revolada mostrando casos en que Alfonso aclaraba sobre la marcha de su obra algún extremo verbal:

«Empos esto, yendo Alexandre en derredor con su hueste a la siniestra parte de la India entró en un tremedal que tremíe la tierra, mas era seco, et lleno de cañaveras, et cuando llegó allí quiso pasar por aquel paular. E así como entraron por él, él et su huest, salió luego ende a ellos una bestia que semejaba hipotamo. E es el hipotamo caballo de la mar, et habié los pechos cuemo cocadriz…».

[General e Grand Estoria : ‘De cómo vino el rey Alexandre a una tierra et fallóla toda poblada de mugieres et ningún varón’]

Esta, como las otras citas, procedían siempre de mi ejemplar venerable del Alfonso de Solalinde, una antología de la colección Austral de Espasa-Calpe, que ya iba por la 5.ª edición en 1965, aunque en realidad era varias décadas anterior, de los tiempos de la Junta para Ampliación de Estudios. Y qué buena antología, que resistió tantas ediciones y se dejó manosear sin protestar nunca.

Pero antes todavía de señalar algo del léxico alfonsí, era preciso, a nuestro entender, que el profesor leyese fragmentos como el anterior dándoles a las palabras la pronunciación medieval; y como el que esto escribe fue en la Facultad alumno de Rafael Lapesa, que acostumbraba a leer en clase los textos medievales con la pronunciación antigua, pues, modestamente, uno se había acostumbrado a leer en voz alta los textos medievales con la fonética de la época y con la entonación correspondiente y a buen ritmo y claridad: y no ha de creerse que tal ritmo y fraseo desorientase al alumnado del Bachillerato: al contrario, percibían cómo el castellano del XIII se asemejaba por ejemplo al portugués (era aproximación impresionista), y con ello avanzábamos en varios frentes.

Recitado «Aleixandre y el hipotamo» de la General e Grand Estoria, por L. C.

Pero todo eso sin dispersarse y sin perder de vista la etimología de hipopótamo: se les enseñaba que había habido una simplificación de los dos ─po─, mas que ahí estaban en todo caso el híppos ‘caballo’ y… no el río de pótamos, sino ‘la mar’ para que entrase más por los oídos. En fin, no es mi intención alardear de eficacia sugestiva en clase, pero sí es cierto que el alumnado entraba a los conceptos y se divertía.

§ 3. Las figuras del ajedrez, vivas.

Ni qué decir tiene que al alumnado le encandilaba especialmente lo referente al ajedrez, entre las obras del rey Alfonso, cuando se le leía en clase, y aquí con más razón había que ‘traducirles’ la prosa alfonsí. Destacaba este pasaje por cómo en él cobraban vida los trebejos:

«El rey [del ajedrez] es acotado en guisa que puede tomar a todos e ninguno non puede tomar a él. E esto es a semeianza del rey [persona física] que puede fazer iusticia en todos los que la merecieren, mas por eso non debe poner la mano ninguno en él pora prenderle nin ferirle nin matarle, aunque él fiera o prenda o mate. Mas bien le pueden facer vergüenza en tres maneras: faciéndole salir de la casa do está o embargándol la casa o [´donde`] quiere entrar e nol dexar tomar lo que quiere».

[Libros de axedrez, dados e tablas, capítulo ‘De las avantaias de los trebeios del acedrex’]

Recitado de el Libro de ajedrez, por L. C.

[«La casa o quiere entrar». O, del latín UBI, que da en francés oú y en castellano antiguo o.]


Y con este motivo se explicaba la figura retórica del símil, y se le diferenciaba de la metáfora, porque en él estaban presentes el término real y el término de comparación. Se apelaba a otras veces u otros cursos en que eso mismo se hubiera estudiado.

§ 4. Milagros de Santa María y milagros de San Francesco… según san Pasolini.

En estas clases se tanteaba la posibilidad de poner música alfonsí en el aula inmediatamente después de tomar asiento los alumnos. Y entrando luego en materia, se imponía una disertación del profesor sobre el galaico-portugués en el siglo XIII, y sin descuidar una noticia de cómo por entonces Portugal es reino independiente (Lisboa se toma a los musulmanes en 1147) pero su idioma es el galaico-portugués indiferenciado del que se hablaba en el reino alfonsí de Galicia.

Y después se entraba en materia dejando asentado que el rey Alfonso, aunque castellanohablante y castellanoescribiente, tenía en mucho el galaico-portugués como lengua idónea para la poesía lírica, y siempre sin perder de vista la colaboración de la Cámara Regia, aunque parece que en las Cantigas de Santa María hubo más mano del rey que de sus colaboradores… En fin, conviene (convenía) no calentarles mucho la cabeza endilgándoles doctrina, y pasar cuanto antes a oír la cantiga 166 en el tocadiscos portátil que el profesor llevaba a clase para estas sesiones. (Por arcaico que parezca hoy, en esos años ’80 no era nada extraño que el profesor de Literatura se llevase su tocadiscos al aula, como lo hacían corrientemente los profesores de Idioma Moderno.)

Es la cantiga que dice, y suena, así:

Commo poden per sas culpas | Os homes seer contreitos,
Assi poden pela Virgen | Depois seer salvos feitos.


Ond’aveo a um home, | Por pecados que fizera,
Que fo tolleito dos nembros | D’úa door que houvera
.


E ficou así cinq’anos | Que mover-se non pudera:
assí havía os nembros | todos do corpo maltreitos.

Cuya traducción sería:

Igual que pueden de sus pecados | los hombres arrepentirse
Así pueden por la Virgen | luego quedar salvados.


Y así fue como sucedió a un hombre | por los pecados que había cometido
Que quedó tullido de los miembros | por un dolor que le dio.

Y estuvo así cinco años | que ni se podía mover:
Así que tenía los miembros | todos maltrechos en su cuerpo.

Fragmento cantado de la Cantiga 166, por L. C.

CSM166 T-I-1_fol-223R. RBME digital. Melodía y versos.

Se me creerá por la palabra si afirmo que siempre había algún alumno, o un par de ellos, que llevaban el ritmo con cabeza y hombros, y no irónicamente como sí sucedía en otras clases y ocasiones. Llevaban el ritmo. Y más cuando la audición era de otras cantigas de ritmo más vivo y en las que intervenían instrumentos de percusión.

Pero me importa mucho comentar una experiencia que llevé a cabo algunos cursos de esos años ’80, en vecindad doctrinal con las del Mester de Juglaría: consistía en presentar en el aula el guion del filme pasoliniano Pajaritos y pajarracos [Un film di Pier Paolo Pasolini, ‘Uccellacci e uccellini’, Garzanti, 1975], referir la travesura que en esa película hace el director y contar cómo en uno de sus episodios San Francesco (siglo XIII, como el rey Alfonso) envía a dos frailes suyos a predicar el Evangelio a los gorriones (uccellini). Seguía refiriendo que mientras el fraile viejo está de rodillas rezando, el frailecillo joven se encara con tres mujeres paletas que hablan un dialecto del italiano (romanaccio rural) y que se creen que el fraile viejo está haciendo alguna cosa rara. Frate Ninetto les riñe:

«FRATE NINETTO.─ Ma quello è un santo! È er secondo santo dopo san Francesco! […] Ha fatto certi miracoli!... A le Frantocchie ha cambiato il vino in acqua perchè erano imbriaconi [‘borrachuzos’], a la Sgurgola ha cambiato l’acqua in vino perchè je piaceva beve, e a Zagarolo ha lasciato tutto come stava, perchè andava bene così…»

[Un film di Pier Paolo Pasolini, ‘Uccellacci e uccellini’, pág. 139.]

Primero se les leía en ese italiano dialectal ─acentuando la entonación rústica─, y después se les traducía al castellano subrayando y haciendo notar… el rrroyo que se marca Frate Ninetto.

§ 5. Del tío al sobrino: Príncipe don Juan Manuel.

Pues… hablando de patrañas como la de Frate Ninetto, vinimos a darnos cuenta de que se trata de un cuento dentro de otro cuento. Sí: el «cuento de fuera» es la historia de los dos franciscanos que van a convertir, por encargo de San Francesco, a los gorriones y a los halcones. Y, dentro de ese marco, está el «cuento de dentro»: la narración de Frate Ninetto:

«En Frantocchie convirtió el vino en agua porque eran borrachuzos. En Sgurgola convirtió el agua en vino porque les gustaba soplar. Y en Zagarolo… dejó todo como estaba, porque estaba todo bien».

Ni siquiera en esos años ’80, en que no se veía obstáculo en introducir tecnicismos excesivos en las clases, ni siquiera en esos años les hablé de estructura enmarcada para la de Pasolini; pero creo recordar que sí lo hice para lo que se da en el Exemplo XXVII de El conde Lucanor: «De lo que contesçió a un emperador et a don Álvar Háñez Minaya con sus mujeres». Sólo que, en todo caso, convenía contarles el cuento de don Álvar Fáñez… «en un puñado», como si dijéramos, para no hacer pesada la clase y para que no aborreciesen el asunto medieval en consecuencia.

Sí importaba leerles el pasaje de dicho cuento en que se ponen señales en el mapa y en la historia; y además modernizándoles la lengua antigua: «Don Álvar Fáñez era muy buen hombre y muy honrado, y pobló Íscar, y allí vivía. Y el conde don Pero Ansúrez pobló Cuéllar, y vivía allí. Y el conde don Pero Ansúrez tenía tres hijas…» Ya estaba en marcha el cuento, con rasgos tradicionales, por añadidura. Y después:

─¿Qué os parece que haría la hija… cualquier hija de las tres si va don Álvar Fáñez y le dice lo que sigue?:

«Que supiese, lo primero, que él no era ya muy joven; y que por las muchas heridas que le habían dado en las luchas, tenía un poco débil la mente, de modo que, por poco vino que bebiese, perdía la lucidez y se ponía como loco: y que entonces hacía daño a la gente; de tal suerte que, luego, le daba mucho arrepentimiento de lo que había hecho; y otra cosa: que cuando se metía en la cama a dormir, hacía muchas cosas… que no estorbaría ni pizca que fuesen más limpias…»

¿Qué os parecería que haría la hija?

Se oía al alumno Gabriel, madrileñito él:

─Qué ajco!

─Pues ahí veréis la diferencia de los tiempos: de las tres hijas, la que contesta que ella se aguantaría con todo lo dicho, ¡ésa es la que elige don Álvar Fáñez para esposa!

Con lo cual no quiero decir que sea ésa la enseñanza que hoy se ha de sacar del cuento. La actitud actual, claro, frente a la Literatura, no es asimilar sabihondeces de dudoso gusto, sino tomar conciencia de las distancias morales entre las épocas, y, sobre todo, saborear la lengua en que van dichas, aunque sea en versión modernizada. Pero a continuación no quise prescindir de hacérselo oír en la versión original, con la pronunciación… restaurada con que lo hacía Rafael Lapesa:

«Que sopiesse, lo primero, que él non era muy mançebo et que por las muchas feridas que oviera en las lides que se acertara, quel enflaqueciera tanto la cabeça que por poco vino que viviesse [sic], quel fazié perder luego el entendimiento; et de que estaba fuera de su seso, que se asañava tan fuerte que non catava lo que dizía; et que a las vegadas firía a los omnes en tal guisa, que se repentía mucho después que tornaba a su entendimiento; et aun, quando se echava a dormir, desque yazía en la cama, que fazía ý muchas cosas que non enpeçería nin migaja si más limpias fuesen».

[ed. Blecua, «Clásicos Castalia», págs. 160-61].

Recitado de El conde Lucanor, por L. C.

[«Que non enpeçería nin migaja»: ´ni pizca`. El francés antiguo, para la negación, en vez de «pas» decía «mie» ('miga').]


Y después ya se podía pasar, según mejores o peores promociones de alumnos ochenteros, a hablar de la estructura del cuento: el marco ─ancho marco─ externo lo componen el conde Lucanor y su consejero Patronio dialogando; y lo enmarcado es el episodio de don Álvar Fáñez y sus tres mujeres.

Por no resultar prolijo, he dejado fuera de su lugar el comentario de figuras retóricas que se estilaba en clase en aquellos años (y que los alumnos, por cierto, no recibían de mal talante; aunque convenía no insistir sobre esa tecla). En esta ocasión, parece que la figura llamativa es la lítotes: ‘proponer un concepto en forma negativa o restrictiva para afirmar el contrario’; claro que no se les hacía aprender semejante cantaleta, pero ellos sí solían asimilar la versión rápida, ‘decir una cosa negando la contraria’, y, lo que interesa más, no olvidar esa forma humorística que tiene la muestra y que todavía se suele oír en los pueblos a los más viejos cuando quieren hacerse perdonar alguna lección que dan.

§ 6. Bibliografía comentada.

Casi con talante festivo, ofreceré sólo un libro que apareció mucho después de los años ’80 pero que nostálgicamente me ha hecho pensar en lo oportuno que habría sido para mis alumnos de entonces si hubiera estado a su alcance. Es el siguiente:

Malo, Blas. Don Juan Manuel. El guardián de las palabras [novela histórica]. Barcelona. Edhasa. 2020. 619 páginas. No está nada mal, y, aunque va escrita en «aquella fabla que nadie fabló», como la llamaba don Rafael Lapesa, se deja leer y no se hace pesada. Quiero creer que el cuadro genealógico de las páginas 8-9, el autor se lo dejó hacer a otra persona, y no lo miró él cuando en la página 56 estampa lo siguiente: “Juan Manuel […] se dedicó a la lectura de la General Historia de las Españas. ¡Ah, si pudiera igualar la memoria de su abuelo!” No, hombre, «de su abuelo», no: de su tío. Aliquando bonus dormitat Homerus [‘Hasta Homero se queda dormido alguna vez’].

Del cuadro genealógico me alegra, además, repescar el nombre de la última hija del Príncipe: doña Juana Manuel, que me servía en mis clases para recordarles a mis alumnos que Manuel es apellido, tanto en el padre como en la hija. Príncipe es: tanto el hijo de rey como el sobrino de rey. VALE.

Referencias

  • Alfonso X el Sabio (1986). Cantigas de Santa María (cantigas 1 a 100). Tomo I. Edición, introducción y notas de Walter Mettmann. Madrid, Clásicos Castalia, n.º 134.

  • Juan Manuel (1971). El conde Lucanor. Madrid, Clásicos Castalia, n.º 9, 2.ª edición.

  • Pasolini, Pier Paolo (1975). Un film di Pier Paolo Pasolini, ‘Uccellacci e uccellini’. Milano, Garzanti, 2.ª edizione.

  • Solalinde, Antonio G. (1965). Antología de Alfonso X el Sabio. Madrid, Espasa-Calpe, Colección Austral, n.º 169, 5.ª edición, 263 p., 18 cm. [Buenos Aires: 1941 (1.ª ed), 1943 (2.ª ed.), 1946 (3.ª ed.). En Madrid, 1960 (4.ª ed.), 1966 (5.ª ed.), 1977 (6.ª ed.), 1980 (7.ª ed.).] La edición original es de 1922, 2 vol., Jiménez-Fraud Editor, Madrid.

Mayo de 2021.

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