¿Cómo utilizar la evaluación a favor de la enseñanza y los aprendizajes del alumnado?
¿Qué pasa generalmente en el aula?
A partir del ejemplo anterior y antes de comenzar a explicar algunos conceptos importantes respecto a la evaluación formativa, resulta importante (y necesario) tomar un momento para reflexionar sobre las siguientes preguntas a partir de las propias prácticas evaluativas: ¿Para qué evalúo?, ¿Qué me motiva a hacerlo?, ¿Realmente lo hago para que mis alumnos aprendan o únicamente tengo la intención de poner una calificación? y, si pudiera hacer algo para mejorar el aprendizaje de mis alumnos y mi práctica docente a través de la evaluación, ¿lo intentaría?
Es muy probable que la persona que se encuentre leyendo este texto haya contestado de forma afirmativa a la última pregunta; sin embargo resulta importante mencionar que la definición de evaluación es una construcción cultural que cada persona ha elaborado a lo largo de muchos años (empezando desde la propia experiencia como alumnos y alumnas), motivo por el cual, el verdadero desafío se encuentra en cambiar nuestro pensamiento y las creencias que tenemos sobre lo que es (y lo que no debe ser) la evaluación educativa y cómo utilizarla en favor del aprendizaje y la enseñanza.
En esta sección y las posteriores se presentarán diferentes conceptos que pueden resultar útiles para el cuestionamiento de las propias prácticas evaluativas, factor importante si se desea cambiar y mejorar en favor del aprendizaje del estudiantado y el trabajo en el aula. De esta manera se puede decir que el reto más importante consiste en poder pasar de una “Cultura del examen” a una “Cultura de la evaluación”, entendiendo por esta última una evaluación formativa (Dochy, Segers y Dierick, 2002). Sin embargo, esto no significa cambiar todo lo que se hace de la noche a la mañana, sino buscar tener una actitud de mejora continua, en la que cada día se busque realizar acciones que encaminen las prácticas evaluativas hacia esta meta.
A continuación se presenta un panorama general sobre lo que algunos docentes han entendido de manera desacertada por evaluación formativa, con el propósito de reflexionar sobre aquellos aspectos que pueden estar siendo considerados dentro de este tipo de evaluación, para replantear la manera de entenderla en favor del máximo beneficio del personal docente y sus estudiantes.
Para propósitos de este sitio y siguiendo la lógica presentada por López-Pastor y Pérez-Pueyo (2007), el concepto de evaluación formativa será considerado de mayor grado jerárquico que los de la evaluaciones: auténtica, formadora, para el aprendizaje, como aprendizaje, alternativa, integrada y orientada al aprendizaje (alguna de las cuales se considerará en las siguientes secciones), pues cada uno de estos términos aporta matices interesantes e importantes a la forma de entender la evaluación educativa, aunque, la mayor parte de sus planteamientos y su esencia, se encuentran incluidos en el concepto de “evaluación formativa” en un sentido amplio.
¿Qué no es evaluación formativa?
Sin lugar a dudas, el concepto de evaluación formativa no es un término nuevo para el personal docente, no obstante, el propósito fundamental de este texto es invitar a la reflexión sobre las siguientes preguntas: ¿A qué me refiero cuando utilizo el término "formativo" en evaluación?, ¿Estoy poniendo el énfasis en la función que cumple la evaluación en el aprendizaje de cada estudiante?
Al respecto, en un estudio realizado en 2014, con docentes de 4 países latinoamericanos, se identificó que existen principalmente tres formas de concebir la evaluación formativa por parte de las y los profesores (Ravela et. al):
La primera en la cual este término era asociado a la evaluación de los aspectos actitudinales y de valores del estudiantado, es decir, evaluando su manera de comportarse en clase, su seguimiento de las normas, su responsabilidad, entre otros. Desde esta perspectiva se ignora su papel como herramienta parte del proceso didáctico.
La segunda concepción como "la evaluación sin calificación de lo que luego será calificado en un examen", es decir, como un tipo de evaluación realizada para que los y las estudiantes sepan lo que les falta repasar antes de la prueba. En este tipo, la evaluación formativa es entendida como un elemento para lograr la meta de mejorar el desempeño del estudiantado en la evaluación sumativa.
La última manera de entenderla, es aquella que la concibe como un mecanismo mediante el cual se puede obtener información sobre los procesos cognitivos, para lograr que el estudiantado avance en sus aprendizajes. Su foco está en los procesos más que en los resultados, por ejemplo, preguntarles qué entendieron con un tema, con el objetivo de saber si es importante volver a explicarlo o buscar a otro agente que se lo pueda explicar.
Estas evidencias demuestran que existen diferentes maneras de concebir el término evaluación formativa, así como distintos énfasis relacionados a la función que cumple en el aprendizaje de las y los estudiantes, por la cual es necesario que revisemos un breve resumen de lo que debería ser considerada realmente evaluación formativa de acuerdo a diferentes autores.
La evaluación formativa
Se ha ido adelantando en secciones anteriores que existen dos tipos principales de evaluación de los aprendizajes en el aula, los cuales tienen finalidades y lógicas diferentes: estas son la evaluación sumativa y la formativa.
Para comprender mejor la diferencia entre la evaluación formativa y la sumativa, le invitamos a reflexionar sobre el siguiente ejemplo propuesto por Ravela (2020):
A partir de lo anterior es posible observar que lo que diferencia la evaluación formativa de la sumativa es su finalidad (valorar o mejorar el desempeño), no los instrumentos, el momento en que se realiza, ni los aspectos que se evalúan, pues por ejemplo, un examen puede realizarse de manera formativa aún si sucede al final de una unidad didáctica siempre y cuando este no sea calificado y se use para verificar lo que lograron las y los estudiantes hasta ese momento para tomar decisiones sobre cómo avanzar en la siguiente unidad. Así mismo, la observación del proceso de trabajo del estudiantado puede ser utlizada como un instrumento para calificar su nivel de logro (función sumativa).
De esta manera, al igual que los entrenadores, para poder ser más eficaz en mejorar el aprendizaje del estudiantado, es importante comprobar constantemente la comprensión que éstos vayan logrando, además de darles a conocer la importancia de que asuman la responsabilidad de reflexionar y supervisar su propio progreso en el aprendizaje mediante la evaluación formativa (Shepard, 2006).
Este tipo de evaluación (formativa) hace referencia a cualquier proceso evaluativo cuya finalidad principal es mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje, sirviendo para que los alumnos aprendan más (y/o corrijan sus errores) y para que las y los profesores aprendan a trabajar mejor, regulando los procesos de enseñanza y de aprendizaje principalmente para adaptar o ajustar las condiciones pedagógicas (estrategias, actividades, planificaciones) en función de las necesidades del alumnado (López-Pastor et al., 2006; López-Pastor y Pérez Pueyo, 2017; SEP, 2013). En otras palabras, este tipo de evaluación tiene por objetivo la mejora de dos aspectos fundamentales en el aula: los procesos de aprendizaje en el estudiantado y las prácticas de enseñanza llevadas a cabo por el personal docente, permitiendo la mejora en conjunto de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Como se mencionó en párrafos anteriores, este tipo de evaluación puede implicar métodos informales, tales como la observación y las preguntas orales, o el uso formativo de medidas más formales como exámenes tradicionales, portafolios y evaluaciones del desempeño (Shepard, 2006). No obstante, no debe entenderse que la evaluación formativa se limita a la recolección de datos y evidencias del desempeño del alumnado sobre su proceso de aprendizaje, sino que es necesario un análisis de su desempeño, acompañándolo de una propuesta de mejora.
Así mismo, resulta importantísimo aclarar que el concepto de “evaluación continua” tampoco es sinónimo de “examen y calificación continua”, como señalan López-Pastor y Pérez Pueyo (2017), puesto que si es llevada a cabo de esta manera, su carácter formativo desaparecerá, generando que se dé una repetición sistemática de una evaluación final y posiblemente sumativa, una y otra vez.
En síntesis, la evaluación formativa es “un proceso continuo, integrado naturalmente a las estrategias de enseñanza, de las cuales forma parte, y que tiene como propósito principal promover y hacer avanzar la reflexión, la comprensión y el aprendizaje de los estudiantes. Se concreta en el aula involucrando a cada estudiante, en la medida en que reflexiona sobre lo que realiza y aporta a la reflexión sobre las producciones de sus compañeros; y a cada docente, en tanto realiza devoluciones relevantes a sus estudiantes y revisa y ajusta sus propias estrategias y propuestas de enseñanza” (Ravela, Picaroni y Loureiro, 2017 p. 147).
Pero aún sigue pendiente la pregunta sobre de qué manera se puede alcanzar la finalidad de mejorar los procesos de enseñanza-aprendizaje a través de ella.
¿Por qué vale la pena adoptar prácticas de evaluación formativa en el aula?
Modificar la manera de comprender y llevar a cabo la evaluación en el aula puede ser un proceso complejo que implica diversas dificultades y recursos (como el tiempo para aprender sobre el tema, elaborar las herramientas de evaluación, o el esfuerzo que implica brindar una retroalimentación personal a todo el alumnado), todas ellas razones válidas que pueden resultar desmotivantes aún antes de comenzar a aplicar sus principios. No obstante, y como se mencionó al inicio, no se espera ni alienta a buscar un cambio radical en las prácticas de enseñanza, ignorando todo lo que se ha realizado de manera previa e implantando actividades diametralmente opuestas en el salón de clases, sino que al contrario es recomendable ir modificando las acciones poco a poco en favor de este tipo de evaluación, pues sus beneficios son amplios. Al respecto, López-Pastor y Pérez-Pueyo (2017) basándose en las investigaciones de numerosos autores, compilan las siguientes:
Mejora el aprendizaje.
Mejora la autonomía personal, la autorregulación y los procesos metacognitivos.
Desarrolla la capacidad de análisis crítico.
Promueve la formación de personas responsables y el desarrollo de una educación democrática.
Fomenta una mejora en el clima del aula y en la resolución de problemas de convivencia en el aula y/o el centro escolar.
Por todo ello, muchos autores y profesores defienden que se debería dar más énfasis a la evaluación formativa y que los estudiantes deberían enfrentarse a tipos de aprendizajes muy contextualizados, propios de la vida y el trabajo, en los cuales la evaluación puede jugar un papel importante. También defienden el desarrollo de una evaluación auténtica y orientada al aprendizaje, que permitan una retroalimentación eficaz con posibilidad de cambio y mejora y en la que prime la implicación del estudiante (López-Pastor y Pérez Pueyo, 2017), perspectivas que se trabajarán más adelante.
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