¿Por qué es importante conocer los elementos básicos involucrados en la evaluación del aprendizaje?
Comprobar en qué medida estamos consiguiendo los objetivos que se perseguimos es una actividad que los seres humanos hacemos muchas veces a lo largo del día. Evaluamos por ejemplo, cómo es el camino que estamos transitando y si debemos cambiar a otro, si estamos realizando adecuadamente nuestras labores o incluso cómo ha sido nuestro desempeño durante la tarde, podemos decir que todas estas acciones nos permiten mejorar nuestro comportamiento en presentes y futuras ocasiones.
La evaluación educativa responde a esta misma lógica. Es por ello que es importante que adquieras conocimientos que te permitan saber en qué grado se van logrando las metas educativas que se te han planteado en la escuela y las razones que se vinculan al grado de éxito o de fracaso, para que así puedas llevar a cabo medidas de refuerzo o compensación para garantizarlas, dándole a la evaluación su papel como factor nuclear e irrenunciable de la calidad de la enseñanza (Martín y Martínez Rizo, 2009).
Es por este motivo que manejar y conocer los conceptos fundamentales en la evaluación del aprendizaje resulta necesario, pues como menciona Mario Rueda (2012), es relevante que tengamos una definición clara de la evaluación y sus elementos centrales, que sustente este proceso con el objetivo de que todos los involucrados (tú, tus alumnos, y tu institución educativa) puedan comprender la importancia de su labor y las repercusiones de sus resultados.
¿Qué significa evaluar?
Sin lugar a dudas, la primera tarea consiste en definir lo que se entiende por “evaluación”, pues según el significado que se le otorgue a este concepto dependerá la manera en la que se lleve a cabo en el aula. De forma general, la evaluación educativa es un proceso integral y sistemático a través del cual se recopila información de manera metódica y rigurosa, para conocer, analizar y juzgar el valor de un objeto educativo determinado: los aprendizajes de los alumnos, el desempeño de los docentes, el grado de dominio del currículo, los programas educativos, entre otros, con base en lineamientos definidos que fundamentan la toma de decisiones orientadas a ayudar, mejorar y ajustar la acción educativa (Ruiz; Hopkins; JCSEE; Worthen, Sanders y Fitzpatrick, en SEP, 2013).
De manera particular, en el ámbito de la evaluación de los aprendizajes, ésta es considerada un proceso sistemático de acopio de información mediante la aplicación de diversos instrumentos, como pueden ser exámenes escritos u orales, para ser analizada con rigor metodológico, fundamentar la toma de decisiones y promover el aprendizaje complejo en los estudiantes (Sánchez y Martínez, 2020).
Ampliando este concepto, Rueda (2012), la define como “un proceso sistemático por el que se recopila información, basada en indicadores y/o criterios, ya sea cualitativa y/o cuantitativa de diversas fuentes para determinar la situación (valía o mérito) de un objeto en alguna(s) variable(s) de interés, para brindar la información necesaria que apoye la toma de decisiones eficientes y pertinentes sobre el objeto evaluado, de las cuales se puede contemplar, de forma general, el ajuste, permanencia o cancelación del mismo, todo ello con fines de mejora” (p.22).
Finalmente, Ahumada (2003) la describe como “un proceso de delinear, obtener, procesar y proveer información válida, confiable y oportuna sobre el mérito y valía del aprendizaje de un estudiante con el fin de emitir un juicio de valor que permita tornar diversos tipo de decisiones” (p. 12).
En síntesis, se puede decir que evaluar es un proceso, ya que implica un ejercicio continuo en la labor educativa, que es sistemático, pues es una práctica que requiere el seguimiento de etapas y pasos específicos, que utiliza instrumentos, los cuales permiten obtener datos sobre el aprendizaje de los alumnos y a partir de los cuales se debe realizar una toma de decisiones con el objetivo de promover el aprendizaje de los estudiantes.
Así mismo, se puede decir que la evaluación no existe como fenómeno único y aplicable a todo ámbito, sino que, dada su complejidad en el proceso educativo, se clasifica en distintos tipos (Casanova, 1998), los cuales se presentan a continuación:
Según la función que realiza (diagnóstica, formativa o sumativa)
Su normotipo (nomotética o ideográfica)
Atendiendo al tiempo (inicial, durante el desarrollo del proceso o final)
A los agentes intervinientes (autoevaluación, coevaluación o heteroevaluación)
Debido a su importancia a continuación se presenta una breve explicación de ellos. Es probable que la persona que se encuentre leyendo esto, esté familiarizada con estas clasificaciones, sin embargo resulta importante reflexionar sobre el papel que se les da a cada uno de estos elementos en la práctica real, con el objetivo de realizar una ejercicio de evaluación de los propios procesos evaluativos.
¿Cuáles son las funciones de la evaluación?
En definitiva, la evaluación puede servir para la toma de diferentes clases de decisiones según el según el propósito con el que se va emplear la información que se genere (Esquivel, 2009). A partir de ello es posible identificar tres funciones básicas de la evaluación: la diagnóstica, la formativa y la sumativa, las cuales se presentan a continuación.
La evaluación según su normotipo
Un normotipo no es otra cosa que el referente con el cual se compara algo. En evaluación del aprendizaje, este referente puede ser externo o interno, en el caso de que sea externo a la evaluación de los aprendizajes de los estudiantes, entonces la evaluación se denomina nomotética y si el referente es interno, se trata de una evaluación idiográfica (Casanova, 1998). Para poder comprender mejor esta clasificación, a continuación se describen ambos tipos.
Al igual que en la clasificación anterior, lo deseable es que ambos tipos de evaluación (la nomotética y la ideográfica) sean consideradas en combinación durante los procesos de evaluación, pues habrá situaciones donde sea relevante considerar el desempeño de los alumnos tomando como referencia al grupo, zona, o país donde se encuentran y otras en las cuales el progreso deberá ser medido sobre ellos mismos. De cualquier manera es ideal que considerar una evaluación referida a criterios, sobre una realizada con respecto a la norma pues la primera permitirá determinar si se han logrado los objetivos relacionados a los aprendizajes esperados.
Evaluación atendiendo al tiempo
Otra manera muy útil de clasificar la evaluación, consiste en identificar el momento en que se aplica, esta puede darse en tres puntos: al inicio del proceso, durante el desarrollo o al final de este.
Resulta necesario comentar que esta clasificación es diferente a la mencionada anteriormente (por su funcionalidad), ya que a pesar de que pueden compartir elementos, ambas tienen diferencias. Por ejemplo, al referirse a la evaluación sumativa, podría pensarse que se habla de una evaluación final, sin embargo no todas las evaluaciones finales son sumativas, pues si se realiza una evaluación al finalizar una unidad del programa con la intención de saber cómo planificar la siguiente unidad, entonces esta evaluación será final pero no sumativa, puesto que servirá para tomar decisiones y continuar con el ciclo, pero si se tiene que decidir si el alumnado debe acreditar la materia con base en ello, entonces esta evaluación, además de final, será sumativa.
Otro aspecto importante a reflexionar consiste en la importancia que se le suele dar a la evaluación final, la cual ha tenido mucha más atención por parte del personal docente, a diferencia de la que sucede durante el desarrollo del proceso. No obstante, si esto se realiza de manera constante, sin considerar los otros tipos de evaluación, se puede detener el proceso de aprendizaje, al no aprovechar el enfoque formativo de la evaluación.
Así mismo, es importante considerar que los instrumentos con que se realicen las evaluaciones en cualquiera de estos momentos no necesariamente deben coincidir con las pruebas de tipo escrita o exámenes (como se piensa a menudo de las evaluaciones finales), sino que en general, todas las evaluaciones pueden ser realizadas a través de diferentes herramientas, como pueden ser: portafolios de evidencias, escalas de clasificación o registros anecdóticos.
La evaluación atendiendo a los agentes intervinientes
Finalmente, una de las maneras de clasificar la evaluación es mediante la consideración de las personas que participan en la evaluación. Esta puede darse de tres formas diferentes: mediante la heteroevaluación, la coevaluación o la autoevaluación.
Como se puede inferir, en las prácticas tradicionales, se ha dado más peso a la heteroevaluación, sin embargo es relevante considerar también todos los posibles agentes que pueden intervenir en un proceso evaluativo, así como los diferentes roles que pueden tomar (como evaluadores, evaluados o co-evaluadores).
Es importante considerar además, que a pesar de que la autoevaluación suela referirse a la evaluación del alumnado sobre sí mismo, es posible también utilizarla para referirse al proceso de autoevaluación del personal docente, el cual puede resultar extremadamente útil para realizar procesos de perfeccionamiento profesional. Así mismo, este tipo de evaluación puede darse tanto de manera individual como grupal; en este sentido, cuando las actividades de aprendizaje son de carácter grupal y/o colaborativo, lo más adecuado es que el proceso de autoevaluación también sea grupal (López-Pastor y Pérez-Pueyo, 2017).
Mientras que en lo que respecta a la coevaluación, esta no se limita a la evaluación entre estudiantes, sino que también puede darse entre docentes. Además, al igual que con la auto-evaluación, esta también puede ser realizada tanto de manera individual como grupal. Si las actividades de aprendizaje son de carácter grupal (mediante grupos más o menos numerosos), los procesos de coevaluación también pueden y deben ser grupales y esto no no significa que las responsabilidades individuales se vean disminuidas, pues es posible y necesario valorar tanto los aspectos grupales como las aportaciones individuales de cada miembro del grupo (López-Pastor y Pérez-Pueyo, 2017).
A partir de la información presentada es posible comenzar a vislumbrar el abanico tan amplio de posibilidades que puede ser aprovechado para diseñar estrategias de evaluación en el aula, pues la mezcla e interrelación de estas formas de clasificarla permite alcanzar objetivos muy variados y complejos, como la posibilidad de realizar una evaluación sumativa y final, basada en criterios, mediante la coevaluación del alumnado para determinar si la elaboración de un proyecto merece su acreditación; o la planificación de una evaluación formativa que atienda a los tres momentos del proceso de aprendizaje (inicio, desarrollo y final), basada en criterios, que permita la auto y la coevaluación.
En resumen...
Los seres humanos realizamos procesos evaluativos de manera constante en nuestra vida cotidiana. En el ámbito educativo, la evaluación puede ser entendida como un proceso, ya que implica un ejercicio continuo en la labor educativa, que es sistemático, pues es una práctica que requiere el seguimiento de etapas y pasos específicos, que utiliza instrumentos, los cuales permiten obtener datos sobre el aprendizaje del alumnado y que implica la realización de una toma de decisiones con el objetivo de promover el aprendizaje del estudiantado.
En el proceso educativo dada su complejidad la evaluación se puede clasificar de distintas maneras: de acuerdo a la función que cumple, su normotipo, el tiempo en el que se realiza y los agentes que intervienen.
De acuerdo a sus funciones ésta puede servir para la toma de diferentes clases de decisiones según el propósito con el que se va emplear la información que se genere. Puede ser diagnóstica o inicial, formativa y sumativa.
Según su normotipo el referente puede ser externo o interno: En el caso de que sea externo a la evaluación de los aprendizajes del estudiantado, entonces la evaluación se denomina nomotética y si el referente es interno, se trata de una evaluación idiográfica.
Atendiendo al tiempo en que se realiza, puede darse en tres puntos: al inicio del proceso, durante el desarrollo o al final de este. Resulta necesario comentar que esta clasificación es diferente a la mencionada anteriormente (por su funcionalidad), ya que a pesar de que a veces puedan compartir elementos, ambas obedecen a parámetros diferentes.
De acuerdo a los agentes intervinientes, puede ser realizada por una persona sobre otra (heteroevaluación), por pares (coevaluación) o por una persona sobre sí misma o sus productos realizados (autoevaluación). Estos tres tipos no se limitan a la evaluación del alumnado, sino que también pueden ser realizadas por el personal docente, de manera individual o grupal.
Finalmente, a partir de la información presentada, es posible vislumbrar el amplio abanico de posibilidades a aprovechar para realizar una estrategia de evaluación en el aula, pues la mezcla e interrelación de estas maneras de clasificarla permitirán alcanzar objetivos muy variados y complejos.
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