María José Rojas, Bárbara Oettinger, Ricardo Pizarro

LA LENGUA DE LOS PAJAROS


Curaduría de Andrés Grillo

26.06.16

La Lengua de los Pájaros

Andrés Grillo


La muestra “La Lengua de los Pájaros” es un proyecto colectivo, curado por el Historiador del Arte Andrés Grillo, con obras de los artistas María José Rojas, Ricardo Pizarro y Bárbara Oettinger. En ella se abordan las diferentes acepciones del estado melancólico y su relación con la creación artística desde el estudio pre-científico de la alquimia.

En este sentido, las obras de los artistas establecen un medio de comunión en la relación objeto-sujeto abandonando la preeminencia de la argumentación racional propia de la modernidad, en donde la contemplación, la imaginación y la meditación trascendental se unen como un todo sensible, orgánico y místico.

La alquimia, lejos de ser un mero estado del conocimiento pre-científico, se proponía como una práctica espiritual que comulgaba desde la dimensión mineral de la Tierra con un orden cósmico, cuya verdad yacía en toda existencia, siendo posible alcanzarla en un proceso de transmutación mineral, del plomo al oro. Quien se aventurase a aquella tarea, los llamados filósofos, debían utilizar no sólo herramientas adecuadas y lecturas que adentraban en un complejo simbolismo, sino además permanecer en un estado mental y psíquico que determinaba de manera crucial el resultado de la obra u opus.

Así, los alquimistas elevaban su tarea como una labor que en su conjunto permitía a sus iniciados desentrañar el misterio celeste y su sabiduría fundamental, con el compromiso de la constancia y la pureza del acto y su representación, a la vez que el bienestar propio de la posesión definitiva del oro. Es ésta su mayor virtud, después olvidada con el arribo del cientificismo, pues los alquimistas utilizando sus sentidos como vectores de realidad, interrogaban por el misterio de los elementos y su conversión, y el cómo y el por qué los distintos estados de la materia tenían consonancia con la Creación y su verdad fundante.

Esta verdad, oculta sobretodo en ciertos minerales particulares, era a su vez abarcable para quien comprendiese la llamada lengua de los pájaros, tema característico nacido del folklore europeo que relataba que en estos yacía una verdad definitiva. La lengua, era ante todo un modo de comunicación primigenio que daba la clave del conocimiento absoluto pues era una lengua que permitía “expresar todo lo que el espíritu concibe”[1]:

“Como este idioma es el instinto o la voz de la naturaleza, debe ser inteligible a todo lo que vive y compete a la Naturaleza. Por eso, si la conocierais, podríais comunicar y discurrir sobre todos vuestros pensamientos con las bestias, y las bestias con vos de los suyos, ya que es el lenguaje mismo de la Naturaleza, por el que ella se hace comprender de todos los animales. Que la facilidad, pues, con que comprendéis el sentido de una lengua que jamás sonó a nuestro oído ya no os sorprenda más. Cuando hablo, vuestra alma vuelve a hallar, en cada una de mis palabras, esa Verdad que ella busca a tientas, y aunque su razón no la comprenda, tiene en sí la Naturaleza, que no puede dejar de comprenderla”[2]

Esta lengua era asimismo llamada la gaya ciencia, entre otros nombres, saber poético que comunicaba de manera precisa el significado del mundo, emparentada con el griego arcaico y para el cual no valían normas de ortografía o semánticas habituales de ese entonces.

En el desarrollo de la alquimia podemos encontrar muchas conexiones con obras artísticas, siendo algunas perfectamente abarcables desde esa lectura, en una línea que va de Durero y Leonardo a Duchamp y Pollock. Ambos saberes se relacionan participando de procesos similares, siendo en los años en torno al Renacimiento un mismo conocimiento experimentado de diferente manera. Tanto la alquimia como el Arte, la Pintura, se enmarcaban en el uso de materiales de la más diversa índole, basándose en colores fundamentales a fin de obtener la realización de una obra, opus para los alquimistas.

No obstante, y más allá de las relaciones que puedan hacerse, hay ciertos factores que es preciso subrayar acerca de este vínculo. Siendo la alquimia desacreditada por el advenimiento de la ciencia, y su posterior conversión en química actual, se ha hecho hincapié en lo absurdo e imposible de su tarea, en su carácter mágico. Pero la “obra”, se proponía más allá del conocimiento material, hacia la utopía, así como ponía a su practicante de frente a una labor espiritual, mental y práctica. La alquimia es ante todo, una ciencia “imaginaria”, en el sentido de la clasificación que realizara Marsilio Ficino[3], que ponía a fuego procesos de la imaginación “registrando impulsos ideales y tensiones de la psiquis”[4]. Va al encuentro de la autenticidad de la utopía: “realizar el oro en términos espirituales o psíquicos; obtener una conciliación interior a proponer como modelo armonioso de una humanidad trabada en sus propias miserias; vivir activamente este proceso liberador como un “hacer”, como un proceso de transformación creativa que se proyecta, con simbólica correspondencia en el mismo cuerpo del mundo”[5].

Es un proceso que vincula lo interior y lo exterior, la materia y el espíritu. Este es el lugar a partir del cual se sitúa la muestra “La lengua de los pájaros”, el arte como acción transformadora interrogando por la utopía, con la dificultad que eso conlleva en la discusión contemporánea y su alcance colectivo.

Puede extrañar que el rico reparto de símbolos, utensilios y textos dados por el estudio de la alquimia no aparezca en efecto en lo exhibido, pero no debe olvidarse que este ejercicio curatorial busca que los artistas convocados desarmen la estructura del concepto trasladándolo al interior de sus obras respectivas.

“Jardín Interior”, es el trabajo de María José Rojas realizado en dos instalaciones. En la primera, largas y delgadas cajas de luz se extienden por muros de la galería donde se exhiben objetos atrapados en el marco de diapositivas, acercándonos a la visión microscópica del entorno. Los objetos coleccionados y fijados entre los vidrios, se transforman en especímenes destinados a la observación cual “placas de Petri”, para ser exhibidos como parte de una secuencia. La luz atraviesa el objeto, destacando sus atributos de transparencia/opacidad, actuando como la inspección de un ojo observador, bajo la cual estos objetos y texturas, manifiestan sus verdaderos atributos materiales y geométricos. Así aparece lo invisible, las estructuras subyacentes a la realidad, aquello que es necesario recoger, enmarcar, ampliar y someter a la luz para ser visibilizado. La inspección de estos objetos de la naturaleza en línea recta dan paso a la lectura unitaria de estas estructuras y texturas antes ocultas bajo la superficie, develando una fracción del todo que constituye nuestra realidad, recordándonos que aunque nuestra percepción y conciencia nos ofrezcan la ilusión de un mundo fragmentado, la vida está constituida de una sola estructura indivisible: la Unidad.

La segunda parte de la instalación es un complemento y a la vez un contrapunto. En el patio de la galería la artista instala su propio jardín interior. Este espacio vegetal, oasis de plantas en los desiertos de la ciudad y del mundo del arte, está constituido por la misma materia prima que la pieza anterior pero en estado vivo. En este espacio de la galería las plantas, flores y demás texturas respiran, crecen y están en constante interacción entre ellas y demás elementos que las rodean. Como en el jardín de Palombara, la unión de lo físico y lo metafísico ocurre, donde el filósofo se hace custodio de la Naturaleza y aprende de ella y sus procesos, al modo de la Atalanta de Maier.

“Ya sea en el aire o la tierra, en el fuego o el agua”, la obra de la artista Bárbara Oettinger ahonda en la relación interrogativa propia del estado melancólico alquímico, más precisamente, en el nigredo. Siendo un conocimiento que se nutría de muchas fuentes diversas, existía un consenso más o menos acabado que el opus contaba de cuatro partes más o menos definidas y a través de las cuales se regían los ciclos de la vida. El cuatro, número maestro en la tradición pitagórica, influencia vital en las cuestiones alquímicas regía sobre los 4 humores del cuerpo, las 4 estaciones del año o las 4 etapas de la vida de un ser humano. Para el opus se contaban 4 estados de la materia para alcanzar la piedra filosofal. Cuatro estados que eran a su vez cuatro colores: 1) nigredo o melanosi materia negra (putrefacción, concerniente a todo lo existente), 2) albedo, blanco, 3) citrinitas, amarillo y 4) rubedo, rojo y a veces viriditas, verde.

En “Ya sea”, la artista enseña un film donde distintos personajes vestidos de negro se enfrentan a un paisaje frio, interrogándolo. En él se explora la relación del hombre, el paisaje y los cuatro elementos (aire, tierra, fuego y agua) a los que se asocian los estados de transmutación y ascenso de la materia, no precisamente en el orden acostumbrado, mientras éste se encuentra sumido en un estado meditativo. También en él se aprecia la dinámica interna de un narrador, representado a partir de una serie de sentimientos y emociones de naturaleza existencialista. Con esta operación, se hace referencia a la sublimación de los cuatro elementos y la muerte como confrontación de lo místico y lo racional.

Finalmente en el trabajo de Ricardo Pizarro, dibujo de geometrías concéntricas, hechos a través de puntos con marcadores de colores sobre toalla nova, nos habla de una labor dedicada de tipo trascendental al borde de lo desechable, relevando lo fugaz místico de la arena, a un material industrial. Para ello, el artista se somete a verdaderos trances de producción manual, cuyo proceso va exponiendo en sus diferentes estaciones de producción.

La intención primordial de este acto no busca sumar nuevas imágenes, sino más bien generar arquetipos, tal como lo enunciaba un estudioso y re-posicionador del tema de la alquimia, Carl Jung. Los arquetipos, preexisten en el inconsciente colectivo, aparecen en la obra de Pizarro basados en estructuras y patrones concéntricos que permiten alcanzar estados intuitivos y meditativos, poniendo en modo pasivo al intelecto. En este sentido, la obra de Pizarro participa del estado imaginativo, antes citado, liberando la psiquis, haciendo uso y facultad de la cercanía con el orden cósmico, poniendo la categoría del arte contemporáneo como convencional y lejana.


[1] Cyrano Bergerac, L'Autre Monde. Histoire comique des Etats et Empires du Soleil. París, Bauche, 1910; J. J. Pauvert, París, 1962, presentación de C. Mettra y J. Suyeux, p. 170.

[2] Ibíd.

[3] Las tres sedes del alma: “Immaginatio”, “Ratio” y “Mens”. En Ficino, Marsilio, “Theologia Platonica”

[4] Calvesi, Maurizio, “Arte e Alchemia” Giunti-Barbera SpA, Firenze, Italia, 1972. P. 13

[5] Ibíd.