Pamela Alvarado Álvarez

VIAJE AL FIN DEL MUNDO

21.11.14

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El viaje de Pamela Alvarado

Julio Carrasco Ruiz


Los marinos del Renacimiento le tenían pavor al Atlántico. Nadie, que hubiera sido arrastrado hacia el oeste por el viento o la corriente había regresado para contarlo. Al alejarse demasiado de la costa, las naves eran atacadas por pulpos gigantes o ardían quemadas por aguas incandescentes, lo que era un final preferible a llegar al borde del mundo, donde termina el mar y uno simplemente se despeñaba al vacío para encontrarse dios sabe con qué cosa. El tiempo pasó, el borde del mar queda ahora considerablemente más lejos. Tal es el tiempo en que transcurre el viaje propuesto por Pamela; una época en que los confines del mundo están poblados de criaturas todavía más monstruosas: soles del tamaño de mil soles, estrellas de neutrones y gigantescas nubes de azúcar. “Fin del mundo” remite entonces a un lugar espacial incomprensible. Será quizás por eso que las imágenes de este viaje parecen más bien estáticas: paisajes nocturnos, a veces borrosos, imprecisos y tranquilos. No hay movimiento físico, y sin embargo (algo) se mueve. Algo muy importante está sucediendo, y su carácter secreto no hace más que subrayar la soledad del espectador. Frente al silencioso espectáculo de la agonía del Sol, que desparrama su última luz bajo un mar de nubes quietas, nuestra historia personal queda suspendida en una dimensión anterior, que nos parece remota. Aquí reinan otras leyes y las indicaciones para no zozobrar son vagas. Belleza extraña, retratada en blanco y negro desde una perspectiva íntima y a una velocidad interior, mental y emocional. Vagamos entonces hacia los bordes del océano de nuestro acontecer psíquico, descubriendo nuevas variantes de la introspección, con un poco de melancolía y un poco de calma. Es así como el arte sirve a su propósito último, que ha sido siempre el de buscar nuevas formas de exponer las viejas preguntas del ser humano. Estamos aquí para tomar partido en la batalla contra el caos, de la que cada artista nos hace partícipes con su obra. “Desea que el camino sea largo”, dice Kavafis en ese compendio de instrucciones de viaje que es su poema Ítaca. “A los Lestrigones y a los Cíclopes”, continúa, “y al feroz Poseidón no encontrarás, / si dentro de tu alma no los llevas, / si tu alma no los yergue delante de ti”. Sonaría cursi si no mediara la cita anterior: es el alma lo que viaja en estas fotografías.

YO.

Texto Alexis Figueroa (Entrevista Stgo. 2002)


Presentarse. Hablar, mostrar, nombrarse a si misma en qué se es y en qué soy. Ocupar un lugar imaginario en la mirada y los ojos, confeccionar las señales de identidad, en el paisaje de algún mundo-escenario de lo individual. Presentarse, decir “aquí, aquí estoy”, revelando escenas de la vida secreta, escenas que fijas al borde de la memoria, se develan poco a poco en un teatro de luz. Así nace la fotografía, o al menos mi fotografía, ésta transposición de palabras de mis paisajes inscritos tras la huella del ojo, esta hendidura en el muro de la realidad. Por la que espío, con la vocación, la curiosidad de los niños, asomados –tarde, en la sombra¬- a la puerta nocturna que por su borde entreabierto destella. Desde niña me gusta esta mirada oblicua, delimitada por un punto, la percepción de un diafragma que fija el rango posible de la percepción. Recuerdo -por ejemplo- en mi infancia, la particular emoción de las letras reveladas de a poco en los lomos de la enciclopedia, al ser iluminadas por un rayo de luz. Me explico, en el cuarto, en la pieza en la que yo de pequeña dormía, al cerrarse la puerta, tras la despedida ritual de mis mayores y apagarse la lámpara, poco a poco crecía la presencia del rayo colándose por la hendidura dorada del dintel en lo oscuro. Y el rayo, llegando hasta las cubiertas del libro en la sombra, revelaba una magia de cine en la pieza negra, la presencia de imágenes, letras, sobre los tomos. Creo que así descubrí mi primer cuarto oscuro. Después, con el tiempo, fueron mis propios párpados los que me proporcionaron estas rendijas de luz. Algo quedó sin embargo de esta sensación primera, acaso el sentido de ver a escondidas distantes escenas, paisajes, trozos de realidad en el brillo solar, de ver los espacios encuadrados en una presencia de ruinas, niñez, los vestigios remotos de una evocación temporal. Distante y mediada por su presencia pasada o futura. A veces o siempre, la foto es la imagen de lo que en la imagen no es, a veces la foto es la evocación de un lejano futuro, a veces, es un cuerpo- vestigio, casi siempre una señal en el muro, una ruina. Así, los temas de mi fotografía son por ejemplo, los lugares en constitución de abandono. Abandono, en el cual, la presencia humana -lo humano constante, en su actividad de registro mudo-, se destaca como una esencia primera. Es el cuerpo, el cuerpo muchas veces desnudo, que con su habitación del espacio, impregna de signos las vidas inmóviles, ordenando la luz y los elementos, transformando las cosas –en su más desprovista acepción- en cicatriz de cultura, en el mundo de todos los hombres, de todas las mujeres, de todos los niños, reflejados como en el momento de un génesis, el de la Humanidad. Manejo la luz y los elementos, manejo los tiempos también; aveces, pueden pasar uno, dos años, hasta que vuelvo al espacio, a realizar, provocar esa foto que alguna vez, tiempo atrás, como en una rendija de la memoria entreví. Y aunque en la foto no se escuchan ni oyen los sonidos que una vez me llamaron desde el mundo sin voz, se encuentran presentes, traducidos en un juego de tonos y sombras graduadas en su esfera de luz. Pero hemos ido ya lejos en este arte del presentarme en mi arte, y más que yo misma y las propias razones de mi vocación, corresponde acceder a estas series, imágenes fijas, el dispositivo de rasgos concretos en que mis acciones se muestran. Series, papel químico impreso, con señales de hombres, mujeres, habitando desnudos el génesis de mi propia creación. Series que a veces es acercan al mundo de lo natural y al paisaje, o a lo urbano y su momento de ruina. Series, a veces las formas de una reducción abstracta, elementos de sombra y de luz deformados, para la constitución de una imagen, la arqueología posible del juego de espejos entre el ojo, la lente y el tiempo entremedio. Finalmente, queda señalar algunas otras fuentes de mi trabajo, como por ejemplo la documentación –a través de una mirada de autor o simplemente “personal”, de situaciones de arte como performance y otros, a la vez que registros, trasformados por su lectura eventual fotográfica en el entorno de mi desempeño profesional, en el área de la cinematografía.

Cristián Aedo


Las sombras, parecieran remitirnos a ese primer recuerdo alterado por el paso del tiempo, a una resistencia al abandono. La primera representación que busca registrar aquel espacio sin formas definidas que lo arraigan a la materia exacta de memoria, aquí más bien parecieran emparentarse con aquellos espacios blandos en los que se incrustan fragmentos críticos, los residuos entre la luz y la penumbra del olvido que dan la partida de un viaje. La crisis del recuerdo libera sus resonancias en el registro de Pamela Alvarado. Nos ubica en el pliegue de una cartografía que pareciera ser un viaje de regreso, intimo, o una partida que nos enfrenta a la soledad de un paisaje como en un espejo que despliega la mirada incierta la biografía colectiva, el recorrido de lo posible hace que el espectador de estas fotos se integre rápidamente en la imagen. Todo el tiempo se vuelve presente. La materia residual del recuerdo vibra al interior del claro oscuro, componiendo una imagen de potencialidad pura, resonancia de muchas voces que habitan en el silencio, como habitan los amantes en la penumbra, el cuerpo del paisaje se vuelve para ver al interior de nosotros.