México: Muralismo - Orozco

Bombardero en Picada y Tanque (1940). Fue encargado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York a Orozco en pleno auge de la Segunda Guerra Mundial. Muestra a un avión bombardero estrellado y el desastre ocasionado por la colisión. Forman parte del panorama las piernas de una persona aplastada y rostros de color metálico unidos por cadenas, sobre un paisaje industrial devastado. Es una representación de la tragedia en la que ha devenido la modernidad tecnológica y de la degeneración de los valores humanísticos de la Ilustración heredados por el mundo contemporáneo.

José Clemente Orozco (1883 – 1949) fue uno de los más importantes muralistas de México. El motivo de esto, amén de su destacable habilidad para el dibujo y el coloreo, radica en la significatividad de su obra para la historia del arte de su país y para el contexto internacional de la época.

El muralismo de Orozco se desarrolló en un momento en el cual el arte moderno se alejaba cada vez más de su función social originaria, la de expresar las inquietudes de la sociedad ante las coyunturas que la atravesaban, desencantado por el uso propagandístico que las ideologías radicales del siglo XX le estaban dando. Una cuestión, sin embargo, se presenta en este panorama, y es que en la América Latina de la década de 1920, cuando aparece la propuesta del muralismo, no existía una sociedad plenamente moderna, capitalista e industrial ante cuyas tendencias culturales rebelarse. Éstas se limitaban particularmente al ámbito de las grandes ciudades, y las vanguardias latinoamericanas evolucionaron con el signo de este factor singular.



Miguel Hidalgo (1937)

Ubicado en el Palacio de Gobierno de Jalisco, Hidalgo es mostrado portando la antorcha de la libertad, rodeado de figuras combatientes. Se ha dicho que la presencia de banderas rojas y de un personaje ataviado con traje de obrero representan, junto a la figura del Padre de la Patria, el espíritu de la lucha contra la opresión, del que tanto la Guerra de Independencia como los movimientos sociales modernos son expresiones.

A principios del mencionado decenio, había en México un proyecto, llevado a cabo por el poder nacional, que intentaba difundir la cultura europeizante de las grandes urbes al resto del país. Influida por el espiritualismo y llevada a cabo por el secretario de Educación, José Vasconcelos, esta propuesta era un importante antecedente del reconocimiento, por parte del discurso oficial, del pasado indígena mexicano. La forma, sin embargo, de reconciliar la herencia prehispánica con el mundo moderno era poniéndola al servicio de su estética. Lo indígena queda así reducido a un universo de elementos decorativos que pierden su contexto original para integrarse en el arte moderno renunciando a su esencia y adaptándose a este nuevo escenario. Lo indígena, en este relato, consiste en un paso previo, un peldaño, para llegar a la superior civilización europea. Ésta sería, según la lógica moderna, la única forma de redimir el pasado prehispánico remanente en la mestiza sociedad mexicana.

La obra de Orozco y los demás muralistas mexicanos, en cambio, presenta lo indígena en términos de igualdad con lo europeo y como el elemento protagonista, no como un pasado con el cual romper para compensar el pesaroso mestizaje y trascender hacia lo civilizado; es una continuidad viva y fructífera, vigente en el México profundo, encarnado por las clases populares e ignorado por el mundo de las ciudades. Esto es coherente con la noción de un arte para todos, propia del muralismo, donde las obras pictóricas no se suscriben a los salones especializados, sino que se apropian del espacio público, y el público se apropia de ellas.


Omnisciencia (1925)

Se encuentra en la Casa de los Azulejos, un edificio histórico de la Ciudad de México que ha tenido diversos usos y propietarios a lo largo del tiempo. Representa a una mujer indígena con una expresión de serenidad en su rostro y tocada por rayos de luz que representan la inspiración de sabiduría divina.

La técnica de Orozco, formada en el aparato institucional concebido por la mencionada política cultural vigente en el México de su juventud, se encuadra dentro del expresionismo: se caracteriza por formas exageradas para agregar fuerza a su mensaje, figuras fuertemente geométricas (se ha dicho que como resultado de sus estudios de ingeniería), gran contraste en las tonalidades de los colores para realzar el dramatismo y expresiones faciales muy emotivas. Entre los motivos recurrentes de sus obras están personajes conocidos de la historia nacional, como el cura Hidalgo y las inevitablemente anónimas mujeres de los soldados de la Revolución. También aparecen de forma recurrente en el conjunto de su obra referencias críticas a elementos propios del mundo moderno, como la violencia armada, que, en sus palabras, forma parte constantemente de la realidad, y los trajeados hombres de las instituciones académicas que sostienen la hegemonía de una forma de conocimiento divorciada de la naturalmente contradictoria vitalidad humana, y cuya crítica revela una posición epistemológica del pintor. Paradójicamente, Orozco aseguraba que su pintura no era política, sino que simplemente mostraba la realidad que él veía, valiéndose de símbolos universales.


Las Soldaderas (1926)

Se encuentra en el Museo de Arte Moderno de México. Aunque no es un mural, sino un óleo sobre tela, forma parte de la dinámica de Orozco de darle protagonismo a los sectores postergados de la sociedad, en este caso a las mujeres, en la piel de aquellas mujeres que acompañaron como presencias de vital importancia a los guerreros de la Revolución y cuyos nombres no han tenido la misma trascendencia para la Historia.

Dioses del Mundo Moderno (1932 - 1934)

Según Jacquelyn Bass, ex directora del Museo Hood, que incluyó este mural de la Universidad Dartmouth de New Hampshire en una exposición en 2002, “En él, los académicos, supuestamente los guardianes del conocimiento acumulado de la humanidad, son representados como cadáveres vivientes presidiendo el nacimiento de un conocimiento inútil mientras detrás de ellos el mundo arde en llamas”. Así, muestra “el fracaso del establecimiento académico europeo para cuestionar el fascismo en ascenso que condujo a la Segunda Guerra Mundial”.

Referencias bibliográficas

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