William Butler Yeats

A la rosa sobre la cruz del tiempo

¡Rosa roja, Rosa altiva, triste Rosa de mis días!

Acércate mientras canto las antiguas tradiciones:

Cuchulain plantando cara a la marea inclemente;

el gris Druida hijo del bosque, el de tranquila mirada,

que asedió a Fergus con sueños y desastre inenarrable,

y tu propio desconsuelo, que las estrellas, marchitas

por bailar sobre las aguas con sandalias plateadas,

entonan con solitaria y orgullosa melodía.

Ven, que ya no más cegado por el destino del hombre

encuentre bajo las ramas del amor como del odio,

en todas las necias cosas que viven un solo día,

la belleza sempiterna vagando por su camino.


Ven, acércate a mi lado; y abrid un pequeño espacio

para que todo se colme con el olor de la rosa.

Que pueda seguir oyendo cosas comunes y ansiosas;

el gusano que se oculta en su pequeña caverna,

el ratonzuelo corriendo junto a mí sobre la hierba

y mortales esperanzas que se afanan y transcurren;

no escuchar sino las cosas extrañas que dijo Dios

al corazón luminoso de los que han muerto hace tiempo,

y salmodiar una lengua que los hombres desconocen.

Ven, acércate; quisiera, antes que llegue mi hora,

cantar la Irlanda de antaño y las viejas tradiciones:

Rosa roja, Rosa altiva, triste Rosa de mis días.