Marosa Di Giorgio

Para revivir la edad anaranjada…

Para revivir la edad anaranjada, hay que convocar a todos los testigos, a los que sufrieron, a los que se reían, y también al más pequeño y al que estaba más lejos. Hay que reencender a las abuelas; que vengan con sus grandes cruces de canela a cuestas y bien clavadas con aquellos largos clavos aromáticos, como cuando vivían alrededor del fuego y del almíbar. Hay que interrogar al alhelí y acosarlo a preguntas, no vaya a perderse algún detalle morado. Hay que hablar con la mariposa, seriamente, y con los gallos salvajes de bronca voz y grandes uñas de plata. Y que vengan las verónicas de entonces, las pálidas verónicas -errantes entre las flores y los árboles y el humo- que devuelvan el rostro del azúcar, el retrato de los higos. Y mandar aviso a las glicinas para que traigan su vieja actitud de uva. Y a la populosa granada, y a la procesión de las yucas, y al guardián de los nísperos, amarillento y odioso, y a mi cabellera de entonces, todo llena de brujas y planetas, y a las cabañas errantes, y al ángel de los cerros, el de las amatistas -con un ala rosada y la otra azul- y a los azahares del limón, grandes como nardos. Y que vengan todas las cajas de papel de plata, y todas las botellas de colores, y también las llaves y los abanicos, y el pastel de Navidad parado en sus zancos de cerezas. Para revivir la edad anaranjada, hay que no olvidar a nadie, y hay que llamar a todos. Y sobre todo al señor humo, que es el más serio y el más tenue y el más amado. Y hay que invitar a Dios.

Marosa Di Giorgio de Humo [1955]