Marosa Di Giorgio

Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante...

Ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante.

A veces, al mediodía, cuando el sol embriaga -si no, nunca

nos atreviéramos-, mi madre y yo, tomadas de la mano,

íbamos por los senderos de la huerta, hasta pasar la línea

casi invisible, hasta la vid de los monjes. La uva erguía

bien alto su farol de granos; cada grano era como un rubí

sin facetas con una centella dentro. Ellos estaban aquí y allá

con las sayas negras o rojas, y parecían escudriñar diminutas

estampillas, grandes láminas, o meditar profundamente sobre

el Santo de esos lugares. A nuestro rumor alguno dirigía

hasta nosotras la mirada como una flecha de oro o de plata.

Y nosotras huíamos sin volvernos, temblando bajo

el inmenso sol.