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Zona 6


Entrevistas: 3 mujeres y 1 hombre

Jardina

Las Mercedes

Las Montañas 

Vega de las Mercedes



Monte, leña, “carbón”, helechos, piedra, “brujas”, pajares, casitas con tejas, cuevas, caminos malos, riscos, la carretera que fue trepando tardía en comparación con otros lugares de la isla, el camión que sirvió para rodar la película Guarapo, aquella guagua con su escalera por atrás y en cuyo techo tenía un portaequipaje donde colocar las cestas y los sacos de gofio, “nacientes”, fuentes, playas, …

La vida esa era así”: cultivando el campo para obtener trigo, papas, batatas y fruta, ya fueran peras, “fruta de leche” o higos de leche, duraznos, albaricoques, naranjas o manzanas en la parte alta -una manzana dulce porque Reineta había poco- e higos picos, moras y, cuanto más arriba, los nísperos. A lo que se sumaba cargar leña, sacar roques de las canteras, bajar temprano al mar (dos horas hasta la playa La Fajana) para pescar salemas, sargos, viejas, morenas -a veces durante la noche quedándose a dormir en una cueva- dependiendo de las mareas, trabajar de cabuqueros1 en la sorriba2, llevar al molino o “motor” el millo y trigo propios para hacer el gofio y recogerlo caliente acabante de hacer, o acercarse al “vallito” a por las gallinas sueltas e incluso de noche a por los pollos con una “linternilla”. Allí era donde también tendían y tenían que subir la ropa seca o bien el padre bajaba para ayudarlas a subir la ropa mojada, ya que lavar lavaban abajo en el barranco para dejar el agua para beber arriba. Éramos “pobres” visto desde los estándares materialistas y de bienestar actuales.

Ahora la gente joven no es de pesca”. A la gente joven de veinte años le cuesta hacerse a la idea de cómo vivían en esa época, dicen. A algunas mujeres entrevistadas sus nietas/os ya les han preguntado por su pasado, por ejemplo cómo se subía de El Chorrillo a Chinamada. Otros compañeros/as de clase no saben ni el nombre ni los apellidos de sus abuelas/os ni bisabuelas/os. “Hay que formarles, hay que contarles, los padres tienen que inculcarlo, ellos/as buscarlo”. Desde Las Seis de Aguere se lo facilitamos ...

Una vida dura, llena de responsabilidades desde muy temprana edad en la que no era extraño trabajar el “carbón” o sacar las cabritas y alguna vaca desde tan sólo los cuatro años. Una vida en la que hubo gente que lo pasó mal pero en la que quien tenía algo de tierra no sintió hambre. ¿Soberanía alimentaria? No pedían galletas o bizcochones porque no los habían visto, en cambio tenían huevos, papas pocas, calabazas sí y bubango curado con lentejas para el potaje más un cacho de carne. Contaban con pollo para el arroz o la sopa. Pollo que se salaba como si fuera pescado u otra carne, ya que no había nevera, para desalarlo luego antes de guisar. Al parecer estaba buenísimo. En el caso tanto de la carne de baifo (cabrito) como la de cochino (cerdo) cuando los sacrificaban la pasaban por aceite y se ponía en manteca porque así se conservaba y se iba consumiendo. Un plato citado es el de la carne frita con manteca, huevo, papas y gofio preparado en caldero. Otro, el de la cazuela de pescado. Además, como por la tarde no obtenían ya mucha leche porque las cabras se secaban para la merienda había quien preparaba tortas de gofio con leche, huevos, azúcar y por supuesto el gofio, todo bien batido con la cuchara y luego frito. Se sirve sólo con azúcar por encima. Y lo recogemos en presente porque confiesan hacérselas a sus nietos/as que “se vuelven locos” por ellas y se las llevan al colegio cuando hay algún evento. Ellas también tomaron algo en la escuela, como la de Las Carboneras, a la que dependiendo de donde salieran podían tardar más de una hora en llegar: la leche en polvo que les daba su maestra. Se quedaban “empolvadas”. Eso sí, quien pudo ir. Porque a veces sólo tuvieron la oportunidad de asistir un curso y el resto aprenderlo con algún familiar. 

En una zona en la que ahora no vive casi nadie, y del monte menos, resaltan, las personas que aún quedan y quizá desciendan de esos esclavos, algunos gomeros, y pastores ya mezclados con conquistadores a los que se remiten, recuerdan vivir en pajares con lo que quedaba de “descepar3. Pajares a veces situados en fila en el lomo de la montaña. Tenían que pagar un canon por habitarlos, así como para el pasto del ganado, a los dueños de las fincas y familias de caciques entre los que se contaban González de Mesa, Zamorano, … A veces los guardas, además, les podían requisar lo que cogían ilegalmente -lo reconocen- del monte y eso les parecía “un abuso” ya que era lo único que podían hacer: “no había otra cosa que el monte”. Ahora les parece que el trabajo se encuentra fuera de Anaga mientras, se quejan, las instituciones hacen más cosas turísticas que para la población residente allí.


Porque hablan de Anaga como un continuum, casi sin distinguir las lindes de la división municipal con Santa Cruz, obligándonos siquiera a reivindicar la parte lagunera que tiene Anaga … De esta forma sus palabras nos transportan a otra vivencia, usos y relación con el terreno que de forma evidente estamos viendo que dan nombre a sus entidades de población.

Hablan de cómo antes se conocían los de cada lugar puesto que entre otras cosas se encontraban cuando iban a cargar leña por cuadrillas según caseríos al final, en el “cisco4. De las tardes oyendo la radio reunidas/os. De los circuitos de tránsito entre Anaga y también a Tegueste, donde por aquel entonces no había romería pero sí Fiesta de San Marcos. Llevaban las vacas a Tegueste para ir a ver al santo. De cómo la gente de Valle Tabares o de Valle Jiménez en verano subían el ganado vacuno “para escapar porque en esos valles no nacía ni el trigo”. De cómo antes se celebraban los carnavales y venía gente hasta de Tejina que seguía para El Batán5. “Eran tremendos”: aunque salvo las chicas que iban de mascaritas durante el Franquismo no se disfrazaban sí que mataban cochinos, tomaban ñames y organizaban parrandas, pero con la extensión de fiestas populares empezaron a desaparecer. Las primeras fiestas eran las de Las Carboneras, La Cruz del Carmen y Virgen de Las Nieves en Taganana (Santa Cruz). No había más fiestas sin embargo luego empezaron en Afur, Taborno, Roque Negro (todo ello en Santa Cruz) y El Batán. La última: Chinamada. Recuperan, sin embargo, la memoria de las historias o “cuentos” de brujas en el monte que salían de La Punta y hacían bulla en el lugar de nombre El Bailadero no por casualidad. “Ahora no pueden volar con la luz”. Ya se superó la época de las velas y el carburo … ¿Y si sólo era que algunas mujeres estaban de parranda? “Estaba el diablo con ellas”.

Hablan también de la “rotura” de tierras. La “venta del monte”. De cómo cortaban leña y la metían en un horno junto a helechos y gajos del monte, todo cubierto con tierra y “se le daba un respiro y por ahí ardiendo, ardiendo” hasta convertirse en ceniza y llevar el resultado en sacos a La Laguna caminando. Alguna abuela lo vendía para comprar pan o algo que llevarles. Qué visión la de “explotar” los montes transportando la madera hasta la carretera dorsal. Madera que se vendía para la platanera, viñas, tomate o panaderías en Valle de Guerra, Tacoronte, La Orotava, Puerto de la Cruz, el Sur, … para hacer la horqueta6. La recogían en camiones en un negocio que incluía a los “rematadores del monte”: intermediarios que compraban la madera a peones y luego vendían al por mayor. A veces pagaban al día, o al mes, otros tardaban más y otros no pagaban. Esa madera también podía servir para hacer estercoleras. Hablan asimismo de la importancia del agua y la memoria de la sequía que hubo en las islas en los años cuarenta.

Si el agua iban a buscarla por su cuenta había ciertos comestibles que sólo encontraban en las ventas. A partir de los años cincuenta se abrieron “saloncitos”, “ventuchos”, con aceite y vinagre, vino, caña, cerveza, azúcar y “todas las menudencias”. Hubo venta en Las Mercedes y en Las Carboneras, donde hoy se encuentra un restaurante, desde la que han llegado a tener que cargar con la bombona de gas. A La Laguna también iban a comprar comestibles. Para ello podían coger una guagua que salía desde La Cruz del Carmen.

Relatan finalmente que la gente dejó de ir tanto al monte. El mismo en el que rememoran el mito poético del suicidio del último Mencey de Anaga antes de que lo capturaran los españoles. Si el suicidio de un pueblo es olvidar su historia aquí tienen parte de la misma desde la visión de las mujeres que han vivido los últimos cien años de ella. Unas veces encargadas de las tareas domésticas y también cargando leña o el carbón vegetal, ¿eh?, otras participando con toda la comunidad, y otras tantas como obligadas espectadoras.





1 Cabuquero: (del portugués cabouqueiro; en Diccionario histórico del español de Canarias) obrero picapedrero-cantero especializado en abrir agujeros en la roca, en sorribos y otras obras (perforación de túneles, galerías), y en rellenarlos de materia explosiva para su posterior voladura.


2 Sorriba: (de sorribar; en Diccionario histórico del español de Canarias) acción de sorribar, esto es, romper o rebajar un terreno para prepararlo con fines agrícolas o para edificar.


3 Descepar: arrancar de raíz los árboles o plantas que tienen cepa.


4 Cisco: (del portugués cisco, ciscalho; en Diccionario histórico de la lengua española) «carbón vegetal menudo», hojarasca o leña menuda.


5 Batán: máquina generalmente hidráulica para golpear, desengrasar y enfurtir los paños. Existía en este lugar de Anaga para el lavado de la lana y el lino aprovechando el agua del llamado Barranco del Río.


6 Horqueta: parte del árbol donde se juntan formando ángulo agudo el tronco y una rama medianamente gruesa. Asimismo recibe ese nombre la herramienta de tres o cuatro dientes al extremo de un palo, utilizada para remover la tierra, recoger pasto, paja o la hierba seca y para manipular el estiércol.