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CANTOS Y CUENTOS DE MUJERES



Y llegamos al final … que fue nuestro principio.

Las protagonistas de Las Seis de Aguere -San Cristóbal de La Laguna- son una representación de su población y generación femenina, es cierto. En concreto, recordamos, 78, más un aliado. Nos han prestado sus vidas, sus cafés, sus postres, ... para hacer un viaje en el que, a falta de ser agentes del Ministerio del Tiempo, la imposibilidad de hacer observación participante ha conllevado que la escucha de sus testimonios sea nuestra herramienta. Escuchar para reconstruir las historias de vida colectivas de sus respectivas zonas. Reconstruir para narrar las fotos y las grabaciones mudas, los recuerdos íntimos, los pensamientos callados; siempre interpretaciones, siempre selecciones. Reconstruir para recuperar. Recuperar para componer. Componer para cantar. Un arte documentado, participativo, sin ánimo analítico académico pero sí divulgativo, legado de la última generación sin tantos registros audiovisuales, la memoria oral … hecha canción.


Su perspectiva no ha sido excesivamente política ni deportiva ni de empleos -que no trabajo- pero han aportado una visión muy completa de la época que les tocó vivir aunque no fuera, en ocasiones, en primera línea. A veces adelantadas en el tiempo para enseñarnos las lecciones de vida, a veces adelantadas a su tiempo. Adelantadas laguneras todas.

No centrarse en la política ni percibir constantemente la guerra que algunas vivieron en su infancia no significa que no hayan vivido sus consecuencias o que no tengan recuerdos puntuales dolorosos relacionados con el reclutamiento de familiares, el contacto con las autoridades u otras circunstancias: asustarse con disparos, ver llorar a la madre, tardar en ver a seres queridos, descubrir el valor de tener hijos/as en la preferencia por los solteros que no eran padres, uno de esos criterios sociales, morales, humanos, en contexto de guerra que excluían, a priori, también de la participación igualitaria, paritaria, de la mujer en ella.

El suyo era un mundo más pragmático y volcado en la vida en el que el motor de la casa en buena parte eran ellas, aunque abundara la patrilocalidad, es decir, ir a vivir al lugar del que procedía el marido porque ya tenía casa, terreno para construir, convivía con el resto de su familia. Matrinfluencers puede, matriarcado no existía ni existe todavía si es que tuviera que existir el poder concentrado en un solo género ... Pero las abuelas y madres no han sido sólo abuelas y madres, y eso queda reflejado aquí. También jugaban, tenían ilusiones, roles cerrados, sí, a veces expectativas no cumplidas, también, pero no eran sólo cuidadoras ni úteros aunque su destino todavía sólo era la familia y las labores domésticas. O sea sembrar, plantar, criar ya fueran personas o sus alimentos. Lo interesante será comparar qué dicen los hombres de su tiempo -invitados están a complementar- y por supuesto las mujeres del futuro cuando recuerden sus vivencias y a las mujeres de su propia infancia y juventud. Y cómo valoran haber conocido Las Seis y sus aportaciones. Sin idealizaciones.

Mujeres muchas de las cuales dicen haber tenido “bragas de milagro, además eran de tela, tampoco abrigaban nada como las de hoy” y rematadas con ganchillo. Que saben lo que ha sido calzar botas que se abrochaban con hebillas del pelo, o zapatos de cartón, o lonas hechas con restos de suelas viejas que tiraban y las pegaban, o directamente ir descalzas. Que lavaban la ropa por la noche para usar la misma al día siguiente, por lo que cuando llovía no se podía ir a clase hasta que se secara o bien se ponía al revés cuando estaba sucia. Que han visto a sus madres en un bañador compuesto de bata y pantalón, incluso alquilado, cuando se iba a Bajamar un día o dos al año. Que almidonaban tanto las combinaciones como las enaguas. Que compraban las telas en el casco de La Laguna o en Santa Cruz si tenían dinero para ello -han llegado a coincidir en fiestas con la misma tela y hasta el mismo vestido- y si no aprovechaban las de cortinas cual Escarlatas A´Guere. Que han sido o han contado con buenas modistas en talleres, o sin salir del hogar, también en ropa típica. Que se han casado vestidas de negro y con encaje cuando estuvo de moda. O de beige las que habían tenido relaciones y no querían vestirse de blanco; a las que estaban embarazadas les dejaban ir con su “trajito”. Que se hacían los guantes con las medias de las piernas. Que guardaban el vestido nuevo para las fiestas. Que a medida que su situación económica mejoraba se iban comprando abrigo y gabardina para el frío.

¿Pero acaso sólo eran una percha? No, aunque a algunas no les pusieron en la escuela o ya con dieciséis años no podían seguir, hay historias de auténtico sacrificio detrás de la formación -poca o mucha (Reválida, Bachillerato)- que lograron, a veces en aulas que consistían en unas burras y unas tablas en la carretera y recibiendo castigos poniéndolas de rodillas con las palmas de las manos giradas hacia arriba para recibir golpes con la regla si no habían hecho las tareas. Peor eran las manos largas de algún maestro … Doña Delfina, Maruca o Lucrecia, que hoy en día tiene ciento dos años de edad, iban y volvían caminando al casco a estudiar. Hay quien acudía tanto por la mañana como por la tarde: estudios por la mañana y coser y bordar por la tarde. Hay quienes estudiaron con monjas en Las Dominicas (donde la Policía), casa Matildita, el Liceo (actual Casa de Los Capitanes), o en otros lugares con Doña Concha, Doña Angelita donde ahora dice “La Escuelita”, Doña Candelaria por debajo de la trilladora, en casa de Doña Teresita La Cochera, Carmen donde “a veces nos mandaban a pelar papas o a fregar la loza mientras estudiábamos”, con Esther por 50 pesetas -pagadas por un hermano- para aprender “las cuatro reglas”, la academia de Carmita Ara (“por allí pasó media Laguna que no quería ir a la universidad”), la Sección Femenina, academia de estudios de azafata de vuelo que no llegaron a su destino … Mujeres formando a mujeres.

No todas consiguieron empleo ni lo buscaron siquiera. Pero todas trabajaron muchísimo de una forma y de otra. Sin la consideración de empleo la mayoría sin cobrar, claro. La economía de los cuidados seguía siendo un concepto sin aPRECIO, por mucho valor que tenga. No se les enseñó eso de “salir a trabajar” pero sí llevar el almuerzo todos los días al padre y/o a los hermanos que lo hacían, o ir hasta El Sauzal caminando por veredas -no había carretera- para llevárselo a los hijos que trabajaban en la construcción, y dejar los estudios para cuidar a las abuelas/os, por ejemplo. Ya lo cuentan aplicado al-campo: “donde no había machos, las niñas hacían todo eso: raspar cuadras, cargar agua del aljibe, …; las niñas ayudaban en la casa, llevaban la leche en el tranvía, llevaban una cesta con cuatro o cinco cacharros; las niñas también cuidaban de los niños chicos, que dormían hasta los cinco o seis años con ellas, a esa edad iban a dormir al pajero”. Recuerdan cómo hubo madres a las que sus abuelas no les dejaron salir a aprender más que coger la pinocha, ir a la pesa y cobrar. Hasta los domingos para seguir ganando dinero. Sin embargo ya había ahí algo de emprendimiento. Es cierto que no había pescadoras si nos atenemos a sus historias de hombres que faenaban en la costa y traían el pescado salado que luego las mujeres vendían por veredas, a veces descalzas para que no se les estropearan las lonas, o hacían trueque (intercambio) en el campo por otros productos: papas, cebollas, ajos, “cosas que no se daban aquí”. O gofio, arroz y pan, con el intercambio del carbón (vegetal). La parte de distribución y comercial parece que sí era una fuente de ingresos o al menos de empleo, según se distribuyeran luego esos ingresos en la unidad familiar. Obviamente también las faenas en el campo: “sé hacer de todo: sembrar papas, recogerlas; tomates, deshijarlos, amarrarlos, cogerlos y venderlos; todo, las cebollas, ...” en las que esta comparación es muy significativa “mi hermana trabajaba como un hombre, él [el padre] sacaba surcos, yo también lo sacaba, mi madre también trabajaba en el campo dando azada”. Y si de las cabras hacían el queso con su leche, para la de las vacas venían las lecheras que la compraban y caminaban para venderla en La Laguna o a Santa Cruz. Imagina ser Faustina, “una jovenzuela del Batán” que llegaba a Las Mercedes atravesando veredas con una cesta de mimbre en la cabeza cargada de millo, higos picos, plátanos y papas para vender. O coger la guagua en la calle San Juan con cestas de pan en la cabeza hacia Geneto, que recorrerás caminando más de una vez al día haciendo el reparto. O ser “fija” desde los siete años de edad por una peseta al día para ayudar a la familia y entonces te levantas a las tres de la mañana para hacer la cola de las papas, la carne y el pan y encerar muchos suelos de madera de rodillas y con cepillo cada jornada; así, durante veinticinco años. Esto de trabajar desde tan pequeñas/os era generalizado, aunque fuera para hacer mandados para la gente rica que así descansaba más. Qué decir, además, del papel de las venteras como Gabriela, que cuando se cansó por la edad cerró y ha viajado por toda Europa con su marido. Y en el caso de las lavanderas, que ya han recibido su homenaje por parte del municipio, recuerdan los antiguos lavaderos del Tanque Grande ubicados en el Camino de Las Peras. “El amor que le tenían al agua” … Lavaban mucha ropa, también de hogar. Las que quedan tienen más de ochenta años y se reúnen para hacer la representación de lavanderas in situ vestidas como tal: Darki, Angelita y Doña Carmen de San Roque, Lupe de Camino El Bronco, la hija de Lola La Rubia, …


La transformación económica y la incorporación femenina al mercado laboral trajo consigo más empleo y otros distintos a los que solían acceder: limpieza, venta, zafra de tomates en el Sur -en San Isidro y Las Galletas, durmiendo en un cuarto-, en tomates y plátanos en Santo Domingo (Icod de los Vinos), en otras plataneras de Valle de Guerra (“me pagaban 7 pesetas a la semana haciendo más horas de las debidas, limpiaba platanera, engomillaba [quitar la flor a la piña para que no se pique], e íbamos caminando a la orilla de la mar y volvíamos a Las Toscas caminando para llevarle las verduras al Coronel”), obra (“los hombres hacían las paredes en los riscos y nosotras y los niños/as lo rellenábamos con la tierra”), aeropuerto, fábrica de tabacos, cocina, tiendas, enseñanza, costura, oficina, … Las enfermeras y secretarias, dicen, eran puestos con mala reputación. Y luego estuvo la vía de la inmigración; se refieren en este caso sobre todo a Venezuela.

Reconocen que a pesar de conseguir empleo, por ejemplo en la fábrica de tabaco se oyó a más de una mujer pedir la liquidación ya que se iba porque se casaba. Lo cuentan con una mezcla de indignación y pena. O bien se abandonaba el empleo cuando se empezaba a tener hijos contando con el sueldo del marido, que a veces se quedaba sin trabajo o no destinaba lo que cobraba para la familia. Por eso especialmente a las que no les fue bien con su pareja recomiendan “autosuficiencia” ante maridos machistas que trabajan fuera del hogar y al volver sólo comen y se sientan, que tienen un concepto antiguo de la mujer según el cual no te puedes reír con nadie ni salir, sólo sirves para la casa, como si ellas fueran “la burra” en el hogar, algo que no ven en cómo sus nietos cuidan de sus propias hijas/os. O ante los celosos que no aceptan la separación y se la pasan “acechando”. O ante los que engañan y tienen “queridas”. O los que no “levantan la mano” pero no las valoran bien y las maltratan psicológicamente. Hay quien convive con un hombre así pero poniéndole “topes”.Lo que se quiere en un año en un día se aborrece”, que les decía alguna de sus madres. Otras señalan que su marido nunca les prohibió hacer nada pero “tampoco hice nada fuera de lo común”. Las actitudes que se normalizaron … o no. Algo que sí parece que se erradicó tiene que ver con la historia siguiente, oculta como un tabú. En Guamasa rememoran un crimen de honor sucedido hace alrededor de un siglo que si bien no tuvo como objeto a una mujer siguiendo la tradición de Los Lloros, que sí las tenía puesto que consistía en cantar versos de afrenta a la novia que estaba próxima a casarse, un grupo la tomó con una -una bisabuela de una informante para el proyecto- de tal manera que fruto de la indignación ante los insultos que recibió hubo disparos y murieron varias personas. Sin embargo en general los recuerdos sobre los emparejamientos son más agradables, aunque no pocos se sustenten en la misma mentalidad machista.

A los maridos y novios se les conocía, aparte de verbenas y bailes, en los paseos de domingo por ejemplo desde El Ramal hasta el puente. “Los chicos puestos en el Bar Central, sentados en aquella acera por donde los cines, todos los chicos mirando y nosotras nos pavoneábamos, y pa´bajo y pa´rriba, y pa´bajo y pa´rriba, porque no teníamos ni dónde sentarnos”. Iban de Valle de Guerra, Tejina, La Punta, Tegueste. Comían manises, chochos y vino. Se casó mucha gente surgida de ese First Dates [Primeras citas] de la época. Aunque, cuidado, los “pretendientes” estaban sujetos al escrutinio de las Tía Fifa y Tía María de turno que miraban con lupa sus raíces para ver si la familia era buena gente. Que se lo digan al dulcero de Las Canteras, a Toñito El Gomero … o al joven negro cristiano que vino de Madagascar a estudiar a la universidad. Alguna iba a la atarjea a buscar agua y volvía con carta de amor del novio. A otras el suyo le regaló un coche, lo que no era nada común. Aunque, según, enamorarse era lo de menos: se ligaba. Te podías pasar “hablando” (saliendo juntos) fácilmente durante ocho años. Otra sólo “enamoró” tres meses. Y se pedía permiso para entrar en la sala de la casa, de hecho en alguna si el pretendiente no se comportaba daban con un palo. Por supuesto no dejaban salir solos no fuera a ser … Ya haría alguien de carabina (acompañante, vigilante) poniéndose en medio de la pareja que tenía su hora de queda en casa. “Yo no me dejé manosear; yo hasta la noche de bodas después de seis años enamorando él no probó las papas”. El mandato era llegar virgen al altar. “Hay que darse a valer”. Se percibe respeto o miedo al sexo. Señalan que había más inocencia e ignorancia respecto a “jincar” (practicar sexo). “Desposarse” era sinónimo de acostarse por lo que una boda rápida equivalía a sospecha de embarazo o según la reputación previa de él. Hasta tenían que dejar el trabajo por quedarse embarazadas sin casarse, y si daban el paso en esa situación la boda no podía ser “lucida”. Lo ideal era una pedida de mano al padre y/o a la madre, con el ajuar hecho mientras eran solteras: la colcha de cama, la mantelería, …, así sólo sería necesario comprar traje de novia y el de después y hacer las tarjetas. Que la que se ha quedado soltera lo ha llevado bien, sin presión, sin sentirse menos porque luego ha estado activa y sintiéndose acompañada. Otra situación era la de las viudas, sobre todo las de guerra, a las que el Estado les daba una paga pequeña siendo que sus hijos/as se debían mantener en el colegio. Pero sí, el tabú respecto al sexo ha llevado a alguna a sentir vergüenza incluso por tener hijos ya mayor o con diferencia de edad respecto a los hijos/as mayores porque significaba que lo seguía practicando, y nos cuentan casos así superados los cincuenta años de edad ya que todavía tenían la regla y por lo tanto eran fértiles. Probablemente toda esta mentalidad descrita explica asimismo que las viudas tampoco debían salir solas.

Ese mundo de la casa se veía reflejado en los juegos de infancia, una infancia que aún teniendo en cuenta la dureza de la vida la mayoría califica de “bonita”. Lo pasaban bien. Y aquí es donde descubrimos que además de jugar a las casitas y las ventitas con piedras, trocitos de tazas rotas, calderitos y braseros hechos con arcilla -cuando llovía- del campo de fútbol (“cosa bonita”) y cerraja (un tipo de hierba) estas mujeres, de niñas, todavía no habrían tenido que amoldarse a los roles que en teoría deben diferenciar a los géneros femenino y masculino, como mínimo. Es decir: corrían por los lomos (“los dedos todo trompados [golpeados] de las piedras”), jugaban al “paro” (entre cuatro esquinas y te rendías si te cogían cuando te tiraban la pelota, hecha de trapos y medias, de una a otra), al Pase Misí Pase Misá, al tejo1, a la comba2, con la soga a los “dubles3, al escondite, al “tángano4, con las canciones ¿Dónde están las llaves? y El patio de mi casa, al fútbol (“yo era una machonilla”), al brilé, al pañuelo, a los boliches, con coches de volantes de verga, con las latas de sardinas y de la leche, a rodar en pencas cortadas por debajo o a lanzarse con un carrito de madera con cuatro ruedas por la pendiente de Boca Tuerta, … También pasaban horas en “el descampado”, en las plazas de tierra, “andaba saltando y brincando por ahí”, eran traviesas y hacían “perrerías” (se escondían donde las gallinas) y “ruindades de chicas con picardía pero no cosas malas ...” sino cosas del tipo como poner ñame crudo que pica, robar fruta, hincharse a “higos tintos”, comer dátiles tirando piedras a las palmeras, coger lapas, tocar los timbres … “será un fantasma”), … A veces con niños y otras no. En cualquier caso no les dejaban jugar todo lo que querían porque también tenían que trabajar, actividades combinadas si mientras jugaban ayudaban a los mayores recogiendo en una palangana las bostas de las vacas para que el trigo que iban trillando no se ensuciara. Era lo que había. No había juguetes como tal salvo, quizá, un día al año …

Recuerdo especial para el Día de Reyes en el que robaban hierba para los camellos, despertaban al toque de un pito y había entrega de regalos en el Orfeón. Como antes no se tenía de todo el 6 de enero se podía alcanzar quizá una pelota de goma, quizá una caja de zapatos con pasas, almendras y naranjas de ombligo (cuando la naranja estaba muy blanda le hacían un agujerito y le sacaban el jugo, así duraba todo el día porque chupaban poquito), quizá unos caramelos duros de colores (los tenían poco tiempo en la boca para que durara más el dulzor), quizá -muy asociado a este día- los coches para los niños y las muñecas para las niñas. Muñecas que fueron evolucionando en el material del que estaban hechas: trapo, cartón, goma, porcelana, plástico duro, … Que ya se las hacían ellas con penca de tuneras -limpia de picos- o con el caroso5 del millo al que le sacaban “trenzas” y todo, le cosían telas y le dibujaban el rostro. De las que les hacían con tela lo que no le gustaba a alguna es que le pusieran “tetas”. Pero las de cartón … ¡Ay! Menudos dramas se montaban con las muñecas de cartón cuando llovía o las mojaban -ignorantes de su efecto- al lavarlas: “se nos quedaban todas infladas”, se “esconchaba6. Y eran “muy bonitas”: había de varios tamaños, tenían brillo en la cara, los ojos pintados, pero no se movían ni las manos ni los pies, cosa que no agradaba a todas. Las de porcelana venían con zapatos de charol negro pintados y calcetines blancos. Muñecas pintadas: bien. Mujeres pintadas, solas, bien vestidas, tenía otro significado: “esta va a buscar …”. De nuevo el control.

Control de la vida sexual, control de la formación, de los contenidos de la formación, control de la vestimenta (“antes las rodillas no se enseñaban”) y control del ocio. No se alternaba: de casa al colegio y del colegio a casa. Las chicas no entraban a los bares. Nos narran la primera vez que entró a los diecinueve años, con el novio, y la cerveza no le gustó. A misa: ok. Si era en la catedral y la abuela le compraba un plátano, pues ni tan mal. Si cantaban en un coro o en una coral: ok también. Había a quien le gustaba bailar y cantar. Cantar folías, isas, malagueñas. Las de Milán se dedicaron profesionalmente a ello. Recuerdan, además, que casi todo en la época era folklore, pasodoble. Pero les controlaban la asistencia a los bailes: muchas no se encontraban con chicos hasta los bailes en las fiestas o “partiendo el año” (Fin de Año) y en Carnavales (“yo me disfrazaba con ropa de hombre y la cara tapada y nos íbamos a bailar”) por ejemplo en Suprema, la sala de cine y bailes en Guamasa. La escena: sentadas al lado de la madre y del padre venían los chicos, se ponían en fila, “¿bailas?”, les mirabas a la cara y si te gustaba bailabas y si no decías que no. Ah, y cuando salías a bailar se levantaban a bailar los padres, si no: no. Planazo. Lo curioso es que luego no pocas se encargaron de la comisión de fiestas, trabajando mucho en las tareas de pedir cartas y permisos, comprar mesas y sillas, o encargarse de la cantina para la que cocinaban y servían carne de cabra, de conejo, puchero los fines de semana, … Y recaudaban mucho dinero así. Disfrutarían, esperamos. Demostraban de esta manera cómo podían ser mujeres temperamentales, “echadas pa´ delante”, decididas, trabajadoras, que han llegado a regentar negocios: “somos mujeres guerreras”.


Para organizar desde luego “el poder lo tenemos nosotras”; la socialización refuerza estos roles. Pero en el ámbito público también han tenido su papel haciendo presión social en sus luchas, a base de batalla y huelgas, encadenándose en las rejas del colegio porque no habían puesto mobiliario, siendo empujadas alguna vez por las fuerzas de seguridad, siendo ellas la fuerza en el barrio. De mujeres controladas a mujeres tomando el control. Aunque hayan tenido que pasar el trance de ver que la firma de la madre no valiera. Aunque hayan tenido que esperar a que el padre o el marido les firmara para sacar el carnet de conducir, entre otras cosas. Aunque soportaran que hubiera hombres que se ponían enfrente de la parada de guaguas para mirar cómo caminaban, o que los chicos pusieran los espejos en el suelo para verles las bragas y esperasen a que hubiera viento porque ellas iban con uniforme de falda. No obstante a veces la falta de apoyo ha venido del mismo género femenino: se criticaban unas a otras. Y también ha habido amistad. Pero hay dos figuras que citan de forma destacada entre las mujeres: las parteras y las curanderas.

Las parteras o las “amañadas” para los partos. Las avisaban hasta de noche incluso en noches de queda durante la posguerra. Se lavaban con alcohol para evitar infecciones por el roce con las uñas. Y las propias parturientas eran mujeres “todoterreno” que no dejaban de organizar el trabajo, atender a la prole, mantener el terreno o cuidar a los animales, a lo que sumaban el aguante en estas circunstancias y la preparación para el parto matando y desplumando una gallina y hacer así caldo para la llegada de la partera. En las diferentes zonas de todo el municipio han nacido con La Pestana, con Mercedes, con Claudina, con Amelia, con Nereyda, con Lastenia, … A veces dejaban “encarnadas” a las madres de tanto “jalar7. Pero llegó un momento en que ya se pudo ir a parir al hospital (detrás de La Concepción en Santa Cruz) -a veces yendo a buscar caminando un taxi hasta cerca del barrio de La Salud mientras rompían aguas porque no entraban los taxis a su barrio- ahora con ayuda de la comadrona, o bien abrieron clínicas como la de Juan Trujillo en el casco. Eso en el caso de los embarazos que transcurrían sin problema. En el de los abortos, en el campo se solventaban poniéndose trapos y ya expulsados los fetos volvían caminando o, si atendían a su demanda de auxilio, trasladadas en furgonetas que pasasen por la carretera. El aceite junto al azufre daba lugar a una pomada para curar pero y esto, ¿se curaba? Los padres también sufrían.

Otras afecciones tenían soluciones más fáciles y las curanderas se encargaban de ellas: “arreglar huesos”, “sacar el sol” (calor), “maldeojo” (daño o malestar causado por influjo maléfico), “empacho” (indigestión), sarna -con baños de azufre especial por la noche-, “médicos de sipela” (llagas rojas en la piel de las personas mayores). Y muchas eran analfabetas -en el sentido de no haber recibido educación formal- pero tenían un conocimiento adquirido o heredado, habilidades innatas, que la descendencia de alguna en las generaciones siguientes ha continuado ya con titulación. Asunción La Tacorontera o Felisa, por ejemplo, son figuras que se suman a otras curanderas anónimas y a otros curanderos como la familia de Alejandro El Jardinero, de Valle de Guerra, Tomás Parrado o “Panchito, el padre de Nilda”. Para quitar el sol prueba con este rezado, a ver …: “Domine santo, Domine sol y aire, quítate en el nombre del Padre y de El Hijo, del Espíritu Santo; amén.

Por otro lado, entre nuestras entrevistadas, por la zona de Anaga hay quien cree en brujas. Las oía por la noche arrastrando sábanas así como sus risas pero no las vió. El resto lo que cuenta tiene más que ver con catolicismo. La catequesis antes se llamaba “La Doctrina” y una de las mujeres que la impartió fue Jacobina, la hija de Benítez de Lugo, la Marquesa de Celada. Niñas por un lado y niños por otro, eso sí. Todavía hay quien continúa rezando “mientras tenga cabeza y vida”. Algunas han participado en la tradición de comprar cosas para su iglesia y enramar, o leer en misa. Recuerdan la prohibición puritana de cantar ciertas canciones ... “No me vuelvas a cantar esa canción”, le decía su madre.

Madre, antes no decíamos mamá”. Si la madre moría ya se sabe quién cuidaba de los hermanos/as pequeños: una hermana mayor. Y si había muchos hijos/as en casa no era extraño que alguna tía o tío con menos quisieran adoptarlas a lo que alguna se negó: en alguna ocasión las querían de “esclavita”. La cuestión es que dormían las hermanas separadas y los hermanos juntos; si era el caso los chicos dormían en el pajero y las chicas en un cuarto. Y podía ser que conviviera la familia extensa -más allá de padres e hijos/as- o que se dieran matrimonios con viudos dentro de la familia (primos), encargándose así de cuidar a su descendencia y teniendo otra propia entre ella y él.

Madres, hijas, abuelas, hermanas, tías, amigas, vecinas, … de todo San Cristóbal de La Laguna. Así nos han prestado su memoria, su legado, un «¿patri?monio» que va de lo individual a lo colectivo. Comiencen a compartirlo y completarlo. Las Seis de Aguere es la excusa perfecta para ello.


Septiembre 2022




1 Tejo: probablemente se refieren más al teje, ya que se usa el otro nombre para referirse a este que es algo diferente: en lugar de jugar en una mesa como en el tejo, en el teje se hace un dibujo con una tiza en la acera, calle o cancha y se utiliza un objeto para lanzar a modo de laja; quien saltando primero complete sin faltas los diez recorridos gana el juego. O bien se refieren al Tángano4.

2 Jugar a la comba: juego infantil o ejercicio físico que consiste en saltar por encima de una cuerda que se hace pasar por debajo de los pies y sobre la cabeza de quien salta.

3 Dubles: juego que consiste en saltar a la comba y hacer pasar la cuerda varias veces por debajo de los pies en un solo salto.

4 Tángano: juego que consiste en poner monedas sobre un bote que los participantes tratan de derribar lanzando un tejo (un trozo de teja o un disco metálico). El que lo logra se queda con las monedas.

5 Caroso: (en Diccionario histórico del español de Canarias) raspa de la piña de millo -o mazorca de maíz- después de desgranada.

6 Esconchar: (de desconchar; en Diccionario histórico del español de Canarias) estropear o romper algo.

7 Jalar: (en Diccionario histórico del español de Canarias) hacer fuerza para atraer hacia sí algo o para llevarlo tras sí.