PRÓLOGO
«Todo pasa entonces entre nosotros: este «entre», como su nombre indica, no tiene consistencia propia ni continuidad. No conduce de uno a otro, no sirve de tejido, ni de cimiento, ni de puente. Quizás ni siquiera sea exacto hablar de vínculo al respecto...» (Jean— Luc Nancy).
LAS INSTITUCIONES DE ENSEÑANZA COMO ESCENARIOS RELACIONALES
Se ha formalizado con frecuencia, y sobre ello se ha escrito ampliamente, que la escuela es el lugar privilegiado donde se llevan a cabo los procesos de educación y aprendizaje en las instituciones formativas, sea cual sea el nivel de enseñanza en los que estos se materialicen. Es de dominio público, y a nadie extraña, que la identificación de términos como colegio, aula y clase sea predominante en nuestra cultura, dada la rotundidad con la que esta asociación se acepta desde tiempos ha. Este elemental supuesto se encuentra en la base del proyecto literario que el lector tiene ante sus ojos. No requiere mucho esfuerzo reconocer y afirmar que las instituciones educativas se dedican a enseñar; pero es oportuno apuntar que también en ellas suceden otras cosas, como han demostrado los estudiosos de «la vida en las aulas».
Sabedora como es, pues en ella habita, de la geografía profesional dedicada al conocer y al transmitir con finalidades muy diversas, Zaida Sánchez Terrer, la coordinadora de este libro de relatos, no ha cesado de interrogarse, como to- dos los interesados, sobre lo que pasa en las escuelas, institutos y universidades, sobre lo que acontece en sus aulas. De mis conversaciones con ella surgen fructíferas preguntas: ¿acaso en los centros educativos no se lleva a cabo otra acción humana que la de enseñar y aprender?, ¿la de implicarse en las actividades que comportan dichos fines o vivirlas pasivamente sin más ánimo que dejar las horas transcurrir en aras de dar juego al aburrimiento y oportunidad a la pereza? o ¿en fin, a que la mente se sacie con otros intereses e intenciones? Sabemos ya, debido a la rica información obtenida sobre la vida en los centros, que una de las traducciones o imágenes de la escuela, hoy, es entenderla como una realidad nucleada por la diversidad, vitalizada por toda una serie de personas que por naturaleza —en el lenguaje filosófico se apela- ría a la expresión «por su ontología»— afirman su «ser humano» basado en la diferencia. Es reincidir en ello porque lo hemos leído y pensado múltiples veces: «el hecho de existir señala la diferencia y la reivindica fecundando la diversidad que muestra la vida sobre la tierra». Asunto que no todo el mundo comprende y menos aún comparte —error grave de nuestra cultura y de los que tienen la responsabilidad de que con ella se construya vínculo frente a la fragmentación imperante—, siendo la causa de enfrentamientos de distinta índole, con un expresivo denominador común: que un buen número de estos conflictos han sido provocados por quienes han rechazado y rechazan, consciente o inconscientemente, fruto del entendido o del ignorante, la idea de diversidad.
Este argumento es otro de los presupuestos que sustentan las columnas del edificio literario propiciado por J–Aula: en la escuela, atravesada por la diferencia y dinamizada por la diversidad, confluyen caracteres que son causa de conflictos y lo son porque algunos de los que los diseñan, alientan y ejecutan se manifiestan, a veces y en determinadas situaciones, reacios a otras diferencias que no sea la suya, a otra diversidad que no haya sido aceptada y legitimada por quienes tienen poderes para imponerla o, llegado el caso, reprimirla. Basta elevar la mirada a lo que está sucediendo en otras partes de nuestro planeta para comprobar lo que en estas líneas se afirma. Se crea o no, esta es una cuestión de decisión tan política como cultural y humana.
EL AULA, ESPACIO DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS RELACIONALES
Al hilo de lo expresado en el apartado anterior, el aula es un espacio físico, y desde luego simbólico, de reflexión, de intercambios y de experiencias así como de invención y construcción, pero también —y este «también» no es un adverbio banal— de encuentros y desencuentros de diversa índole y naturaleza, donde se (re)crean amistades y se ponen a prueba, se manifiestan conflictos y se toman decisiones, un espacio en el que surgen colectivos al hilo de intereses personales y grupales vinculados a problemas no necesariamente académicos o escolares. Los relatos de este libro hablan de ello. J–Aula se ha construido en esta dirección, en aquella que tiene poco que ver, o mucho según se enfoque, con la pasión por el aprendizaje. Una dirección en la que el aula deja de ser pensada como un lugar estable, armónico y sereno donde no cabe el conflicto y el enfrentamiento, para pasar a ser considerada un gran escenario en el que sus protagonistas juegan, por decirlo sutilmente, no siempre teniendo las mismas cartas ni idénticas metas e intenciones. Un escenario donde se materializa, como estructura relacional, el «entre» de las interacciones, aquello que pasa entre el profesorado y el alumnado, y entre este y sus familiares o cualquier figura del medio físico y social que se vea convocado, imperativamente o no, a vincularse con la institución educativa. Cada vez se hace más patente la tiranía que, en el ámbito de las diferentes ciencias humanas, jurídicas y sociales entre otras, ha impuesto el verbo ser —Nietzsche no se equivocaba— y las consecuencias que su abuso ha provocado en todos los órdenes de la existencia: nacionalismo, racismo, xenofobia, homofobia, pobreza, intolerancia en la geografía religiosa, género... Categorías con frecuencia interpretadas perversamente (ya que prescinden de la noción de diferencia) y contribuyen a encender el mundo, y es en el mundo —ex- cusas solícitas ante tanta elementalidad— donde igualmente habitan las escuelas, donde se recrea el modo aula de convivir y de ser juntos. Desco- nocemos experiencias literarias que muestren el potencial que encierra un verbo tan intransitivo como es el verbo estar, pero nos parece mucho más bello y humano que el verbo ser.
Puede pensarse, con todo derecho, que el párrafo anterior es tan filosófico como innecesario, pero estoy en condiciones de aconsejar que no se rechace tan rápidamente lo acabado de exponer; y cuando se acabe de leer el libro, es aún más pertinente volver a ello porque de seguro, además de confirmar las potentes relaciones que existen entre filosofía y literatura, se podrá apreciar, quizás de modo más justo, el ambicioso plan emprendido por esta obra. Al terminar de leer los dieciocho relatos de J–Aula es fácil percatarse del espíritu en el que se mueve y se vitaliza este seductor proyecto. Y es que el aula es un espacio relacional cuyos muros se construyen más allá de las clases y de las escuelas en su versión física, convocando a familiares, amigos, personas —directa o indirectamente relacionadas con ellas—, sin olvidar a otros profesionales, conformando todo ello un entorno tan amplio como complejo, difícil de precisar. Pero sobre todo, las aulas se configuran como pulmones vitales donde se muestra buena parte de lo mejor de los seres humanos, y no se oculta —quizás porque, hoy, hay menos posibilidades de hacerlo: basta pensar sólo en las redes sociales— lo que de intolerancia y sinrazón, con sigilosa frecuencia, secretamente a voces, puede desencadenarse entre sus paredes. Agresores de colores ideológicos varios y actitudes ominosas, por puro placer o «enfadados» con el mundo, y posiblemente con ellos mismos, surgen «de» y «en» ellas, en ese «entre» relacional de los «tú» y los» yoes», coexistiendo en ese espacio y haciendo daño en él. Y es en ese abordaje conflictual donde se juega la diversidad y se entienden los equívocos significados que se le asigna a tan notable y noble sustantivo, con las nefastas e indeseables consecuencias que acontecen en las instituciones de enseñanza cuando se trata de apoyar o de reconocer al diverso o, lo que es lo mismo, al diferente. Esta es la idea que, a mi juicio, impregna este libro, y he aquí la razón —la propia del que está acostumbrado a la fundamentación— de darle su oportunidad a los párrafos anteriores: han tratado de actuar como frente de mayor comprensión y cobertura de los textos que se encuentran tras la presentación. Es algo así como decirle al lector: no creas que con la ficción solo busco entretenerte, además quiero darte razones para que halles en los relatos aquello que te hará comprenderlos aún mejor.
J–AULA COMO PROYECTO LITERARIO
De ahí el título, tal es mi particular lectura y ahora puede comprenderse mejor «Jaula», una palabra de sentido explícito y utilización metafórica para dar cuenta de que en el universo escolar del aula suceden acontecimientos deseables, fruto de los «con» que vincula a la gente en los «entre» de la dinámica relacional (el potencial de nuestras preposiciones está por explorar), pero también indeseables, funestos, fatídicos en muchos casos, dañando para siempre los cuerpos o las mentes de aquellos que se enfrentarán a sus presentes y futuras relaciones cargados de amargura, humillación y soledad angustiante. El acoso, la amenaza, el miedo, la ofensa y la burla, la vejación y la afrenta, sea cual sea el modo en que se ejerzan, llegan a ser una mancha en el paisaje social que se hace intolerable. Al lanzar este proyectil literario hacia adelante, sigamos con la metáfora, los relatos se colocan en la posición de los humillados, de los agredidos sin justificación para los que la escuela puede ser un tipo de encerramiento opresivo del que, para ellos, más vale huir y negar. Este libro es un reconocimiento a la diversidad y se decanta por dar razón de aquellos que son perseguidos por serlo y de las tensas situaciones en las que se hallan por portar la etiqueta de diferentes. Se quiere, de este modo, que las voces de cada relato reivindiquen la efectiva complejidad de lo real mostrando que los temas alrededor del acoso, la exclusión o la inclusión, el fracaso y el dolor, la amargura y el desarraigo, no pertenecen exclusivamente al ámbito del discurso, ya que la ficción, como anda demostrado, tiene un inmenso poder constructor de subjetividad que la teoría, aunque lo pretenda, no tiene. En el aula, en esta «jaula» de muros distantes difíciles de medir —cuantitativa y cualitativamente— y donde la libertad debiera ajustarse a normas de convivencia, de colaboración y participación consensuada, algunos de sus miembros sufrirán, dentro o fuera (el acoso en el aula lleva a extenderse en ciberacoso en la casa), a partir de las acciones de determinados protagonistas, los embates de la presión: violencia dirigida y ejecutada, directa o indirectamente, por un grupo o individuo que, utilizando los recursos que cree pertinente para llevar a cabo su tarea, no atiende a más juicio que el de confirmar su deseo acosador. No en vano, para la persona golpeada, el aula se convierte en esa jaula asfixiante, carente de respiración y de movimiento, cuya dinámica es entendida en continuidad amenazante. Es la otra cara de la jaula, aquella otra realidad menos conocida pero ya renuente a ser disfrazada.
En J–Aula, como nos cuentan los relatos, sus varios entornos y superficies, tales como los cuartos de baño, las duchas, los campos de deporte, el recreo, las bibliotecas, los laboratorios etc., pueden convertirse en escenarios de acoso golpeando a la diversidad. El recreo, más que la clase, es «una jungla», así se pronuncia una de las protagonistas en uno de los relatos del libro; y en otro se afirma, textualmente, que «una jungla puede ser cualquier lugar. Hasta un aula». Los datos hacen pensar.
LOS RELATOS Y LA DIVERSIDAD COMO MÉDULA ESPINAL DEL LIBRO
Estas y similares candentes cuestiones, fruto del diálogo fecundo con quienes comparte inquietudes, inspiran a la coordinadora del proyecto a proponer a un grupo de escritores y escritoras, casi todos docentes, ser partícipes de un libro de relatos, en clave ficcional, en el que cada cual use sus palabras (ellas que son imágenes que nos permiten relatar e imaginar) para contar algunos de esos temas urgentes que tienen que ver con sus respectivas experiencias personales y/o profesionales, vividas, escuchadas o imaginadas; «vidas relatadas» que, al fin y al cabo, son otra manera de experimentar el mundo. Relatos cortos, a modo de fogonazos expresivos o pinceladas literarias, que (re)crean escenas tanto de la vida escolar como la de sus entornos sociales, telón de fondo constitutivo, en los que ellas, las escuelas de diferente nivel y contexto, con sus administraciones y burocracias, son a veces testimonio sentido de la quiebra del lazo, de la fragmentación y del individualismo que en las últimas décadas tensiona y enfrenta a determinados grupos ciudadanos. La intención de este proyecto literario que el interesado tiene en sus manos debe ser valorada con la precisión que se merece: al detectar que estas dinámicas escolares parecen estar deviniendo omnipresentes en el lenguaje sociológico, psicológico y pedagógico, sin obviar la gramática reivindicativa y denunciadora de lo detestable (pero también, con más frecuencia de la deseada, en los distintos medios de comunicación), entiende que la literatura debe entrar, una vez más, en juego, a fin de que, a su modo y manera —como corresponde a la ficción—, pueda contribuir a desvelar estas realidades que tanto preocupan y se hallan en el corazón del debate contemporáneo alrededor de la exclusión, así como en sus más diversas manifestaciones. La diversidad se encuentra en el corazón del libro.
Así, pues, personajes, tramas, escenarios y situaciones, tienen su mejor expresión en la literatura, por lo que se entiende que, ante la propuesta, escritores y escritoras (en su mayoría de la geografía murciana, sensibilizados con estas cuestiones, probablemente por ser docentes), se encontraran con ganas de hacer oír su voz al ver que en este libro se les daba la palabra. Al fin y al cabo, la complicidad es compartida vitalmente, y la vida sigue siendo, en palabras de Welty, el aliento de la ficción.
Escenas particulares fruto de la imaginación creadora, revelando y describiendo hechos y situaciones interpretadas por personajes en cuya textura predomina el dolor, la humillación, el aislamiento, el miedo, la amenaza, la posibilidad futura y hasta la decisión de extinguirse. No es el espacio ni el momento de describir lo que cada relato contiene. El lado opresivo de la jaula, aquel que produce, en quienes son volteados, la sensación de apresamiento, esto es, presa de la sinrazón, se expone amargamente para ellos. Cada aportación, cada historia, más allá de lo literario y de la función de la ficción, es una invitación a que se piense y se pregunte por el valor de la diferencia y la diversidad, y se problematice, al final de un buen número de ellos, el fustigamiento al que son sometidas por agresores sin freno.
Llegados a este punto, no voy a disimular los riesgos que asumo al tratar de satisfacer la curiosidad del presentador esforzándose en encontrar lo que hay de común en estas dieciocho breves narraciones. Puede servir de excusa que no es la actitud crítica la que dirige mis palabras —y mucho menos la crítica literaria— sino un intento de facilitar al lector la inmersión en las historias que se hallan en el libro. Ya que, tras su lectura detenida, creo que podrían señalarse algunos rasgos compartidos que merece la pena comentar, aunque sólo sea muy brevemente.
En primer lugar, el uso predominante del yo personal que cuenta, el «yo» singular, la persona que escribe y describe, en un buen número de ellos (salvo algunos relatos que utilizan el «se» impersonal), aquello que, como conductor o conductora de la historia le confirma el valor del esfuerzo. El tono confesional diferencia el estilo en la narración, sea cual sea la intensidad o la intención con las que los narradores se expresan.
De factura técnica distinta, en segundo lugar, no es muy complicado discernir estilos de escritura que difieren, enriqueciendo las posibilidades de lectura, pero que comparten un hecho contundente: el dejar la narración en suspenso, esto es, bajo la necesidad de seguir profundizando o completando lo que en ella no se dice y cabe decir y pensar, como lo que pasa y podemos desear que pase y en el relato no pasa. Ese tipo de narración que interpela a la subje- tividad de cada lector, pidiéndole que no cese de preguntar e interrogarse. Entiendo que esta es una virtud en el relato corto: ser casi tacaños en no dar muchas explicaciones con el fin de no moralizar excesivamente, empañando su dimensión literaria.
En tercer lugar, en la mayoría de los relatos, son las mujeres las verdaderas protagonistas. Ellas cuentan, ellas relatan y denuncian porque son las más acosadas y golpeadas, siendo violentadas —en algunos relatos también maltratadoras— por quienes, sin control, desean hacerlo. No protagonizan todos los relatos, pero sí buena parte de ellos, asunto que delata quiénes son y suelen ser las más agredidas o amenazadas, o quiénes se sienten interpeladas para «confesar» o relatar lo sucedido al grupo o individuo por causa del maltratador.
Este punto se sitúa en coherencia con el que viene a continuación: en los relatos predominan los personajes sobre la descripción de ambientes. Que esto sea así procede de la naturaleza del relato corto que no da mucho juego para extenderse en todos los elementos que lo estructuran, pero a cambio, permite entrar en la esfera de la reflexión, de lo real en suspenso incitando a seguir escribiéndolos, haciéndoles decir lo que tú quieres que digan, lo que creemos que deben decir.
En último lugar, no perdemos la oportunidad de calificar a los relatos de esbozos o bocetos vitales centrados en sucesos significativos para quien los relata, descendiendo a dar cuenta de acontecimientos que suscitan emociones y obligan a pensar; breves narraciones que prescinden de intenciones generalizadoras, aunque, en tanto que han sido escritos con ánimo de que sean leídos, invitan a los lectores a sentirse concernidos, convocados por los acontecimientos que dejan huella. En J–Aula la complejidad de las relaciones humanas se manifiesta en todo su hervor.
Aunque los relatos den cuenta de la diversidad en la escuela, no se obvia que esta es, sobre todo, un lugar de encuentro y socialización; no obstante, es urgente alertar, las veces que sean necesarias, sobre aquellas dinámicas que hacen daño tanto al conjunto social como a quienes son directos receptores del afán opresor. Relatos de ficción, historias veraces, cuentos plausibles que abordan una cara de lo real que se expone, sin titubear, personal y públicamente. Y es que, cuando se trata de la opresión por gusto y crueldad no cabe neutralidad. J–Aula se puede leer, en este sentido, como una denuncia contra todo intento de mirar a otro lado cuando lo preciso es estar atentos y observar todas las escenografías en donde los abusos se pueden plantear.
El proyecto está en marcha y el proyectil a punto de ser lanzado. Es de esperar que alcance el objetivo, que cumpla su misión: que se goce con la lectura y que se piense y se interrogue a partir de lo que cada lector en cada relato en- cuentre. Esta ya es tarea suya.
Capitulo fundamental a destacar, sería injusto no hacerlo, es el papel relevante de las viñetas que se recogen en el libro, actuando a modo de constatación de los relatos, insertadas al final de cada dos de ellos. Para quien firma esta presentación, las viñetas de Ana Belén López (DOMMCOBB) le han recordado a Mafalda y a Tonucci, y contribuyen, a mi entender, a hacer más sólidas, sugerentes y provocadoras las historias de cada texto. Que nuestros ojos lleguen a ver el fecundo camino que sus páginas recorran.
Juan Sáez Carreras, profesor universitario jubilado